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ENREDO

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El terapeuta, después de un rato de conversación social y acogimiento de su nueva clienta, Rosa, aborda el motivo de la consulta:

—Dime, Rosa, lo que te ha traído aquí… ¿En qué crees que te podemos ayudar?

—Pues ya te acabo de decir que hace pocas semanas que hemos llegado a la ciudad… [Sí] y Miguel, mi hijo, se integró en la escuela a mitad de curso y no sé muy bien por qué, pero su maestra está preocupada por…, por si Miguel tuviese dificultades para integrarse y comunicarse… El caso es que se lo comentó a la psicóloga de la escuela que…, bueno, ella no cree que haya ningún problema con Miguel.

—Entonces…, ¿la psicóloga cree que no hay ningún problema?

—Pero la maestra habló con la directora y esta le pidió a la psicóloga una observación y evaluación «más detallada» del comportamiento de Miguel en el colegio. Ella lo hizo y nos comunicó que no cree que haya ningún comportamiento patológico, pero que, efectivamente, el niño es muy inquieto y, a veces, se muestra un poco agresivo con sus compañeros, aunque otras veces es muy agradable… El caso es que la psicóloga, sorprendentemente, nos ha dicho que su integración con los demás niños en este momento, a mitad de curso, exige un trabajo extra a la maestra y que parece ser que la maestra se encuentra «un tanto cansada».

—Entiendo… Quizá esas observaciones de la psicóloga…, ¿os han hecho pensar que el niño pueda tener alguna dificultad?

—No, más bien nos resultó tranquilizador. Y no recomendó ninguna consulta.

—Ya, bien… ¿Entonces?

—Pues… es que, de una forma casual, mencioné todo esto al pediatra, que también es nuevo para nosotros, y es muy majo y muy atento, en la revisión rutinaria de Miguel. Y él nos habló de que, actualmente, hay muchos niños con problemas de hiperactividad y nos dijo, además, que se cometen muchos errores a la hora de diagnosticar esto de forma adecuada en las escuelas infantiles.

—¡Ah!, ya veo. Fue el pediatra quien os recomendó que tuvieseis la prudencia de consultar con algún profesional. ¿Has venido aquí por eso?

—No, en realidad no fue así… Yo le conté todo esto a mi marido… Para él, el cambio de ciudad ha sido duro. Ha supuesto un cambio de trabajo para favorecer mi situación profesional… Él estaba en un puesto muy cómodo, pero hemos cambiado los dos por mí. Bueno, el caso es que él cree que quizá el niño esté experimentando todo esto también de una forma traumática o algo así, y mostrándolo en forma de malos comportamientos en el colegio, así que yo he puesto mucha atención al comportamiento de Miguel. Igual es porque me siento muy responsable de los cambios.

—Bien, entonces, ¿has notado cambios en su comportamiento que te preocupen?

—No especialmente…, la verdad es que no. Pero es difícil de valorar. Estamos haciéndonos a una casa nueva, nuevo vecindario, situaciones nuevas de trabajo… Mi marido y yo hemos tenido ciertas tensiones entre nosotros…

—Entonces, Rosa, no es tanto el niño lo que te preocupa como… ¿quizá vuestra situación, la relación con tu marido?

—No creo. Lo que pasó es que, pensando en todo esto, en tanto cambio, decidí hablar con la maestra de nuevo, contarle cómo estaba siendo la situación familiar… Y ella me ha dado vuestro teléfono. Y, además, insistió mucho en que, por toda la información que yo le daba, quedaba claro para ella que la psicóloga del colegio había sido negligente. Ella usó esa palabra: negligente. Mi marido también iba a venir, pero tiene que trabajar esta tarde.

—Bien, Rosa, está bien que hayas venido, pero no estoy seguro de cómo podemos enfocarlo… ¿Crees que Miguel, efectivamente, tiene algún comportamiento preocupante o te gustaría hablar de cómo los tres estáis viviendo este cambio de ciudad y vuestro proyecto profesional? ¿O se trata, más bien, de tu pareja?

—En realidad, no creo que haya problemas con Miguel y creo que Tom, mi marido, y yo podemos afrontar bien la situación por nosotros mismos. Nuestra relación es muy buena. Para mí, Tom es, junto a Miguel, lo que más valoro en mi vida; es un hombre increíble.

—¿Entonces?

—Pues, si te soy sincera, me preocupa mucho el desacuerdo que existe entre la maestra, la psicóloga y la directora de la escuela. Temo que Miguel se convierta en motivo de discusión, o desacuerdo…, y que pueda afectarlo a él.

—¡Ah!, ya…

—Bueno, y también esos desacuerdos entre ellas nos han hecho dudar y observar cualquier cosa que hace Miguel con algo de miedo. Y, para colmo, el pediatra me asustó un poco con todo lo que dijo sobre la hiperactividad.

—¿Y tienes alguna idea sobre lo que yo podría hacer?

—Ahora pienso que yo no debía haber contado nada a la maestra ni al pediatra… Quizá no debía haber dudado tanto de nuestra opinión sobre el niño. Pero, si ahora no hago una consulta contigo, me temo que la maestra se sentiría defraudada. Pero, por otro lado, al venir, estoy contrariando a la psicóloga del colegio, que fue quien nos dio la opinión más positiva y que más nos gusta, la verdad.

—¿Y quieres que yo haga una valoración de tu hijo, de Miguel?

—No, la verdad es que no.

—¿Y hacer un informe para la maestra?

—No. Sería un lío con la psicóloga.

—¿Y hablar con la psicóloga?

—No, no, por favor.

El terapeuta, después de un largo y enigmático silencio, respira profundamente y pregunta:

—Rosa, ¿de qué te gustaría que hablásemos en esta consulta?

—Te va a parecer raro…, pero por mí ya está bien. Me ha sido muy útil; no quiero molestarte más. ¡Ahora veo las cosas claras!

Retratos de resiliencia

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