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Racismo y raza

¿el motor de la historia de los Estados Unidos?

Aproximación a la interrelación

entre los conceptos de racismo, raza y clase en el devenir histórico estadounidense (siglos XVII-XX)

La raza – que por otra parte nadie sabe bien en que consiste – no explica absolutamente nada.

Milcíades Peña, 19701

Mi viejo estaba tan lleno de odio [hacia los negros] que no se daba cuenta que lo que lo estaba matando era ser pobre.

Mississippi Burning, 19882

Partiendo de la premisa de que sin una teoría orientadora difícilmente se podrá explicar la historia, en el presente capítulo desarrollaremos un análisis del surgimiento, evolución y reconfiguraciones del racismo y de la noción de raza en el devenir histórico estadounidense, como parámetro para el desarrollo de relaciones de dominación (política, económica, social, e ideológico-cultural). Se analizará tanto la centralidad de las elaboraciones discursivas e institucionales de la noción de “raza” en la historia estadounidense, como el rol central que adquirió la ideología de supremacía blanca en la conformación de los Estados Unidos como república independiente. Se definirán las características del racismo institucional estadounidense desde la revolución de independencia hasta mediados del siglo XX, para dilucidar qué tan intrincados se encuentran los conceptos de racismo, raza y clase en la historia de los Estados Unidos, y cómo delimitaron e influenciaron el accionar de la comunidad negra a la hora de esbozar sus estrategias de lucha de base colectiva. Por último, se esbozará una breve historia del movimiento por los derechos civiles que ubique el análisis del proceso histórico y de los estudios de caso propuestos en esta obra en un contexto general.

Raza como construcción

Corría el año 1977. Susie Guillory Phipps, ante la necesidad de tramitar su pasaporte, solicitó al registro civil de Louisiana una copia de su partida de nacimiento. Fue cuando descubrió, consternada, que según la Oficina estadual del Censo para el estado ella era una persona negra. Descendiente de un plantador francés (John Gregoire Guillory) y de una de sus esclavas (Margarita), se le asignó más de 200 años después la categoría de “persona de color” de acuerdo a una ley de 1970 (cuando el movimiento negro por los derechos civiles se perfilaba ya como una supuesta “victoria ideológica” sobre el racismo de la sociedad estadounidense) que reforzó la noción de que aquel que tuviese al menos 1/32 de sangre negra (“una gota”) sería considerado “de color”.

Phipps inició una demanda judicial para que se modificara su clasificación racial. En el juicio, un genealogista contratado por el gobierno de Louisiana determinó que Phipps tenía 3/32 de sangre negra, por lo que debía ser considerada como tal. En 1982 la Corte Suprema estadual, en un resonante fallo, convalidó la ley de 1970 y sentenció que la clasificación racial en base a la “gota de color” era constitucional. Habiéndose creído blanca durante toda su vida3, Phipps se convirtió, sentencia judicial mediante, en una persona de raza negra.

Ya fuese desde el ámbito legal, científico, filosófico o religioso, históricamente se trataron de establecer definiciones de raza y caracterizarlas de manera tal que se pudiera clasificar a las personas en categorías estancas. La historia de Phipps sugiere que los seres humanos no pertenecemos a una raza determinada, sino que se nos asigna una categoría prescrita que, en el caso estadounidense, está dada por el color de la piel y la ascendencia. Sólo eso podría explicar cómo los que son considerados “negros” en los Estados Unidos (todos aquellos que tengan “una gota” de sangre negra), no lo sean en otros países como Brasil, dónde – dado el alto índice de mestizaje de la población y la existencia de categorías raciales auto-identificativas – la mayoría de la población es “blanca” o “morena”, y “negros” pueden ser todo o ninguno4. En definitiva, se trataría de una cuestión de percepción acorde a un contexto dado. Como diría el politólogo brasilero Fábio Reis “pensar que cualquier persona con una gota de sangre negra es negro, es lo mismo que considerar a cualquier persona con una gota de sangre blanca, blanco”5.

Desde el primer censo poblacional realizado en 1790, las categorizaciones raciales han cambiado incontables veces en los Estados Unidos. Antes del moderno movimiento por los derechos civiles, las categorías raciales predominantes eran principalmente dos (blanco/negro), sólo con algunas excepciones. “Blanco” refiere a aquel de “ascendencia europea, del Norte de África o Medio Oriente… tales como irlandeses, alemanes, italianos, libaneses, árabes, marroquíes, o caucásicos;” y “negro” designa a los descendientes de “cualquiera de los grupos raciales negros de África”.6 Y entre ellos, una serie de variantes ubicadas entre ambos polos (mulattos, quadroon, octoroon, melungeons) que desaparecieron hacia 1900 cuando se estableció el binomio clasificatorio W/B (White/Black). En 1977, el gobierno federal implementó la Office of Management Budget (O.M.B) Directive 15, un modelo para recopilar datos censales que consideró cuatro “razas”: amerindia, asiática o de las islas del Pacífico, negra y blanca, a las que se agregaron dos “grupos étnicos”: hispanos y no-hispanos, los que podían tener cualquier identidad racial.7 Estos dos “grupos étnicos” contaban con una característica particular: los “hispanos” sin “evidente” ascendencia indígena o negra eran “blancos en algún sentido, pero aún podían ser considerados como un ‘otro’”8. En 1994, tres estados establecieron la polémica categoría “multirracial” en formularios públicos y educativos para los descendientes de matrimonios “mixtos”. Para el censo del año 2000, se definieron no cuatro sino siete categorías mutuamente excluyentes: blanco, negro o afro-estadounidense9, amerindio o nativo de Alaska, asiático, nativo de Hawái u otras islas del Pacífico, “alguna otra raza, y dos o más razas. La categoría “dos o más razas” representa a todos los encuestados que declaran pertenecer a más de una raza”10. Fue ese año que la Oficina del Censo de los Estados Unidos reconoció que las categorías raciales “generalmente reflejan una definición social de raza reconocida en este país que no se ajusta a criterios biológicos, antropológicos o genéticos”11.

Si estas categorías raciales no responden a criterios biológicos, antropológicos o genéticos, hemos de interrogarnos a qué responde su surgimiento, evolución y pervivencia. Objeto de continua impugnación sobre su definición y significado, estas categorías raciales se fueron transformando y haciéndose cada vez más específicas y taxativas. Esto demuestra que “raza” como categoría explicativa, no define o por sí sola explica determinados procesos históricos, sino que es un concepto que, al decir de Barbara J. Fields, debe ser “explicado”12.

Entendemos raza como una construcción histórica, producto de una estructura dada por relaciones socio-económicas y de poder político, de dominación y explotación, establecidas en un momento histórico determinado y sustentada por una ideología racial. La noción de raza se encuentra intrínsecamente ligada a la de clase social, por lo que la idea de lucha de clases resulta esencial para entender la centralidad del racismo y de la raza en el devenir histórico estadounidense. Mientras que raza se utilizó como categoría para referir a la existencia de diferencias “innatas” que naturalmente distinguen y separan a los seres humanos en distintivos grupos “raciales”, en los Estados Unidos la raza negra se presentó como una construcción convertida en consenso hegemónico basada en la idea de que negro es todo aquel con algún rastro de ascendencia negra africana. Determinada según la “regla de una gota”, se trata de una categoría social y culturalmente construida que otorga y determina un status definitivo en la sociedad.

Esta regla de la “gota de color” como factor determinante de la raza, y esta última como determinante de la posición social, sufrió alteraciones a lo largo del tiempo. Y fue a través del sistema jurídico-legal que se racionalizó en una ideología racial de supremacía de la raza blanca que prescribió que grupos y según qué características serían portadores de beneficios o castigos en función de esas mismas características distintivas13.

En 1662, la colonia de Virginia, en aras de reforzar la institución de la esclavitud a través de la subyugación de la población de una determinada ascendencia y/u origen, y preservar la pureza racial de la otra, estableció lo que llamaron one-drope rule al instituir que cualquier persona con sangre “mixta” heredaría la condición racial de la madre. Esta ley fue pensada estrictamente para definir la situación legal de los hijos de plantadores blancos y esclavas negras, usualmente producto de violaciones y relaciones sexuales forzadas14. Con este precedente, en 1664 la colonia de Maryland aprobó una ley que determinó la condición de “esclavo de por vida”, igualmente siguiendo la línea materna. Dos décadas después, una ley de 1682 convirtió en esclavos a todos los sirvientes nocristianos importados. Dado que solo indígenas y africanos encajaban en esta descripción, y que en 1667 se había establecido ya que la conversión al cristianismo no modificaba la condición de esclavo, esta ley permitió el desarrollo de la esclavitud sobre un fundamento “racial” (en este caso, religioso)15. Fue debido a esta legislación que indígenas y negros pasaron a ser considerados como parte de una misma “clase” de personas. Posteriormente, en 1691 se ilegalizó la liberación o emancipación de los esclavos, y simultáneamente se autorizó la captura y venta en calidad de esclavo de todos los negros, mulatos e indios emancipados. Hacia comienzos del siglo XVIII, la colonia de Virginia definió a cualquier “hijo, nieto o bisnieto de un negro” como mulato (1705), categoría que hacia mediados del siglo XIX cayó en desuso. Ese mismo año, una ley no sólo prohibió a los esclavos poseer bienes personales, sino que transformó a los negros esclavizados en “propiedad heredable”, equiparable a otros bienes muebles e inmuebles. A los negros libres se les vedó legalmente el ejercicio del poder político, de adquirir propiedades o de servir en la milicia. Así, mientras los negros libres perdían derechos adquiridos y la negritud se asociaba cada vez más a la esclavitud y a las condiciones (socio-económicas, políticas y culturales) que aparejaba, los blancos adquirieron ciertos “privilegios” que claramente comenzaron a asociar con su “condición de ser blancos”. En 1866 se decretó que “toda persona con una cuarta parte o más de sangre negra sería considerada persona de color. En 1910 el porcentaje cambió a 1/16 de sangre negra, y en 1924, con la sanción de la ley de Pureza Racial de Virginia, se definió que una persona negra era aquella con cualquier rastro de ascendencia africana. La “regla de una gota” surgió como una regla inventada para determinar quién era negro y quien no lo era. Según estas modificaciones, una misma persona podía automáticamente cambiar de raza. Siguiendo a la jurista Dorothy Roberts,

