Читать книгу Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988) - Valeria L. Carbone - Страница 8
ОглавлениеIntroducción
La historia de los negros estadounidenses desde 1619 hasta la actualidad ha sido una historia de protesta.
Philip Foner, 19701
Resistir es propio de la naturaleza de los negros. Dada nuestra historia, lo llevamos en la sangre. Desde la Revolución Haitiana hasta el movimiento abolicionista o el movimiento por los derechos civiles del siglo XX, hemos luchado y muerto en busca de justicia e igualdad. La lucha debe continuar, y con renovado vigor.
The Black Radical Congress, 19992
Casi medio siglo después de la sanción de la Ley de Derecho Civiles (1964) y la Ley de Derecho al Voto (1965), los estadounidenses eligieron al primer presidente negro de su historia. Poco después de la elección de Barack Obama en 2008, Mark Potok, Director del Intelligence Project del Southern Poverty Law Center, una organización que desde 1971 se dedica a monitorear incidentes, delitos, crímenes raciales, y actividades de grupos neo-nazis y supremacistas en los Estados Unidos, declaró que una oleada de episodios de violencia protagonizados por “un importante número de estadounidenses blancos que sienten que están perdiendo todo aquello que conocen, que les están robando el país que los padres fundadores construyeron”, se había sucedido en varias regiones del país.3
La elección de Obama dio pie a que grupos conservadores adujeran que, finalmente, la estadounidense era una sociedad que ya no hacía diferencias en base al color de la piel, en alusión a una de las más famosas enunciaciones del célebre intelectual afro-estadounidense W.E.B. Du Bois en la que afirmara que el problema de los Estados Unidos del siglo XX sería “el problema de la línea de color”.4 Para ellos, la elección de un presidente negro en un país con tan larga y conflictiva historia de luchas raciales, constituía una clara evidencia del triunfo de las reivindicaciones del movimiento negro, y prueba fehaciente de que las políticas pro-derechos civiles y de acción afirmativa podían ser eliminadas por innecesarias.5
Seis meses después de que Obama diera su discurso inaugural en enero de 2009, el canal HBO emitió por primera vez el documental que se constituyó en el disparador del presente libro: Prom Night in Mississippi.6 El controvertido film muestra las vicisitudes de un grupo de estudiantes de la escuela secundaria Montgomery County (Charleston, Mississippi) quienes, aún a principios del siglo XXI, luchaban por poner fin a una arraigada tradición: la celebración de bailes de egresados segregados. Fue recién en 1970, diez y seis años después de la decisión de la Corte Suprema de Justicia en el caso Brown contra la Junta de Educación de Topeka, que determinó que la segregación racial en el sistema de educación pública era inconstitucional, que la ciudad de Charleston admitió a estudiantes negros en su escuela secundaria. Ese mismo año, padres de estudiantes blancos se negaron a realizar un baile de egresados integrado, iniciando una “tradición” que fue perpetuada por los miembros de la Junta Escolar y padres de camadas posteriores. Si bien este tipo de separación institucional entre estudiantes negros y blancos parece una excepción más que la regla, ciertamente no representaba un fenómeno aislado.7
El documental se remonta al año 1997, cuando el actor Morgan Freeman, nativo de Mississippi, ofreció a los estudiantes de Montgomery County financiar la fiesta de egresados si accedían a celebrar un único baile integrado. En ese momento, su propuesta fue rechazada. En 2008, reiteró el ofrecimiento, convirtiéndose en un desafío aceptado por estudiantes y autoridades escolares. El film, dirigido por Paul Saltzman, realiza un recorrido de las semanas previas al evento, mostrando el entusiasmo de algunos, la aprehensión de otros, el rechazo de muchos y la cautela de toda una comunidad. Una de las cuestiones más evidentes que el film refleja es la vigencia de la realidad del racismo y de la raza, y el total rechazo a la posibilidad de integración racial o amalgama social. Ciertas afirmaciones reflejan el racismo inherente a las estructuras de poder de una sociedad construida sobre la base de la ideología de supremacía de la raza blanca: “mi padre me dijo que no me juntara con negros y que, si me encontraba con ellos, me molería a golpes”; “hay gente aquí que deshonrarían a sus hijos si ellos tratasen de cambiar las cosas. Muchos padres lo harían, no sólo uno o dos”; “no criamos a nuestra hija para que asista a bailes integrados”; “no vamos a permitir que un negro manosee a nuestra hija”; o la más memorable, “mi abuela siempre decía que los hombres nacen diferentes por una razón, y que si comenzamos a integrarnos las individualidades desaparecerán y todos seremos lo mismo. Si ese fuese el deseo de Dios, si ese fue el plan de Dios, nos habría hecho a todos iguales”.
Si bien Freeman llega a Charleston determinado a “poner fin” a esta tradición, y no a descifrar su origen o pervivencia,8 creemos que es necesario explicar y entender cómo una tradición originada en la década de 1970, cuando el movimiento por los derechos civiles se perfilaba como una supuesta “victoria ideológica” sobre el racismo de la sociedad estadounidense, persistía aún treinta años después. Esto evidencia que, como afirmara la historiadora Barbara J. Fields, la determinación de preservar a la nación en tanto país de “hombres blancos” ha sido “un tema central en la historia de los Estados Unidos, no solo del sur. El racismo ha sido nuestro defecto más trágico. Cuestiones relacionadas con el color y la raza han ocupado un papel central en los más importantes hechos históricos y los estadounidenses aun padecen sus más explosivas y desagradables consecuencias”.9 Lo que esto pone de manifiesto es la centralidad de las nociones de racismo y de raza, su papel decisivo tanto en el devenir histórico estadounidense como en el desarrollo de la lucha de clases, y su vigencia en la construcción de las relaciones políticas y socio-económicas de los Estados Unidos.
En líneas generales, esta obra se propone analizar la interrelación y centralidad de las nociones de racismo, raza y clase, destacando su relevancia para el devenir del proceso de lucha y resistencia de los afro-estadounidenses, sobre todo en la etapa que se desarrolla a partir del año 1968. Nos centraremos en la reconfiguración del movimiento negro luego del período de mayor movilización y protesta social en las calles que el siglo XX estadounidense vivió: el que tuvo lugar desde mediados de la década de 1950 y a lo largo de la de 1960.
