Читать книгу Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988) - Valeria L. Carbone - Страница 10
ОглавлениеSin embargo, y como se destaca desde las páginas de The American Social History Project, lo cierto es que en el medio siglo después de la Reconstrucción, “las grandes masas de negros sureños no marcharon al ritmo de Washington o de Du Bois. Lo que sí hubo fue un movimiento organizado que enlistó a decenas de miles de negros sureños”, un gran movimiento de base que se conoció como la Gran Migración110.
La Gran Migración de afro-estadounidenses del sur (donde hacia 1900 se concentraba el 90% de la población negra, 80% de la cual vivía en zonas rurales111) a los centros urbanos del norte y oeste del país comenzó hacia 1890, como consecuencia del empeoramiento de las condiciones económicas producidas por la mecanización del agro y la crisis desatada por el declive de los precios agrícolas. Ello se conjugó con la incipiente industrialización y las mayores y mejores oportunidades laborales en regiones industriales, y la esperanza de un mayor grado de libertad fuera del sur. Poco después, el advenimiento de la primera guerra mundial ocasionó una importante escasez de mano de obra, consecuencia directa de la partida de miles de hombres al frente y de la interrupción del flujo de inmigrantes europeos, por lo que el sector defensa requirió cubrir ese déficit incorporando trabajadores a las Fuerzas Armadas y a las industrias de guerra. Entre 1910 y 1920, aproximadamente 500.000 negros migraron a centros urbano-industriales, en lo que fue la mayor migración interna de la historia de los Estados Unidos.112 Para estos negros, víctimas de un violento y arraigado sistema de segregación que regulaba todos los aspectos de sus vidas, ciudades como Detroit, Chicago o Newark aparecían como una suerte de “oasis”: disponibilidad de empleo, opciones de vivienda digna, posibilidad de ejercer más fácilmente sus derechos políticos y electorales. Pero la realidad terminó siendo otra.113
Esta Gran Migración comenzó, al mismo tiempo, a alterar las relaciones de dominación racial tanto en el sur como fuera de él. Jack E. Bloom afirma que, en el sur, los patrones raciales se formaron en un sistema económico que dependía absolutamente de mano de obra negra barata, abundante y fácil de controlar. Cuando la estructura de clases, sostenida en la ideología de supremacía de la raza blanca, fue reemplazada por otra que utilizaba otros medios para proporcionar mano de obra, “los patrones de dominación racial comenzaron a ser abandonados”114 para, podríamos agregar, ser reemplazados por otros. La Gran Migración y el crecimiento de un movimiento obrero negro, sumado al retorno de las tropas del frente a fines de la guerra, ocasionó un incremento de las tensiones raciales en ámbitos urbanos. Si bien la población negra siguió ocupando el escalafón más bajo del proletariado urbano y rural, y realizando los trabajos que los blancos no desempeñaban, la clase obrera blanca – temerosa ante las perspectivas de igualdad racial y competencia laboral – experimentó un fuerte sentimiento de rechazo ante la presencia de los trabajadores negros. El historiador Stanley Coben atribuyó este fenómeno a la intensificación de patrones de pensamiento nativista que pretendían hacer frente a la “ofensiva de razas inferiores y oscuras”, llevando a cabo una “cruzada por un americanismo puro”115. En esta “cruzada” los blancos pobres continuaron identificando sus intereses con los de la clase dominante, en función de solidaridades raciales particulares. Tanto en el norte como en el sur comenzaron a verse turbas de linchadores que, buscando preservar “la pureza de la raza blanca”, atentaron contra la vida, bienes materiales e instituciones de los negros en una oleada de violencia racial que se extendió desde finales de la década de 1910 hasta mediados de los años veinte.
La combinación de estos factores (el empeoramiento de las condiciones económicas hasta la crisis de 1929, la segregación socio-económica y la exacerbación de la conflictividad racial) llevó a que la comunidad negra desarrollara, en palabras de Francis Fox Piven y Richard Cloward, mecanismos de resistencia a la subordinación116. Protestaron contra la opresión (económica, política, social, cultural) de la que siempre habían sido objeto, lucharon en defensa de su derecho a trabajar y combatieron la discriminación en las agencias federales, en la industria y en las Fuerzas Armadas. En este contexto, fueron primordialmente dos las instituciones que canalizaron la resistencia y organización de la lucha afro-estadounidense: las iglesias negras y la NAACP.
Las iglesias permitieron el acceso a los recursos necesarios para llevar a cabo formas de resistencia colectiva. Como institución de referencia, se transformaron en el núcleo movilizador de las acciones de lucha. Le otorgaron al movimiento negro una base de masas organizada, un grupo de líderes económicamente independientes y con la autoridad moral y habilidad para manejar gran cantidad de recursos humanos y financieros, y centros de reunión donde planear tácticas y estrategias de acción colectiva.117 Además, le permitieron a la comunidad negra un manejo autónomo del establishment blanco, al constituirse en un excelente canal de información, tejiendo verdaderas redes sociales de iglesia a iglesia y de púlpito a fieles, necesaria para la organización de cualquier movimiento de masas. Robert Self indica que la particularidad de las iglesias negras residió en que era la institución más visible e influyente y “conjugó tanto objetivos integracionistas como una solidaridad interracial, combinando el espíritu de plena participación en la sociedad blanca dominante con el ethos del separatismo afro-estadounidense”118. Muchos procesos de movilización y resistencia surgieron desde las iglesias negras, sentando las bases para el rol central que adquirieron en la movilización de las décadas de 1950 y 1960, fiel reflejo del papel que históricamente habían representado en el seno de la comunidad afro-estadounidense.
