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CAPÍTULO 3

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Decepcionada de no poder ver a su amiga, se pasó la tarde ayudando en las labores del convento, pero decidió que en cuanto pudiera le diría a la madre superiora que quería trabajar en la casa grande, tal vez ella le conseguiría un empleo de manera más rápida. Era muy favorecida por la duquesa, tal vez ella le podría enviar una misiva a la duquesa pidiendo el favor de que la aceptara como doncella.

Claro, con lo que no contaba es que la madre superiora se pusiera enferma y se opondría rotundamente a ayudarla para conseguir ese empleo. Al parecer, había cogido unas fiebres espantosas que la dejaban agotada, pero Marian se negaba a tener que esperar por más tiempo para poder saber algo de Olivia; así que, aprovechando que las hermanas eran las encargadas del convento, pidió permiso para salir a visitar a su amiga. Las hermanas, que sabían de lo unidas que estaban, no fueron capaz de negarse a tal súplica. Aunque tuvo que rogar de manera insistente, por fin comenzaría el viaje para reunirse con Olivia.

El camino era largo y para llegar a la zona más concurrida de Londres tenía que caminar por varias horas, pero eso no se lo dijo a las hermanas para que no se preocuparan. Les aseguró que tomaría un coche de alquiler tan pronto como le fuera posible conseguir uno. Los pies le dolían de haber caminado mucho, tanto, que tuvo que detenerse varias veces por el camino para descansar. Nunca antes había hecho un viaje tan largo a pie y el camino no ayudaba mucho porque la gravilla le lastimaba la planta de los pies, y eso que llevaba puestos sus botines que le quedaban enormes, pero eran los zapatos más resistentes que tenía. Tenía que darse prisa si quería llegar antes de que cayera la tarde. Había salido al alba, así que esperaba estar a buena hora en la casa de la duquesa, de otra manera, estaría en problemas porque no tendría dónde pasar la noche.

Nunca un trayecto se le había hecho interminable como ese, pero si quería saber algo de su amiga bien valía la pena tanto esfuerzo. En cuanto llegó a lo más concurrido de la ciudad, se detuvo a descansar en un banquillo del parque que estaba alejado de la vista de la buena sociedad londinense que salían de paseo en sus caballos o en calesas. Se quedó maravillada con la muestra de opulencia y lujo con la que vivía la alta sociedad. En ese preciso instante estaba cautivada por los vestidos de las damas que, de manera primorosa, daban color al paisaje; sin querer, se miró su vestido color gris y sus botines que eran un número más grande; para su mala suerte, incluso estaban llenos de lodo. Suspiró pensando que deseaba tener otra vida, no es que anhelara pasarse la vida de fiesta en fiesta como lo hacían las damas de sociedad, pero lo que sí deseaba era tener una vida fuera del convento. A escondidas, leía ciertas novelas que había encontrado en la biblioteca donde gallardos caballeros llegaban a rescatar a damiselas en peligro y no es que se considerara una, pero el sentimiento que reflejaban en esas páginas parecía tan real que para Marian era casi imposible concebir un amor tan grande. El único cariño que tenía en la vida era el de Olivia, que era como su hermana, aunque no lo fuera de parentesco, el vínculo que las unía era mucho más fuerte que la sangre.

Se pasó una mano por su cabello tratando de acomodar un mechón que se había escapado de su moño que llevaba bajo la nuca. Se levantó para acercarse a un charco de agua y tratar de limpiar sus botines. No quería llegar sucia a la casa de la duquesa y dar una mala imagen. Sintió que uno de sus botines se atoraba entre el pasto del parque, al jalar fuerte sintió cómo se despegaba la suela, mojando su pie por completo.

¡Fabuloso, ahora sí que llegaría hecha una auténtica pena! Salió arrastrando parte de la suela de su zapato y caminó por una de las veredas empedradas sin percatarse que detrás de ella caminaban un grupo de mujeres acompañadas por sus respectivas doncellas. Tan distraída estaba que no se dio cuenta de que llegaban a su altura y una de las damas la empujaba, provocando que cayera de golpe al suelo, mientras las demás se reían disimuladamente detrás de sus abanicos. Levantó la vista y se quedó paralizada al reconocer en ese grupo de mujeres un rostro demasiado familiar, la misma mujer que la había empujado era alguien tan cercana para ella que del asombro no fue capaz de decir una palabra. No podía ser, estaba segura de que su ansia por encontrar a su amiga la empujaba a imaginar cosas que no eran, la elegante dama que la había empujado nada tenía que ver con ella.

—¿Estás bien? —Escuchó que le decía una voz preocupada, giró la vista para ver que una de las doncellas que acompañaba a las mujeres le sonreía con amabilidad y por un instante sintió ganas de llorar. Volvió la vista al suelo para ver sus manos raspadas y llenas de lodo. En su mente no se dejaba de repetir el pensamiento de que tenía que estar equivocada. No podía ser cierto, pero esa mujer era tan parecida a Olivia que podría jurar que eran la misma persona—, ¿estás bien? —le preguntó la doncella de nuevo; esta vez la voz la sacó de sus pensamientos, se levantó con dificultad del suelo tratando de no mostrar el dolor por la caída.

