Читать книгу Peces y dragones - Undinė Radzevičiūtė - Страница 8
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ОглавлениеLa comisión de expertos en arte se lleva los bocetos de los caballos para el quinto emperador de la dinastía Qing.
Castiglione no teme.
Que los destrocen sin querer por el camino.
Ha pintado los bocetos sobre papel coreano.
El papel es tan resistente que no le puede pasar nada si no existe voluntad de que pase.
La comisión acaba de partir, y Castiglione se ha quedado esperando la respuesta del emperador.
¿Se puede ya desenrollar la seda y extenderla sobre el soporte de madera?
¿Se puede ya comenzar a pintar sobre ella el cuadro titulado Cien caballos?
La espera puede ser larga.
Una hora china dura dos horas europeas.
No siempre dos exactamente.
A veces más, a veces menos.
Depende de la estación del año.
Los chinos no suelen ir con prisa a ningún sitio.
En China llegar tarde es algo habitual.
Solo la medicina la toman a las horas establecidas.
Castiglione jamás pensó que en China pudiera hacer tanto frío.
Que en invierno tuviera que caminar a través de la nieve por las mañanas y calentarse las manos en el gorro de colas de zorro.
Los emperadores de la dinastía Qing no son chinos auténticos.
Son manchúes.
Más cerca de los mongoles que de los chinos.
Y no confían en los eunucos tanto como los chinos que gobernaron antes que ellos.
Los emperadores manchúes valoran sobre todo a las gentes de ciencias.
Mandarines confucionistas.
Y jesuitas.
Los confucionistas gozan de más respeto que nadie en la Ciudad Prohibida y entorpecen como nadie en la Ciudad Prohibida el acceso de los jesuitas al emperador.
El acceso a él y su consiguiente conversión a la fe.
El padre Ripa dice: a los jesuitas los entorpecen sobre todo los propios jesuitas.
El padre Ripa dice: verás, los jesuitas que llegaron a China antes que tú daban la impresión de ser muy arrogantes y se comportaban con excesiva gravedad.
¿Qué significa ese «muy»? ¿Qué significa «excesiva»?, pregunta Castiglione.
Digamos que hablaban con un exceso de pompa, continúa el padre Ripa.
Y se comportaban con más aún, dice el padre Ripa.
Y toda la culpa de eso la tenía la educación jesuita.
En los colegios jesuitas el brillo exterior es tan necesario como la formación del intelecto.
Especialmente importante es que todos dispongan de un pañuelo para limpiarse la nariz.
Castiglione nunca ha conocido a nadie tan espiritual como el padre Ripa.
Ni tan sabio.
Los primeros jesuitas llegados a China parecían elevarse por encima del suelo gracias a una mano invisible, dice el padre Ripa.
En realidad, dice el padre Ripa.
Siempre estuvieron por encima.
Y no gracias a una mano invisible.
Los llevaban dos sirvientes en andas, dice el padre Ripa.
Si no había andas, iban en burro, dice el padre Ripa.
A pie no iban a ningún sitio.
Y cuando decidían viajar a algún lugar, se acurrucaban en un palanquín transportado por criados, dice el padre Ripa.
Los seguía una procesión de acompañantes.
Y ¿qué hacían?, pregunta Castiglione.
¿Cantaban?
El padre Ripa ignora la pregunta y empieza a hablar sobre los mahometanos.
Los mahometanos se establecieron allí con mucho más éxito que los jesuitas.
Por todas partes hay mezquitas, minaretes y escuelas mahometanas.
Y tienen el mismo aspecto que los chinos.
Visten las mismas ropas.
Y se dejan crecer los mismos bigotes.
Se han adaptado, dice el padre Ripa.
Y solo se diferencian por la cabeza.
Solo por la cabeza.
¿Cómo que por la cabeza?, pregunta Castiglione.
¿No llevan trencita?, pregunta Castiglione.
Llevan un gorrito blanco, dice el padre Ripa.
***
El emperador se ha vuelto loco.
Dice el padre Ripa.
Su Excelencia, aunque no nos esté permitido llamarlo así, quiere alojar a los jesuitas portugueses y franceses en una misma casa.
Eso es absolutamente imposible, dice Castiglione.
Sí, absolutamente imposible, dice el padre Ripa. Cualquier cosa menos con esos ichingistas3.
***
Los portugueses lo llaman «oportunismo».
Todos esos esfuerzos franceses.
Por estudiar el I Ching.
Por buscar en los textos clásicos chinos héroes bíblicos o sucesos bíblicos.
Y no solo buscarlos.
También por encontrarlos.
Los franceses intentan demostrar que los chinos ya conocían la Revelación, dice el padre Ripa.
***
En los colegios de los jesuitas todos los alumnos tienen un rival personal.
Cada clase está dividida en dos bandos que compiten entre sí.
Para que nadie caiga en el pecado de la pereza.
Para un jesuita, la competición es un estado natural.
La buena noticia esta vez es que el emperador ha hecho llegar los regalos de Año Nuevo para las misiones jesuitas de ambos países —la francesa y la portuguesa— por separado.
Muchos cestos de carne de corzo, de conejo, de faisán y de pescado.
¿También tendones de corzo?, pregunta Castiglione.
Sí.
No hay por qué sorprenderse, son la segunda exquisitez de palacio.
¿Y cuál es la primera?, pregunta Castiglione.
La sopa de nido de golondrinas es la tercera, dice el padre Ripa.
¿Unas setas que parecen la cabeza de un mono?
Pregunta Castiglione.
El anciano emperador de la dinastía Qing es demasiado viejo, dice el padre Ripa.
Demasiado viejo para convertirse.
***
Ha llegado el enviado del papa Clemente XI.
Ambrosius Mezzabarba.
Se comenta ya en la Ciudad Prohibida y en la Misión jesuita: Mezzabarba está allí para mitigar el conflicto surgido por los «ritos chinos». Se dice también que trae consigo «ocho permisos».
Ocho permisos para los ritos chinos.
Con ocasión de su visita metieron en prisión a Teodorico Pedrini.
Se negó a firmar el último documento presentado por Mezzabarba: Diario de los mandarines.
Y no lo metió en prisión el cuarto emperador de la dinastía Qing.
No.
Sino aquellos que ya hacía tiempo que debían haberlo hecho, dice el padre Ripa.
El padre Teodorico Pedrini está preso en la residencia de los jesuitas franceses.
Ni siquiera el anciano cuarto emperador de la dinastía Qing puede hacer nada.
O a lo mejor es que empieza a aburrirle la música.
Y a lo mejor le duele ya la mano derecha.
De tanto clavicordio.
No todo iban a ser malas noticias.
El cuarto emperador de la dinastía Qing ha permitido que Mezzabarba se lleve los restos de De Tournon.
De Tournon fue el primero.
El primer enviado del papa que intentó dialogar con el cuarto emperador de la dinastía Qing sobre los «ritos chinos».
El diálogo no tuvo éxito.
Por culpa del propio De Tournon.
Él tampoco sabía comportarse, dice el padre Ripa.
Igual que la mayoría de los enviados del papa.
Es por eso que el cuarto emperador de la dinastía Qing lo metió preso. Y allá encerrado murió De Tournon.
El padre Ripa habla con solemnidad, pero no puede disimularlo: está contento.
No vale la pena regresar ahora, dice el padre Ripa.
El emperador es ya un anciano.
Y muy pronto podremos emprender un nuevo intento desde cero.