soy afro-estadounidense bajo una regla, soy blanco bajo la otra. ¿Mis genes cambiaron? No. Sólo la regla. Es una regla inventada. (...) la ciencia está redefiniendo la noción de raza… “raza” es una categoría política o social, pero redefinida como categoría biológica inscripta en nuestros genes. (…) “Raza” como una categoría política que realmente tiene un impacto social... pero no porque esté inscripto en nuestros genes, sino por las desigualdades sociales creadas por estas divisiones raciales. (...) “Raza” tiene un significado cuando nos referimos a ella a nivel social e implica una división política inventada para mantener un orden racial desigual.16

Si bien la raza humana es una sola y biológicamente no está dividida en razas distinguibles, la raza como sistema de clasificación apela a diversas distinciones biológicas / físicas para diferenciar socialmente quien pertenece a una u otra “raza” con objetivos meramente políticos17. Pero históricamente también se recurrió a otros indicadores para ayudar a determinarla, tales como el comportamiento, el lugar de residencia, el origen nacional, la religión y las tradiciones culturales. Así, un conjunto de indicios biológicos, físicos, sociales y culturales son los que ayudan a decidir quién pertenece a qué raza.18 Sin embargo, el hecho de que los seres humanos se encuentren divididos en razas en un sentido político (y no biológico), no significa que las razas no sean reales: existen en tanto sistema de agrupación de los seres humanos.19

De la colonia a la independencia

Como referimos previamente, en el caso estadounidense hemos de remontarnos a la época de la colonia para ubicar el surgimiento de la raza como elemento central en una cosmovisión del mundo que permitió explicar por qué algunos hombres eran libres (blancos) y otros no lo eran (negros). Para los sociólogos Michael Omi y Howard Winant, en esta cosmovisión, raza se presenta como una construcción socio-cultural dada por relaciones sociales de poder específicas en un contexto histórico dado que evolucionó en función de cambios históricos determinados. Los procesos históricos “forman, transforman, destruyen y reforman” las nociones de raza y las categorías raciales que llevan aparejadas. En continua transformación, la raza no es una entidad fija sino un conglomerado de significados que confiere un significado racial a las identidades, las prácticas y las instituciones, y aparece como principio organizativo fundamental de las relaciones sociales20.

Al momento en que empieza a configurarse la noción de raza el sistema de producción esclavista en los Estados Unidos se encontraba afianzado y en pleno funcionamiento, sin necesariamente una justificación que lo sustentara. Para Fields, esto responde a que raza, más que una mera justificación para un naturalizado sistema de producción esclavista, surgió como una invención, una ideología, que nació en un momento histórico discernible, creada social e históricamente por un grupo particular que sustentaba el poder, y con ello una visión de la realidad, de las relaciones socio-económicas y del ejercicio del poder político. Una vez más, eso no quiere decir que la raza sea irreal: todas las ideologías son reales en el sentido de que son la personificación de reales relaciones sociales.21

Este “grupo particular”, una clase dominante de propietarios de esclavos (encarnada en los Padres Fundadores) estaba compuesta por una minoría blanca aristocrática de plantadores que impuso el tono social al resto de la sociedad blanca (pequeños propietarios, campesinos, trabajadores agrícolas y blancos pobres, al igual que a la burguesía financiera ligada a los plantadores). Esta minoría blanca aristocrática era portadora “de valores y de actitudes sociales propias y distintas… que les daba un nivel de autoconciencia que los convirtió en partidarios de un sistema social de tipo distinto”22. Ahora bien ¿cómo logró la ideología de esta minoría – una ideología de supremacía de la raza blanca – transferirse y ser adoptada como propia por los blancos pobres, no propietarios e incluso por la burguesía? ¿Cómo fue posible que determinadas solidaridades raciales superaran a la conciencia de clase que podían compartir grupos raciales diferentes, enmascarando la lucha de clases en los Estados Unidos?

Tomamos la idea de solidaridad racial (en contraposición a la de solidaridad de clase) del historiador afro-estadounidense Manning Marable, quien la utilizó para referir a los grupos de diversos orígenes étnicos, que hablan distintos idiomas y tienen distintas culturas pero que “comparten la experiencia de la desigualdad”, es decir, que pertenecen a la misma clase social, a pesar de lo cual no hay unidad entre ellos. La retórica de la solidaridad racial en tanto “representación simbólica” puede usarse para enmascarar contradicciones y divisiones de clase en comunidades raciales y étnicas, y puede ser manipulada para apoyar los intereses de los grupos de poder. De la misma manera, la lucha de clases tiende a quebrar la solidaridad racial.23 En este sentido, fue el racismo lo que permitió una “coalición de intereses” entre la elite blanca y los blancos pobres, contribuyendo a suprimir conflictos de clase y desalentar alianzas y acciones de resistencia colectiva. Es por ello que, atinadamente, el historiador Eugene Genovese supo obvervar que “si no se comprende la legitimidad de su ideología, no será posible realizar una estimación de la fuerza de su sistema y sus formas peculiares de dominio de clase”24.

Edmund Morgan, en su clásica obra Esclavitud y Libertad en los Estados Unidos, se remontó a fines del siglo XVII para establecer una relación dialéctica entre esclavitud, libertad y racismo.25 El autor entiende que el racismo (en tanto justificación del sistema de relaciones de dominación que la esclavitud como sistema de explotación implicaba) fue el que permitió nivelar y equiparar las relaciones socio-políticas entre “libres” de distintas clases sociales – léase pequeños agricultores blancos pobres y grandes plantadores blancos ricos – y evitar la lucha de clases entre ellos. A partir del estudio de las relaciones sociales, de dominación política y explotación económica en la colonia de Virginia, Morgan afirma que entre 1580 y 1680 siervos escriturados blancos (primigenia y principal mano de obra en las primeras décadas de historia colonial) y esclavos (quienes constituyeron una pequeña proporción de la fuerza laboral hasta 1680) trabajaron codo a codo e interactuaron en situación de igualdad socio-política y económica.

En las colonias inglesas de América del Norte existieron dos formas de subordinación y dominación de la mano de obra: servidumbre por contrato y esclavitud. Los “siervos escriturados” estaban atados por contratos de una determinada cantidad de años – que podían prolongarse si el siervo cometía, a juicio de su patrón, algún “delito” – que estipulaban que, durante la duración del mismo, éstos últimos se quedaban con todo lo que los siervos producían y sólo debían proveerles comida, ropa y techo. Solían cumplir períodos de trabajo más largos que sus pares en Inglaterra, y disfrutaban de menor dignidad y protección en términos legales y consuetudinarios. “Se los podía comprar y vender como ganado, raptarlos, robarlos, apostarlos en juegos de cartas o darlos como indemnización – incluso antes de su arribo a los Estados Unidos-… Se los golpeaba, mutilaba y asesinaba con impunidad”26.

Morgan destaca que a fines del siglo XVI y principios del XVII, era difícil distinguir entre siervos y esclavos no sólo por el tipo de trabajo que realizaban, sino por el trato que se les dispensaba. Ni la piel blanca ni su posible origen británico o europeo protegieron a los siervos de las formas más brutales de explotación. Mientras perdurase el contrato, el siervo se transformaba en una cosa: una mercancía que tenía precio, de la que se abusaba con intolerable opresión y duro uso. En un comienzo, las condiciones en las que vivían los siervos fueron extendidas a los esclavos negros, para luego convertirse en más represivas para estos últimos. La gradual y posteriormente masiva sustitución de siervos por esclavos hacia fines del siglo XVII y comienzos del XVIII fue aliviando la amenaza que representaban los libertos (pobres, sin propiedades o capital), y eventualmente le puso fin: la cantidad de hombres que recuperaban su libertad fue disminuyendo a medida que descendía el número anual de sirvientes importados.27 Sin embargo, hay indicios de que los dos grupos en un principio consideraron que compartían los mismos problemas, y dado que sus condiciones de vida y trabajo eran bastante parecidas, que pertenecían al mismo estrato social. “Los criados negros y blancos huían juntos, dormían juntos y cuando hacía falta se unían en contra de los poderosos campeones de la autoridad establecida”28.

