Читать книгу Atrápame si puedes - Vanessa Lorrenz - Страница 5
CAPÍTULO 2
ОглавлениеLlegó a su apartamento con las piernas aun temblándole, siempre le pasaba lo mismo. Se tumbó en un viejo sillón que tenía algunos resortes salidos y cerró los ojos tratando de controlar su respiración. Estaba hasta la coronilla de esa situación, si no fuera porque necesitaba reunir el dinero para sacar a su padre de la cárcel, estaría más que encantada de dejar ese negocio tan sucio.
Vivía en un bloque de ocho apartamentos a las orillas más alejadas de la ciudad, solo tenía una habitación, un pequeño baño, una cocina con un pequeño desayunador y, nada más. Se acercó a la habitación mientras se iba deshaciendo el recogido que llevaba, para después quitarse la peluca rojiza, dejando ver su cabellera castaña aprisionada en un recogido sujeto por una malla. Comenzó quitándose las horquillas que la estaban matando, y suspiró cansada, dejando caer los mechones de cabello que le llegaban hasta la espalda, se masajeó el cuero cabelludo, pues le dolía horrores; ahora solo le faltaba recibir el mensaje de Tom, mientras cruzaba los dedos esperando que todo saliera bien.
Cerró los ojos recordando cómo fue que se había metido en todo ese embrollo. Cuando tenía ocho años, su madre murió a causa de un infarto fulminante, su padre que la amaba con locura no logró resistir la pérdida y se dejó caer en el vicio del alcohol cuando tenía quince años; sabía que su padre era alcohólico, aunque para ella él seguía siendo su héroe, su única familia con la que podía confiar, así que lo amaba a pesar de no lograr salir de ese abismo. Fue una infancia difícil, todo el dinero que ganaba su padre se lo gastaba en alcohol, lo que la obligó a tener que madurar a temprana edad.
De esa manera, y para tratar de salir adelante y pagar las pocas cuentas de las que dependían, tuvo que comenzar a trabajar, aunque su afán de superarse nunca se vio truncado, estudiaba por las noches y trabajaba de día en lo que podía, ya fuera en una tienda de abarrotes, paseando perros o cuidando niños, lo que fuera era bueno para su inestable situación económica. Miraba la vida pasar desde otros ojos, mientras las niñas de su edad jugaban o se divertían, ella tenía que hacer frente a su casa, tenía que cuidar de su padre y de ella misma, aunque nunca estuvo sola, Tom siempre estaba ahí para apoyarla desde el primer momento en que lo conoció.
Como su padre nunca estaba en su casa, los hombres la molestaban pensando que no tenía alguien que la protegiera, siempre había logrado mantenerlos a raya para que no se propasaran con ella, pero un maldito día uno trató de cruzar la línea. Ese día marcó el principio de su desgracia. Cerró los ojos recordando el maldito momento en que todos sus planes se vinieron abajo, aún no comprendía muy bien qué es lo que había sucedido, pues todo pasó en un abrir y cerrar de ojos.
Acababa de cumplir los veintidós años, Andy llegó a su apartamento como siempre lo hacía después de estar trabajando diez horas seguidas en el supermercado y, de haber asistido a clases en la escuela nocturna, abrió la puerta y en un instante se vio aprisionada por un hombre robusto, que la empujó contra la pared. Sintió el miedo recorrerle el cuerpo, cuando las manos del asqueroso hombre recorrieron su espalda, alzando su blusa. Trató de forcejear con él, pero era más fuerte y mucho más grande, así que le comenzó a invadir el pánico.
Con todas sus fuerzas luchó para poder liberarse de su agarre, pero parecía una tarea imposible, si cerraba los ojos aún podía el recordar el olor nauseabundo del alcohol barato, liberó una de sus manos y le propinó una bofetada fuerte, pero eso en lugar de ayudarla, solo provocó que el hombre le golpeara en la cabeza dejándola media inconsciente; el olor a alcohol provocó que le diera una arcada que tuvo que reprimir y al enfocar la vista pudo ver que tenía los ojos inyectados de sangre, seguramente estaba borracho y drogado.
—Ahora vas a saber lo que es un verdadero hombre, estúpida. Vas por ahí de recatada, pero no eres más que una buscona.
—Suélteme, por favor, no diré nada a la policía, pero déjeme, por favor —imploró en un vano intento de que su captor tuviera piedad de ella.