La NAACP, por su parte, había sido fundada en 1909 para luchar contra la segregación y violencia racial. Apeló a la investigación, educación, acciones legales, debates y publicidad como recursos para impulsar la acción federal contra los linchamientos y a favor de los derechos de los negros. Sus tácticas de lucha por excelencia pasaron por la producción intelectual, a través de la publicación de la Revista Crisis (A Record of the Darker Races)119 y la apelación al sistema legal. En 1915, y luego de un largo proceso, la NAACP logró que la Corte Suprema de Justicia invalidara la Cláusula del abuelo, que prohibía votar a los negros sureños, y en 1921 – a pesar de que una táctica dilatoria impidió su promulgación en el Senado – consiguió la sanción de la primera ley anti-linchamientos jamás aprobada por la Cámara de Representantes. Las primeras filiales sureñas de la NAACP surgieron hacia 1918, pronto superando al norte en cantidad de afiliados y permitiendo que la organización alcanzar 91.000 miembros en 1919.120 Por necesidad, en el sur la NAACP estuvo íntimamente conectada con las iglesias negras. Como lugar de reunión, fuente de financiamiento y de figuras carismáticas y espirituales capaces de movilizar a gran cantidad de fieles, las iglesias proveyeron a muchos de los líderes de las filiales sureñas de la NAACP. Du Bois destacó que, a pesar de ser una organización biracial, los militantes y trabajadores siempre surgieron de las filas de la comunidad negra. Los activistas blancos nunca aportaron en gran medida, y los recursos financieros de la organización provinieron en un 90% de ingresos de trabajadores negros.121 Sin embargo, y a pesar de su gran cantidad de adherentes, la NAACP no logró organizar un verdadero movimiento de masas. Esto respondió tanto al miedo a posibles represalias como a la estructura burocratizada que la institución tenía, y la complejidad y lentitud de los procedimientos legales que terminaron por desalentar una mayor participación.
La población negra también optó por canalizar sus altos niveles de participación y militancia participando en otras organizaciones que surgieron en este período: la National Urban League (NUL), dedicada desde 1911 a la problemática laboral y social en el sector industrial; la popular Universal Negro Improvement Association (fundada en 1914 por Marcus Garvey, propugnó una política de autonomía y autosuficiencia económica de la población negra e impulsó el movimiento Back to Africa), la American Civil Liberties Union (1917), la Comisión de Cooperación Interracial (1919), el Harlem Renaissance (un movimiento artístico basado en Nueva York en la década de 1920 en el que artistas crearon formas de expresión que reflejaron tanto una fuerte crítica social como la voz e identidad afro-estadounidense), y la African Blood Brotherhood (que apuntó a organizar al movimiento obrero negro).
Hacia la década de 1930 se evidenció la complejidad de los cambios significativos que (como consecuencia de las transformaciones socioeconómicas y demográficas referidas, la labor de los líderes e instituciones negras, y el impacto de algunas de las políticas del New Deal para paliar los efectos de la Gran Depresión) se produjeron en las relaciones interraciales. En ellos tuvieron una gran influencia la creación del sector de derechos civiles en el Departamento de Justicia, la imposición por parte del Ministerio del Interior de cuotas raciales en los contratos de la Secretaría de Trabajo, el aumento del reclutamiento de negros para la Civilian Conservation Corps (un programa de obras públicas del gobierno federal) y el empleo de 100 de los mejores y más brillantes graduados universitarios afroestadounidenses en la burocracia del estado. A pesar de que agencias y departamentos federales continuaron con prácticas laborales segregacionistas122 y que las políticas y programas sociales del New Deal que alcanzaron a los negros lo hicieron más por su condición de pobres que por su raza, estos logros influenciaron positivamente para reforzar las bases de una conciencia política en la población negra, que cada vez en mayor medida luchó por sus derechos de sindicalización y de contratación en el sector público.
Con el advenimiento de la segunda guerra mundial y la reestructuración de la economía para orientarla a los tiempos de guerra, la creación de fuentes de trabajo en la industria bélica abrió la puerta a un nuevo e intenso proceso migratorio. La aceleración de la expansión económica, la absorción de mano de obra negra en el sector industrial y la situación de pleno empleo consecuente123, dieron lugar a importantes transformaciones socio-económicas. Pero no sólo ello. La guerra y la lucha contra el fascismo pusieron en primer plano la problemática racial y la trajeron al centro del debate político: la “democracia estadounidense” no era tal en tanto y en cuanto el sistema de segregación racial persistiese. De la misma manera, la población negra era sistemáticamente privada de sus derechos políticos y electorales gracias al terrorismo racial, a la violación de leyes constitucionales, al fraude y a la intimidación política, laboral y económica. A poco de la declaración de guerra e intervención directa de los Estados Unidos en el conflicto, los afroestadounidenses se abocaron masivamente a la campaña Double V for Victory: victoria sobre el fascismo en el exterior, y sobre el racismo y la segregación a nivel doméstico. Como observa Jacqueline Dowd Hall, los sucesos internacionales profundizaron la conciencia política de los negros estadounidenses, quienes denunciaron los paralelismos entre el racismo institucional en los Estados Unidos y el antisemitismo nazi, y se valieron del repudio al Holocausto para socavar el racismo en el país y obtener una condena mundial contra el sistema de Jim Crow124. Como se planteó en el panfleto ¿Por qué Marchar? (1941): “¿Para qué deben luchar los negros? ¿Cuál es la diferencia entre Hitler y ese tal Talmadge de Georgia? ¿Por qué debe segregarse a un hombre para morir por la democracia? Si no has conseguido la democracia para ti mismo, ¿cómo puedes llevársela a otro?”.125
