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Dietrich von Hildebrand nace a finales del siglo XIX en el seno de una familia de artistas, su juventud transcurre en Florencia donde su educación musical cuajó en un profundo aprecio y amor por la belleza.

Que la pasión por la verdad se revela muy temprano en Dietrich lo manifiesta lo sucedido en 1.903 a la edad de 14 años. “En el trascurso de un paseo con su hermana mayor, ella trata de explicarle que todos los valores morales son relativos, y que están completamente determinados por nuestras circunstancias, por nuestro tiempo y lugar concretos. El joven reacciona instintivamente contra tal afirmación y arguye con vehemencia que eso no puede ser así.

Ya en casa, la hermana pide el apoyo de su padre, que de modo displicente alude a los pocos años del joven, por lo que Dietrich se ve obligado a defenderse haciendo notar que su edad no es, realmente, relevante en la discusión”.

Los faros de la Belleza y la Verdad guiaron al joven Dietrich a la cumbre de la Humanidad. Después de estudiar dos años y medio en la universidad de Munich, decidió trasladarse a la universidad de Gotingan, en el semestre del verano de 1909, para estudiar con Edmund Husserl, que junto con Max Scheller y Adolf Reinach, fueron sus preciados e ilustres maestros.

Anteriormente en julio de 1907, en una cena, Dietrich tuvo la fortuna de conocer a Max Scheler, en quien reconoció a un verdadero genio que, con sus contrastes e incoherencia de vida, era católico.

Los sucesos académicos y personales entre 1907 y 1914, año de su conversión, fueron muy intensos. El descubrimiento de la autoridad en la Iglesia Católica fue un factor crucial en la conversión de Dietrich, hasta entonces, él había sido su propia autoridad última. Descubre entonces que toda autoridad proviene de Él, el Señor y Creador de todas las cosas, y que Cristo, el Hijo de Dios y Redentor del mundo, había delegado su autoridad en la Iglesia Católica.

El Padre Holzapfel, encargado de su instrucción, le explicó que el control artificial de la natalidad estaba fuera del contexto del sentido divino de las relaciones conyugales. El joven filósofo se desconcertó, pues que el control artificial de la natalidad pudiera ser una cuestión moralmente relevante, escapaba a su percepción moral. El Padre Holzapfel fue inflexible: “esta es la doctrina de la Iglesia. Se debe aceptar sus enseñanzas en su totalidad. No es un asunto de seleccionar y escoger. Yo no puedo admitirle en la Iglesia si rehúsa dar su asentimiento a la totalidad de la doctrina católica. La respuesta de Dietrich fue de inmediata e inequívoca sumisión.

La mente del catecúmeno fue fecundada por una nueva percepción del misterio de la esfera sexual, que hasta entonces había respetado profundamente, pero cuya completa sacralidad se le había escapado, la presencia de Dios en la unión del hombre y la mujer se hace precisa ante los actos que pueden dar vida a una persona.

Dietrich tuvo la clara percepción de que la humildad desempeña un papel crucial en el trabajo intelectual para quien busa la Verdad.

El Sábado Santo de 1914, 1 de abril, en la Iglesia franciscana de Munich, Dietrich y su esposa Gretchen, después de acudir a la confesión, proclamaron solemnemente su Abjura de su fe protestante y se convirtieron en miembros gozosos de la Iglesia Católica.

La alegría y el entusiasmo tras su conversión fueron tales que el Padre Holzapfel creyó que era su deber mitigar tan bullicioso sentimiento, así como persuadir al joven converso de su pobreza espiritual y de su necesidad de redención personal, a pesar de todos los talentos con los que Dios le había agraciado. Tenía que humillarse así mismo para entrar en el mundo de la Iglesia, tenía que decir con toda humildad:” Sálvame o pereceré”.

Los ojos de Dietrich se abrieron a una abrumadora Verdad que su privilegiada mente no había percibido: “Sin Mí no podéis hacer nada”.

Dietrich continuó con su actividad y preparó su acceso a la docencia universitaria en la universidad de Munich en la que trabajó en la década de los veinte.

En 1921, en una conferencia en París, un senador belga, cuyo país había sido terriblemente castigado durante la primera guerra, preguntó a Dietrich: ¿Qué piensa usted de la invasión alemana de Bélgica el 4 de agosto 1914? Sin un instante de vacilación, Dietrich contestó: fue un crimen atroz. La sala prorrumpió en una salva de aplausos. La prensa alemana difundió la noticia en parte deformada por lo que Dietrich a su regreso a Munich tuvo que dar explicaciones en la universidad.

En estas fechas muchas personas, sin ser nazis, veían en el Movimiento Nacional Socialista dirigido por Hitler la salvación de Alemania. Dietrich, supo por un amigo, que desde 1921, se le consideraba un traidor y que su nombre estaba en la lista negra para ser erradicado en cuanto Hitler llegara al poder.

El 8 de noviembre de 1923 se produce el sorpresivo Putsch12, en el que Ludendorf se nombra presidente de Alemania con Hitler como Canciller, ello provocó la salida inmediata de Dietrich con su familia de Munich.

A pesar del fracaso del golpe, Dietrich observó a su regreso como la simiente del nazismo iba germinando y que ganaba valor en la opinión pública. El antisemitismo crecía. Pocas personas tenía la fuerza interior suficiente para resistir al poder del Zeitgeist o espíritu del tiempo, del momento. El golpe final llegó cuando en febrero de 1933 Hitler se apoderó de los cargos de presidente y canciller. Alemania permanecería en su puño de hierro hasta 1945.

