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CAPÍTULO 1

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Londres 1855

El agua cristalina del lago reflejaba los intensos rayos del sol. Marian sonrió cubriéndose los ojos para contar hasta diez mientras Olivia corría a esconderse. Solo tenían una hora de juego dentro del convento que, hacía la función de orfanato, ya que después tenían que regresar para hacer sus labores. Así que trataban de disfrutar al máximo de esos momentos.

—¡¡Diez, listos o no, allá voy!! —Encontrar a Olivia no fue difícil, ya que nunca lograba estarse quieta en un solo lugar, aunque Marian trató de fingir que no la veía caminando alrededor del campo, buscando por todas partes, aunque el tenue sonido de su cantarina risa la delató, así fue como la encontró de manera rápida detrás de un árbol frondoso de manzanas, su mejor amiga estaba en cuclillas tratando de sofocar una carcajada—. ¡¡Te atrapé!! Ahora tenemos que regresar antes de que nos den unos azotes por no ayudar en la cocina.

Ese era el pan de cada día, acababan de cumplir diecisiete años, y habían llegado al convento cuando tenían unos días de nacidas, con la única diferencia que Marian llegó unas horas antes que Olivia; de ahí que todas dijeran que eran hermanas. Nadie sabía el paradero de sus padres, ni siquiera si tenían algún familiar lejano. Las hermanas del convento las recogieron dándoles la bienvenida a las dos pequeñas que se sumarían a los más de cincuenta que ya atendían. Como Marian fue la primera en llegar decidieron llamarla con el nombre de la madre superiora y, a la otra pequeña la nombraron Olivia, ya que era el nombre que traía el santoral.

—Apresúrate, Olivia, tenemos que llegar a tiempo. —Su amiga resopló, mientras ella se sacudía una mancha de tierra que se había adherido a su vestido color gris, odiaba esa vestimenta, pero no tenían más ropa que esa, y la verdad es que deberían estar muy agradecidas con las hermanas que las adoptaron pues les debían todo, les habían dado lo más parecido a un hogar.

Caminó lo más rápido que pudo, pero sus botines de cuero que eran un número más grande se le atoraron en una piedra provocando que trastabillara. Por suerte, su amiga la sostuvo del brazo evitando que cayera.

—¡¿Por qué siempre sois tan torpe, Marian?! —dijo su amiga con el ceño fruncido como si estuviera enojada—, deberían de ponerte un cartel de peligro.

—Lo siento, es culpa de estos zapatos, me quedan grandes —dijo tratando de acomodarse el botín que se había salido de su pie.

—¿Sabes?, cuando salga de este lugar, voy a buscar a un duque que me lleve a vivir a su castillo.

—Los duques no viven en castillos —dijo sonriendo, porque su amiga siempre decía lo mismo, repetía mil veces que estaba harta de vivir en ese lugar y que algún día saldría de ahí para conquistar a un caballero de armadura dorada que la rescatara de la pobreza donde estaban sumergidas.

—Pues conquistaré a un príncipe, no importa, lo único que quiero es no tener que utilizar estos vestidos tan horrendos. —Marian miró a su amiga con enfado, no le gustaba la manera en la que se expresaba de lo que les daban en ese lugar, pero las hermanas no podían hacer gran cosa por ellas, ya que vivían de la caridad de la buena sociedad londinense.

—Sabes que la madre superiora hace todo lo posible por darnos ropa y calzado, debemos estar agradecidas —dijo Marian reprendiéndola.

—Marian, pero ¿es que no has visto cuando la duquesa ha venido a dejar los víveres de este mes? —dijo Olivia refiriéndose a la duquesa de Brentwood, que cada mes se dedicaba a llevar en persona todos los apoyos del comité de beneficencia. Esa era una de las funciones de las damas de sociedad, bueno, tal vez solo de las damas más respetadas, porque había también las que se dedicaban únicamente a asistir a los bailes hasta caer el amanecer y dormir hasta que el atardecer les despertaba para asistir de nuevo a otra velada.

