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Del mito a la modernidad

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El Renacimiento y, posteriormente, la Ilustración, llevaron a la cultura occidental moderna a rechazar el misticismo y la religiosidad natural que marcaron la Antigüedad y la Edad Media, cuando el espíritu religioso era la nota tónica de la vida. Hasta entonces, los escritos sagrados eran la fuente y referencia de la verdad filosófica, científica y religiosa, y también de los patrones de la moralidad y la ética. La Iglesia era el filtro que testeaba todas las cosas, y el clero tenía la última palabra. Desde el siglo XVI, sin embargo, surge una nueva autoridad que sustituye a la Iglesia: la razón ilustrada, cuya “esencia era oponerse al universo religioso” (Rouanet, 1996, p. 289).

La era de la razón no solo marcó la oposición del método científico a la revelación divina, sino también señaló el fin de la supremacía de la Iglesia en la cultura occidental.

Colocada en el lugar de las Sagradas Escrituras, la razón parecía conferir un estatus de nobleza al ser humano, lo que caracterizó a la Ilustración también como un movimiento embrionario de emancipación del individuo. Esto se amplificaría más tarde, en el posmodernismo. La primacía de la razón “sustituyó a Dios por la humanidad y la puso en el escenario de la historia como protagonista” (Grenz, 1997, p. 98).

La Ilustración dio inicio a la Era Moderna. Desde los primeros siglos de la era cristiana, la civilización occidental fue regida por la teología y la filosofía, ambas hasta entones ejercidas por los teólogos. La Era Moderna, sin embargo, se caracterizó por el rompimiento con las ideas sostenidas a lo largo de la Edad Media sobre Dios, el mundo y la vida. Este cambio colocó al hombre y sus necesidades terrenales e inmediatas en el centro de la realidad y relegó a Dios al imaginario y al mito.

El conocimiento racional

Las ideas racionalistas e ilustradas no solo rompieron con el dominio de la Iglesia, sino además crearon una nueva definición para el conocimiento. El método científico, basado en la exigencia de verificación y prueba, permitió a los Ilustrados calificar el resultado de la investigación humana como preciso y objetivo. Según la perspectiva de los racionalistas, además de ser preciso y bueno, el conocimiento es accesible al ser humano, al contrario de lo que decía la Iglesia, que pretendía ser la única poseedora del conocimiento.

Esa suposición de exactitud y bondad inherentes al conocimiento racional hizo que la perspectiva del mundo bajo la influencia de la Ilustración se volviera optimista. Una visión positiva del mundo comenzaba. Según ese entendimiento, el resultado natural y previsible de la Era Moderna sería el progreso en todos los aspectos de la vida. Por medio de la investigación científica, de la creación de medicamentos y elaboración de máquinas y equipamientos, los científicos pretendieron asumir la responsabilidad por el futuro y el bienestar de la humanidad.

Los principales pensadores responsables por los fundamentos de la Era Moderna, que floreció al final del siglo XVII y se extendió hasta principios del siglo XX, fueron René Descartes, Isaac Newton y, principalmente, Immanuel Kant, considerado el padre del racionalismo.

En su obra Crítica de la razón pura, Kant elaboró una teoría del conocimiento. Para él, el saber racional científico (especialmente el de las matemáticas y de la física, logrados bajo la rígida disciplina del pensamiento y de la investigación), fundamentado en la experiencia, podía aspirar a la validez universal. Kant sostenía que el conocimiento universal y absoluto, fruto del empleo de la razón, “realmente existe” (1980, p. 21). Él distinguió dos formas de conocimiento: el “empírico”, que es fruto de los datos provistos por la experiencia sensible, y el “puro” o “a priori”, que no depende de ninguna experiencia sensible. Decía también que el “conocimiento” es resultado del análisis de datos, mientras “pensar” es el análisis de fenómenos metafísicos. Sin embargo, Kant entendía que ninguna realidad que trascienda el tiempo y el espacio puede ser conocida por medio de la investigación científica, dado que esta se basa en la experiencia sensible. “No podemos conocer estos mismos objetos [los conceptos de la metafísica] como cosas en sí mismas”; pero, decía: “tenemos que poder pensarlos, al menos” (1991, p. 17).

La naturaleza del universo, la existencia de Dios y el origen de la vida podían, por lo tanto, ser solo “pensadas”, nunca conocidas, puesto que pertenecerían al dominio de la metafísica. Pero cuando se trata de verdades naturales, la razón podría conocerlas, así como definir las normas morales universales. Kant afirmaba la necesidad de formular una filosofía moral pura. Entendía que esto solo sería posible mediante el empleo de la razón.

Basados en esta teoría del conocimiento, los Ilustrados rechazaron el medio de descubrimiento de la verdad y de la construcción de la realidad sostenido por la Iglesia, a saber, la revelación bíblica. Pero no rechazaron la naturaleza del conocimiento como fuera concebido en la mentalidad cristiana, esto es, que hay conocimiento universal objetivo. Para ellos, la diferencia estaba en el medio de obtención de ese conocimiento. Si para la Iglesia era revelado por Dios, para los Ilustrados sería descubierto por el ser humano. El teólogo y filósofo Francis Schaeffer afirma, sin embargo, que “los primeros científicos compartieron también la perspectiva del cristianismo, la creencia de que hay un Dios racional que creó el universo” (1974, p. 31).