Cuando el presidente Franklin Delano Roosevelt (1933-1945) finalmente firmó el Decreto Ejecutivo 8802 (Ley de Igualdad Laboral) que prohibió la discriminación en las industrias de defensa y agencias del gobierno federal, no lo hizo por propia iniciativa. Fue la militancia negra la que, aún antes de la declaración de guerra estadounidense a las Fuerzas del Eje, luchó para que el gobierno pusiera fin a la exclusión de trabajadores negros del sector defensa, y se aseguraran prácticas igualitarias de contratación laboral. De hecho, los esfuerzos de los trabajadores negros en este punto se remontaban a sus luchas en la década de 1930 en empresas como Ford, Dodge, Chrysler y Packard en Detroit para tener su propia representación sindical dentro de la United Auto Workers (UAW). La misma sirvió como trampolín para desafiar el statu quo racial y la discriminación laboral en las Fuerzas Armadas, en la industria bélica y en el movimiento obrero organizado. Esta fue la antesala a la convocatoria nacional a la “Marcha sobre Washington por Trabajo y Libertad” de 1941 (MOWM, por sus siglas en inglés) que – de la mano de la Brotherhood of Sleeping Car Porters (BSCP) y del legendario líder afro-estadounidense Philip A. Randolph126 – planeó movilizar a 100.000 trabajadores negros a la capital de la nación. Beth Bates considera que mientras que el MOWM y el Double V pudieron parecer simbólicos actos de resistencia, el espíritu que desataron frustró a la dirigencia sindical, que se enfrentó a un activismo inspirado por estas campañas que operó a través de redes ajenas al control del sindicato. Hacia junio de 1943, el “comportamiento militante” de las bases negras, en lugar de reflejar las directivas del sindicato, mostró signos de autonomía y apeló a la protesta política. “Tal comportamiento fue un desafío a la dirigencia obrera. Pero también se burló de los contratos de paz social entre la dirigencia sindical y el gobierno”127.
Ante la perspectiva de una multitudinaria manifestación afro-estadounidense que potencialmente consolidara un movimiento negro a nivel nacional, Roosevelt firmó el Decreto Ejecutivo 8802 y creó la Comisión de Prácticas Justas de Empleo. La Marcha sobre Washington fue suspendida, pero el movimiento prevaleció “para actuar como organismo de control de la Comisión de Prácticas Justas de Empleo y movilizar el activismo por los derechos ciudadanos” de los negros estadounidenses.128 En este contexto surgieron “coaliciones de raza-clase” como estrategia de resistencia. El rol de la BSCP fue un ejemplo de la aparición de un “sindicalismo de derechos civiles”, acompañado de un liderazgo sindical radical negro que para Dowd Hall, representó la decisiva primera fase del moderno movimiento por los derechos civiles.129 Esta fase se caracterizó por el enfrentamiento de trabajadores negros por un lado (quienes lucharon por asegurar y mantener sus puestos de trabajo), y trabajadores blancos y sindicatos por otro, quienes protagonizaron huelgas salvajes, paros, manifestaciones e incluso “huelgas de odio” (hate strikes) para mantener el statu quo de segregación racial laboral. En 1930, la revista The Crisis observó que “los trabajadores blancos, sindicalizados y no sindicalizados, han buscado una y otra vez prohibir el empleo de trabajadores negros, o limitarlos a trabajos no calificados o a aquellos puestos que ofrecen poca competencia directa”130.
En este marco, el partido comunista (CPUSA) jugó un rol decisivo. Durante las décadas de 1930 y 1940, el CPUSA impulsó la sindicalización de trabajadores negros, organizó a aparceros en Alabama y a obreros en Carolina del Norte, y propulsó la creación de sindicatos en actividades dominadas por afro-estadounidenses. En guetos del norte como Harlem (Nueva York) y en ciudades del sur como Chattanooga (Tennessee) y Atlanta (Georgia), lograron que blancos y negros trabajaran juntos en “Consejos para Desempleados”, en lo que probó ser un precedente muy importante para futuros esfuerzos de organización clasista interracial.131 En 1936, el CPUSA participó del National Negro Congress (NNC), una federación sindical que se constituyó en la organización negra más destacada de finales de la década de 1930: estableció cerca de 70 consejos regionales y locales que lucharon contra la discriminación en el mercado laboral, la vivienda, y el acceso a planes sociales. En ciudades como Boston, lograron el retiro de circulación de libros de texto con contenido racista, y en Washington D.C. se manifestaron contra la represión policial, logrando la creación de una junta ciudadana controladora. Pero gran parte del trabajo del NNC se concentró en la lucha contra el racismo y la segregación en el movimiento sindical, liderando la lucha de los trabajadores negros para incorporarse a sindicatos como los del tabaco, acero, portuarios, textiles, y hoteles y restaurantes.
A pesar del importante rol del CPUSA en la organización y movilización de trabajadores afro-estadounidenses y en el NNC, algunos consideraron que el rol de líderes y organizaciones blancas debía ser relegado en función de la solidaridad racial. En la primera convención del NNC en Chicago – que convocó a más de 5000 delegados de 585 agrupaciones –, Randolph (quien se transformaría en un acérrimo anti-comunista) proclamó: “los negros no deberían dejar la solución de sus problemas en manos de sus aliados blancos... ya que en un análisis final, la salvación de los negros, como de los trabajadores, debe venir de ellos mismos”132.
Hacia 1942 surgió otra organización cuyo destacado accionar se extendió hasta la década de 1970: el Congress of Racial Equality (CORE). CORE se caracterizó por apelar a estrategias de acción directa no violenta para forzar la integración racial de espacios públicos, escuelas y medios de transporte inter-estatal. El puntapié inicial lo dio con los Journeys of Reconciliation (antecesores de los Freedom Rides de los sesenta), una estrategia que apuntaba a poner fin a la segregación en los medios de transporte en el sur de los Estados Unidos. El primero se realizó en 1947, luego de que la Corte Suprema sentenciara la inconstitucionalidad de la segregación en el transporte interestatal.133 Lo que comenzó como un viaje de dos semanas a través de los estados de Virginia, Carolina del Norte, Tennessee y Kentucky terminó con varios de los viajeros (blancos y negros) arrestados y enfrentando largos procesos judiciales en su contra.
