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CAPÍTULO 1

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¿Han sentido alguna vez que la vida los golpea tan fuerte que sienten que sus fuerzas están a punto de flaquear? Hay veces en que el destino es tan caprichoso que pone traspiés para que las personas no logren sus objetivos. Andy había escuchado que la vida era simple, pero que nosotros nos empeñamos en hacerla complicada; ella estaba segura de que el destino era el que estaba empeñado en darle una paliza. Estaba a punto de cometer la locura más grande de su vida, pero ella sabía que valía la pena cada paso que estaba a punto de dar. No tenía otra escapatoria, estaba obligada a hacerlo, de otra manera viviría con el remordimiento de no haber hecho hasta lo imposible por salvar a la persona más importante de su vida.

El plan era fácil, estaba segura de que nada podía salir mal o eso esperaba. Recordó los motivos que la empujaron a estar en ese lugar y la imagen del rostro de su padre sonriéndole le dijo que estaba haciendo lo correcto. Sí, era hora de jugarse el todo por el todo. Nada la detendría. Salió de sus divagaciones y se dijo que debía lanzarse de una vez, mientras más pronto terminara, más rápido lograría cumplir con su objetivo, ya después tendría tiempo para lamentaciones. Giró la vista por toda la estancia y se dio cuenta de que nadie notaba su presencia, acarició un mechón de cabello que se le había soltado del primoroso recogido que llevaba y que le permitía disimular el audífono que tenía escondido. Necesitaba comunicarse con su compañero, porque ya había tardado mucho en encontrar a su víctima; si no le decía que estaba bien, era capaz de subir a comprobar qué pasaba.

—Esto va a ser realmente fácil. Tengo a mi objetivo localizado —Andy habló entre dientes para que únicamente su voz se escuchara por el micrófono que tenía dentro del escote de su vestido y su interlocutor la pudiera escuchar. Tenía que mantener la mente fría, si no quería ser descubierta.

—De acuerdo, es hora de pasar a la acción. —Escuchó que le decía su amigo a través del audífono. Los nervios la comenzaban a atacar, pero se repitió mil veces en la mente el motivo que la estaba orillando a cometer esa locura.

Su víctima estaba frente a ella, lanzando los dados en el craps dentro del famoso casino Royal Price. El hombre la miraba como si fuera un suculento manjar al que fuera a devorar en cualquier instante. Andy intentaba con todas sus fuerzas reprimir las náuseas que sentía al ver aquel sujeto, y para que no se le notaran, respiró de manera discreta. Debía rondar los cincuenta años, calvo, con muchos kilos de más, los cuales no lograba disimular con su esmoquin de diseño, se notaba que se le reventarían los botones en cualquier instante. Había estado acechándolo, lo tenía todo muy bien planificado. El primer contacto con su víctima había sido un encuentro accidental, había dejado caer sus bolsas de compras y lo había hecho de una manera tan teatral que el hombre se acercó a ella como si fuera un caballero andante que estaba dispuesto a socorrer a una débil dama. En cuanto sus miradas coincidieron supo que lo tenía embelesado.

Después de parecer afligida, el hombre la invitó a cenar a uno de los más lujosos restaurantes y, aunque la comida era fabulosa, eso no menguaba el hecho de que sentía una repulsión casi enfermiza. Ahora se encontraban disfrutando de todas las maravillas del casino y, para su sorpresa, les habían dado acceso ilimitado.

Tomó la fina copa llena de burbujeante champán y la saboreó entre sus labios mirándolo sensualmente. El hombre comenzó a sudar y entreabrió los labios observándola con deseo. «Maldito asqueroso», pensó al mismo tiempo que caminaba en su dirección. Llegó a su lado y el aroma de su fragancia dulzona inundó el ambiente, ¡Dios! Tenía unas ganas locas de salir de ahí, pero en vez de eso sonrió como una niña frente a su regalo de navidad cuando el hombre acercó la palma de su mano, donde sostenía los dados para que ella los soplara dándole buena suerte.

—Hermosura, será mejor que nos retiremos a la habitación —dijo él, después de ganar un par de partidas. Andy le sonrió como si esa fuera la mejor idea del mundo. «Llegó la hora del show» pensó decidida, mientras se dejaba guiar por la mano del asqueroso hombre hasta la lujosa habitación del hotel, que se encontraba en la parte superior del casino. Mientras estaban en el ascensor pensó en la posibilidad de huir, pero no podía, por suerte no estaban completamente solos, dos parejas estaban dentro del artefacto infernal, el tiempo se le hizo eterno, miró con curiosidad los números mientras se iban iluminando, dependiendo del piso en el que se encontraban. Cuando llegaron hasta el suyo, el corazón comenzó a latirle desbocado. No era la primera vez que lo hacía, pero sentía que ese hombre no era tan fácil de dominar. Y así lo comprobó cuando entraron en la habitación; el hombre prácticamente se abalanzó sobre ella, pero en un acto reflejo logró escapar de la prisión de sus brazos, sonriendo de manera tonta como si estuviera encantada con las atenciones que ese hombre le proporcionaba.

—Espera un segundo, querido, a mí me gusta jugar lentamente, permíteme que te sirva una copa de vino —dijo seductora, mientras de manera sensual se pasaba uno de sus perfilados dedos por sus carnosos labios, era consciente de que ese simple gesto volvía locos a los hombres. Y ese era el efecto que quería lograr con él, hacerle perder la cordura hasta que ella lograra su cometido.