—Debes dejar de soñar con esas ideas, aunque encontraras a un duque dispuesto a enamorarse de ti, solo te utilizará y te dejará por no tener sangre noble.

—Tal vez si muestro el camafeo que me regalaste, pueda aspirar a tener un buen marido. Me niego a ser una criada en casa de esos ricos.

—Doncella, Olivia —la reprendió porque su amiga siempre hablaba con desprecio de las personas que servían en la casa grande—. La duquesa aún no ha mencionado a quién se llevará a su casa para que se integre al servicio, pero sería un honor que nos eligiera, nuestra vida cambiaría por completo. ¿No te ilusiona?, estaríamos todo el día trabajando, siendo parte del mundo que los rodea.

—Pues espero que no me elija a mí, yo nací para bailar a la luz de las velas, entre los brazos de un apuesto caballero —dijo Olivia, simulando que tomaba entre sus manos la tela de un vestido de fiesta y daba vueltas por el patio trasero del convento.

—Estás más loca que una cabra —dijo, mientras sonreía y comenzaba a caminar más deprisa. En cuanto pusieron un pie dentro del convento la actividad no cesó hasta que todas las huérfanas estuvieran en sus camas.

Como siempre, las castigaron por llegar tarde a la comida y tuvieron que ayudar a lavar los cacharros; lo único malo es que su amiga estaba enfadada, odiaba hacer alguna tarea. Cuando eran pequeñas, ambas solían jugar y hacer travesuras sin que les importara si las castigaban, pero conforme iban creciendo sus intereses fueron cambiando. Últimamente, Olivia vivía recluida en un sueño que jamás cumpliría.

Ambas amigas estaban acostadas las dos en la misma cama, cubiertas hasta la cabeza mientras platicaban de sus planes de futuro, por largas horas, hasta quedarse dormidas. No es que Marian tuviera grandes aspiraciones, pero a veces también soñaba con encontrar a un hombre honrado que la quisiera para desposarse con ella, y tener su propia casita, un hijo al cual dedicar su vida. Pero encerrada en esas cuatro paredes no lo lograría.

Tenían pocos días para practicar todo lo que les habían enseñado en esos años dentro del convento, pero si querían salir de ese lugar tenían que lograr que las eligieran.

—Marian, debes de caminar más erguida, pero con la mirada siempre, abajo no te encorves porque vas a tirar la charola, si sigues así nunca saldrás de las cocinas. Te llevarás varios tortazos si sigues de esa manera.

—Por más que lo intento no logro hacerlo.

—¡Pues inténtalo más! —le gritó su amiga. Odiaba que la tratara de esa manera porque la hacía sentir como si no sirviera para nada, pero era como la hermana que nunca tuvo, así que le perdonaba todo. Olivia tuvo que darse cuenta de que la había lastimado, porque soltó un gruñido poco femenino.

—No puedes ponerte a llorar solo porque te digo la verdad, si los duques te vieran levantando la mirada, no se tentarán el corazón para darte un azote. A lo mejor piensas que soy muy dura contigo, Marian, pero solo quiero lo mejor para ti.

Marian, muy a su pesar, sonrió, aunque su corazón sufría con cada palabra cruel de su amiga; debía pensar que, si no fuera por ella, estaría perdida.

La semana pasó sin grandes acontecimientos, excepto porque se acercaba el día en que la duquesa tendría que elegir a una de ellas para llevarla a su casa a trabajar como doncella. Aunque Olivia se negaba a salir de ahí siendo una simple doncella, Marian estaba muy emocionada esperando que la eligieran; tenía toda una vida recluida en ese lugar, y necesitaba un giro nuevo en su vida. Otro aliciente para decidirse a abandonar el convento es que, si no las elegían para trabajar en las grandes casas de Londres, debían comenzar a buscar la llamada del Señor Todopoderoso y aceptar la voluntad de él para formar parte del noviciado, algo que Marian no le gustaba. Si bien es cierto que en ese lugar se vivía una tranquilidad y una paz purificadora, no estaba segura de querer servir a Dios para toda la vida.