Tanto las nuevas posibilidades que la guerra dio a los afro-estadounidenses como las instancias referidas de activismo negro implicaron un punto de inflexión. Por un lado, dieron lugar a la mayor diversificación ocupacional dentro del sector industrial experimentada por los trabajadores negros en setenta y cinco años, y por primera vez muchos accedieron a puestos calificados y semi-calificados, lo que ofreció a trabajadores/as blancos y negros la oportunidad de trabajar uno al lado del otro.134 Por otro, esta interacción dejó entrever a los trabajadores negros como competencia laboral dado su acceso a puestos de trabajo que históricamente habían tenido vedados. Ello fue recibido con una fuerte resistencia por parte de trabajadores blancos (muchos de ellos veteranos que regresaron del frente para encontrar sus espacios laborales ocupados por negros y mujeres), quienes protagonizaron huelgas salvajes, paros, protestas, marchas, e incluso revueltas raciales en pos de un retorno al statu quo laboral pre-bélico. A pesar de ello, la población negra, lenta pero inexorablemente, continuó con su lucha y resistencia, logrando importantes progresos en el plano jurídico-legal.
El movimiento negro durante su “fase clásica”
La continua lucha de los afro-estadounidenses contempló reclamos por la igualdad e integración laboral, programas de construcción de viviendas, el fin de la segregación residencial y sindical, la guetización de barrios negros y programas contra la pobreza, logrando durante el gobierno de Harry Truman (1944-1952) importantes conquistas a nivel del ejecutivo. Luego de las numerosas protestas ante la decisión del Congreso de eliminar la Comisión de Justas Prácticas de Empleo, se adoptaron medidas que reconocieron las demandas de los negros: se designó a numerosos afro-estadounidenses en importantes cargos públicos, se intervino en casos judiciales a favor de litigantes negros, se creó la Comisión presidencial de derechos civiles, y se reforzó la división de derechos civiles del Departamento de Justicia. Finalmente, en 1948 Truman firmó la tan esperada Orden Ejecutiva 9981 que decretó la tan mentada integración de las Fuerzas Armadas135. Luego de años de gestiones de la NAACP, la Corte Suprema confirmó el derecho de los negros de comer en vagones-restaurante integrados de los ferrocarriles, les permitió empadronarse y votar en las “primarias blancas” de los estados del sur, y autorizó su inscripción y admisión en instituciones de educación superior que recibieran financiamiento federal. A pesar de todo ello, a mediados del siglo XX, los negros continuaban siendo objeto de segregación obligatoria en el sur, y en toda la nación se encontraban muy retrasados en materia de empleo, educación, vivienda, ingresos y salud. Esto puso de manifiesto que los progresos logrados por los afro-estadounidenses venían “de abajo”: eran resultado pura y exclusivamente de la militancia e iniciativa negras, más que “de arriba”, de la labor del Gobierno Federal.
Más allá del incremento del 2% (1940) al 12% (1947) de ciudadanos negros empadronados para votar136, los últimos años de la década de 1940 y principios de 1950 fueron un período de “letargo” para temas vinculados con los derechos de la población negra, sobre todo en el contexto de la Guerra Fría, la persecución macartista y la lucha global contra el comunismo. Cualquier intento de cambio socio-político o de desafío al statu quo fue calificado de radical, subversivo o comunista, incluyendo el accionar de sindicatos y de las principales organizaciones negras de derechos civiles. Cerca de un millón de trabajadores fueron expulsados de sindicatos socialistas y comunistas, sus dirigentes encarcelados y cualquier manifestación crítica o de resistencia vista como una infiltración del comunismo que había que erradicar. En este marco, las pocas decisiones que el gobierno federal adoptó, si bien de carácter nominal, contribuyeron a legitimar la lucha afro-estadounidense. La más relevante fue la decisión de la Corte Suprema en el caso Brown contra la Junta de Educación de Topeka, Kansas (1954). La NAACP, como parte de su campaña contra la segregación racial, había presentado una serie de demandas colectivas desafiando la constitucionalidad de la segregación en las escuelas públicas de Kansas, Carolina del Sur, Virginia, Delaware y el Distrito de Columbia.137 En 1954, en su sentencia final, la Corte declaró que la segregación racial tenía un efecto perjudicial sobre los niños negros, porque los establecimientos educativos “para negros” se encontraban – en materia de recursos económicos y calidad educativa – en absoluta desigualdad e inferioridad con respecto a instituciones “para blancos”. Las escuelas segregadas no ofrecían igual educación y no podían hacerlo porque la segregación implicaba la negación per se de la igualdad ante la ley:
La segregación de niños en las escuelas públicas sólo con fundamentos en la raza, aunque los servicios físicos y demás factores tangibles puedan ser iguales, ¿priva a los niños del grupo minoritario de iguales oportunidades educativas? Creemos que, en efecto, así sucede. (…) Separarlos de otros niños de la misma edad y condición solo en virtud de su raza, da origen a un sentimiento de inferioridad respecto a su status en la comunidad que puede afectar sus corazones y sus mentes de un modo que probablemente nunca pueda repararse. (…) Concluimos que, en el ámbito de la educación pública, la doctrina “separados, pero iguales” no tiene lugar. Los servicios educativos separados son esencialmente desiguales. (…) Tal segregación implica la negación de la protección igualitaria de las leyes (Enmienda 14).138
La Corte determinó que la segregación en la educación pública elemental era inconstitucional, por lo que la Junta Escolar de Topeka debió integrar racialmente sus escuelas primarias. Sin embargo, en gran parte del país (sobre todo en el sur) la sentencia fue ignorada. Un año después, la Corte debió emitir una “orden de ejecución” en la que ordenó un “comienzo pronto y razonable en dirección al pleno cumplimiento” de la sentencia y llevarla a cabo “con toda deliberada rapidez”. Reivindicando un derecho constitucional para luego dilatar su ejercicio, la Corte se negó a fijar una fecha límite y autorizó demoras en su implementación.