Durante el siglo XVII y las primeras décadas del XVIII, el poder se ejerció a través de relaciones de dominación de clase sobre blancos y negros por igual, y eran los derechos de propiedad los que otorgaron poder y acceso al sistema político. En un principio, siervos, esclavos y libertos gozaron de derechos que en el siglo XIX les serían negados incluso a los negros libres. Las relaciones se nivelaron a posteriori recurriendo al racismo como ese instrumento ideológico que permitió hacer desaparecer las diferencias de clase. En palabras de Morgan, “los pequeños agricultores tenían una razón para considerarse iguales a los grandes (…) la pequeña porción de propiedad humana [esclavos] del pequeño agricultor lo colocaba del mismo lado de la cerca que el gran plantador, a quien regularmente elegía como protector de sus intereses… percibían cierta identidad común con los grandes plantadores porque la tenían… Ninguno era esclavo. Y ambos eran iguales en no serlo”.29

Durante el siglo XVII, la posibilidad de que blancos pobres y descontentos se unieran a los negros para derrocar el orden establecido fue más temida que la de una posible rebelión esclava. Antecedido por una serie de levantamientos populares (la “conspiración de los sirvientes” de 1661 en protesta por las insuficientes raciones de comida, fue seguida de al menos diez revueltas en las que participaron tanto esclavos como sirvientes), ese temor a la lucha de clases pareció verdaderamente fundado cuando se sucedió la rebelión liderada por Nathaniel Bacon. En 1676, Bacon, un freeholder (propietario) de la frontera indígena y funcionario gubernamental de Virginia (era consejero real del gobernador William Berkeley), lideró un levantamiento de colonos de clase baja (blancos pobres y negros libres, sin tierras, disconformes y armados)30 en contra del gobierno colonial y su política de reparto de tierras, comercial y diplomática hacia los indios.31 En este contexto, el rechazo a la política de la elite se transformó en odio racial: el racismo, dirigido en un principio hacia los indígenas debido a la lucha por la distribución de los recursos (principalmente la tierra) fue utilizado como herramienta para separar a los blancos libres de los negros (libres y esclavos) con quienes podían hacer causa común, absorbiendo el miedo y desprecio que la clase gobernante sentía por las clases bajas. Así, fue de un “muro de desprecio racial” compuesto de la arrogancia y auto-impuesta superioridad racial de los ingleses, que emergió una ideología unificadora de la elite y blancos pobres que permitió garantizar la paz social y superar la lucha de clases.32

Pero además de quebrar la solidaridad de clase entre blancos y negros pobres, la clase dominante debió asegurarse que los negros libres nunca llegasen a ser socialmente iguales a los blancos. Ser negro tenía que ser sinónimo de esclavo, más allá del estatus de libre o no libre de los afro-descendientes. Otorgarles mayor libertad a los hombres blancos requirió quitársela a los negros porque era inconcebible que ambos pudiesen encontrarse en condiciones de igualdad.33 A través del racismo se buscó fortalecer un orden social que alivió las cargas sobre un grupo de trabajadores (los blancos pobres) y exponencialmente aumentó las de otros (los negros). Para ello, la clase dirigente de Virginia proclamó que todos los hombres blancos eran superiores a los negros y ofreció a sus “inferiores sociales” blancos ciertos beneficios que antes les habían negado. La elite englobó a indios, mulatos y negros (esclavos y libres) en una única clase paria, y en una única clase dominante a grandes y pequeños plantadores blancos34 para generar un sentimiento de identificación y solidaridad racial. La libertad e igualdad de los blancos (independientemente de su clase social) pasó a reposar sobre la subyugación de los negros: lo que igualaba a los primeros era el poder, privilegio y posición que tenían sobre los segundos (libres y/o esclavos), la clase social más explotada, desposeída y pobre de la colonia.35

“Libertad” (política y cívica) y “ciudadanía” pasaron a ser nociones altamente dependientes de leyes que, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, buscaron proteger el privilegio de la población blanca masculina. Dividieron a la clase trabajadora (compuesta por afro-descendientes libres y esclavos, indígenas y blancos pobres) según el color de la piel y la ascendencia. En The Invention of the White Race, Theodore Allen plantea que se necesitó crear una forma de control social para que los blancos libres fuesen separados de los trabajadores negros, velar por la seguridad y hegemonía de la agricultura capitalista y crear un contexto de estabilidad social. Destacando también a la rebelión de Bacon como el momento clave en el que el racismo pasó a ser el elemento central para mitigar la lucha de clases, el autor identifica una marcada tendencia a promover “un orgullo de la raza entre los miembros de cada clase de la población blanca. Ser blanco otorgaba la distinción del color, incluso a los siervos agrícolas euro-estadounidenses, cuya condición, en algunos aspectos, no distaba mucho de la verdadera esclavitud”36.

El control social se convirtió en un instrumento central para entender el surgimiento del concepto de whiteness o de la “condición de ser blanco” como elemento que otorga un cierto status social o privilegio dentro del conjunto social. Richard Dyer afirmó que la “condición de ser blanco” ha sido terriblemente eficaz para la formación de coaliciones de grupos con intereses dispares. Mucho más efectiva que la clase social, el ser blanco permitió que – a pesar de las diferencias culturales y/o nacionales – distintos grupos actuaran en contra de sus intereses clasistas.37 Dado que ser blanco conlleva ciertas recompensas y privilegios, y determina una posición en la jerarquía social, disfrutar de sus atributos generó ciertas dinámicas para preservar o determinar quiénes serían los portadores de esos privilegios. Por ello, dadas las ventajas de ser blanco en términos de poder, privilegio y bienestar material, “vale la pena luchar por quien es considerado blanco y quien no – luchar para excluir a algunos y estratégicamente incluir a otros”38.

Por su parte, la historiadora Barbara J. Fields rastrea el surgimiento de las nociones de raza e ideología racial en una época posterior y bajo premisas diferentes a las postuladas por Morgan. Para la autora, el racismo no surgió como consecuencia de un rechazo o “desprecio racial” de un grupo (blancos) hacia otro/s (indígenas o negros), sino como una justificación necesaria de la idea de que los colonos ingleses blancos gozaban de una “libertad natural e inalienable” que era negada a aquellos de ascendencia africana. Esta ideología racial “propiamente estadounidense” surge en un momento fundacional para la nación, la revolución de independencia:

la “libertad” no llegó a ser posible para los estadounidenses de ascendencia europea hasta que se instituyó la esclavitud para los estadounidenses afrodescendientes, se definió a estos últimos como una “raza” y se identificó su inferioridad innata como justificación o racionalización de su esclavitud. Fue durante la Revolución Norteamericana que esta ideología surgió en el debate entre opositores y defensores de la esclavitud, por lo que fue en aquella época en la que nacieron lo que denomino los “gemelos siameses”: la democracia y el racismo estadounidense. No digo que la ideología racial se desarrolló como justificación de la esclavitud. La idea de que la esclavitud es un sistema moralmente erróneo y que practicarla requiere una elaborada justificación es una visión muy moderna, porque la esclavitud ha sido una forma característica de organización social durante gran parte de la historia de la humanidad. Sólo en tiempos relativamente modernos los seres humanos vieron la necesidad de encontrarle una justificación. En cambio, durante mucho tiempo la dieron por sentada (…) A mi juicio, fueron circunstancias excepcionales las que condujeron a que se creyera necesario justificar la esclavitud más allá del sentido común. Así, la preeminencia de la libertad, y no la esclavitud, fue lo que creó la extraordinaria situación que demandó la increíble invención que representa la ideología racial estadounidense. (…) Los portadores naturales de esa libertad inalienable, al mismo tiempo que mantenían negros como esclavos, vieron a la “raza” como una verdad evidente en sí misma.39

Fields refiere a una paradoja histórica: la condición necesaria para el surgimiento del racismo que dio origen a la noción de raza, fue la idea de “igualdad de todos los hombres”. En las sociedades basadas en la presunción de desigualdad se genera una estructura jerárquica aceptada como natural que ni siquiera los miembros de los estratos inferiores ponen en entredicho. Así, no se plantea la necesidad de justificar la posición de los subordinados en función de alguna característica específica que los haga menos meritorios que el resto. Sin embargo, al asumir la sociedad una aceptación de principios “radicales” de libertad e igualdad como derechos naturales e inalienables del hombre, se hizo “necesario” atribuir a determinados grupos – aquellos a los que sistemáticamente se les negaban esos “derechos inalienables a todos los hombres” – diferencias que los hacían inferiores. Es decir, el racismo surgió como resultado de la contradicción entre los principios igualitarios y el trato excluyente de determinados grupos, y de la necesidad de justificar su sometimiento a condiciones de servidumbre, separación forzada o marginación. En palabras de la autora, “cuando existen leyes obvias de la naturaleza que garantizan la libertad, solo leyes igualmente obvias de naturaleza igualmente obvia pueden justificar negarla”.40

En el contexto al que Fields refiere, además de debatirse cuestiones apremiantes como la forma de gobierno de la naciente república, se planteó la espinosa cuestión de la abolición de la esclavitud, qué hacer con los negros libres, cómo integrarlos (de hacerlo) a la vida socio-económica y cívica, qué derechos otorgarles, cómo considerarlos jurídicamente y cómo regular las relaciones entre las razas. Fue en este marco que “los principios democráticos colapsaron y la supremacía blanca se hizo presente”.41 Incluso, aquellos que se manifestaban a favor de la emancipación, o referían a la conveniencia de una gradual liberación de los esclavos, lejos estaban de pensar en integrarlos a la vida socio-política de la nueva república.