El marco temporal corresponde a los años 1968-1988. El año 1968 representó para los Estados Unidos un punto de inflexión. Cómo referiremos en el capítulo 1, durante el año 1968 se produjeron los mayores disturbios y revueltas protagonizadas en su mayoría por la población negra de los guetos urbanos del norte y oeste del país. Es el año de la publicación del polémico Informe Kerner sobre las causas más profundas de estas revueltas que venían azotando al país desde 1964. Es el año del impactante asesinato del referente del movimiento negro, el Dr. Martin Luther King, Jr., y más tarde, del de Robert Kennedy, precandidato a la presidencia por el Partido Demócrata y Senador pro derechos civiles. Ese año vio también la sanción de la tan reclamada Ley de Justicia en la Vivienda y la consecución de la multitudinaria Campaña de los Pobres. Finalmente, es el año de la derrota de la coalición demócrata en las elecciones presidenciales, con la victoria del republicano Richard Nixon. A partir de entonces, se inició un período de inexorable avance del conservadurismo político y del liberalismo económico, y una feroz reacción a las victorias logradas por el movimiento negro, que se reflejaron en el desmantelamiento del Estado de Bienestar (conformado en la década de 1930, en el marco de la Gran Depresión y el gobierno de Franklin Delano Roosevelt) y la consolidación de una nueva estructura social de acumulación10 con el Reaganismo (1981-1989).
Algunas de los interrogantes que orientaron este trabajo fueron los siguientes: ¿Cómo se encauzó en las décadas de 1970 y 1980 la gran movilización y protesta social afroestadounidense de 1950-1960? ¿Cómo se reconstituyó el movimiento por los derechos civiles en el período que se abre a partir del año 1968? ¿Es atinada la referencia de la historiografía dominante sobre la “institucionalización” del movimiento para caracterizar todas las formas de lucha de la comunidad negra de las décadas de 1970 y 1980? ¿o podemos identificar un proceso de continuidad en las formas de lucha, tácticas y estrategias desarrolladas en años posteriores? ¿Cuáles fueron las demandas del/los movimiento/s afroestadounidense/s del período 1968-1988? ¿Podemos identificar elementos de continuidad y ruptura con el proceso de lucha de años anteriores? ¿Cómo influyen las nociones de racismo, raza y clase en la configuración y desarrollo de este proceso histórico?
Así, esta obra se propone superar la periodización y parámetros analíticos establecidos por las corrientes dominantes en la historiografía estadounidense (la escuela tradicional de la Master Narrative y la perspectiva revisionista de la History from the Bottom Up) e incluso ofrecer un análisis alternativo al encarado por la más actual de las tendencias historiográficas: la tesis del largo movimiento. A partir de allí, nos centraremos en el análisis de la lucha y resistencia de base de la comunidad negra entre los años 1968 y 1988, para examinar la compleja tensión e interacción existente en el devenir histórico estadounidense entre las siempre presentes nociones de racismo, raza y clase.
El Movimiento por los Derechos Civiles: corrientes historiográficas, debates y periodización
El movimiento por los derechos civiles representó un período de cambio histórico trascendental en el ámbito de la vida política, social, cultural y económica de los Estados Unidos de América. Siendo uno de los procesos más y mejor documentados de la historia contemporánea estadounidense, anualmente se publican libros, ensayos y artículos de diversa índole, y difícilmente pase un año sin que una película sobre “el Movimiento” sea estrenada y se convierta en éxito de taquilla.11 Esto hace que su relación con el presente cambie y se reescriba constantemente, generando intensos debates entre académicos en general e historiadores en particular.
Sus primeros especialistas fueron testigos y/o protagonistas del que sería su objeto de estudio, dando lugar a que la historiografía se moldeara mientras transcurría la lucha. Ante esto, y como destacara el historiador Charles W. Eagles, resultó que los primeros historiadores tendieron a adoptar un “enfoque asimétrico”: enfatizaron los análisis desde la perspectiva del movimiento, pero “descuidaron su obligación profesional de entender el otro lado, el de la oposición segregacionista”12. Adoptaron una perspectiva “moralista” y restringida (al no abarcar “toda la experiencia sureña”) que permitiera entender los notables cambios que este proceso produjo en las relaciones raciales y socio-culturales. Sus interpretaciones fueron “positivas”, sus análisis generalizados y obvió observaciones críticas a líderes, objetivos, tácticas o estrategias de lucha. Dado que la historiografía es parte de la cultura de una época y forma parte de la historia de esa época13, la participación directa e involucramiento personal de académicos e intelectuales influyó decisivamente en sus escritos, y en sus inicios no dio lugar al surgimiento de escuelas de interpretación alternativas. Estas primeras producciones dieron lugar a dos tendencias que dominaron la historiografía sobre el movimiento: la Master Narrative y la History from the Bottom Up.
La Master Narrative, también referenciada como la “Escuela de los Grandes Hombres”, constituye el relato más popular y difundido. Se perfiló como la perspectiva tradicional, y centró su análisis en el rol desempeñado por los líderes que “hicieron historia al actuar en formas consistentes con valores considerados típicamente estadounidenses”.14 Con un enfoque netamente político-institucional, esta corriente se estructuró a partir de relatos biográficos de sus principales líderes, y en el rol de liderazgo desempeñado por las más destacadas y tradicionales organizaciones de derechos civiles.
Para esta escuela, el movimiento se presenta como un fenómeno homogéneo caracterizado por una seguidilla de momentos e hitos claves, y presenta al racismo y a la segregación como un problema moral exclusivo de la sociedad blanca del sur de los Estados Unidos, y no como un problema estructural inherente a las instituciones políticas, sociales, culturales y económicas estadounidenses. Asimismo, ignora la historia de violenta lucha y resistencia de los negros en distintas regiones del país, se enfoca especialmente en las demandas y objetivos no-económicos, y en las victorias legislativas que los hicieron posibles.
