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CAPÍTULO 2

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Marian sentía que de un momento a otro caería desfallecida en el frío suelo del convento. La presencia de la duquesa de Brentwood no ayudaba en nada, al fin había llegado el día de saber a quién escogerían para ir a trabajar a la casa de los principales benefactores del convento. Todas estaban con la mirada en el suelo, ya que era una falta de respeto mirar directamente a los ojos de su excelencia, todas las huérfanas vestían pulcramente con su vestido color gris, llevaban el pelo sujeto en un moño tan apretado que Marian sentía que se le saldrían los ojos de lo estirado que estaba.

En cuanto la duquesa pasó frente a ella, las manos le comenzaron a temblar de manera incontrolable, sentía un presentimiento de que nada sería igual a partir de ese instante, estaban inspeccionándolas como si fueran a ser reclutadas para enlistarse en la guardia de su majestad, desde la postura hasta la forma en que vestían.

—¿Cuál es tu nombre, muchacha? —Escuchó que preguntaba la duquesa con voz amable. Marian cerró los ojos, triste, porque ya tenía a una elegida. Algo dentro de ella se rompió pensando que ahora tenía que buscar otra salida a su vida.

—Olivia, mi lady. —Su decepción fue tan grande, una parte de su corazón se alegraba de verdad de que su amiga fuera la que tuviera una oportunidad como la que se le estaba presentando en ese instante. Pero, por otra parte, anhelaba salir de ese lugar y sentía una pizca de envidia.

—Bien, a partir de este instante te incorporarás al servicio de la casa.

Tal vez sonara raro que una duquesa estuviera eligiendo el personal que laboraba en su casa, cuando lo más lógico es que fuera el mayordomo o el ama de llaves, pero con la duquesa nunca se sabía nada certero, decían que desde que había perdido a su hija no era la misma, algunos pensaban que el dolor por la pérdida la había llevado a la locura, de eso ya habían pasado diecisiete años. Nadie sabía en qué circunstancias le había pasado aquella terrible tragedia, ya que la alta nobleza en esos temas era muy hermética. Si una debutante era secuestrada o se fugaba con algún pretendiente lo único que la familia decía era que estaba en un viaje por el viejo o nuevo continente, para pasar desapercibidos hasta que un nuevo escándalo surgía alejando las miradas de ellos. Pero la tragedia de la duquesa era diferente porque, al parecer, su hija tenía una semana de nacida cuando la perdió.

—Marian —la voz de Olivia la sacó de sus pensamientos para ver que todas hacían una impecable reverencia a la duquesa y salían desfilando rumbo a sus habitaciones. Su amiga se había quedado atrás, esperando a que ella comenzara a caminar. En cuanto estuvieron lejos de la mirada de la madre superiora, y de las hermanas del convento, se detuvieron en el pasillo y en ese instante a Marian el mundo se le vino encima, siendo consciente de que no volvería ver a su amiga.

—No puedo creer que tuvieras esa suerte, Olivia —dijo conteniendo las lágrimas, nunca se habían separado y ese era el momento definitivo donde se tenían que despedir.

—No llores, tonta, vendré a verte los domingos que me den permiso de salir a misa.

—Tendrás una vida muy ocupada en la casa grande, dudo que te quede tiempo para venir a visitarme.

—Puedes acercarte tú.

—Está bien, pero mantente en contacto conmigo —dijo, ya dejando salir las lágrimas producto de su tristeza, ahora estaría completamente sola.

—Ya, Marian, deja el llanto para otra ocasión, la que debería estar llorando debería de ser yo, que me voy a servir en la casa, no creas que me iré como protegida de la duquesa, más bien seré la nueva criada, ya verás cómo me van a cargar de trabajo.

—Cuídate, Olivia, tal vez así puedas conocer a tu príncipe.

—Siempre tan tonta —dijo Olivia resoplando—. Ahora ayúdame a preparar la maleta con mis cosas, no creo que la duquesa espere a una sirvienta.