La filosofía más expandida hablaba de emanciparlos y “devolverlos a su tierra”. Thomas Jefferson y sus escritos sobre la raza constituyen un ejemplo perfecto de dicha racionalización de una ideología racial a fines del siglo XVIII. Jefferson, poseedor de más de 600 esclavos y padre biológico de algunos de ellos,42 estaba convencido tanto de los beneficios económicos de la esclavitud como sistema de producción43 como de su conveniencia moral dada la inferioridad innata de los afro-descendientes. Jefferson no creía en la posibilidad de una sociedad racialmente integrada en la que los negros fuesen sujetos libres de pleno derecho, sino que consideraba que – de liberarlos – debían vivir en una sociedad separada. Desde su perspectiva, las diferencias naturales y los recelos generados por 400 años de relaciones de opresión producirían divisiones y conflictos que sólo conducirían al exterminio de una u otra raza. En Notes on the State of Virginia (1787), menciona numerosas razones (políticas, físicas y morales) por las que los negros no podían ser incorporados a la sociedad como ciudadanos de pleno (o restringido) derecho: “los negros, ya de por sí una raza distinta, son – en cuerpo y mente – inferiores a los blancos (...) Esta desafortunada diferencia en el color de la piel, y tal vez en las facultades mentales, es un poderoso obstáculo para su emancipación (...) Cuando sean libres, deberán ser removidos y alejados de la posibilidad de mestizaje o integración”.44

Las consideraciones de Jefferson no eran más que el reflejo de la visión de la elite de la época. Hacia 1790, se popularizó la idea de que el Congreso debía adquirir una colonia en África y disponer el traslado de los negros que quisieran obtener su libertad, demostrando que el sentimiento anti-esclavista era una cosa y la integración racial, otra. Hasta el gran emancipador de los esclavos, Abraham Lincoln, fue un ferviente creyente en la ideología de la supremacía de la raza blanca, rechazó la idea de la igualdad social de las razas45, compartió la convicción de la mayoría de sus contemporáneos de que los negros no podían ser asimilados a la sociedad blanca46, y apoyó proyectos de emigración de negros libres a otros territorios47. Cuando asumió como presidente en 1861 declaró en su discurso inaugural no tener intención alguna de interferir con la institución de la esclavitud y se comprometió a apoyar y hacer cumplir la legislación vigente sobre la captura y restitución de esclavos fugitivos48. Aún después de firmar la Proclama de Emancipación (1863) – una estrategia política pensada más en términos militares que raciales49 – para Lincoln seguía siendo inconcebible pensar a los negros como política y socialmente iguales a los blancos. Los negros nunca estarían en condiciones de igualdad ante sus superiores raciales, por lo que una vez liberados debían ser “enviados a su tierra natal” y evitar así toda posibilidad de integración o amalgama social. Esto evidencia, como afirmara Theodore Draper, que “de Jefferson a Lincoln, la colonización fue la solución favorita del hombre blanco para el problema negro”50.

A partir de lo planteado, vemos como el concepto de raza representa una racionalización de un sistema de opresión, explotación y dominación elaborado en contextos particulares, fuertemente enraizado en las estructuras de poder de la clase dominante blanca y determinado por el color de la piel y la ascendencia. Ser “negro” en los Estados Unidos se determinó según un conjunto de estructuras sociales y económicas de subordinación, racionalizadas y justificadas por una ideología de supremacía de la raza blanca. Históricamente, el significado y la realidad concreta de la raza fueron un producto de la dominación de clase: al mismo tiempo que se inventa la raza blanca dominante, se inventa la raza negra dominada. Una no puede existir sin la otra. Pero al mismo tiempo, como destacó Manning Marable, para los afro-estadounidenses la raza pasó a ser un lugar de resistencia51.

Nos interesa particularmente la idea de “raza como lugar de resistencia” ya que a partir de ella podemos entender la historia afro-estadounidense como una de lucha por los espacios de poder político y económico, contra la subordinación y subyugación de un grupo sobre otro. La historia de los negros en los Estados Unidos es una historia de resistencia (política, económica, cultural, de acción directa, de rebeliones y violentos levantamientos armados) contra las formas retóricas, estructurales e institucionales del racismo blanco.

Racismo, ideología racial y raza

Como venimos vislumbrando, raza no es lo mismo que racismo, y la distinción entre ambos no es menor. A pesar de ser en ocasiones tomados como sinónimos, no refieren ni pretenden explicar lo mismo. Barbara Fields entiende racismo (en tanto sistema de creencias y actitudes que otorgan especial importancia a las diferencias “raciales”) como la asignación de personas a una categoría inferior, y la determinación de su condición social, económica, cívica y humana sobre la base de que una raza es superior a otra y debe dominarla. El racismo, primero y principal una práctica social52, adquiere poder en cuanto adopta la forma (teórica y práctica) de disposiciones institucionales, legales y sociales que perpetúan la subordinación y explotación del grupo dominante sobre el grupo dominado.

Dado que la esclavitud permitió definir una concepción racialmente excluyente de la libertad, para Fields (poniendo en juego los mismos conceptos que Morgan) es en la necesidad de resolver la contradicción entre ambos (esclavitud y libertad, ésta última como derecho natural e inalienable del hombre blanco53) que el racismo de los colonos ingleses dio lugar a la noción de raza: la esclavitud de los negros fue interpretada como consecuencia de su inferioridad innata. En la cosmovisión de los colonos, la población negra era esclava porque era naturalmente inferior, y son percibidos como inferiores aquellos que de por sí son vistos como oprimidos54. Si hubiese sido a la inversa, y la raza se hubiese entendida como racismo, la esclavitud, en lugar de algo que los esclavos eran, se hubiese evidenciado como algo que los esclavistas hacían. En pocas palabras, el racismo de la elite colonial (blanca) dio lugar a una ideología racial que creó una categoría (raza) para explicar/justificar la situación política y socio-económica de un determinado grupo que experimentaba una opresión y explotación sistémica (los negros).

La ideología racial y la raza pasaron a ocupar un lugar central en la legitimación del poder de la clase dominante blanca. Gracias a su funcionalidad para racionalizar intereses colectivos de clase, el racismo, la ideología racial y la raza otorgaron la justificación necesaria en las coaliciones de clase que gobernaron los Estados Unidos, permitiendo fragmentar a los sectores dominados (incluyendo a los blancos pobres) según criterios raciales55, distrayéndolos para reconocer las estructuras de poder, privilegio, explotación y desigualdad. Así, las solidaridades raciales históricamente atentaron contra las solidaridades de clase. La raza se afianzó como una construcción ideológica que justificó y legitimó la dominación de un grupo sobre otro, demarcando la famosa línea de color que separó a blancos de ascendencia europea, anglosajona y protestante (los “blancos puros”) de otras razas “inferiores”. El racismo, por caso, se presenta como el fenómeno histórico que marca la construcción, reconstrucción, reproducción y evolución de la ideología racial.

En esta ideología, el privilegio que otorga la condición de ser blanco dependió de la exclusión de un otro no-blanco cuya definición estuvo sujeta a constantes transformaciones. Como retomaremos más adelante, celtas, eslavos, judíos, ibéricos, nórdicos, italianos, irlandeses pasaron de ser considerados “no-blancos” a incorporarse a la raza blanca y adoptar los privilegios que ésta otorga. Ello evidenció a la raza como un símbolo de la desigualdad que fue evolucionando para convertirse en una noción cada vez más restringida y taxativa. Al tiempo que, en contextos determinados, distintos grupos se incorporaban a la raza blanca, las sub-categorías que existían dentro de la raza negra (black, mulatto, quadroon, octoroon) fueron lentamente desapareciendo en favor de la categorización “negro” según la regla de una gota. Y como lo demostró el caso Phipps, aun a fines del siglo XX, fue necesario reforzar la idea de que basta una gota de sangre negra para quedar en el bando de los excluidos, reafirmando la noción de que en los Estados Unidos “un solo bisabuelo negro es suficiente para definir a una persona como negra, mientras que siete bisabuelos blancos son insuficientes para clasificarla como blanca”56.