Para esta Master Narrative existe una clara distinción entre “el Movimiento” y el Black Power (Poder Negro). El “Movimiento” fue ese victorioso proceso de lucha signado por actos de desobediencia civil, guiado por la filosofía de la no-violencia de Mahatma Gandhi, del socialista Bayard Rustin y del clérigo pacifista A. J. Muste, transformada en tácticas de resistencia pasiva por Martin Luther King, Jr., y puesta en práctica en el sur contra el sistema legal de segregación racial conocido como Jim Crow. El Poder Negro, por su parte, se trató de una derivación irracional, violenta y radical del Movimiento, característica de los guetos urbanos del norte. Bajo la égida de líderes religiosos, carismáticos, primordialmente masculinos y de tendencias moderadas, fue el Movimiento el que alcanzó los objetivos primarios que permitieron cambiar el balance de poder político entre las razas: la sanción de las leyes de Derechos Civiles de 1964 y 1965. Dentro de esta corriente, algunos autores han destacado el accionar individual de algunas mujeres, dejando en un segundo plano su rol de líderes, organizadoras y militantes políticas. La más reciente historiografía se ha enfocado en la lucha encabezada por mujeres como Séptima Clark, Ella Baker, Jo Ann Robinson, Hazle Palmer o Fannie Lou Hammer; y los conflictos y obstáculos que debieron superar como consecuencia de la tendencia jerárquica y predominantemente masculina de las organizaciones de derechos civiles.15
En esta historiografía dominante pueden identificarse dos perspectivas. Una caracterizada como King-Céntrica16, que se convirtió en central para lo que Nikhil Pal Singh denominó “la mitología cívica del progreso racial en la segunda mitad del siglo XX”17; y otra que se enfocó en el rol desempeñado por los poderes ejecutivo, legislativo y judicial del Gobierno Federal, y – en un segundo plano – por las organizaciones de derechos civiles, que prepararon el camino para las victorias legislativas obtenidas.18 El historiador Steven F. Lawson considera que esta interpretación tradicional ha caducado, que la historia ya no se entiende ni lee de esa manera, y que ningún historiador que haya estado en contacto con las producciones bibliografías de las últimas tres décadas podría adherir a esta corriente19. Sin embargo, podemos asegurar que luego de haber recorrido incontables artículos, libros y material de lectura, esta narrativa se encuentra vigente y cuenta con numerosos adeptos, tanto dentro como fuera del ámbito académico. La razón, como observó Jaqueline Dowd Hall, es que esta forma de interpretar y divulgar la historia, “que surgió de grupos de reflexión intelectual (think tanks) de derecha, muy bien financiados y para ser difundida al gran público, tuvo un gran atractivo. Por un lado, porque se ajustaba a los intereses de la clase media blanca y respondía a sus vanidades nacionales, y por otro porque resonaba con ciertos ideales de esfuerzo y mérito individual, colectivamente compartidos”.20
En la década de 1980, el revisionismo comenzó a ganar espacio. De la mano de la History from the Bottom Up (Historia desde abajo) se centró la atención en la cotidianeidad de las luchas e iniciativas llevadas a cabo por grupos locales, instituciones y organizaciones de base que dieron lugar a múltiples movimientos con identidad y características propias. Encabezada por sociólogos como Aldon Morris, Francis Fox Piven, Richard A. Cloward, Doug McAdam, Charles Payne21, y por historiadores como John Dittmer, Clayborne Carson y Adam Fairclough22, esta corriente orientó su interés hacia los movimientos de base, teniendo en cuenta los procesos de lucha fuera del sur, y el rol desempeñado por instituciones locales como iglesias negras, sindicatos, cooperativas y organizaciones políticas, de pobres y de asistencia social.
El trabajo de estos autores permitió ampliar las consideraciones de la Master Narrative, que veía al movimiento como un proceso protagonizado por los sectores medios y profesionales de la comunidad negra. Destacaron el activismo de la clase trabajadora y de las mujeres23, aunque viéndolo aún como una extensión (si bien innovadora) de preexistentes esfuerzos institucionales de redes y organizaciones sociales.
Dentro de esta corriente identificamos dos perspectivas. Por un lado, la de los autores que se enfocaron en el análisis de los legados, siguiendo la dicotomía “éxito-fracaso” tanto del Movimiento por los derechos civiles como del Poder Negro. Si bien en su mayoría coinciden en que la población negra estadounidense mejoró su situación socio-económica y política a partir de 1960, entienden que esto no puso fin al problema racial, cuestionan el alcance de los logros obtenidos, y debaten en qué medida se lograron preservar las conquistas alcanzadas. Sus partidarios ven a la comunidad afro-estadounidense sumida, desde mediados de 1970 en un proceso de desmovilización y letargo interno que, sumado a la contraofensiva conservadora en el ámbito político y económico, dio lugar a un proceso de estancamiento y declive en la capacidad de respuesta, movilización y reacción de parte de organizaciones de derechos civiles, de sus líderes y de las bases.
La segunda perspectiva es la que, compartiendo la premisa de una disminución del activismo político negro hacia fines de la década de 1960, busca sus razones más profundas. Entiende que hacia 1965 ya se habían alcanzado los objetivos primarios del movimiento – léase, la destrucción legal del sistema de Jim Crow, la supuesta “victoria ideológica” sobre los supremacistas blancos, y la incorporación de los negros al sistema político-electoral–, por lo que la continuidad de la lucha no tenía razón de ser. Las marchas de protesta, actos de resistencia y manifestaciones eran innecesarias para superar los obstáculos restantes a la completa integración racial.24
Ante lo que se perfiló como una coincidencia en relación a la “ausencia de activismo negro” en el período “post-derechos civiles”, el debate historiográfico centró su atención en temas tales como la periodización del movimiento, sus orígenes, las distinciones entre el movimiento por los derechos civiles y el Poder Negro, y los elementos de continuidad y ruptura entre ellos.
La historiografía tradicional estableció la periodización clásica del movimiento a partir de la caracterización del militante socialista Bayard Rustin, respetada por la camada de historiadores revisionistas posteriores. Luego de su participación en la Joven Liga Comunista (1936-1941), Rustin comenzó a militar en la organización pacifista Fellowship of Reconciliation y junto al sindicalista afro-estadounidense A. Philip Randolph, trabajó en pos de los derechos civiles y laborales de los negros y otros grupos. Se involucró activamente en la organización de la “Marcha sobre Washington por Trabajo y Libertad” de 1941, luchó en California en defensa de los norteamericanos de ascendencia japonesa confinados en campos de detención durante la Segunda Guerra Mundial, y participó de los primeros “viajes por la libertad” (1947) contra la segregación en los medios de transporte público interestatal. En 1957, fundó junto a Martin Luther King, Jr. la Southern Christian Leadership Conference (SCLC), y fue uno de los principales organizadores y promotor de la “Marcha sobre Washington” de 1963. Hasta su muerte en 1987, participó en organizaciones de derechos civiles, y publicó incontables obras sobre la situación de las minorías. En una de ellas, titulada From Protest to Politics (1965), Rustin estableció el período 1954-1964 como la “fase clásica”. El fallo de 1954 de la Corte Suprema en el caso Brown contra la Junta de Educación de Topeka – que puso fin a la doctrina “separados, pero iguales” en la educación pública elemental –, y el Boicot de Montgomery (1955-1956) que terminó con la segregación racial en los autobuses de la capital del estado de Alabama, son considerados sus detonantes. A su vez, se toma la sanción de la Ley de Derechos Civiles de 1964 como punto culminante del período de auge, mayor movilización social y protesta de masas.25
Lo que las corrientes historiográficas dominantes (tanto la Master Narrative como la Historia desde abajo) entienden como el “fin del Movimiento” debe ser considerado un nuevo punto de partida. La lucha no finalizó, sino que dio lugar a una nueva fase en la que se reconfiguraron y reelaboraron objetivos y estrategias de lucha. La misma pasó a adoptar diferentes formas, dando inicio a una nueva etapa en la que los afro-estadounidenses lucharon para preservar e incluso expandir las victorias obtenidas, persiguiendo derechos y demandas de clase, en la que debieron enfrentar nuevos obstáculos, dando lugar a diversos y más complejos espacios de lucha26.