Antes de que se diera cuenta, Olivia estaba corriendo a la parte trasera del carruaje y se montaba en el descansillo que estaba destinado para la servidumbre. Marian salió a despedirse de su amiga en la lejanía, agitando un pañuelo con el que se limpiaba las lágrimas.

A partir de ese día la vida sería difícil en ese lugar, y no tanto por el ambiente, sino porque la soledad la abrumaría. ¿Ahora cómo seguía con su vida? Esa era la gran incógnita que tenía que responder. Por suerte, al parecer las hermanas del convento pensaron que ella se vería afectada por la partida de su amiga, y comenzaron a involucrarla en el aprendizaje de las niñas que vivían ahí. Por las tardes preparaba los temas que las hermanas le enseñaban y por las mañanas daba las clases en los pequeños salones del convento. Pasaba gran parte del día en la biblioteca investigando temas, leyendo libros de etiqueta, para dar una mejor educación a las niñas. Tenía la esperanza de que si las niñas salían bien preparadas de ese lugar aspirarían a ser una institutriz y no una simple criada como decía su amiga.

Un sueño comenzó a formarse en su corazón, a lo mejor era una locura, pero al ver cómo las niñas que estaban a su cargo comenzaban a aprender nuevas cosas, se le había ocurrido que, si todo salía bien, quería abrir una escuela para todas las niñas que quisieran aprender cómo comportarse. No debía olvidar que estaba a punto de cumplir la edad máxima permitida para estar en el convento; de todas las huérfanas ella era la que llevaba más tiempo dentro de esas paredes, a veces se preguntaba por qué ella no había encontrado una familia que la adoptara, una familia que le diera el cariño que a ella tanta falta le hacía. Aunque las hermanas le habían dicho que cuando era pequeña un caballero que venía con su esposa tuvieron la intención de adoptarla, pero ella se aferró tanto a Olivia, pidiendo que también se llevaran a su hermanita. Al final el matrimonio se fue de ahí sin ninguna de las dos, ya que era muy difícil mantener a dos pequeñas. Después, fueron creciendo y la posibilidad de una adopción se fue volviendo un sueño cada vez más lejano, pero ahora Olivia había logrado seguir un camino diferente al suyo.

Pensando en su amiga recordó que ese día se cumplía dos meses desde que se había ido del convento para servir a la duquesa. Esperaba con ansias el día en que llevaran los víveres de beneficencia, rogaba porque Olivia acompañara a los criados que bajaban todas las cosas que donaban a la caridad; pero, sobre todo, tenía tantas ganas de abrazarla y de contarle las buenas nuevas.

Cuando vio que del carruaje únicamente descendían los lacayos, la tristeza la comenzó a invadir, caminó acercándose al carruaje para preguntarle al cochero si podía darle alguna información de su amiga. Mientras más se iba acercando, su corazón latía más frenético, el que suponía que era el cochero estaba de espaldas a ella, creía eso porque lo vio en cuanto llegó y detuvo el coche frente al convento; tenía la espalda ancha, sus manos descansaban en la cintura y tenía las piernas ligeramente separadas, todo en él destilaba autoridad, a lo mejor era un empleado de alta confianza del duque, porque si fuera su administrador no entendía por qué estaba manejando el carruaje. En la distancia se lograba apreciar su cabello negro que sobresalía por debajo del sombrero de copa. Sin saber por qué decidió que mejor no le preguntaría nada a él, caminó más despacio buscando a alguien que le diera información del paradero de su amiga; por suerte, un chico que debía de ser un mozo estaba cerca de donde ella caminaba.

—Disculpa —dijo tratando de llamar la atención del joven que en ese instante estaba tratando de cargar una pesada caja de verduras. En cuanto el joven levantó la vista al escuchar su voz, se detuvo en seco observándola con admiración y provocó que se sonrojara. Era la primera vez que alguien la miraba de esa forma—. Disculpe, ¿podría darme información sobre una doncella que trabaja en la casa de la duquesa?

—Claro que sí, señorita —dijo el muchacho, dejando la caja de verduras en el suelo y secándose las manos en un pañuelo que sacó de la bolsa de su pantalón—, ¿de quién se trata?

