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INTRODUCCIÓN


Ha pasado ya casi un siglo desde que el baloncesto echara raíces en tierras vascas. Casi 100 años desde que un grupo de mujeres pioneras comenzara a practicar el juego de la canasta en Bilbao como forma de reivindicar su derecho a realizar deporte. Competían con la denominación de Athletic Basket Ball Club, quizá por la influencia del mismo fútbol al que pretendían servir de alternativa. Después llegaron los chicos de colegio, los profesionales masculinos y las competiciones federadas. El Águilas, el Kas, el Atlético San Sebastián, el Baskonia, el Askatuak, el Caja Bilbao… y así, hasta los recientes Gipuzkoa y Bilbao Basket. Trofeos de Liga y Copa, títulos europeos y hasta partidos contra rivales de la NBA certifican la gran evolución protagonizada a nivel de club en Euskadi, algo que no ha encontrado paralelismo, sin embargo, en la irrupción de ilustres figuras individuales.



Las chicas del Athletic Basket Ball Club en 1928.


¿Por qué no surgen grandes baloncestistas en Euskadi? La pregunta es recurrente en los círculos del básquet, aunque tampoco se ajusta del todo a la realidad. Basta con repasar a los protagonistas de este libro para acreditar que la aportación vasca al deporte de la canasta no ha pasado desapercibida en el último medio siglo largo, desde que la práctica se puede considerar profesional. Sin embargo, no es menos cierto que las más célebres figuras, aquellas llamadas a marcar una época y pasar a los anales por sus hitos y gestas, aparecen con cuentagotas, con menos frecuencia de la deseada por los aficionados, así como de la que correspondería al número de licencias y al creciente trabajo en las categorías de formación. Varios argumentos pueden ayudar a entender semejante desfase.

El territorio vasco, en primer lugar, ni siquiera llega a los tres millones de habitantes, un censo más que limitado para un deporte tan específico y exigente como el baloncesto, en el que la estatura resulta poco menos que fundamental. Solo en países con una genética portentosa para el deporte de la canasta, como las repúblicas bálticas o de la antigua Yugoslavia, pueden aflorar talentos de forma regular con una población semejante o incluso menor. Citar nombres como Lituania, Letonia, Estonia, Croacia, Bosnia, Eslovenia o Montenegro son palabras mayores. Más que el deporte rey, el básquet es casi una religión en sus respectivos territorios y ello se nota desde el trabajo con la cantera, algo que no tiene parangón en Euskadi.

Cierto es que los vascos se han distinguido siempre por sus habilidades deportivas. Los logros cosechados en distintas disciplinas así lo avalan, aunque en los citados éxitos puede radicar también una explicación a las carencias del baloncesto. En Euskadi, además del fútbol, están muy arraigadas otras modalidades como el ciclismo, la pelota, el remo, el surf, la montaña o los herri kirolak (deportes autóctonos vinculados a las antiguas tareas del caserío). Por número de jugadores y aficionados, el básquet es otro de los grandes referentes, aunque sin el arraigo y el vínculo identitario de sus alternativas. Como resultado, la competencia es feroz entre las distintas disciplinas a la hora de encontrar nuevos valores a los que encumbrar.

Un tercer motivo de la escasez de talentos propios es extrínseco y se debe al decadente arraigo de la máxima competición nacional, la Liga ACB, cuyo funcionamiento en materia de fichajes se aproxima al modelo de negocio puro y duro que lideran las franquicias de la NBA. Los jugadores llegan a los equipos desde lugares cada vez más recónditos, como si lo exótico sirviera de garantía. Muchos de ellos se incorporan para una sola temporada y no son pocos los que no consiguen acabarla o ni siquiera llegan a debutar por falta de adaptación o bajo rendimiento. Al fin y al cabo, su relevo espera a la vuelta de la esquina, para negocio de unos agentes ávidos de llenar sus bolsillos sin la paciencia que exige el trabajo de cantera.