La discusión sobre cómo, por qué y en qué medida distintos grupos inmigrantes y de trabajadores fueron considerados blancos o “se convirtieron” en blancos, ha ocupado un papel destacado en el debate entre historiadores de los estudios del trabajo y de la raza. Robert H. Zieger señala que, aunque el tema generó intensas polémicas, el punto en el que todos coinciden es que fue la negritud (blackness o la condición de ser negro) lo que definió por la negativa a la condición de blancos: “la premisa básica de que los afroestadounidenses han sido considerados como un ‘otro’ no-blanco en toda la historia estadounidense”57. Antes de seguir adelante, creemos necesario aclarar que no pretendemos ignorar las experiencias y trayectorias históricas de otros grupos raciales o étnicos en los Estados Unidos (indígenas, latinos, asiáticos, etc.) y nos centramos en la comunidad negra porque entendemos que la experiencia de los afro-descendientes definió y continúa definiendo los contornos fundamentales del racismo y de la raza en los Estados Unidos58.

Institucionalización y evolución del racismo en los Estados Unidos

En esta instancia, es importante clarificar qué entendemos por “racismo institucional” y como se convirtió en parte inherente del estado y sociedad estadounidenses. Stokely Carmichael y Charles Hamilton, destacados líderes del Student Non-Violent Coordinatting Committee (SNCC) y referentes del Poder Negro, acuñaron el término en 1967 para referir a “los actos de toda la comunidad blanca contra la comunidad negra” que se originan en el predominio y activa pervivencia de actitudes, prácticas y políticas originadas “en el funcionamiento de fuerzas establecidas y respetadas de la sociedad” que perpetúan la subordinación de los negros.59

Por “racismo institucional” referimos a la capacidad de las clases dominantes de, en distintos momentos históricos, utilizar todas las herramientas del poder local y nacional para llevar a la práctica y perpetuar una ideología racial que les permita mantener a los grupos “racialmente inferiores” en situación de opresión, manteniendo y preservando la dominación, privilegio y acceso a los recursos de los sectores dominantes60. Cuando la ideología racial se convierte en parte integral de las estructuras económicas, políticas y sociales del estado, y domina las prácticas sistemáticas de instituciones públicas y privadas, empresas y del mercado de trabajo, hablamos de racismo institucional.

El caso estadounidense representó un estadio superior en la institucionalización del racismo. Marable afirmó que los Estados Unidos evolucionaron históricamente hasta devenir en un Estado Racista-Capitalista: un estado cuya estructura socio-económica y política se caracteriza por ser eminentemente racista, capitalista y comprometida con una forma de democracia burguesa limitada.61 En este tipo particular de estado, el racismo se “institucionaliza” con el objeto no sólo de preservar y perpetuar el privilegio y poder de la clase dominante, blanca por antonomasia, sino de asegurar la acumulación de capital. El racismo, una construcción con lógica propia, es parte inherente y se encuentra profundamente enraizada en la estructura política, socio-económica y cultural estadounidense:

Los límites de nuestra propia piel se convierten en el crudo punto de partida para negociar el acceso al poder y a los recursos en una sociedad construida en base a jerarquías raciales. A lo largo de varios siglos, se construyó una montaña de desventajas acumuladas, un gran monumento a la búsqueda de la desigualdad y la injusticia que para la mayoría de los negros estadounidenses es el sello característico de nuestra “democracia”.62

Este estado racista-capitalista perpetúa y continuamente reproduce el racismo, la ideología racial y diferentes nociones de raza (incluso creando nuevas categorías) convirtiéndolo en estructural, sistémico y manifestándolo a través de sus instituciones. En esta misma línea interpretativa, Michael Omi refiere a esta institucionalización del poder en términos raciales como un poder racializado y a la importancia de discernir entre la relación entre raza y racismo, estando atentos a las transformaciones en la naturaleza del “poder de la raza”. Según Omi, la distribución del poder y su expresión en las estructuras, ideologías y prácticas en distintos niveles institucionales, se encuentra “significativamente racializado” en la sociedad estadounidense. “Así, los cambios en lo que a raza implica son indicativos de las reconfiguraciones en el carácter del poder racializado y hacen hincapié en la necesidad de cuestionar conceptos específicos del racismo”63.

Marable refiere a cómo la institucionalización de este “poder racializado” se da a través de la sanción de leyes que determinaron las categorías raciales en la sociedad estadounidense. En lo que se nos presenta como una interesante conjunción entre los postulados de Morgan y Fields, Marable sostiene que antes de la revolución de independencia las leyes coloniales buscaron perpetuar la supremacía de la clase dominante. Su propósito ulterior era el de suprimir a la clase baja de trabajadores y pequeños agricultores, tanto blancos como negros, y preservar el poder de la élite local de plantadores y comerciantes. Dado que en el proceso la mayoría blanca también fue privada de sus derechos políticos por no cumplir con los mínimos requisitos de propiedad, “blancos y negros pobres a veces cooperaron entre sí para desafiar al statu quo político conservador. La Revolución dividió profundamente a la élite colonial blanca y desató un movimiento popular y democrático entre las clases bajas”.64

En este contexto de lucha de clases, la institucionalización del racismo se produjo rápidamente. En la Convención Constituyente de 1787 se determinó, en lo que fue el Compromiso de los 3/5, que por cuestiones impositivas y de representación política, un esclavo sería considerado “como 3/5 de un hombre libre”.65 La Constitución se encargó luego de proteger los derechos de la clase esclavista, condonando y legalizando tanto la esclavitud como el comercio de esclavos: en su artículo 1, sección 9, estipuló que “la migración o importación de personas que cada estado considere apropiado admitir no será prohibida antes del año 1808, aunque se podrá imponer un impuesto a esta importación, que no excederá los 10 dólares por persona”. La esclavitud no solo quedó legalizada sino que se la reforzó, al fomentar el incremento del comercio de esclavos antes 1808 cuando se abría la puerta a su posible prohibición. Por su parte, el artículo 4 allanó el camino para la sanción de las leyes de esclavos fugitivos de 1783, al exigir la devolución a su dueño de todo esclavo recapturado, y prometió asistencia federal a los estados en los que se sucedieran rebeliones de esclavos.

Seguidamente, en 1790, una ley limitó el derecho de naturalización sólo a “personas blancas libres” de “buen carácter moral”, excluyendo a libertos, esclavos, y más adelante, inmigrantes de origen asiático66, y en 1792 se sancionaron las primeras leyes segregacionistas específicamente dirigidas a negros libres. Gradualmente la mayoría de los estados limitaron o vedaron los derechos electorales de los negros libres que aún gozaban de esa prerrogativa, e incluso se les prohibió ejercer ciertas actividades económicas, oficios y profesiones: se les negó el derecho a adquirir tierras, se les prohibió hospedarse en hoteles y comer en restaurantes. Se impusieron requisitos de propiedad y alfabetización para dificultarles el ejercicio de sus derechos políticos, y en algunos estados como Pensilvania e Indiana directamente se les prohibió votar. En 1805, Maryland inhibió a los negros libres de vender trigo, maíz o tabaco sin una licencia estadual, atentando contra su fuente de trabajo y progreso económico. En 1807, Ohio aprobó una ley obligando al empadronamiento de los negros previo pago de 500 dólares, lo que condujo a que muchos abandonaran el estado. Solo podían contraer matrimonio con autorización previa, se les prohibió demandar a, o testificar contra, personas blancas, se determinó legalmente que las mujeres esclavas “no podían ser violadas” (avalando situaciones de violencia de género y criminalizando posibles denuncias o acciones legales). Algunos estados como Alabama aprobaron leyes que ordenaban dar 100 latigazos a cualquier esclavo que supiera leer o escribir, e impusieron restricciones para imposibilitar el derecho al voto y la afiliación sindical.

Si bien la tendencia no podía ser más clara, el sistema se reforzó con un fallo de la Suprema Corte Federal de Justicia que, a mediados del siglo XIX, sentó precedente e implicó un verdadero hito en la racionalización y legitimación de la teoría de inferioridad racial de los negros. En 1857, en Dred Scott vs Sandford, directamente se negó el derecho de ciudadanía a los negros, fueran o no esclavos. Este caso es históricamente emblemático porque ofreció una definición restrictiva de ciudadanía67, determinó la condición cívica de los negros libres (negándosela) y – en consonancia con ello – clarificó y legalizó las premisas básicas de la ideología racial estadounidense, estableciendo jurídicamente la inferioridad de los negros68.

Dred Scott, un esclavo que infructuosamente había tratado de comprar su libertad, inició en 1846 una demanda judicial para obtenerla, alegando que su traslado y permanencia en territorios “libres” (en Illinois primero y Wisconsin después) lo habían emancipado a él y a su familia, convirtiéndolos legalmente en personas libres incluso después de regresar al estado esclavista de Missouri.69 Cuando el caso llegó a instancias de la Corte Suprema, ésta resolvió negarle la libertad aduciendo una simple premisa: Scott era negro, condición que por sí sola le negaba la libertad y el derecho de reclamarla.70 Por un lado, la Corte catalogó jurídicamente a los esclavos como “bienes muebles heredables”. Por otro, calificó a los negros (libres o no) como ineptos para la ciudadanía en tanto “seres de un orden inferior y, en conjunto, no aptos para asociarse con la raza blanca, ya sea en las relaciones sociales o políticas, y en tanto inferiores, carentes de derechos que deban ser cumplidos o respetados por el hombre blanco”.71

A pesar de todo esto – y como lo demuestra la iniciativa de Scott –, los negros se resistieron y lucharon contra todo este sistema de dominación, opresión y racismo institucional. Lo hicieron cotidianamente en sus lugares de trabajo y residencia (recurriendo al sabotaje y al boicot de tareas, disminuyendo ritmos de producción, destruyendo herramientas de trabajo, aduciendo enfermedades e inclusive apelando a la automutilación y al suicido), huyendo y convirtiéndose en fugitivos, refugiándose en comunidades cimarronas (maroon o runaway slave communities), luchando por ejercer sus derechos electorales donde legalmente podían hacerlo, protagonizando rebeliones y levantamientos armados, y a través de otras incontables formas de resistencia política, cultural, social, religiosa e institucional. Herbert Aptheker, en su clásica e importante obra American Negro Slave Revolts (1943) le dio su lugar en la historia a las aproximadamente 250 formas de resistencia protagonizadas por esclavos entre 1526 y 1860, incluyendo las revueltas armadas de Cato (1739), Gabriel Prosser (1800), Denmark Vessey (1822), Nat Turner (1831) y Cinque (1840)72.