—Pues verá… —dijo muy nerviosa apretándose las manos, no sabía si metería en problemas a su amiga por preguntar por ella, en ese momento se dio cuenta de que tal vez no era correcto.

—Pregunte sin miedo, señorita, no delataré a su amiga.

El joven parecía honesto, así que la única manera de saber algo de Olivia era arriesgándose a confiar en él.

—Me preguntaba si puede darme alguna información de Olivia. Llegó a trabajar a la casa grande hace unas semanas, la duquesa la contrató como doncella.

—La verdad, señorita, no recuerdo haber escuchado que alguna doncella se llamara así, pero puede ser porque no estoy dentro de la casa más que para comer. Y ahora todo es un revuelo con la llegada de la hija de los duques.

¿La hija de los duques? Posiblemente por eso la duquesa había enviado los víveres en lugar de llevarlos ella personalmente como siempre lo había hecho; suspiró, pensando que si lo que decía ese hombre era cierto, tardaría en volver a ver a su amiga. La casa estaría con muchísimo trabajo. Una idea pasó por su mente: con la llegada de la hija de los duques, era seguro que necesitarían más personal en la casa, tal vez si se acercaba a hablar con el ama de llaves para preguntar si necesitaban otra doncella, conseguiría un empleo. Era feliz en el convento ayudando en el aprendizaje de los niños que vivían ahí, pero extrañaba a su amiga, y quería salir más allá de esas frías paredes de piedra. Su sueño de comenzar a abrir una escuela para niñas tendría que esperar un poco, antes necesitaba saber que Olivia estuviera bien.

Estaba a punto de dar la vuelta para regresar dentro del convento, cuando una voz masculina la dejó paralizada en el acto, todo su cuerpo se estremeció al escucharla.

—¿Qué está pasando, Richard? Por qué has dejado de entregar los víveres.

El mozo se puso en el acto a recoger la caja de verduras y emprendió camino sin siquiera decir una palabra. Comenzó a ponerse nerviosa porque sentía la presencia del hombre parado detrás de ella, lo más correcto era darse la vuelta y disculparse por entorpecer el trabajo de los demás. Se giró sobre sus pasos para quedar frente a frente con el cochero, pero nada la podría haber preparado para tener un encuentro de esa magnitud, era el hombre más guapo que sus ojos habían visto.

Aunque ahora sus ojos grises la estaban fulminando, como si fuera la culpable de todas las desdichas que aquejaban a Londres. Marian no comprendía por qué estaba tan enfadado, pero lo mejor que podía hacer era pedir una rápida disculpa y retirarse.

—Discúlpeme, no fue mi intención entretener al joven.

Caminó lo más rápido que sus pies se lo permitieron y regresó a la seguridad del convento. Ese hombre la había alterado lo suficiente como para que sus manos temblaran. Llegó a la pequeña habitación que utilizaba desde que su amiga se había marchado, y corrió a la ventana para ver cómo seguían bajando las cajas de víveres. Ese hombre daba órdenes a diestra y siniestra; sin darse cuenta, se mordió el labio en un gesto de nerviosismo, no tenía la menor idea de lo que le pasaba, veía hombres cuando llegaban los víveres o si tenía que salir al mercadillo, pero ninguno de ellos provocó que su corazón se detuviera por unos momentos. Si ponía la mano sobre su pecho podía sentir el latido desbocado, sus manos temblaban y no era precisamente por miedo. Cerró los ojos recordando su mirada penetrante, aunque parecía que quería que desapareciera de la faz de la Tierra, ella se quedó impresionada.

Era una lástima que Olivia no estuviera ahí para poder contarle lo que sentía, debía buscar la manera de llegar a la casa de la duquesa para saber de su amiga, la extrañaba tanto, pero no tenía manera de comunicarse con ella; a lo mejor si le escribía una nota, y se la enviaba con el cochero… su mirada recayó en el carruaje, pero para su mala suerte, ya estaba emprendiendo camino de regreso. De cualquier manera, no creía que el cochero hubiera querido llevar la nota para una simple doncella y ni pensar en que su respuesta tardaría muchos días en llegar.

Dulce enemiga

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