Tomando en consideración el período propuesto, tanto la historiografía tradicional como la revisionista, ven los años comprendidos entre 1965 y 1968 como una especie de interludio, una fase de transición para un movimiento que entendía que la lucha estaba aún incompleta. La interpretación que se ha hecho de estos años es que en este breve lapso el “triunfante Movimiento sureño” se expandió a los guetos urbanos del norte, donde se radicalizó bajo la égida del nacionalismo negro y del Poder Negro. En esta instancia, el Movimiento comenzó a adoptar un cariz relacionado con reivindicaciones de clase (empleo, salarios, nivel de ingreso, condiciones de vida, calidad educativa, condiciones de vivienda y distribución de la riqueza) que no sólo afectaban a la comunidad negra sino a la sociedad en su conjunto. La militancia negra pasó a ser caracterizada como “inadmisible, radical y con demandas extremistas”27. Como plantea Singh,
en este punto, una serie de sorpresivos y coincidentes cambios parecen haberse sucedido dentro del movimiento: [se pasó] de derechos civiles al Poder Negro, del sur al norte, de manifestaciones no violentas a protestas radicales, de tolerancia a divisiones internas, de reclamos de integración a demandas por un nacionalismo negro, de un movimiento ‘patriótico’ a uno ‘anti-estadounidense’; todos estos factores conspiraron para fracturar al Movimiento, para cercenar sus apoyos políticos y de una opinión pública que ahora consideraba que las demandas negras eran excesivas.28
Así, la historiografía se polarizó en visiones dicotómica: el “verdadero” movimiento del sur/su derivación reacionaria en el norte, no-violencia/radicalismo del Poder Negro, segregación de jure/de facto, movimiento antes y después de 1965.
En gran medida, las investigaciones referentes al período post-1968 son relativamente actuales, y se enfocaron en el análisis de los legados, logros y fracasos del movimiento. Se hizo hincapié en la pérdida de interés político, o de confianza en el sistema político, de la comunidad negra estadounidense29, en el fracaso en el proceso de integración racial en el sistema educativo30, en las controversias y debates originados por la implementación de las políticas de Acción Afirmativa31, y particularmente en el hecho que el movimiento no había logrado poner fin a lo que Francis Fox Piven y Richard Cloward caracterizaron como los factores de destrucción de las clases negras bajas: el desempleo, el deterioro en las condiciones de vida en los guetos urbanos, el aumento en los índices delictivos, la adicción a las drogas, la violencia racial32.
Fue la corriente del “movimiento largo”, la que expandió los parámetros temporales, geográficos y temáticos en la historiografía, analizándolo no tanto como fenómeno, sino como proceso histórico. Jacqueline Dowd Hall acuñó la “Tesis del movimiento largo” al ver indicios de un proceso de lucha de la comunidad negra que, originándose en la década de 1930, “se aceleró con la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló mucho más allá del sur, siendo continua y ferozmente impugnado, y que en las décadas de 1960 y 1970 inspiró un ‘movimiento de movimientos’ que desafió cualquier narrativa de colapso”33.
A partir de esta premisa se introducen nuevos ejes de debate. Por un lado, la reperiodización: el largo movimiento propone rastrear sus orígenes antes del ingreso de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, analizando el rol de líderes y activistas que comenzaron su militancia durante esos años de profunda crisis socio-económica. El historiador pionero a la hora de “extender” la periodización y composición social del movimiento fue John Dittmer, quien se centró en la lucha de los sectores populares en Mississippi, y rastreó sus orígenes hacia la segunda guerra mundial34. Por otro, la idea de “localismo” y “falta de excepcionalismo de la experiencia sureña” que propone un enfoque desde el análisis de las luchas locales contra patrones institucionales de explotación, segregación, subordinación y discriminación en regiones del norte, oeste y centro-oeste del país, enfocándose en sus particularidades. Y finalmente, la noción de “continuidad”, la idea de que el Movimiento por los derechos civiles y el Poder Negro no fueron sustancialmente distintos, sino que representaron dos tendencias, una producto de la otra, evidencia del desarrollo, evolución y consecuencias de las tensiones en la continuidad de la lucha afroestadounidense. En palabras de Timothy Tyson,
el “movimiento por los derechos civiles” y el “movimiento del Poder Negro”, usualmente caracterizados en formas opuestas, surgieron del mismo lugar, enfrentaron los mismos problemas, y reflejaron la misma búsqueda de la libertad afro-estadounidense. De hecho, prácticamente todos los elementos que asociamos con el Poder Negro ya estaban presentes en las pequeñas ciudades y comunidades rurales del sur donde nació el movimiento por los derechos civiles.35
Siguiendo esta línea argumental, los más recientes estudios de lo que en la última década se ha dado en llamar Black Power Studies ubican al movimiento y al Poder Negro en un mismo marco analítico y temporal (generalmente considerando los años 1954-1975), formando parte de un “movimiento de liberación negro” más amplio y complejo. Este enfoque hace hincapié en el “nudo gordiano que ata las nociones de raza y clase, y derechos civiles con derechos de los trabajadores”36, y dirige su atención a los esfuerzos realizados incluso a lo largo de la década de 1970. Enfocándose en el “renacimiento político afroestadounidense” de mediados de los setenta llevado adelante por diferentes tendencias del Poder Negro, los estudios se centraron cada vez más en los reclamos por igualdad económica y laboral, de reforma urbana, por el fin de la segregación escolar e igualdad en el mercado de trabajo.37
A fines de la década de 1960, David Danzig afirmó que el fracaso del movimiento por los derechos civiles en mejorar la vida de los negros era la cuestión de fondo en el conflicto creciente acerca de la estrategia en el seno de la colectividad negra38. Y resultó haber algo de cierto en aquella afirmación. Actualmente, los afro-estadounidenses ocupan aproximadamente el 10% de los escaños del Congreso39 e innumerable cantidad de (altos) cargos en múltiples sectores gubernamentales federales y estaduales, militares, empresariales, culturales, además de haber electo – con todo lo que ello significa – al primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos (2009-2016). Podría considerarse que cuentan con las herramientas para generar cambios desde el interior del sistema mismo. La “institucionalización” del movimiento – su incorporación al sistema político y la creciente cooptación de sus líderes en los canales del sistema institucional – pareció haber hecho a un lado la lucha en las calles, mientras que las tradicionales organizaciones de derechos civiles no hicieron más que tratar de recuperar parte del protagonismo e influencia del que gozaron alguna vez. Incluso hay quienes oportunamente hicieron referencia al declive de la ‘influencia negra’ como indicio del fin de la ‘política negra’, epítome de lo cual no es otro que el que fuera el presidente número 44 de los Estados Unidos, Barack Obama, y tantos otros representantes políticos que reniegan de su rol en tanto Black Leaders40.