Siguiendo a Marable, estas formas de resistencia fueron – a grandes rasgos – expresiones de dos enfoques políticos o estrategias distintivas, pero aun así superpuestas, a la dominación blanca y la opresión negra: ‘inclusión’ o integración, y ‘autonomía’ o nacionalismo negro.73 La primera, encarnada en la figura de Federick Douglass, la segunda en Martin Delany. Douglass, un esclavo que obtuvo su libertad al escapar al norte, se convirtió en líder abolicionista y luchó por la eliminación de las barreras legales, ideológicas, políticas y económicas que impedían el progreso de los negros. Abogó por la integración racial en escuelas, instituciones y espacios públicos, y por la educación de los negros. Ello no implicó – a pesar de lo que ciertos autores han referido – que la propuesta de Douglass sugiriese necesariamente la aculturación afro-estadounidense, sino que apuntó a la incorporación de los negros como ciudadanos de pleno derecho. Para Douglass, era a través de canales políticos que los negros podrían obtener el poder para convertirse en parte del sistema institucional, la cultura política y la sociedad civil estadounidense. En su visión, la integración racial era sólo una estrategia para la consecución de un objetivo mayor.

Por su parte, Delany, un negro libre que entre muchos de sus logros fue médico, periodista, militar y político, abogó por la emigración de los negros a otros territorios de Centroamérica y el Caribe o África. Contrario al integracionismo de Douglass, Delany propuso una estrategia de resistencia colectiva basada en la identidad y solidaridad racial: crear organizaciones e instituciones políticas negras, desarrollar una economía autosuficiente “de los negros para los negros”, y adoptar el modelo de la revolución y república de Haití como ejemplos de autodeterminación.74 Amén de las posturas contrapuestas en relación a tácticas y estrategias de lucha, Douglass y Delany estuvieron en estrecho contacto y trabajaron en forma conjunta, incluso en la consecución de sus debates y polémicas, en torno a dilucidar cuál era la mejor forma de resistencia para el movimiento negro estadounidense.

El fin de la esclavitud y la reconfiguración del racismo institucional

La Guerra Civil (1861-1865) fue uno de esos momentos de crisis para las relaciones raciales que condujo a transformaciones en las formas y prácticas de la ideología racial, y a una reconfiguración de esas relaciones conducente a la preservación del statu quo y a la preeminencia de la ideología de supremacía blanca y subordinación negra. Si bien la guerra buscó más preservar a la Unión que poner fin a la esclavitud, fue durante el conflicto bélico que Lincoln firmó la Proclama de Emancipación (1863), un hito que dio lugar a numerosas controversias y debates sobre la situación política y socio-económica de los esclavos.

Pero no sólo la guerra sino el período de la Reconstrucción (1863-1877) significaron un punto de inflexión para la ideología racial. La historiografía toma como válida la periodización propuesta por el historiador Eric Foner, cuya historia de la Reconstrucción no comienza en 1865 con el fin de la guerra, sino con la Emancipación, enfatizando su relevancia a la hora de unir dos aspectos importantes, el activismo de base de los negros y el nuevo poder del estado nacional, para indicar que la Reconstrucción no fue sólo un período de tiempo determinado, sino “el comienzo de un extenso proceso histórico: el de la adaptación de la sociedad norteamericana al fin de la esclavitud”.75 El autor toma como hitos la proclama de emancipación de los esclavos en 1863 y el Compromiso de 1877, que estableció el retiro de las tropas unionistas de los estados sureños encargadas de imponer y hacer cumplir las medidas del gobierno federal durante la posguerra. En conjunto, inauguraron el período en el cual los Estados Unidos debieron reajustarse a la abolición de la esclavitud como sistema de producción económica y organización socio-política: descifrar qué lugar ocuparían y qué significaba la adquirida libertad de los ex esclavos y sus descendientes en una sociedad organizada y pensada en términos y jerarquías raciales.

Lo cierto es que si bien la emancipación puso fin a una forma de dominación y explotación racial (la esclavitud), la misma fue rápidamente reconstituida y reemplazada por otra: el sistema de segregación racial conocido como Jim Crow. La abolición de la esclavitud no derivó en la desaparición o matización de la ideología racial, sino en su reconfiguración y reforzamiento a modo de reacción y supervivencia. Lo que se produjo fue una transformación en su carácter, evidenciando la relación dialéctica que existía entre racismo, raza y clase.

El fin legal de la esclavitud llegó en 1865, con la aprobación de la XIII Enmienda Constitucional por parte del Congreso.76 Sin embargo, la misma no determinó ningún estatus político, jurídico o legal específico para los freedmen (libertos). De la misma manera, si bien las importantes enmiendas constitucionales de 1865-187077 y las leyes de derechos civiles de la Reconstrucción consideraron el acceso a una educación básica y a los recursos económicos mínimos para transitar el entramado social, dejaron aspectos claves de la situación de los negros sin clarificar y sujeto a violenta redefinición. El que los negros ocuparan un nuevo lugar en la sociedad como ciudadanos, trabajadores y “hombres libres e iguales” implicó profundos cambios en las relaciones sociales y raciales, en el mercado laboral y en la dinámica política. Nos referimos a aspectos tales como la condición de los negros como trabajadores libres, su relación con antiguos amos y con trabajadores blancos, su lugar en el mercado de trabajo y en el movimiento obrero, y la consideración de una posible reforma que asegurase la redistribución de recursos – sobre todo, la tierra – a un grupo de trabajadores que nunca había tenido el mínimo acceso a ellos.

Finalizado el conflicto bélico, aproximadamente cuatro millones de ex esclavos se incorporaron al mercado laboral como mano de obra “libre”. Ello dio lugar a una crisis cultural que originó un profundo debate sobre su lugar e incorporación a la clase obrera, a la que por esos años se sumó una oleada de inmigrantes europeos de diversos orígenes y calificación. A fines del siglo XIX se desarrolló así una clase obrera “multiétnica” fuertemente dividida por antagonismos raciales. Los negros se vieron inmediatamente rechazados por trabajadores blancos, que se negaron a trabajar en igualdad de condiciones o compartir los mismos espacios laborales, fueron excluidos de gremios y sindicatos, e incluso se les prohibió normativamente la afiliación sindical. W.E.B. Du Bois fue uno de los primeros en plantear que la ausencia de una alianza de clase entre trabajadores blancos y negros luego de la Guerra Civil significó tanto el triunfo de la ideología de supremacía blanca como el fracaso de la Reconstrucción. En su obra Black Reconstruction (1935), escribió: “el trabajador blanco no quería al negro en sus sindicatos, no creía en él como hombre, esquivaba la cuestión y cuando aparecía en las convenciones [obreras], le pedía que formara una organización aparte; es decir, por fuera del verdadero movimiento obrero, a pesar de que ese procedimiento contradecía cualquier política laboral sensata”.78 Comprendió que, para la clase trabajadora, el ser blanco otorgaba cierta compensación “psicológica” para la alienación y explotación que las relaciones capitalistas representaban.79 Los trabajadores del siglo XIX valoraron la condición de ser blanco hasta tal punto que en lugar de unirse a los negros, con quienes compartían intereses de clase pero a los que veían como una amenaza a sus prerrogativas raciales, adscribieron a la ideología de supremacía blanca que sustentaba al capitalismo, un sistema basado en el reconocimiento y preservación de las distinciones raciales80. Según Du Bois,

La unión de los trabajadores blancos y negros nunca tuvo un verdadero punto de partida. Primero, porque el liderazgo negro tendió hacia los ideales de la pequeña burguesía, y el liderazgo blanco a fortalecer al capitalismo. La movida final… que condujo a la catástrofe de 1876 [el fin de la Reconstrucción] fue la coalición de plantadores y blancos pobres, a pesar de sus intereses económicos divergentes, apelando al asesinato y la abierta intimidación (...) No fue sino hasta después… que el movimiento de trabajadores blancos comenzó a darse cuenta de que habían perdido una gran oportunidad, que cuando se unieron para privar de derechos al trabajador negro, habían quebrado el poder de la clase trabajadora en su conjunto.81