Marian también tenía sueños y anhelos que nunca expresaba. Cuando tenía quince años había decidido que sí, que estaba dispuesta a servir en el noviciado, y para ello le dijeron que uno de los requisitos para ingresar al servicio del Señor nuestro Dios era que tenía que despojarse de todo aquello material que poseía. Claro que eso era casi una burla, pues ella no tenía ninguna posesión que valiera la pena, apenas un viejo camafeo que las hermanas encontraron en el cesto donde la habían dejado en la puerta del convento. Suponía que era un recuerdo de su madre y, aunque le tenía un cariño especial, tenía que deshacerse de él.

Estaba segura de que si lo entregaba a las hermanas del convento estas lo venderían para pagar su manutención, así que de manera egoísta se lo regaló a Olivia, a la que consideraba su hermana. Ella sabría cuidar de él, porque sabía el importante significado que tenía para ella. Lo único malo es que después de colaborar con las novicias por un mes, se dio cuenta de que ese mundo no era el que quería para consagrar su vida; así que lo abandonó sin pensarlo dos veces.

Marian estaba nerviosa cepillando el cabello de Olivia para que estuviera lo más presentable posible, ese día alguna de ellas se iría de ahí para servir a la duquesa y sería un milagro que las elegirían a las dos, pero en su interior rogaba porque eso sucediera, nunca se habían separado y pensar en tener una vida lejos de su amiga se le antojaba imposible. El cabello castaño de Olivia relucía a la luz de las velas de la habitación, tenían grandes similitudes en su aspecto físico que para quien no conocía su historia, pensaría que eran hermanas, ambas con el cabello rizado color castaño, y de complexión idéntica, solo que Olivia siempre fue un tanto más voluptuosa, pero no era nada que el feo vestido color gris no cubriera, lo que realmente las diferenciaba era el color de ojos, mientras los de Marian eran de un castaño claro muy parecido al de la miel, los de Olivia era de un castaño un poco más oscuro.

—¿Sabes, Marian?, cuando me case con alguien de la nobleza, le pediré a mi esposo que te contrate como mi doncella personal. Me encantan las maravillas que haces con mi cabello.

—¿Por qué no mejor me invitas a tu casa como una amiga lejana?

—No seas tonta, mi esposo no debe de saber de dónde provengo. Se me ha ocurrido una idea genial, me haré pasar por una rica heredera.

—¿De dónde has sacado esa idea tan descabellada?

—Escuché el otro día que la temporada pasada una plebeya se atrevió a colarse en los bailes sin ser descubierta, y entre baile y baile, un marqués se enamoró de ella tan perdidamente que no le importó que no fuera de buena cuna. Incluso se habla de que hubo por medio una venganza, y por eso ella se hizo pasar por una dama de sociedad. Pero terminaron amándose con locura.

—Eso no pasa en la vida real, debes de tener los pies firmes, no podemos aspirar a entrar en la nobleza. No tenemos una dote que aliente a algún caballero a arriesgarse por nosotras, pero principalmente no tenemos sangre noble —dijo Marian terminando de trenzar el cabello de Olivia para hacerle el moño francés en la nuca que llevaban todas las huérfanas del convento.

—Lo voy a conseguir, te lo prometo, Marian, a como dé lugar lo conseguiré. Detesto la idea de seguir sumida en esta inmundicia, nací para vestir elegantes vestidos de noche y estar cubierta de joyas. —Marian frunció los labios en un mohín, el sueño de su amiga era demasiado ambicioso, estaba segura de que la decepción de conseguir sus propósitos la dejaría devastada, pero, aun así, no pudo evitar darle un poco de alegría.

—Si lo logras, estaré encantada de servir como tu doncella. —Eran ideas un tanto descabelladas, pero a ella lo único que le importaba era que su amiga fuera feliz.

Dulce enemiga

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