Inmediatamente estalló un movimiento de resistencia y oposición de la población blanca que por medios legales pero particularmente no tanto, intentaron impedir el ejercicio de la sentencia demostrando que una serie de medidas judiciales no serían suficientes para desmantelar el sistema de Jim Crow139. A pesar de ello, la relevancia del caso Brown radica en que puso en tela de juicio todo el sistema de segregación y la ideología racial que lo sustentaba. Así lo entendió Thomas Waring, editor del periódico Charleston News and Curier quien luego de conocida la sentencia afirmó: “fue un shock para los sureños que se les dijera que la forma en que se habían manejado durante años, lo que conocían y por lo que habían librado una guerra (civil), ya no era aceptable para el país en su conjunto”140.
El caso Brown estableció bases sólidas para un movimiento que apuntó a desestructurar el sistema de Jim Crow (el movimiento afro-estadounidense por los derechos civiles) y otro de resistencia para preservarlo (el movimiento de los supremacistas blancos) que condujo a los años de mayores enfrentamientos y violencia racial que los Estados Unidos conocieron. A partir de entonces la marcha del movimiento negro se aceleró. En 1955 la población negra tomó las calles y adoptó estrategias de acción directa colectiva en forma masiva, al llevar adelante exitosamente un boicot de más de un año de duración a la segregación racial en los autobuses. El “boicot de Montgomery” (Alabama) de 1955-1956 se constituyó en un episodio “fundacional” no sólo por los resultados obtenidos y la enorme difusión nacional e internacional que alcanzó, sino porque sentó la pauta del “estilo y estado de ánimo del gran movimiento de protesta que atravesó el sur durante diez años”141. Sus formas de organización, su alto grado de coordinación, acatamiento y efectividad, y la fe de sus adherentes en la justicia que encerraba su reclamo, atrajeron la atención, el apoyo y rechazo de una nación polarizada por los cambios que esto significó para el statu quo racial.142
A partir de entonces, el movimiento afro-estadounidense adquirió ímpetu: los negros marcharon en las calles, se afiliaron masivamente a organizaciones que luchaban por sus derechos, se sindicalizaron y empadronaron para votar. El concepto de “protesta social no violenta” guiada por valores morales y espirituales cristianos que sirvió para apuntalar al movimiento, se configuró en la práctica en la adopción de una forma ideológica propia y singular: el New Negro. La conciencia del nuevo negro143 fue in crescendo al igual que sus expectativas socio-políticas como ciudadanos. El proceso de movilización, lucha y resistencia negra para lograr la integración racial de las escuelas, poner fin a la segregación en los espacios y servicios públicos, y obtener irrestrictos derechos electorales se intensificó, ante una violenta y acérrima oposición institucional y en las calles de parte de funcionarios y grupos supremacistas. En respuesta, la población negra protagonizó sitins144, freedom rides145, boicots económicos, piquetes, arrestos masivos, campañas de empadronamiento electoral, huelgas de inquilinos, peregrinaciones y marchas, cuyo epítome fue la multitudinaria Marcha sobre Washington de 1963, año en el que el Departamento de Justicia llegó a registrar 1412 demostraciones en tan sólo tres meses146.
La comunidad negra apeló así a toda una plétora de tácticas para desafiar al sistema de una manera decisiva, forzando la sanción por parte del Congreso de importantes y resistidas leyes: la ley de derechos civiles de 1964 y la ley de derecho al voto de 1965. La ley de derechos civiles amplió la autoridad del Gobierno Federal para poner fin a la segregación y discriminación en espacios públicos y en el mercado laboral, autorizando la creación de un Comité de Igualdad de Oportunidades Laborales y eliminando o recortando fondos a dependencias locales y estaduales que incurrieran en prácticas discriminatorias. Por su parte, la ley de derecho al voto, considerada una de las más importantes de la historia de los Estados Unidos147, vino a reforzar la ley de 1964 y buscó, específica y necesariamente, eliminar los impedimentos y barreras legales que desde fines del siglo XIX imposibilitaban el ejercicio de un derecho constitucional electoral de grupos raciales o étnicos: prohibió las pruebas de alfabetización y los impuestos como requisito para empadronarse, y ordenó la fiscalización federal de los procesos de empadronamiento en lugares “con una larga tradición de discriminación racial”148.