Para 1937, Du Bois había llegado a la conclusión de que “mientras los trabajadores estadounidenses sean más conscientes del color y la raza que de las necesidades económicas de la clase trabajadora, será imposible el desarrollo de la solidaridad obrera”.82 Retomando la línea argumental de Du Bois, David Roediger analizó cómo el racismo y la ideología de supremacía blanca influyeron en la formación y conciencia de la clase obrera estadounidense. En una crítica a los análisis marxistas, el autor se refirió a la centralidad del racismo en la conciencia de clase de los trabajadores, destacando que, al tratar de mostrar la dimensión clasista del racismo, los marxistas tendieron a concentrarse en el papel de la clase dominante en tanto perpetuadores de la opresión racial, y “caracterizaron a los trabajadores blancos como ingenuos, hasta virtuosos. (…) han vacilado en tratar el ‘blanqueamiento’ de los trabajadores y su ideología de supremacía blanca como creaciones, en parte también, de la clase obrera blanca misma”83. Y esto no es menor en una sociedad en la que – si bien la clase obrera está principalmente compuesta por trabajadores noblancos (negros, latinos, asiáticos) y mujeres – popularmente “obrero” presupuso una composición masculina y de raza blanca. Al convertirse en trabajadores blancos que identificaban su libertad y valores como cualidades de aquellos que eran “blancos”, el “ser negro” se equiparó con la figura del anti-trabajador y del anti-ciudadano. Así, el movimiento obrero atravesó un proceso de “blanqueamiento” en el que el solo hecho de ser blanco constituía una “compensación psicológica” suficiente como para dividir a la clase obrera según solidaridades raciales que enmascararon y diluyeron la lucha de clases en los Estados Unidos de fines del siglo XIX. Sólo eso podría explicar, por citar un ejemplo, cómo inmigrantes católicos irlandeses, un grupo oprimido y discriminado tanto en Irlanda como en los Estados Unidos de la época84, se “convirtieron en blancos” y lograron asegurarse un estatus superior al de los negros en la escala social y en el competitivo mercado laboral.85 O cómo numerosos grupos étnicos de origen asiático iniciaron acciones judiciales para legalmente convertirse en blancos con el sólo propósito de poner fin a la opresión sistémica que experimentaban.86

El racismo y la solidaridad racial fueron los factores que obstaculizaron posibles alianzas de clase. Los trabajadores blancos se unieron a la elite primero para preservar la esclavitud, y después para defender la supremacía blanca y resguardar sus puestos de trabajo ante la competencia de trabajadores negros libres. Roediger observa que los capitalistas no lo fomentaron tanto como se aprovecharon de ello: respondieron a las medidas de fuerza de la clase trabajadora blanca amenazando con reemplazarlos con esquiroles o mano de obra negra más barata, y fomentaron la competencia laboral en términos raciales evitando acciones de resistencia clasista. En este sentido, en 1904 en “The Race question a class question”, la revista The Worker advirtió que

Parte de la política instintiva de la clase capitalista para perpetuarse es crear y valerse del odio racial con el fin de evitar que los obreros de todas las razas y nacionalidades se unan para derrocar al infame sistema industrial que permite a los capitalistas obtener sus ganancias. Así también es parte de la política capitalista usar a una raza más débil para socavar los esfuerzos de los obreros más inteligentes por mejorar sus condiciones y emancipar a su clase.87

Un aspecto clave del argumento de Roediger es el hincapié en la centralidad del racismo de los trabajadores blancos y el papel de la raza como factor decisivo en la formación de la clase obrera durante la era de la esclavitud, su recomposición durante la Reconstrucción y, sobre todo, en la evolución del movimiento obrero a fines del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, advierte que reducir la solidaridad racial a cuestiones de competencia laboral es de un determinismo económico que ignora importantes cuestiones históricas. Los principales competidores de los trabajadores blancos no eran los negros, sino otros trabajadores blancos (inmigrantes europeos) que competían por trabajos para los que los negros ni siquiera calificaban. Fue la noción de competencia laboral y preservación de los puestos de trabajo lo que permitió encubrir el racismo propio de la clase trabajadora blanca.

En este contexto de crisis general y absoluta del sistema político, social, económico, ideológico y cultural que se dio en la posguerra civil, el evolucionismo de Darwin proporcionó una justificación científica para avalar el racismo y reafirmar la inferioridad racial de un grupo que había adquirido un nuevo status en la sociedad estadounidense. Mientras “las teorías evolucionistas legitimaron falazmente las hostiles pasiones del prejuicio”88, la ideología racial adoptó la forma teórica del racismo científico y su práctica institucional, jurídica y legal pasó a ser el disenfranchisement (la privación total o parcial de adquiridos derechos políticos) y el sistema de Jim Crow.

Jim Crow fue un régimen de políticas segregacionistas (legales y consuetudinarias) contra la población negra que afectó todos los ámbitos de la vida pública. Creó un orden social que buscó mantener las jerarquías raciales y el racismo institucional a través de la opresión de clase: bloqueando el progreso de los negros, confinándolos al trabajo rural, no calificado y de baja remuneración, segregándolos en escuelas, viviendas y servicios públicos de menor calidad, limitando e impidiendo su acceso a créditos o programas sociales, sindicalización o puestos de trabajo. Y fue nuevamente el sistema judírico el que permitió su rápida institucionalización. En 1883, la Corte Suprema determinó que la ley de derechos civiles de 1875, que garantizó el derecho al trato igualitario en servicios y espacios públicos independientemente de la condición de raza, color o condición previa de esclavitud, era inconstitucional. Seguidamente, instituyó las bases legales de la famosa doctrina “separados, pero iguales”. Según lo resuelto en el caso Plessy vs. Ferguson (1896), la segregación racial en los espacios públicos no atentaba contra la protección igualitaria de las leyes.89 Esta premisa se transformó en la base jurídica sobre la que se edificó todo el sistema de segregación racial. Como puntualizó Du Bois en 1935, este sistema de segregación racial de jure implicó la sistemática y absoluta privación de derechos a los negros:

Se les prohibió votar a través de métodos coercitivos como la violencia física, intimidación económica, y propaganda diseñada para hacerle creer a los negros que no había salvación para él en la arena política, sino que debía depender enteramente de la mesura y buena voluntad de sus empleadores blancos. Luego vinieron una serie de leyes de privación del voto que discriminaron contra la pobreza y la ignorancia, dirigidas específicamente a trabajadores de color. Mientras, el trabajador blanco se salvó gracias a la connivencia deliberada, el trato preferencial y las cláusulas del Abuelo.90 Como reaseguro, se implementó el sistema de las “Primarias Blancas” a través del cual el partido “demócrata” restringió su membresía a electores blancos. Las “primarias blancas” se convirtieron en una práctica política legal y consuetudinaria en casi todos los estados sureños. (...) En el sur, la privación de derechos a los negros se logró casi por completo.91

Jim Crow se convirtió en sinónimo de ausencia de poder político, estricta segregación racial, acceso limitado o nulo a servicios públicos, educativos, recreativos y de salud de por sí “separados y desiguales”, privación de derechos electorales, acceso restringido a empleos no calificados de baja remuneración y nula movilidad social. Para mantener este sistema fue necesario – además de leyes y letreros que indicaran la separación racial de blancos y negros – recurrir a todo tipo de estrategias para afirmar y reiterar la inferioridad “innata” de los negros: violencia racial (física, verbal, simbólica), linchamientos92, desalojos y despidos laborales, acompañado del reforzamiento de la ideología racial desde el mundo académico. A fines del siglo XIX y principios del XX se popularizó la visión de la “escuela de Dunning”. De la mano del politólogo John W. Burgess y del historiador William A. Dunning (Universidad de Columbia), esta escuela historiográfica evidenció cómo la ideología racial tiñó los análisis de los intelectuales expresando una visión altamente negativa y displicente del negro estadounidense, tanto de su lugar en la historia como en la sociedad.

Poniendo de manifiesto que el significado y la realidad concreta de la raza continuaban siendo causa y efecto de la dominación de clase93, se evidenció que el racismo y la raza no solo se sustentaban sino que propugnaban la explotación económica y la restricción al acceso al poder político, el privilegio social y la subyugación cultural de la mano de obra negra. La esclavitud era legalmente una cosa del pasado, pero no la coerción y opresión que los afro-estadounidenses sufrían, manteniendo la correlación entre raza y clase que subyacía a la ideología racial. La segregación racial pasó a ser – literal y metafóricamente – el sistema de dominación que, bajo preceptos raciales, tuvo como objetivo enseñar a una nueva generación de negros que no había transitado la era de la esclavitud, el significado (clasista) de la raza.

Formas de resistencia y organización negra durante la era de Jim Crow

Esto exigió un mayor compromiso y organización por parte de los negros, que respondieron con todo tipo de actos de resistencia: boicots, acciones y atentados contra locales de propietarios blancos, campañas contra la discriminación laboral, de alfabetización y empadronamiento electoral, abiertos y subliminales actos de desobediencia civil. Recuperando la caracterización de Marable, identificamos tres tendencias principales (no auto-excluyentes) en las estrategias de lucha de la colectividad negra: inclusionismo, nacionalismo negro y transformacionismo94.