El 12 de marzo de 1933 Dietrich con su familia abandona Alemania con destino a Italia. En Florencia vivirían con la familia de su hermana List, en la casa que le vio nacer. Desde allí cumplió con su compromiso de luchar contra tan diabólica ideología. Viajó a Bélgica, Holanda, París como embajador de la amenaza que suponía la nueva ideología.

En París, escuchó Dietrich el argumento de que “Vale la pena notar cuán a menudo Hitler menciona el nombre de Dios”. A lo que inmediatamente respondió. “Hitler es tan estúpido que, cuando habla de Dios, no sabe de qué está hablando”. La ceguera ante la depravación del nazismo hacía correr el sudor al filósofo alemán.

Dietrich decidió escribir a sus amigos. “Es totalmente irrelevante el que –por razones políticas- el Anticristo (léase Hitler) no se enfrente por ahora a la Iglesia y que firme un concordato con el Vaticano. El problema crucial es el espíritu que lo anima, la errónea doctrina que siembra, los crímenes que comete. Las acciones criminales ofenden a Dios con total independencia de que la víctima sea un judío, un socialista o un obispo. La sangre inocente clama al Cielo. El antagonismo absoluto, infranqueable, existente entre la filosofía nazi y la Iglesia se encuentra en el racismo y en el sistema totalitario anticristiano. El perverso carácter de este ideario de ninguna manera disminuye porque Hitler firme un concordato con el Vaticano. Un documento legal que él pisoteará tan pronto como lo crea necesario”.

En julio de 1933, Dietrich recibió la visita de Klaus Dohrn quien vino a Florencia para discutir la situación política con Dietrich ambos coincidían en ver en Hitler un enemigo mortal para Alemania y Europa y compartieron la alegría de que Engelbert Dollfuss, que había alcanzado la cancillería de Austria, era al menos un político europeo que reconocía la gravedad de la amenaza nazi.

Como consecuencia del encuentro nació la idea de solicitar a Dollfuss la financiación de un semanario que difundiera y desvelara los peligros del Nacional Socialismo. Superadas las dificultades iniciales, Dollfuss apoyó el proyecto. Dietrich y su familia trasladaron su residencia a Viena a finales de octubre de 1933.

Desde 1934 se publica la revista: “Der Christliche Ständestaat” que vio la luz con críticas simultáneos al nazismo y al comunismo. Dietrich von Hildebrand no hacía componendas, atacó abiertamente el antisemitismo que iba infiltrándose en Austria. Dietrich esparcía la verdad, estuviera o no de moda, mientras era aclamado por unos, fue calumniado por otros. Hubo quien le consideró un refugiado pesimista, un profeta de catástrofes.

El 17 de julio de 1934 es asesinado Dollfuss, el canciller de Austria, porque suponía un obstáculo para los planes de Hitler. El sucesor Kurt von Schuschnigg en la cancillería austriaca pronto informó que su gobierno no financiaría a Dietrich su revista.

En el otoño del mismo año, después de pronunciar una conferencia en la universidad del Sagrado Corazón de Milán, Dietrich no tuvo inconveniente en comentar a los periodistas que le entrevistaban que su abuela paterna era judía. Tan pronto como regresó a Austria, se encontró con la etiqueta de “El judío Hildebrand”. Esto hizo que perdiera los apoyos que tenía para ocupar una cátedra en la universidad de Viena por lo que se tuvo que conformar con una plaza de segundo orden.

En febrero de 1938 Schuschnigg aceptó la invitación de Hitler de reunirse y acudió con el deseo de conseguir una coexistencia pacífica. Entre las condiciones para no invadir Austria exigió Hitler que el canciller reprimiera las actividades periodísticas de Dietrich von Hildebrand, ya que la revista seguía su curso sin financiación gubernamental.

Como es sabido, ante la decisión del canciller austriaco de celebrar el 13 de marzo un plebiscito sobre la adhesión de Austria a Alemania, Hitler se adelantó, al 11 de marzo a invadir Austria.

Unos días antes, el 1 de marzo, un simpatizante nazi en Salzburgo dijo a su esposa, que era católica, que Von Hildebrand estaba condenado a muerte. La mujer informó a un sacerdote amigo de Dietrich, quien alertó al profesor que decidió abandonar junto con Gretchen su mujer Austria. En pocos días volvieron a Viena, por lo que parecía una falsa alarma y fue el 11 de marzo cuando definitivamente huyó de Viena con destino a Suiza.

Desde marzo de 1938, hasta que llegaron a suelo americano el 23 de diciembre de 1940, Dietrich y Gretchen dependieron totalmente de la caridad ajena.

Dietrich siendo adolescente, escuchó la voz clara y firme de su interior, que con toda pureza y libre de prejuicios, le decía: sí, sí tiene que haber algo objetivo, principios permanentes que como tales no pueden dejar de serlo. El testimonio de Dietrich muestra que en el corazón de cada persona están gravados esos principios que de acuerdo con su ser natural favorecen su desarrollo y felicidad.

Su certeza era tal que se mantuvo firme frente al criterio opuesto de su padre y hermanos en un primer lugar, pero eso no era nada frente a lo que le esperaba porque tuvo que resistir en su país y en los países europeos contaminados por el nazismo.

El secreto está en tu interior - 2da. edición

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