Si bien la ley electoral ordenó la participación irrestricta de afro-estadounidenses en política electoral, su entrada en vigencia no fue rápida ni sencilla. Fueron los líderes y militantes los que forzaron su ejercicio. Como pronunciase el militante Henry Austan allá por 1967: “si bien ahora legalmente tenemos el derecho a votar (hemos legalmente tenido ese derecho por 100 años) aún nos queda el problema de empadronarnos, y después de empadronarnos, el de vivir lo suficiente como para ejercer ese derecho”149. La labor del movimiento negro logró que de un 20% de afro-estadounidenses empadronados en 1952, el número ascendiese a 40% en 1964 y a 60% (3 millones) en 1968, alcanzando – a tan solo 3 años de sancionada la ley – el mismo porcentaje de electores blancos empadronados.150
Después de la sanción e implementación de estas leyes, muchos esperaron que las demandas afro-estadounidenses hubieran alcanzado su techo en lugar de intensificarse, por lo que la violencia recrudeció. Como evidencia el siguiente testimonio de un miembro de uno de los tantos “Consejo de ciudadanos blancos” esparcidos por el sur, las leyes no habían hecho mella en la cosmovisión racial existente: “Para muchos la tierra aún está formada por dos culturas: una blanca y otra negra. Conviví con ambas toda mi vida. Pero ahora dicen que los maltratamos [a los negros] y que tenemos que cambiar, y las cosas están cambiando más rápido de lo que esperaba. Nos piden que actuemos de acuerdo con una nueva forma de ver las cosas, y eso no es fácil”.151
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El proceso de lucha y resistencia afro-estadounidense y las conquistas obtenidas no necesariamente produjeron modificaciones o alteraron la ideología racial, siquiera abrieron la puerta a transformaciones sustanciales de un sistema socio-económico estructuralmente desigual. De la misma manera, ¿qué confianza podían tener los afro-estadounidenses en un sistema político que (aún considerando las elecciones como mecanismo idóneo para producir cambios) había históricamente encontrado incontables formas de mantenerlos excluidos y considerado esas prácticas no sólo legales sino constitucionales?
A pesar de ello, la creencia general de políticos progresistas y conservadores de que las leyes sancionadas en 1964 y 1965 mágicamente transformarían a los Estados Unidos implicó que la continuidad del movimiento afro-estadounidense fuese cuestionada y puesta en tela de juicio. La pregunta que nos hacemos es ¿cómo se encauzó el movimiento de protesta cuando se hizo evidente que la vía electoral no era ni sería suficiente para canalizar las demandas insatisfechas de los afro-estadounidenses?
Como referimos previamente, el proceso de lucha comprendido entre los años 1954 y 1965 representa “la época heroica” o “fase clásica” del movimiento por los derechos civiles tanto en la memoria colectiva como en la historiografía. Sin embargo, tal caracterización elimina el protagonismo de organizaciones e importantes figuras (algunas de las cuales simultáneamente participaron del movimiento de maneras más tradicionales) que fueron más allá de la lucha por los derechos civiles y reclamaron por cambios radicales y estructurales del sistema, como el Poder Negro.
En lugar de ser considerado una alternativa, el Poder Negro pasó a ser el chivo expiatorio responsable del fin del movimiento negro.152 En 1966, el periódico negro Bay State Banner dedicó un artículo a definir apropiadamente qué era, qué no era y qué implicaba ese fenómeno “radical” que parecía expandirse entre militantes y activistas:
Pocos comprenden lo que Black Power significa. Da la impresión de que “poder” significa fuerza y “negro” significa “negro racista”. Entonces, lo que se infiere es que una “fuerza negra racista” se enfrentará agresiva y violentamente al hombre blanco. Nada podría estar más alejado de la realidad… Floyd McKissick, Secretario Ejecutivo del CORE, declaró: Black Power no es sinónimo de “supremacía negra”, no implica la exclusión de los estadounidenses blancos de la revolución negra, no pregona la violencia, ni la incitación a la violencia. Black Power no sugiere un curso de acción específico. Más bien, es el lema de una nueva filosofía. Es el llamado al despertar de la “conciencia negra”. Es el himno a la “negritud”. Black Power significa que los negros en los Estados Unidos han comenzado a buscar soluciones al problema de la raza dentro de sí mismos, soluciones que requerirán del exitoso accionar negro en lo social, en lo político y en lo económico, en lugar del aporte voluntario de los blancos. (...) El Black Power les permitirá a los negros luchar por aquello que tienen el poder de tomar. Claramente, Black Power implica la pérdida de Poder Blanco. Rara vez el poder es cedido voluntariamente. Es de esperar que muchos blancos, incluso los progresistas, no vean con buenos ojos esta nueva política.153
Si bien la noción de Poder Negro no era nueva en términos históricos, fue a mediados de la década de 1960 que fue “recuperada” y popularmente aceptada, convirtiéndose en antónimo del integracionismo.154 Siguiendo a Peniel E. Joseph, uno de los principales historiadores que se han dedicado al estudio de este movimiento, los partidarios y militantes del Poder Negro pregonaron “una nueva conciencia militante de la raza que ubicó a la identidad negra como el alma de un nuevo radicalismo” que apuntó a una total transformación social.155 Lucharon por el control de las escuelas, por la implementación de programas de estudios afro-estadounidenses, por programas sociales y contra la pobreza, por la reforma del sistema penitenciario, por empleo y el empoderamiento político de pobres y grupos étnicos, y por la reforma del sistema económico. Relacionaron las demandas y objetivos de lucha a nivel doméstico con los movimientos anti-colonialistas y anti-imperialistas del Tercer Mundo y con los movimientos de liberación africanos, convirtiéndolos en temas de interés central para el movimiento negro estadounidense. A pesar de ello, en el imaginario popular, el Poder Negro quedó reducido a su asociación con la promoción de la autodefensa armada y en tanto tal, como la causa de la fractura interna del movimiento.