—Claro —dijo limpiándose las manos en la falda de su vestido dejándola sucia, pero ya nada le importaba, de cualquier manera, llegaría hecha una pena—, soy una torpe, seguramente he tropezado con la gravilla.

Ambas sabían que no era cierto, pero no podían decir nada en contra de sus señoras, ya que llevaba el riesgo de ser despedidas o incluso llevarse un buen castigo. La doncella, al ver su zapato despegado, frunció los labios en una fina línea como si desaprobara su aspecto. Por suerte no dijo nada, Marian la miró con detenimiento, era una chica muy joven, posiblemente tendría unos dieciséis años. Sus mejillas regordetas sonreían con amabilidad.

—Me llamo Molly, me tengo que marchar o mi señora se pondrá furiosa.

—Estoy bien, no te entretengo más. —El grupo de mujeres estaban lo bastante lejos como para que Molly las alcanzara, pero esta con un gesto de asentimiento se puso a correr hasta ponerse a la altura de las demás doncellas. Después de perder de vista a aquellas mujeres, se dio cuenta de que estaba obstruyendo el paso de los pocos que pasaban por el camino.

Tenía la cabeza hecha un lío, podría jurar que la mujer que vio caminando con un vaporoso vestido color rosa, era su amiga Olivia, pero estaba segura de que eran imaginaciones suyas, porque, ¿de dónde sacaría ella un vestido tan lujoso, por no hablar de que estaba acompañada por distinguidas mujeres como si fuera una dama de la alta sociedad? No, estaba segura que su imaginación la había traicionado, las ganas por saber algo de ella estaban haciendo estragos en su mente.

Trató de serenarse y dejó de pensar en esa mujer que había visto minutos antes, decidió que lo mejor era seguir su camino y terminar con su cometido. Como no sabía dónde estaba la casa de los duques, fue preguntando en los puestos del mercadillo. Algunas personas la miraban recelosas y otras, en definitiva, la ignoraban. Al pasar por un espejo que estaba en una puerta principal de una bonetería se dio cuenta de su lamentable aspecto. Ahora entendía por qué la miraban con desconfianza, literalmente parecía una vagabunda.

Una muchacha que vendía flores en una esquina, fue la única que la ayudó a llegar a la casa donde trabajaba su amiga; por suerte, ella surtía todas las mañanas las flores para el ama de llaves de esa casa y no tuvo ningún problema en llevarla hasta la puerta por donde entraba la servidumbre. Ya con el simple hecho de ver la hermosa casa estilo georgiano, que era digna de admiración, le provocó que los nervios la atacaran. Con paso vacilante se acercó a la parte trasera de la casa, donde el movimiento dentro de las doncellas y lacayos era frenético, como si fueran a tener una celebración de gran magnitud. Detuvo a una doncella que caminaba apresurada cargando una enorme cesta de sábanas blancas.

—Disculpa, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Dígame —dijo la muchacha mirando de reojo a la puerta de la casa, como si por el simple hecho de estar detenida con ella la fueran a reprender.

—¿Sabes dónde puedo localizar a Olivia? —preguntó buscando con la mirada a su amiga por los alrededores.

—¿Olivia? No conozco a nadie con ese nombre, señorita.

—¿Estás segura? —preguntó Marian desesperada por tener alguna respuesta. Su amiga no podía haber desaparecido, así sin más. Alguien tenía que haberla visto en cuanto llegó a la casa a trabajar—. Tuvo que haber llegado con la duquesa hace semanas. Venía a trabajar como doncella al servicio de su excelencia.

La doncella pareció pensar bien su respuesta, como si tratara de recordar un detalle importante que se le estuviera escapando.

—No lo creo, señorita, el día que la duquesa llegó fue muy ajetreado, al parecer, la asaltaron en el carruaje donde venían, le iban a disparar a su hija y la duquesa se interpuso.

Estaba a punto de replicar que la duquesa no tenía ninguna hija, pero decidió mejor callárselo porque, a fin de cuentas, ella no sabía nada de lo que se suscitaba entre la buena sociedad.

—¿Quién podrá informarme? —preguntó mirando a todos lados.

—Pues, solo que pase hablar con el ama de llaves, a lo mejor ella sabe si la enviaron a servir a otra casa. —Las palabras de la doncella se perdieron en el bullicio de los demás empleados al entrar en la casa, pero Marian estaba con la mirada perdida en algún punto fijo y ese punto no era otro más que su amiga, sí, esa mujer a la consideraba su hermana, la imagen que sus ojos estaban viendo la descolocaba completamente. Olivia estaba de pie observando a través de una de las ventanas de la casa, miraba a todos lados como si buscara algo, estaba vestida con el mismo atuendo con el que se la encontró de paseo junto con las demás damas de la nobleza. El mismo atuendo de la mujer que la había empujado sobre la empedrada vereda para que cayera al suelo. Sus miradas se encontraron y en sus ojos pudo ver el nerviosismo que la embargaba. Su amiga le hizo una seña para que la esperara y después desapareció de la ventana dejándola confundida.

Dulce enemiga

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