Las reivindicaciones y demandas de la comunidad negra estadounidense, al igual que su lucha y militancia, se reconfiguraron, pero no desaparecieron ni disminuyeron: se orientaron hacia demandas abiertamente clasistas, por la igualdad educativa, por trabajo y en reclamo por los altos niveles de desempleo, pobreza, condiciones de vida y vivienda, y la desigualdad socio-económica que afecta a la población negra en su conjunto. Y si bien es cierto que la segregación racial es legalmente una cosa del pasado, la “separación racial”, el racismo, la opresión y discriminación persisten en forma arraigada en los Estados Unidos, determinando la situación de clase de los grupos raciales que lo componen.
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Más allá de los planteos de continuidad del largo movimiento, no existe un análisis exhaustivo sobre la lucha de la población negra en los Estados Unidos a lo largo de las décadas de 1970 y 1980, ya sea como parte constitutiva de ese movimiento que hizo eclosión en la década de 1950, o como parte de un proceso histórico más amplio. Teniendo en cuenta el enfoque a encarar al realizar un estudio que aborde el activismo negro del período desde una perspectiva no sólo de raza sino de clase, encontramos que los estudios realizados se ocupan sólo tangencialmente de las cuestiones propuestas, particularmente en relación al período histórico considerado en el presente libro. Encuadrándonos en el marco del largo movimiento, y posicionados desde la historia social, nos proponemos completar una tarea iniciada por esta corriente, pero no completamente acabada y/o abordaba en toda su complejidad.
Como mencionamos con anterioridad, la historiografía parte de la premisa de un declive en el activismo afro-estadounidense en el período post-1968, alcanzando nuevos niveles en 1975. Incluso autores revisionistas y otros que adhieren a la tesis del largo movimiento tendieron, en su mayoría, a “extenderlo hacia atrás” (buscando sus orígenes en las décadas de 1930-1940, incluso a fines de 1920), en lugar de “extenderlo hacia adelante” (enfocándose sólo en sus consecuencias, legados o ramificaciones).
Lo cierto es que escasa atención se le ha prestado a la lucha y militancia afroestadounidense, y a las condiciones contextuales de la misma, en las décadas de 1970 y 1980, y que explique acabadamente y con el mismo detalle que para años precedentes el desarrollo y razones más profundas del activismo y resistencia negra. Según Robert C. Smith, este “declive en el activismo” se subsume a que, con el surgimiento del Poder Negro y la radicalización de las formas de protesta, la lucha en las calles como estrategia perdió fuerza y legitimidad, desprestigiada tanto por la renovada confianza e integración al sistema político-electoral (cooptación), como por los altos niveles de represión política (persecución, encarcelamiento, exterminio) que muchos líderes y militantes sufrieron a comienzos de la década de 197041. Fueron las victorias legislativas de la década previa las que alentaron a muchos a apelar a los canales político-institucionales, al tiempo que desilusionaron a otros ante lo que percibían como una extrema lentitud en los cambios que podían producirse “desde adentro”. Por último, muchas organizaciones de gran protagonismo en los ‘60 se retrotrajeron, desaparecieron de la escena política o perdieron relevancia, debido a divisiones internas, presiones externas o represión estatal. Así, el análisis histórico sobre el movimiento en los setenta y ochenta se convirtió en un relato sobre “la recesión económica y la migración hacia los suburbios, la pobreza afroestadounidense, la desintegración familiar, la guerra de pandillas y las drogas. Los actores centrales ya no son los afro-estadounidenses sino la mayoría (blanca) silenciosa de los suburbios y los conservadores en Washington DC”.42
Teniendo en cuenta que el número de votantes negros en elecciones generales prácticamente se desplomó (cayendo de 81,7% en 1967 a 47,7% en 1979, tendencia a la baja que se mantuvo en la década de 1980)43, no creemos que la historia del movimiento negro después de 1968 sea únicamente la de su institucionalización, es decir, de la “transición de la protesta a la política”, como anticipase Bayard Rustin en 1965. Todo lo contrario. Disintiendo con lo planteado a fines de 1970 por Piven y Cloward – quienes consideraron que luego de la obtención del voto y de la incorporación del movimiento a la política electoral, los métodos de protesta social perdieron legitimidad entre la población afro-estadounidense –44; e inclusive con Manning Marable, quien dos décadas después afirmó que ya no existía la necesidad de manifestarse en las calles45, entendemos que las bases negras no sólo utilizaron el sistema electoral como vía de acceso al poder político y económico, sino que continuaron recurriendo a las tácticas y estrategias de lucha que les permitieron obtener las decisivas victorias de los sesenta. Es por ello que queremos contar la historia, y entender la lógica y retórica de la lucha y militancia negra en las décadas de 1970 y 1980. Consideramos el devenir de la lucha afro-estadounidense como una continuidad del movimiento por los derechos civiles, a partir de lo cual nos proponemos analizar su evolución en un contexto adverso de avance del conservadurismo político y del liberalismo económico.
A partir de cinco estudios de caso (la Campaña de los Pobres de 1968, el movimiento de los Panteras Negras, el movimiento negro en Mississippi y la experiencia de la United League, el Busing movement de Boston, y el movimiento negro contra el Apartheid sudafricano),46 planteamos una historia de continuidad y proliferación, más que de declive o desaparición, en la que el hincapié estuvo puesto no sólo en defender las conquistas obtenidas sino en expandir los derechos alcanzados, como parte de un proceso de lucha y resistencia contra el racismo institucional de la sociedad estadounidense, en la que el movimiento se redefinió hacia demandas, estrategias y formas de lucha de clase. Hay razones por las cuales estos movimientos de protesta, tomando como modelo luchas precedentes, no se sucedieron durante la “fase clásica” sino en décadas posteriores. Las mismas evidenciaron la tensión existente entre las nociones de racismo, raza y clase, y es esa tensión latente lo que pretendemos explorar.
