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Fortaleza del carácter

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Dietrich tuvo que hacerse fuerte en su oposición al nacismo por lo que necesitó niveles extraordinarios de motivación para sufrir y superar las dificultades desde la lealtad. El compromiso o fortaleza ayuda a no desfallecer, el estado de ánimo y la disposición de entrega de una persona comprometida es opuesta a la de la persona que adopta el papel de víctima.

No nos da miedo emprender ciertas cosas porque sean difíciles, son difíciles porque nos dan miedo. La persona responsable no culpa a los demás ni a las circunstancias, sino que por el contrario hace frente a la dificultad; porque sabe que, si trata de evitar el problema, crea otro mayor.

La integridad, la honradez y la confianza guiaron la actividad de Dietrich que se desborda acompañada de una profunda magnanimidad y humildad, cualidades imprescindibles en todo comportamiento que deja huella

Yo en mi casa, no tuve que discutir con mi padre sobre la existencia de valores permanentes. Mi padre también era hijo de artista como Dietrich. Fernando Labrada Chércoles17, pintor, fue director de la Academia de Bellas Artes de España en Roma, donde mi padre nació. Su hermano Antonio, arquitecto, reconstruyó la catedral de Sigüenza después de la guerra civil española.

Siendo ingeniero de caminos, mi padre se crio en un ambiente cultural de belleza y verdad. Cada día me estimula la generosidad y altura de miras de mis padres que fraguaron nuestro crecimiento en su amor generoso y según mi percepción bajo dos coordenadas.

Una sería el interés por la búsqueda y el conocimiento de la verdad; recordamos sin duda los hermanos las conversaciones en las comidas sobre el Ente, en las que apenas me atrevía a intervenir por ser de los pequeños y que marcaron mis inquietudes. Pero en mi casa, a diferencia de Dietrich las respuestas a la pregunta sobre el hombre: su origen, destino y misión, o valores que anclan a la persona en su identidad, estaban inspiradas en valores permanentes procedentes de la cultura greco-romana, realzados por el humanismo cristiano.

La otra coordenada que orientó nuestro crecimiento fue el estilo de vida austero. En los años sesenta, en España y la mayoría de los países, no había peligro de vivir del despilfarro, pero el estilo de vida austero es más una elección libre de vivir sin apego a los bienes materiales, que no poder disponer de ellos. Se elige valorar todo lo que tienes como regalo y disfrutar de ello sin crearte necesidades, ataduras ni ansiedad. Es un estilo que aligera la vida de todo lo superfluo y desarrolla la capacidad de sorpresa: ante la naturaleza en todas sus versiones, ante una hoguera a la luz de las estrellas, ante el ruido del mar o la escucha del silencio; ante una conversación que abre horizontes; ante la música y el canto con la guitarra; ante todo aquello que es reflejo de la Belleza, de la Bondad y de la Verdad. “Llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria de Dios”18

“La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen; son los que experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa y saben gozar con lo más simple. Así son capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música, en el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida”.19

Mi infancia y adolescencia transcurrió entre el colegio, el Parque del Oeste próximo a nuestra casa, las reuniones semanales de los equipos de Boy Scouts en el garaje de Nieves Blanco en la C/ Nervión en el barrio del Viso, las excursiones de fin de semana y el campamento anual. La familia Blanco también puso a nuestra disposición un año para acampar su finca de Rascafría. Nieves, que nos amenizó muchas veladas y bailes con su acordeón, perdió la vida junto con su madre muy joven en la peligrosa carretera de bajada de Navacerrada a Rascafría. Su pérdida me advirtió de la fragilidad de la vida y de que a pesar de nuestra juventud la muerte se presenta para recordar la temporalidad de todo lo que nos ocupa y la fragilidad de la condición humana. La muerte de un ser querido invita a un buen vivir para un buen morir.

En los veranos mis padres nos mudaban a Sigüenza, la ciudad del Doncel, a la que arribábamos con los baúles y el famoso saco familiar de zapatos para instalarnos tres meses como poco y es que el colegio comenzaba a primeros de octubre.

A los 14 y 15 años hice mis primeras escapadas a Tapia de Casariego a casa de Pilarchu. Las estancias en Tapia donde estrenábamos cada mañana la playa de la Paloma con las hullas de las gaviotas, en busca de percebes en las rocas y de quisquillas en la bajada de la marea; las visitas al puerto; las excursiones a los lagos con grandes extensiones de helechos verdes en compañía de amigos; la mantequilla salada elaborada por Leo con la leche fresca que llegaba por la mañana. Todo aquello me interpelaba sobre algo o alguien muy por encima de lo tangible que me henchía el alma.

El verano antes de comenzar la universidad, para reforzar el francés, fui con mis hermanos Marisol y Miguel a Pau lo que supuso mi primera salida de España.

Terminado el bachillerato de ciencias en el Instituto Beatriz Galindo, consideré la carrera como algo diferente a seguir cinco años más con: cuentas, números ecuaciones y fórmulas. Mi acceso a la mayoría de las carreras de letras no era fácil por la falta de base en latín y griego.

Me decidí por la carrera de Derecho después de escuchar a un eminente jurista en una conferencia sobre esta disciplina en el Colegio Mayor Zurbarán. Era el día que cumplía 18 años y fue el día que conocí a Jaime, mi actual marido quien me conquistó de inmediato. Todo ello a causa de dos queridas celestinas, mi hermana María Antonia, Toto, y la prima de Jaime, Maribel.

No había antecedentes en mi familia de abogados o juristas. Mi abuelo Fernando que, como he escrito, había consagrado su vida al arte a través de la pintura me comentó su sorpresa ante mi elección.

Sin problemas para el acceso, superando los exámenes correspondientes y obteniendo la beca solicitada comencé Derecho en la Central de Madrid. Mi promoción fue la última del régimen de Franco, antes de la transición a la democracia.

El secreto está en tu interior - 2da. edición

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