En 1967, el Student non-violent coordinating committe (SNCC), una popular organización de jóvenes militantes que había surgido del seno del movimiento por los derechos civiles156, decidió la expulsión de todos sus colaboradores blancos y rompió lazos políticos con los liberals y los gobiernos demócratas de John F. Kennedy y Lyndon Johnson.157 Stokely Carmichael y Charles Hamilton explicaron que esta ruptura respondió a que los negros en los Estados Unidos eran objeto de colonialismo interno, siendo el colonialismo la máxima expresión del racismo institucional ejercido por los blancos. Por ello, debía realizarse
un llamado a los negros de este país para unirse, para reconocer su herencia, para construir un sentido de comunidad. Es un llamado a los negros para comenzar a definir metas propias, dirigir y apoyar sus propias organizaciones. Es un llamado a rechazar las instituciones y valores racistas de esta sociedad. El concepto de Black Power se basa en una premisa fundamental. Antes de que un grupo ingrese en la sociedad, debe primero cerrar filas. Es decir, la “solidaridad de grupo” es necesaria como elemento de negociación [...] No significa meramente que los negros ocupen cargos públicos. “Visibilidad negra” no es sinónimo de Poder Negro… El poder debe ser el de la comunidad y emanar de allí.158
A pesar de tan claros términos, algunos – tanto dentro como fuera del movimiento negro – optaron por hacerse eco de la caracterización de los sectores conservadores que catalogaron al Poder Negro como sinónimo de “poder anti-blanco”, separatismo y racismo negro. Pero curiosamente, la noción del Poder Negro devino, sin pretenderlo, en sumamente atractiva para los conservadores que lo denunciaban. Richard Nixon (1969-1974) comenzó a impulsar la idea del Poder Negro como la vía para fomentar el desarrollo de un capitalismo negro y crear una poderosa y pujante clase media negra, convirtiéndolo tanto en el eje de su gobierno como en el nuevo mantra de la derecha. Peter H. Prugh, del Wall Street Journal, destacó como esta “controvertida” idea, que solía poner los pelos de punta a la derecha y a la izquierda, terminó por aunar al pensamiento conservador.159 Esta relectura y reescritura de la noción de Poder Negro logró institucionalizarse, y con ello, desvirtuarse: para 1968 había perdido parte de su significado y dejaba lugar a la idea de un capitalismo negro impulsado desde arriba.160
El Poder Negro contribuyó al fortalecimiento y preeminencia de las nociones de solidaridad racial e influyó visiblemente en las luchas de las comunidades latina, asiática, indígena e incluso de blancos pobres, dando origen a un nacionalismo étnico radical y a nuevas construcciones sobre la identidad racial que contaron con un potencial increíble para la movilización política y la resistencia de distintos grupos étnicos/raciales.161 Sin embargo, al mismo tiempo atentó contra la noción de solidaridad de clase y, con ello, contra la lucha de clases en sí misma al fragmentar a los sectores populares según solidaridades raciales.
Con el Poder Negro, el movimiento negro adoptó distintas vertientes y formas de expresión. Recurriendo nuevamente a la caracterización de Marable, hacia mediados de los sesenta la lucha de los afro-estadounidenses se caracterizó por la recurrencia a una miríada de “tendencias estratégicas”:
El integracionismo se reflejó en el accionar de organizaciones como la NAACP y NUL.
Agrupaciones como la Southern Christian Leadership Conference (SCLC, presidida por Martin Luther King, Jr. y otros ministros religiosos negros desde 1957) o CORE adoptaron posiciones más “de centro”. Si bien sus objetivos ulteriores fueron la destrucción del sistema de Jim Crow y otras formas de segregación, la integración al sistema y la adquisición de derechos políticos, sus estrategias se alejaron de los canales legales o institucionales, y apelaron a la protesta social en las calles y las movilizaciones masivas y populares de los sectores cuyos intereses representaban (mayormente de clase media, profesional y estudiantil).
El transformacionismo apeló a la movilización y organización de base de sectores populares afro-estadounidenses, en la que la figura de los líderes quedó subordinada a la lucha comunitaria de base. Estuvo representada en el accionar de organizaciones como el SNCC, el nacionalismo negro, y las diferentes tendencias dentro del Poder Negro. Marable identifica cinco sub-tendencias que, a su entender, reflejaron las contradicciones existentes al interior del Poder Negro:162
Nacionalismo negro conservador o capitalismo negro: adoptado por empresarios y ejecutivos negros que tenían fuertes lazos con el establishment económico y el Partido Republicano. Pregonaron que los negros debían ser propietarios de sus propios negocios, emplear exclusivamente mano de obra negra, y comerciar con miembros de su comunidad para desarrollar un “verdadero capitalismo negro”.
Nacionalismo cultural: se enfocó en recuperar la “identidad y raíces africanas” de los afro-estadounidenses. Dio lugar al influyente Black Arts Movement.
Nacionalismo religioso negro: encabezado por el teólogo James Cone, el Reverendo Albert Cleage y su Church of the Black Madonna, y Louis Farrakhan, líder de la Nación del Islam en la década de 1970. Buscó fusionar religión y política, utilizando a la primera en función de la segunda.
Nacionalistas revolucionarios: como los Panteras Negras, los militantes negros del CPUSA y la League of Revolutionary Black Workers (LRBW), que aglutinó a distintas organizaciones obreras negras radicales principalmente del sector automotriz de Detroit.
Los funcionarios electos y políticos negros, y los miembros del Caucus Negro del Congreso (CBC).
“Llegaremos a la Tierra prometida”: El movimiento negro como proceso de continuidad 163
Considerando que, como hemos planteado, la raza es una construcción producto de un momento histórico determinado, originado por causas históricas específicas, y consecuentemente sujeto a cambios y transformaciones; y que el racismo adoptó formas institucionales particulares (esclavitud, el sistema de Jim Crow), nos encontramos con que el movimiento negro por los derechos civiles (al igual que la revolución de independencia y la guerra civil) atentó contra un arraigado sistema de creencias y prácticas en cuyo mantenimiento el gobierno se encontraba profundamente implicado. Una vez más, el racismo estadounidense sufrió transformaciones en sus prácticas institucionales, se reconfiguró y adoptó formas que permitieron su pervivencia. Desde el establishment, el objetivo principal pasó a ser el de “institucionalizar” al movimiento, integrarlo al sistema, canalizar las energías e insatisfacción de los que protestaban en las calles hacia formas de comportamiento político más “legítimas” y menos perturbadoras, esfuerzo que se tradujo en ofrecer incentivos a los líderes. En otras palabras, cooptarlos.164
En esta instancia, uno de los interrogantes que nos planteamos es: ¿qué desafíos implicó el movimiento afro-estadounidense y sus conquistas para el racismo institucional y el statu quo racial norteamericano? Considerando que implicó un cambio revolucionario para la destrucción legal del sistema de Jim Crow y sacudió los fundamentos ideológicos que históricamente lo habían sustentado, creemos que estas victorias legislativas y la progresiva cooptación de algunos sectores del movimiento165 no significaron el fin de la lucha y la militancia, en tanto no implicaron el fin del racismo, de la ideología racial y de sus formas institucionales más arraigadas.