En las siguientes páginas recorreremos este período histórico en el que revelaremos tanto la continuidad de la lucha y militancia de la comunidad negra, como la persistencia y proliferación de sus formas de resistencia. Sustentándonos en un marco teórico que nos permita analizar la interrelación histórica entre estas nociones de racismo, raza y clase, y de su centralidad y relevancia para el devenir histórico de los Estados Unidos, nos enfocaremos en analizar cómo la interconexión entre estos conceptos se hace presente y se evidencia en los procesos de lucha de la comunidad afro-estadounidense entre 1968 y 1988. ¿Por qué nos enfocamos en estos años? Porque es cuando la tensión entre estas nociones se hace más evidente que nunca, cuando la lucha de los negros deja de ser una lucha racial en la cual los reclamos de clase se encontraban encuadrados en el marco de la lucha por la libertad política, la ciudadanía o los derechos civiles para ser una lucha de raza y clase, una resistencia racial abiertamente expresada en términos clasistas como nunca antes se había manifestado en la larga historia de lucha y resistencia de la comunidad afro-estadounidense.
A partir del análisis de fuentes relacionadas con la lucha de la población negra en el período considerado, veremos cómo la retórica ideológica del racismo, que equiparó las nociones de raza y clase, se revela en forma consciente por y para la comunidad afroestadounidense. Así, el lenguaje sobre la raza “creado” por la elite al momento del surgimiento de los Estados Unidos como nación independiente, y luego de ser recreado a través de diferentes momentos y procesos históricos, es apropiado por estos sectores y utilizado como herramienta para las reivindicaciones y luchas de la comunidad negra estadounidense. En otras palabras, la población negra adoptó este concepto histórico de “raza” para referirse a su propia situación de clase: al referir a demandas, estrategias y reivindicaciones “raciales” refieren y representan cuestiones de clase. Esto se evidencia en el discurso y las formas de resistencia afro-estadounidense, que entendieron que a fines de la década de 1960 su lucha estaba lejos de haber acabado.
1 Philip Foner, “Introduction”, en Philip Foner (ed.) The Black Panthers Speak, 2nd Ed. (New York: Da Capo Press, 2002), xxiv-xxv.
2 Black Radical Congress National Council, “The Freedom Agenda”, 17 Abr 1999, en Manning Marable y Leigh Mullings, Let Nobody Turn Us Around: An African American Anthology (USA: Rowman & Littlefield Publishers, 2009), 595.
3 Toby Harnden, “Racial incidents sour Barack Obama's victory”, The Telegraph, 17 Nov 2008, http://www.telegraph.co.uk/news/worldnews/northamerica/usa/barackobama/3474135/Racial-incidents-sour-Barack-Obamas-victory.html (consultado en 17 Nov. 2013). Associated Press, “Post Racial USA? Not So Fast”; CBS News, 11 Feb 2009, http://www.cbsnews.com/stories/2008/11/15/national/main4607062.shtml(consultado en 17 Nov 2013).
4 W.E.B. Du Bois, The Souls of Black Folk (1903), (PA: Pennsylvania State University, 2006), 16.
5 “The America that has elected Barack Obama as its first African American president is far different than when [the Voting Rights Act] was first enacted in 1965. […] The question now is, at what point do we as a society wipe the slate clean and accept that we are equals with equal rights, equal treatment and equal expectations, and special treatment shouldn't be provided to anyone?”, Shannon Goessling, en Peter Wallsten y David G. Savage, “Voting Rights Act opponents point to Barack Obama's election as reason to scale back civil rights laws”, The Chicago Tribune, 15 Mar. 2009, http://articles.chicagotribune.com/2009-03-15/news/0903140356_1_civil-rights-laws-voting-rights-act-voting-districts (consultado en 17 Nov 2013).
6 Prom Night in Mississippi, Dir. Paul Saltzman (2009; Return to Mississippi Productions; United States).
7 Associated Press, “Georgia high school holds segregated prom”, Spartanburg Herald Journal, 12 May 2003, A7, https://news.google.com/newspapers (consultado en 17 Nov. 2013). Mark Walsh, “In some southern towns, prom night a black-or-white affair”, Education Week, 14 May 2003, http://www.edweek.org/ew/articles/2003/05/14/36prom.h22.html (consultado en 17 Nov. 2013). Elliot Minor, “Some Taylor County Students are reviving segregated proms”, Associated Press, en Rome-News Tribune, 2 May 2003, 9A, https://news.google.com/newspapers (consultado en 17 Nov. 2013). Associated Press, “Georgia county holds racially themed proms”, Jacksonville News, 10 May 2004, http://jacksonville.com/apnews/stories/051004/D82FTIK00.shtml (consultado en 17 Nov 2013).
8 “when [people] say to me ‘where do you live?’ and I say ‘Mississippi’, they say ‘¿Mississippi?’, yeah, there’s a problem there… well, you know… and then I have to report… we live in a very small town and our kids have to go to separate proms. ‘And can you explain that?’ No. I don’t want to explain that, but I want to end it”. Morgan Freeman, en Prom Night in Mississippi, op. cit.
9 Barbara J. Fields, “Ideology and Race in American History”, en J. Morgan Kousser y James M. McPherson (ed.), Region, Race and Reconstruction: Essays in Honor of C. Vann Woodward (New York: Oxford University Press, 1982), 143.
10Tomamos el concepto de “Estructura Social de Acumulación” (ESA) de D. Gordon, R. Edwards y M. Reich. A partir de él, los autores analizan los efectos del entorno político-económico en el que las posibilidades de acumulación de capital tienen lugar. Los autores entienden que “sin un entorno externo estable y favorable, no existirá inversión productiva capitalista. Denominamos a este entorno externo la estructura social de acumulación”. Así, la ESA se forma y transforma a partir de “relaciones institucionales” que influyen en el proceso de acumulación de capital a partir de las instituciones que la componen, a saber: el sistema que garantiza la existencia de dinero y crédito, el modelo de intervención estatal en la economía y la estructura de la lucha de clases. David Gordon, Richard Edwards y Michael Reich, Trabajo Segmentado, trabajadores divididos. La transformación histórica del trabajo en Estados Unidos Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986), 41-42.
11 Para mencionar algunas, la famosa serie documental Eyes on the Prize (una serie de films producida por PBS en dos grandes entregas: Eyes on the Prize: America's Civil Rights Years (1954-1965) de 1987 y Eyes on the Prize: America at the Crossroads” (1964–1983) de 1990. Ambos fueron reeditados en 2006, con enorme repercución mediática); Mississippi Burning (1988), The Long Walk Home (1990), Malcolm X (1992), At the River I stand (1993), Freedom on my Mind (1994), Ghosts of Mississippi (1996), Mr. & Mrs. Loving (1996), Four Little Girls (1997), Ruby Bridges (1998), Selma Lord Selma (1999), Boycott (2001), The Rosa Parks story (2002), Rising Up (2005), Dare Not Walk Alone (2009), The Help (2011), The Buttler (2013), Selma (2014), y la más reciente All the Way (2016).