Ante tal contexto de marketing, meros números y extranjeros como reclamo, la presencia de baloncestistas vascos se ha reducido a la mínima expresión, lo que casi ha neutralizado el privilegio histórico de contar con hasta tres equipos en la elite: Baskonia, Bilbao y Gipuzkoa. En las últimas temporadas, apenas un par de docenas de jugadores han aportado su nombre a la máxima competición: Darío Brizuela, Martín Buesa, Unai Calbarro, Jon Cortaberría, Sergio De la Fuente, Asier De la Iglesia, Aitor Etxeguren, Lander Lasa, Xabi López-Aróstegui, Borja Mendia, Mikel Motos, Julen Olaizola, Xabi Oroz, Urko Otegui, Miguel Ruiz, Javi Salgado, Sergio Sánchez, Jon Santamaría, Ander Urdiain, Mikel y Ricardo Uriz, Álex y Txemi Urtasun, Asier Zengotitabengoa... Resulta difícil encontrar oportunidades para unos deportistas que llegan con el aval de sus logros en las categorías inferiores, si bien se topan con obstáculos ajenos a la hora de dar el salto definitivo.

Las numerosas sombras mencionadas, en cualquier caso, no son óbice para percibir también cierta luz en el horizonte. No hay que olvidar que el juego de la canasta era un simple deporte aficionado en Euskadi cuando, a finales de los años 50, la entonces conocida como Primera División se abrió a equipos de fuera de Madrid y Barcelona. El Águilas de Bilbao fue la entidad pionera que marcó la senda de la elite. Desde entonces, el desarrollo del básquet ha sido paulatino: tan pausado como sólido. Si hace tres o cuatro décadas el número de licencias y clubes no era todavía representativo, el País Vasco y Navarra se han convertido hoy en el tercer polo baloncestístico más importante de España, tras Cataluña y Madrid, con más de 45 000 jugadores por temporada. El trabajo con las categorías de formación es cada vez más profesional y, aunque solo sea por estadística, tendrá que dar sus frutos en forma de nuevas figuras a las que proyectar tarde o temprano.

Mientras tanto, los protagonistas recogidos en este libro seguirán siendo las más importantes leyendas de la canasta en Euskadi, ya sea por su dilatada trayectoria, por los títulos conseguidos o por la experiencia internacional: el talento de Emiliano Rodríguez, la constancia de Luis María Prada, el carácter de Josean Querejeta, la astucia de Juanma López Iturriaga, la intensidad de Xabier Jon Davalillo, la inteligencia de Pablo Laso, la fortaleza de Román Carbajo, la intimidación de Juanan Morales, la dirección de José Luis Galilea, la osadía de Iker Iturbe, la maestría de Javi Salgado, la pericia de Txemi Urtasun… o la magia de Darío Brizuela, como representante de la generación más reciente. Nombres y cualidades para el recuerdo. Juntos formarían una gran plantilla con recambios de postín en todos los puestos. Por separado, sus gestas y memorias ilustran más de medio siglo de baloncesto vasco.

Los protagonistas más veteranos del libro aún acumulan hoy el palmarés más rico en metales, si bien tuvieron que emigrar para poder explotar sus cualidades. Fueron beneficiarios y víctimas a la vez de un baloncesto en fase de expansión. Quienes han permanecido en activo hasta hace poco, en cambio, tienen en la acumulación de estadísticas su mayor logro, pero han conseguido ser profetas en su propia tierra y sobrevivir durante lustros en un básquet profesionalizado, con una competencia creciente por parte de una legión de jugadores extranjeros que se ha erigido en mayoría casi absoluta. Curiosamente, el nexo de unión de la mayoría de las leyendas vascas de la canasta ha sido un único club, el Real Madrid, cuya camiseta han llegado a vestir hasta ocho de los baloncestistas mencionados.

El caso de Emiliano es, quizá, el más singular de todos por su condición de precursor y bilbaíno de adopción. Su nombre emerge sobre el de otros históricos con vínculos vascos, pero nacidos fuera de Euskadi (Moncho Monsalve, Nacho Solozabal, Chechu Biriukov…), por lo que no han sido incluidos como protagonistas en la presente obra. Como suele decirse en estos casos, son todos los que están, pero no están todos los que son. Se han elegido 12 figuras como guiño al número de jugadores que integran una plantilla habitual de baloncesto… y se ha sumado a ellos Brizuela como representante en activo. Otros apellidos ilustres aparecen citados con letra negrita a lo largo del libro, como coetáneos de las leyendas, y muchos más son los que se han quedado en el tintero. Sin su aportación, sin embargo, nunca hubiera sido posible el desarrollo de aquel juego que comenzó en patios de colegio y con canastas a la intemperie, a merced de lluvias y solanas.

Leyendas del baloncesto vasco

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