Kant entendía que el hombre podría encontrar el conocimiento haciendo uso de sus categorías mentales, habilitadas para acceder a una estructura de conocimiento universal, compuesta de valores culturales, morales y filosóficos válidos y aplicables a toda la humanidad. Podría, también, mediante el uso de la razón propia, descubrir las leyes y la forma del universo.

Más adelante, sin embargo, ese concepto de verdad y de valores absolutos sería rechazado y sustituido por el relativismo y la pluralidad, propios de la posmodernidad.

La decepción de la razón

El siglo XX, con sus dos guerras mundiales, fue un período crítico de la historia occidental. Los principales beneficios de la ciencia, como el confort y el desarrollo tecnológico, encantaron y pudieron ser experimentados por una parte de la humanidad. Pero la ciencia no trajo solo ventajas. A causa del mal uso de alguno de sus descubrimientos, terminó intensificando el miedo y el pánico por medio de la tecnología bélica y de las bombas atómica y nuclear, así como las investigaciones que resultaron en la creación de armas químicas y de destrucción en masa. Las guerras del siglo XX mostraron que la ciencia había ampliado la capacidad de destrucción del hombre racional. Ese hecho minó silenciosamente la credibilidad de la Era Moderna y las expectativas de bienestar “prometido” por la ciencia, preparando así el surgimiento de la era posmoderna, que tiene cierto desencanto en relación con el conocimiento racional.

El filósofo y pensador Adauto Novaes hizo un balance pesimista del predominio de la razón en la cultura occidental: “Pasados tantos años, no es posible decir que hemos visto el triunfo de la razón”. En su lugar, “las guerras se volvieron el lugar común de nuestras vidas; diariamente, sin ninguna emoción, vemos en los periódicos y en la televisión las descripciones de centenas de muertes; vivimos en la ciudad del temor y de la tristeza” (1996, p. 10).

Después de tres siglos de racionalismo, el mundo se vio dominado por el temor, tomado por la violencia y decepcionado con algunos de los resultados de la aplicación técnica de la ciencia sobre la naturaleza. Desde las dos guerras mundiales y ante la amenaza del fracaso del ecosistema, la humanidad ha empezado a mirar a la ciencia con cierta sospecha. Según Novaes, la visión optimista de un futuro bendecido por la ciencia ha fracasado. Él califica ese fracaso como la “crisis de la razón”. El motivo para esto es el propio hombre, elevado al estatus de señor de la historia, y probado incapaz de ser señor de sus pasiones. Esta desconfianza en la razón ya podía verse en Nietzsche, en el siglo XIX. Él desdeñó el saber científico, incluso en contraste con el conocimiento del mundo antiguo:

En nuestra opinión, todas las otras eras simplemente propusieron cosas inconexas. Pero los sueños y las cosas sin nexo que dijeron fueron más reales que vuestro despertar. Vosotros sois estériles. Por eso no tenéis fe. Pero todos los que tuvieron que crear también tuvieron sus sueños proféticos y signos astrales –y fe en la fe (citado por Kaufmann, 1971, p. 95).

La crisis de confianza en la infalibilidad de la ciencia da lugar a una nueva fase de la propia ciencia. Los científicos han escrito sobre este período, marcado, según el Nobel de Química Ilya Prigogine, por el predominio de las posibilidades sobre las certezas objetivas (1996, p. 13). Además, lo sobrenatural atrae incluso a los científicos y genera una ciencia que camina entre la experiencia y la subjetividad. La relativización de la ciencia resulta inclusive del propio desarrollo de las ciencias humanas, cuyo objeto -el ser humano en el mundo- da testimonio de la imposibilidad de las leyes universales en su campo de estudio. Además, se da incluso cierta apertura de la ciencia a la espiritualidad, con innumerables científicos que creen y defienden no solo la existencia, sino también la posibilidad de experimentar el mundo espiritual. Estos cambios en el estatus de la ciencia ocurren paralelos a una creciente popularización de los fenómenos sobrenaturales y al resurgimiento del impulso religioso.

Así, la modernidad, que surgió en el siglo XVII, parece entrar en declive en la segunda mitad del siglo XX, seguida por la posmodernidad. La visión optimista del futuro prometido por la ciencia tradicional finalmente pierde su aliento. En el espacio dejado por la pretensión científica tradicional, resurge todo tipo de creencia y la recurrente búsqueda de lo sobrenatural. Marcelo Coelho dice que estamos ante “un proceso creciente de irracionalismo, de proliferación de sectas, de supersticiones alternativas. Ángeles, duendes, reencarnación, horóscopo, terapias de cristales y de vidas pasadas” (1996, p. 346).

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