12 Charles W. Eagles, “Toward new histories of the civil rights era”, en The Journal of Southern History (66), N° (2000), 816.
13 Julio Aróstegui, La investigación histórica: teoría y método (Barcelona: Crítica, 2001), 368.
14 Leigh Rainford y Renee C. Romano, “The Struggle over Memory”, en Renee C. Romano y Leigh Rainford (ed.), The Civil Rights Movement in American Memory (Georgia: University of Georgia Press, 2006), XIX.
15 Kathryn L. Nasstrom; “Down to now: Memory, Narrative and Women’s Leadership in the Civil Rights Movement in Atlanta, Georgia”, en Renee C. Romano y Leigh Rainford, op. cit., 255-256.
16 Clayborne Carson, siendo el principal y más reconocido biógrafo y estudioso de la figura de King, ha criticado esta perspectiva (a pesar de haber contribuido enormemente a ella), afirmando que este tipo de estudios dan la impresión de que King no sólo era la principal figura, símbolo nacional de la lucha de los negros y su vocero por excelencia sino su principal instigador, cuando en realidad, sobre todo entre 1956 y 1961, no jugó sino un papel secundario como motivador en lugares que ya estaban atravesando sus propios procesos de lucha y movilización. Clayborne Carson, “Civil Rights Reform and the Black Freedom Movement”, en Charles W. Eagles (ed.), The Civil Rights Movement in America (Jackson: University of Mississippi Press, 1986), 26.
17 Nikhil Pal Singh, Black is a Country: Race and the Unfinished Struggle for Democracy (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2004), 5.
18 Steven F. Lawson y Charles M. Payne, op. cit., 41.
19 Steven F. Lawson, “Long Origins of the Short Civil Rights Movement, 1954-1968”, en Danielle McGuire y John Dittmer (ed.), Freedom Rights, New Perspectives on the Civil Rights Movement (United States: University Press of Kentucky, 2011), 11.
20 Jacqueline Dowd Hall, “The Long Civil Rights Movement and the Political Uses of the Past”, The Journal of American History (91), Nº 4 (2005), 1238.
21 Francis Fox Piven y Richard A. Cloward, Poor People’s Movements: Why They Succeed, How They Fail (New York: Vintage Books, 1979). Aldon Morris, The Origins of the Civil Rights Movement: Black Communities Organizing for Change (New York: Free Press, 1984). Doug McAdams, Political Process and the Development of Black Insurgency, 1930-1970 (Chicago: University of Chicago Press, 1999). Charles M. Payne, I’ve Got the Light of Freedom: The Organizing Tradition and the Mississippi Freedom Movement (Berkeley: University of California Press, 1995).
22 Clayborne Carson, “Civil Rights Reform and the Black Freedom Movement”, en Charles W. Eagles (ed.), The Civil Rights Movement in America (Jackson: University of Mississippi Press, 1986). John Dittmer, Local People: The Struggle for Civil Rights in Mississippi (Urbana, University of Illinois Press, 1994). Adam Fairclough, Race and Democracy: The Civil Rights Struggle in Louisiana, 1915-1972 (Athens, University of Georgia Press, 1995). Dona C. Hamilton y Charles V. Hamilton, The Dual Agenda: Race and Social Welfare Policies of Civil Rights Organizations (New York: Columbia University Press, 1997).
23 David J. Garrow (ed.), The Montgomery Bus Boycott and the Women Who Started It: The Memoir of Jo Ann Gibson Robinson (University of Tennessee Press, 1987). Charles M. Payne, “Ella Baker and Models of Social Change”, Journal of Women in Culture and Society (14) N° 4 (1989). Belinda Robnett, How Long? How Long: African-American Women in the Struggle for Civil Rights (New York, Oxford University Press, 1997). Chana Kai Lee, For Freedom’s Sake: The Life of Fannie Lou Hamer (Urbana: University of Illinois, 1999). V.P. Franklin, Sisters in the Struggle: African-American Women in the Civil Rights-Black Power Movement (New York: New York University Press, 2001). Erika Gordon, “A Layin’ on of hands: Black Women’s Community Work”, en Ollie A. Johnson y Karin L. Stanford, Black Political Organizations in the Post-Civil Rights Era (Rutgers University Press, 2002). Kathryn L. Nasstrom, “Down to now: Memory, Narrative and Women’s Leadership in the Civil Rights Movement in Atlanta, Georgia”; en Renne C. Romano y Leigh Rainford, op. cit.
24 Manning Marable, Race, Reform and Rebellion: The Second Reconstruction in Black America, 1945-1990 (Jackson & London: University Press of Mississippi, 1991). Andrew Hacker, Two Nations: Black and White, Separate, Hostile, Unequal (New York: Scribner's Sons, 1992).
25 Bayard Rustin, “From Protest to Politics: The Future of the Civil Rights Movement”, Commentary, (1 Feb 1965), http://www.commentarymagazine.com/article/from-protest-to-politics-the-future-of-the-civil-rights-movement/ (consultado en 4 Ene 2014).
26 Una de las premisas para la elaboración de esta hipótesis es la establecida por Clayborne Carson, quien afirmó que “The notion of a black freedom struggle seeking a broad range of goals suggest, in contrast, that there was much continuity between the period before 1965 and the period after. (…) a black freedom movement seeking generalized racial advancement evolved into a black power movement toward the unachieved goals of the earlier movement”. Clayborne Carson, “Civil Rights Reform and the Black Freedom Movement”, en Charles W. Eagles, ed., The Civil Rights Movement in America, op. cit., 27-28.
27 Mark Wild, “Thinking about the Civil Rights Movement in a Conservative Age”, History Compass (3) NA 135, 1-5, (Blackwell Publishing: 2005), 2.
28 Nikhil Pal Singh, op. cit., 5.
29 Harvard Sitkoff es uno de los que destacó que, a lo largo de la década de 1970, los afro-estadounidenses perdieron interés en el sistema político y en la participación electoral. Según el autor, en las elecciones de 1972, sólo 7 de los 14 millones de afro-estadounidenses habilitados para votar se empadronaron para hacerlo, y hacia 1976, apenas el 42% ejerció su derecho al voto, mostrando una tendencia a la baja que se acentuó en las elecciones de 1980. Por su parte, Howard Zinn destacó que si bien hacia fines de 1970 el movimiento había logrado dramáticos progresos (más de 2000 afro-estadounidenses detentaban cargos públicos en el sur, contaban con dos representantes en el Congreso, 11 Senadores, 95 representantes estaduales, 267 comisionados condales, 76 alcaldes, 824 miembros en Consejos Locales, 18 jefes de policía y 508 miembros en juntas escolares) la comunidad negra sólo ocupaba un 3% de los cargos públicos electivos, por lo que seguía siendo el white establishment el que detentaba el poder político-económico. Harvard Sitkoff, op. cit., 231. Howard Zinn, op. cit.