Si bien el fin legal de la segregación y las políticas de integración racial permitieron mayores oportunidades para los afro-estadounidenses en el ámbito político, social y económico, el movimiento negro no puso fin al racismo institucional característico del estado y la sociedad estadounidense. Lejos de ello. Lo que permitió fue, por un lado, comenzar a reconfigurar algunas de sus más arraigadas prácticas a nivel estructural y superestructural. Por otro, y dado que el movimiento no luchó contra el racismo en sí mismo sino para modificar las prácticas institucionales que mantenían el sistema de opresión del que los afro-estadounidenses eran objeto, la ideología racial encontró espacios y formas que le permitieron readaptarse a los cambios históricos, en un intento de preservar el statu quo racial. Siguiendo a Marable, la integración dentro de la estructura económica del capitalismo creó símbolos de progreso racial e interacción cultural sin transferir poder a los afro-estadounidenses como grupo racial o dar lugar a la de-construcción de manifestaciones racistas ideológicas y discursivas. El sistema de Jim Crow ya no existía, pero en su lugar apareció un sistema formidable de dominación racial, arraigado en la economía política y empleando un lenguaje de justicia e igualdad, al tiempo que se erosionaban los logros alcanzados por los negros.166
Consecuentemente, en la etapa que se despliega a continuación, las tácticas y estrategias de lucha y la retórica contra ese sistema también debieron reconfigurarse. La línea a seguir podemos encontrarla en las palabras que el militante y líder Henry Austan pronunció en 1967, en el marco del movimiento por la integración y la igualdad educativa en Boston:
El movimiento por los derechos civiles ya no puede responder las preguntas que enfrentan los negros en este país... la lucha por los derechos civiles fue originalmente una protesta de la burguesía negra contra la estructura de poder, nunca fue planteada a la estructura de poder por parte de las bases, de los negros de los guetos, los que están atrapados, los que realmente tienen un problema… los habitantes de los guetos, que ahora dicen denme algo de comer, un lugar donde quedarme, un trabajo… esas son las cosas que los Estados Unidos son incapaces de ofrecer en este momento.167
Dado que es justamente la pervivencia del racismo institucional lo que permitió la (re)producción de la ideología racial y la relación dialéctica entre racismo, raza y clase, a continuación, analizaremos las formas que adoptaron después de 1968 para dilucidar cómo el movimiento negro respondió a esa reconfiguración a partir de distintas formas de organización social y resistencia de base. Examinaremos los elementos de continuidad y ruptura con el devenir que el movimiento experimentó entre 1954 y 1965, centrándonos en las luchas y objetivos definidos por los nuevos (y no tan nuevos) movimientos de base que prevalecieron entre 1968 y 1988. Nos enfocaremos tanto en las particularidades y especificidades de movimientos que tuvieron lugar en distintos puntos del país cuyas complejidades temporales, geográficas, demográficas e ideológicas los convirtieron en procesos destacables; como en sus interconexiones, similitudes y diferencias en cuanto a objetivos, tácticas, estrategias e ideología. A partir de ello, veremos el desarrollo de un proceso de movilización y resistencia permanente de la comunidad negra estadounidense a nivel nacional, que se desarrolló a nivel local y regional, en grandes y pequeñas ciudades, y que fue más vasto, complejo y extenso que lo que la historiografía ha evidenciado. Así, intentaremos mostrar la simbiosis que existió entre los movimientos locales y el proceso de movilización a nivel nacional, y cómo los mismos estuvieron atravesados por la interconexión de las determinantes nociones de racismo, raza y clase.
Es a partir de 1968 cuando la interrelación entre estas nociones se evidencia y revela de formas mucho más complejas que en períodos anteriores. Teniendo en cuenta que “una ideología debe crearse y verificarse constantemente en la vida social; de lo contrario muere, aunque parezca estar encarnada en un formato que pueda transmitirse de arriba hacia abajo”168, es a fines de la década de 1960 que el racismo, la ideología racial y la raza aparecen como elementos que determinan y transforman tanto solidaridades raciales como de clase. La raza no es sólo una categoría impuesta a un determinado grupo, sino una categoría de (auto)identificación y “lugar de resistencia”. Y es en “la raza como lugar de resistencia” donde vemos esta dialéctica y su reconstitución como anclaje de lucha por el poder político, social, económico e ideológico. Apelando a las ejemplificadoras palabras de Carmichael, “Dado que el color de nuestra piel ha sido utilizado como arma para oprimirnos, debemos usarlo como arma de liberación. (...) Ello, unirnos en torno a la raza, ha sido parte inevitable de nuestra lucha”.169
A continuación, analizaremos cómo la comunidad negra en distintas regiones del país entendió la interrelación entre las nociones que nos competen, y las utilizaron para modelar y definir las demandas, objetivos y estrategias que tenían más sentido no sólo en el contexto de sus comunidades locales, sino para la lucha de la población negra estadounidense en su conjunto.