Se ajustó su vestido entallado color negro con sinuosos movimientos, volviéndose a acomodar sus cabellos color rojo cobrizo, se dirigió al pequeño minibar de la habitación y sirvió dos copas de vino. Con un sutil movimiento llevó a su mano una pequeña pastilla que, al hacer contacto con el vino, aparecía un burbujeo inocente; cuando estuvo todo listo, le ofreció la copa y mirándolo a los ojos se llevó su copa a los labios. El hombre, sin dudarlo dos veces, apuró su copa de un solo trago, para volver al ataque con ella.

—¡Oh, espera, cariño!, deja que te mime, esta noche pareces cansado. Vamos, recuéstate en el sillón.

Sabía que no tardaría mucho en caer rendido, así que para que no sospechara nada se tumbó sobre él, reprimiendo las náuseas al sentir la excitación del hombre crecer al tener contacto con sus piernas. Era lo más ruin y asqueroso que había hecho en su vida.

Le empezó a desanudar la corbatilla del traje, y comenzó a masajear los hombros.

—Vamos, cariño, esta noche lo vamos a pasar genial —dijo tratando de parecer melosa, cuando en realidad lo único que quería era vomitarle encima. Se siguió acariciándole los hombros, pero el hombre quería tocarla también, así que como pudo logró evadir cada uno de sus intentos por posar sus manos sobre su cuerpo.

—Eso espero. —Al escuchar la voz adormilada del hombre, supo que su víctima estaba a punto de caer rendido. Cuando escuchó el sonoro ronquido sonrió satisfecha, se alejó de él yendo hasta el minibar para servirse otra copa.

—Vaya, cariño, no me rendiste nada. —Ahí tenía a un hombre poderoso, Stuart Clangor, el hombre más rico según los estándares de una famosa revista y del The New York times, estaba ahí, rendido ante una mujer. Una muestra más de que los hombres no pensaban con el cerebro.

—Adelante, Tom —volvió hablar al micrófono que tenía oculto en el vestido.

Unos segundos más tarde un hombre de unos veinticinco años, entraba por la puerta de la habitación, cargando un portafolio. Vestía un traje hecho a la medida con el que nadie pondría en duda que era un alto ejecutivo, se acercó a ella y sonriendo divertido comenzó a abrir el portafolio de donde sacó una computadora y otros aparatos eléctricos que Andy jamás entendería.

—Este te ha durado menos, ¿no será que te has pasado con la pastillita milagrosa?

Hizo una mueca observando al hombre que estaba tendido en el sillón, incluso se lograba observar un hilillo de baba que salía de su boca. Se acercó hasta él para revisar que aún respiraba, pero al escuchar otro ronquido se quedó más tranquila, tampoco es que lo quisiera matar, solo quería su dinero.

—No, solo que este quería pasarse de listo, me arrinconó en cuanto llegamos a la habitación, así que tuve que actuar de inmediato.

—Bueno, esta cita va a salirle un poco cara. No quiero pensar en la cara que se le pondrá cuando se dé cuenta del dinero que perdió.

—Para ese momento, ya estaremos lejos de aquí.

Comenzaron a buscar en los bolsillos del hombre hasta que dieron con la billetera, de donde sacaron varias tarjetas bancarias para que Tom hiciera su magia con la computadora, iba a realizar una transferencia de fondos, pero tenían que hacerlo con suma cautela, ya que tenía que hacerle pensar al hombre que el dinero lo había gastado en las mesas de juego.

Ningún hombre lleva un registro de cuánto gasta en los casinos, y mucho menos uno que se va con una mujer que no es su esposa para pasar una agitada noche de sexo desenfrenado. Andy comenzó a quitarle toda la ropa del hombre y con mucho esfuerzo lo llevó hasta la cama, golpeándolo de camino a la habitación, ¿por qué demonios ponían tantas mesas de camino a la habitación?, ¡fabuloso!, solo esperaba que el hombre se imaginara que le dolía todo el cuerpo por la resaca mañanera que tendría. Su columna lo resentiría, ese hombre pesaba una tonelada.

—Listo, Andy, misión cumplida —dijo Tom guardando todo en el portafolios de manera cuidadosa. Devolvieron la billetera a la misma bolsa de la chaqueta de donde la habían sacado.

Después de dejar al hombre desnudo sobre la cama, colocó algo de ropa interior de mujer, para que pensara que habían pasado la mejor noche de su vida y sin prestar la menor atención a lo que había sucedido se dispusieron a salir de ahí.

—Andy, es hora de largarnos de este lugar —el tono de voz de su amigo le hizo saber que estaba igual o más nervioso que ella.

Salieron los dos de la habitación, ella caminó con dirección a los ascensores y Tom por las escaleras; tenían que lograr salir sin que nadie se percatara de lo sucedido, tampoco podían darse el lujo de que los vieran salir juntos. Se jugaban mucho en ese tipo de trabajos, sobre todo porque todas las cámaras de seguridad estaban en el pasillo, pero nadie desconfiaría de un hombre de negocios y de una mujer que se había ido a la cama con un hombre casado.

Andy salió por la puerta principal del casino, como si nada, como si estuviera paseando en una noche mientras tomaba el fresco sereno. Caminaba sin temor, como si minutos antes no acabara de cometer una estafa a uno de los hombres más poderosos de la ciudad. Sintió que la adrenalina salía de su cuerpo y caminando un poco más deprisa llegó a la esquina de la calle donde por suerte un taxi se detuvo para llevarla a su casa. Nunca se acostumbraría a ese estilo de vida, pero por el momento no le quedaba otra opción.

Atrápame si puedes

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