30 Sheryll Cashin, The Failures of Integration: How Race and Class Are Undermining the American Dream (New York: PublicAffairs, 2004). Gary Orfield y Susan E. Eaton, Dismantling Desegregation: The Quiet Reversal of Brown v. Board of Education (New York: The Civil Rights Project at Harvard University, 1996). James T. Patterson, Brown v. Board of Education: A Civil Rights Milestone and Its Troubled Legacy (New York: Oxford University Press, 2001). Gary Orfield y Chungmei Lee, Racial Transformation and the Changing Nature of Segregation (Cambridge, MA: The Civil Rights Project at Harvard University, 2006). Erica Frankenberg, The Segregation of American Teachers (Cambridge, MA: The Civil Rights Project at Harvard University, 2006).
31 Atacadas en numerosas ocasiones en Cortes Federales y en el Congreso por “discriminar a la mayoría blanca”, estas leyes pretendían asegurar a grupos minoritarios un trato igualitario amén de su raza, religión, sexo o nacionalidad a través del establecimiento de cuotas para contrataciones laborales y admisiones universitarias. Estas políticas fueron muy criticadas e incluso cuestionadas en el ámbito jurídico, a nivel estadual y federal. Sus grandes críticos se ampararon en lo que denominaron “discriminación inversa” y “preferencias injustificadas”. Según ellos, la obligación de cumplir con una cuota para favorecer a las minorías en su proceso de movilidad social actúa en detrimento de candidatos blancos más calificados.
32 Francis Fox Piven y Richard A. Cloward, op. cit., X.
33 Singh, por su parte, refiere a la Long Civil Rights Era como el “extended period of struggle over the place of Black Americans in national life between 1930s and 1970s”, Nikhil Pal Singh, op. cit., 2.
34 John Dittmer, Local People: The Struggle for Civil Rights in Mississippi (Urbana: University of Illinois Press, 1994). La importancia de la obra de Dittmer es destacada por Jeanne Theoharis y Komozi Woodard, quienes afirman que “Dittmer’s book did much more than simply add new characters to the story; it rewrote the story, changing the timing of the beginnings and endings, the gender and class composition of the social forces, the power dynamics, the aims of the struggle, and finally shifting the center of action from Washington, D.C., to the grassroots”; Jeanne Theoharis y Komozi Woodard (eds.), Groundwork: Local Black Freedom Movements in America (New York: New York University Press, 2005), 5.
35 Timothy Tyson, “Robert Williams: ’Black Power,’ and the Roots of the African American Freedom Struggle”, Journal of American History, 85.2 (1998), 541. Sundiata Keita Cha-Jua y Clarence Lang critican esta corriente del largo movimiento al considerar que sus premisas derrumban esquemas de periodización, borran diferencias conceptuales entre tendencias dentro del movimiento negro y desdibujan distinciones regionales. Sundiata Keita Cha-Jua y Clarence Lang, “The ‘Long Movement’ as Vampire: Temporal and Spatial Fallacies in Recent Black Freedom Studies”, The Journal of African American History (92), n° 2 (2007), 265. Por nuestra parte, no consideramos esta crítica como enteramente válida. Las diferencias entre las tendencias del movimiento no desaparecen, sino que se ponen en perspectiva dentro de un proceso histórico más amplio, destacando y encontrando puntos de diferencia y contacto entre los distintos procesos regionales que la experiencia de lucha afro-estadounidense desarrolló.
36 Jacqueline Dowd-Hall, op. cit., 1239.
37 Algunos destacados trabajos en este campo son los de William H. Chafe, Civilities and Civil Rights: Greensboro, North Carolina, and the Black Struggle for Freedom (New York: Oxford University Press, 1981). Michael K. Honey, Black Workers Remember (California: University of California Press, 1999). Matthew J. Countryman, Up South: Civil Rights and Black Power in Philadelphia (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 2006). Paul D. Moreno, Black Americans and Organized Labor: A New History (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 2006). Jeanne Theoharis, “From the stone the builders rejected: towards a new civil rights historiography”, Left History (12.1) (Spring-Summer 2007).
38 David Danzing, “El movimiento por los derechos civiles”; en Seymur Melman, et. al, Estados Unidos ante su crisis (México: Siglo XXI Editores, 1967).
39 Con la asunción del nuevo Congreso en enero de 2019, el porcentaje de representantes afro-estadounidenses ascendió de 8.9% a 10%, con respecto a la composición previa. El número total de representantes negros, de cualquier afilación partidaria es de 55-57. Amanda Shendruk, “Our calculator will tell you how much of Congress looks like you”, Quartz, 8 de noviembre de 2018, https://qz.com/1450214/how-the-2018-midterms-shaped-the-demographics-of-the-116th-congress/ (consultado en 26 Dic. 2018).
40 Matt Bai, “Is Obama the end of Black Politics?”, The New York Times, 10 Ago 2008, http://www.nytimes.com/2008/08/10/magazine/10politics-t.html?pagewanted=all (consultado en 14 Jul. 2010).
41 Robert C. Smith, “Politics is not enough: The Institutionalization of the African-American Freedom Movement”; en Ralph Gomes y Linda Faye Williams (ed.), From Exclusion to Inclusion, The Long Struggle for African-American Political Power (Westport: CT: Praeger, 1992), 119.
42 Stephen Tuck, “We are taking up where the Movement of the 1960s left off: The proliferation and Power of African American Protest during the 1970s”, Journal of Contemporary History (43) N° 4 (Sage Publications, 2008), 640.
43 Manning Marable, Race, Reform and..., op. cit., 126.
44 Francis Fox Piven y Richard A. Cloward, op. cit., 253.
45 “By the mid-1970s (…) Radicalism and militancy were defeated. There was no longer a need to march in the streets against the policies of big-city mayors, because blacks were now in virtually every municipal administration across the nation. (…) Black freedom would become a reality through gradual yet meaningful reforms within the existing system”; Manning Marable, Race, Reform and Rebellion…, op. cit., 149-150.
46 Creemos importante aclarar que si bien reconocemos la relevancia de las organizaciones políticas afroestadounidenses de envergadura en el período (iglesias negras, la NAACP, la NUL, el CORE, la SCLC, la Rainbow/Push Coalition, el Congressional Black Caucus), no nos enfocaremos en su labor y accionar más que en forma tangencial y en función de la lucha y activismo de los movimientos de base considerados.