El inclusionismo representó la tendencia moderada e integracionista. Lejos de apuntar a reformas radicales o revolucionarias, plantearon intereses y objetivos en consonancia con lo que era aceptable para el establishment, las corporaciones y el Partido Demócrata nacional. No querían destruir el sistema sino formar parte de él, modificarlo “desde adentro” para transformar la representación simbólica de los afro-estadounidenses. Apuntaron al ascenso de una elite de negros educados, profesionales e influyentes a posiciones de autoridad para ayudar a desmantelar las prácticas y políticas del racismo institucional95, no así el sistema económico o la estructura de clases. Funcionarios, la burguesía, la clase media y profesional negra devinieron en adeptos de esta estrategia asimilacionista, que corroboraba la lógica y legitimidad del sistema económico y de clases, al tiempo que minimizaba la relación entre raza y desigualdad. Con ella, buscaron trascender la raza para mejorar sus condiciones de clase, a través de canales institucionales e integrados al sistema del que querían formar parte.

El nacionalismo negro – en sus distintas corrientes “separatista”, “radical” y de “la pequeña burguesía negra en ascenso” – apuntó al desarrollo autónomo de la comunidad negra a través de instituciones que fueran “exclusivamente negras”, estuvieran controladas por ellos y proporcionasen un mercado, recursos y servicios por y para esa comunidad. Partiendo de la premisa de que “los blancos carecen de la capacidad o interés para poner fin al racismo”96, la raza se convirtió para esta tendencia en parte integral de su discurso, estrategias y accionar. Marable considera que, en líneas generales, en períodos de optimismo político, cuando las barreras del racismo institucional parecían estar en retirada, la perspectiva integracionista fue usualmente la dominante. Pero en tiempos de reacción blanca y retroceso en materia de justicia racial, resurgió el nacionalismo negro97. Pero dado que la segregación impuso una cierta uniformidad a la mayoría de la población negra, cualquiera fuera su educación o clase social98, ni el inclusionismo ni el nacionalismo negro se perfilaron como estrategias viables de lucha colectiva para la totalidad de la comunidad negra.

La alternativa la ofreció el transformacionismo. Partidarios de la destrucción absoluta del sistema de Jim Crow, los transformacionistas fueron fuertemente críticos del sistema capitalista y de la estructura socio-política, institucional e ideológica que perpetuaba la explotación y desigualdad racial. Intentaron transformar las relaciones de poder y propiedad entre grupos y clases de manera tal que la raza resultara intrascendente como fuerza social, apuntando a la democratización del poder político y a la redistribución de la riqueza y los recursos.99 Luego de la emancipación, fueron dos las grandes organizaciones transformacionistas que concentraron a la vasta mayoría de los trabajadores negros: el Colored National Labor Union (1869-1872) y la Colored Farmers’ Alliance (1886-1892). En el sector urbano-industrial, donde los negros eran mano de obra barata no calificada, se buscó primordialmente su participación en el movimiento obrero y su afiliación sindical para apuntar a la unión de trabajadores de ambas razas detrás de los mismos objetivos de clase. Sin embargo, el racismo de los trabajadores blancos fue un obstáculo y, como regla general, impidió la conformación de sindicatos integrados. Si bien con notables excepciones100, los sindicatos incluyeron en sus estatutos cláusulas para excluir a trabajadores negros quienes, como forma de resistencia, organizaron – en los casos en los que los afro-estadounidenses predominaban – sus propias agrupaciones, y conformaron en 1869 el Colored National Labor Union. Si bien breve como experiencia organizacional, hasta su desaparición en 1872 luchó para que el Congreso mejorara la condición de los negros mediante la cesión de tierras públicas y el otorgamiento de préstamos a bajo interés, y por la creación de una comisión política para investigar las condiciones de vida en los estados sureños101, donde la vasta mayoría de la población afro-estadounidense trabajaba como aparceros o arrendatarios en los mismos latifundios en los que habían trabajado como esclavos.102 En virtud de que estos últimos carecían de medios económicos, se creó un sistema de endeudamiento perpetuo que los ató a la tierra de propietarios blancos: un aggiornado sistema de explotación esclavista de sharecrop (cultivo de tierra ajena pagando el alquiler con parte de la cosecha) y crop-lien (embargo preventivo de cosecha para el pago de la deuda). En el sur, los sharecroppers, tanto blancos como negros, recibían sus semillas, herramientas y elementos necesarios de los latifundistas a los que entregaban un tercio o la mitad de su producción, generalmente una cuota anual fija, amén de los beneficios producidos. La mayor parte – cuando no la totalidad de la producción restante – era empleada para saldar viejas deudas acumuladas con almacenes de plantación, que cobraban altos precios monopólicos y exorbitantes tasas de interés, y en pagar adelantos y bienes de producción o consumo adquiridos en la/s tienda/s de los terratenientes. Los sharecroppers se encontraban impotentes tanto frente al aumento creciente de sus deudas como a la constante reducción de los beneficios de su propia cosecha. Ante estas condiciones “difícilmente podía llamarse libre al [trabajador rural] negro, siempre endeudado, sin posibilidad de irse a otro lugar, sin educación ni prerrogativas políticas, sometido a tribunales y al terrorismo de los blancos”103.

Excluidos de la Southern Farmers’ Alliance por cuestiones raciales, en 1886 se formó en Houston County (Texas) la que “puede haber sido una de las mayores organizaciones negras de la historia de los Estados Unidos”104: la Colored Farmers’ Alliance (CFA). La CFA organizó a trabajadores y sharecroppers blancos y negros en todos los estados sureños donde estableció una filial, logrando hacia 1891 contar con 1.2 millones de miembros.105 A pesar de haber primado en ambas organizaciones agrarias la solidaridad racial, la CFA propuso a la Southern Alliance anteponer la solidaridad de clase y unidad de propósitos como meta. Asimismo, instó a sus miembros a aprender nuevas técnicas de cultivo, promovió la creación de cooperativas agrícolas que pusiesen fin al sistema de crop-lien, impulsó la creación de almacenes agrícolas con financiamiento federal donde los sharecroppers pudiesen almacenar sus cosechas hasta la mejora del precio de mercado o para utilizarla como garantía para recibir préstamos. En ciertos puertos (Norfolk, Charleston, Mobile, Nueva Orleans, Houston) estableció centros de intercambio que permitieron la adquisición de bienes a precios reducidos y la obtención de préstamos para pagar hipotecas. Una de sus medidas de fuerza más resonantes tuvo lugar en 1891 cuando la CFA convocó a una huelga general de recolectores de algodón por aumentos salariales. La medida no tuvo la masividad esperada, e implicó un punto de inflexión para la CFA: disidencias internas fragmentaron a la organización y su membresía comenzó a declinar rápidamente.106

Ante el creciente deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de los sharecroppers, el aumento en los índices de pobreza rural y la perspectiva de una alianza de clase entre trabajadores blancos y negros impulsada por organizaciones como la CFA y algunos sindicatos interraciales, la elite sureña apuntaló la idea de solidaridad racial como fase superadora de la solidaridad de clase. Sobre todo, considerando que a causa de los estatutos de disenfranchisement tanto negros como blancos pobres eran excluidos del ejercicio de sus derechos electorales. El racismo, la raza y “los privilegios de la condición de ser blancos” pasaron a ser la forma de evitar toda posibilidad de organización clasista interracial107.

En este contexto, el debate sobre las estrategias de la comunidad negra pasó por las perspectivas postuladas por los grandes intelectuales afro-estadounidenses de la época. De un lado, Booker T. Washington, un ex esclavo que propugnó no desafiar abiertamente el arraigado sistema de Jim Crow, sino valerse de él para desarrollar autonomía económica e incluso una especie de capitalismo negro que permitiera desarrollar un mercado negro para consumidores negros. Del otro, los críticos de la filosofía “acomodaticia” de Washington encabezados por W.E.B. Du Bois. Su argumento central giró en torno a tres variables: primero, que el poder económico no se traducía directa o necesariamente en poder político y que el desarrollo de un capitalismo negro, aunque necesario, siempre sería – en una sociedad rígidamente segregada – vulnerado por el poder blanco. Segundo, que lo primordial era construir un movimiento político para desafiar la legitimidad y legalidad del sistema de Jim Crow. Y tercero, que una clase media negra educada debía transformarse en la vanguardia de la lucha para lograr una democracia auténticamente multirracial (los Talented Tenth).108

Washington, con el apoyo de políticos progresistas y miembros del establishment industrial, plasmó su ideología en el Instituto Tuskegee (1881), una escuela de oficios dedicada a la capacitación industrial y agrícola, a la alfabetización y formación política, e incluso fuente de crédito financiero para trabajadores rurales negros; y de la National Negro Business League (una cámara de comercio negra creada en 1900).109 Du Bois, por su parte, encabezó junto a numerosos intelectuales, políticos, profesionales y clérigos blancos y negros el Movimiento del Niágara (1905), una iniciativa para luchar por los derechos políticos de los afro-estadounidenses y la eliminación del sistema de segregación racial. Esto dio pie a la conformación en 1909 de una de las organizaciones de derechos civiles más importantes del siglo XX, la National Association for the Advancement of Color People (NAACP).

Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988)

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