Sintió cómo la tiraba en el suelo, abriéndole las piernas a la fuerza. Ese fue el momento más horrible de su vida, la impotencia se apoderó de ella al no poder defenderse, aquel hombre seguramente la mataría después de violarla. Sus manos recorrían sus pechos y aunque ella se retorcía intentando que se alejara, no lo conseguía, cuando sintió cómo metía una de sus manos entre sus piernas, y deseó morir en ese instante. Estaba a punto de rendirse cuando el peso que la tenía prisionera desapareció. Aturdida, se levantó para ver cómo su padre molía a golpes a aquel asqueroso hombre. Todo pasaba como en cámara lenta, el hombre estaba tan borracho que no acertaba a pegarle a su padre, pero ella tenía que hacer algo para evitar una tragedia.
Aquello estaba predestinado a terminar de la peor manera. Como pudo, trató de separar a su padre para que no matara al hombre, intentó tomarlo de los hombros, lo jaló tan fuerte como sus fuerzas se lo permitían, tratando de esquivar los golpes, mientras lloraba asustada.
—Déjalo, papá, no cometas una locura —dijo llorando al ver la furia y el odio en la mirada de su padre. Nunca lo había visto así.
—Estás muerto, maldito, ¿me escuchas? Te mataré con mis propias manos. —Al parecer, su padre no entendía de razones. Ella comenzó a llorar más fuerte invadida por el miedo y su padre al escucharla le dio un golpe al hombre que lo dejó tumbado en un rincón y se acercó a ella para consolarla.
—No lo mates, papá, no quiero que vayas a la cárcel.
—No se merece menos, hija, es un maldito bastardo que pudo haberte lastimado.
Su padre la rodeó con sus brazos y Andy se soltó a llorar al sentirse protegida, nunca en su vida había pasado tanto miedo.
A pesar de haber recibido una golpiza, el hombre que la atacó trató de salir huyendo, con tan mala suerte que tropezó cayendo y golpeándose en la cabeza en un pequeño escalón de la entrada, provocando que muriera al instante. Andy y su padre no se podían creer lo que sus ojos estaban viendo, el hombre estaba tendido en un charco de sangre, tenía los ojos muy abiertos, como si no se esperara caer.
Todo lo demás fue caótico. La policía llegó, detuvieron a su padre por asesinato, aunque trataron de explicar una y mil veces que él no lo había matado, pero los agentes ni siquiera los escucharon, culpando a su padre sin tener pruebas suficientes.
Poco menos de un mes su padre era condenado a quince años de prisión, ya que lo culpaban por homicidio culposo, porque como su atacante estaba tan golpeado, las pruebas según lo inculpaban, después de escuchar la sentencia fue trasladado a un penal de máxima seguridad, dejándola a ella más sola de lo que nunca había estado.
Aún recordaba cómo había suplicado llorando al abogado para que consiguiera sacar a su padre en libertad, pero ellos eran pobres y les habían asignado un abogado de oficio, el cual fue muy claro desde el primer minuto: su padre estaba metido en un problema muy grave y no creía que saliera en libertad a menos que pagaran una cantidad de dinero con muchos ceros a la derecha, algo que Andy sabía que era imposible. No tenían dinero ni para comer, aunque claro, que el abogado le dijo muy sutilmente que, si quería conseguir que su padre saliera de la cárcel, podía hacer unos trabajos para él. No hizo falta ser muy lista para saber a qué se refería.
Se masajeó la cabeza volviendo al presente, tratando de retener las lágrimas que estaban pugnando por salir pensando en su padre. Cuatro años después había una pequeña esperanza de que saliera de la cárcel: la solución era pagando una fianza de cien mil dólares, algo que para ella era una cantidad infinita.
Conoció a Tom en el supermercado donde trabajaba. Él era un mil usos dentro de su trabajo, pero era un cerebrito para las computadoras, así que cuando a ella le dieron la notificación de que su padre podía salir bajo fianza, no lo pensaron dos veces e idearon un plan, que aparentemente estaba dando resultados; ya tenían la mitad del dinero para que su padre saliera libre, y esa era su única motivación.
Cada miércoles, como correspondía, le tocaba realizar una visita a su padre, eso era lo más doloroso del mundo, aunque dentro de la cárcel había dejado el alcohol. El encierro lo estaba consumiendo poco a poco, ya no quedaba nada de ese hombre alto, corpulento que la cargaba entre sus manos para alzarla al aire, mientras ella reía a carcajadas; su cabello, que antes fue de un rubio radiante, ahora comenzaba a estar canoso, y su rostro ahora presentaba arrugas que mostraban lo mal que lo pasaba en la cárcel.
Odiaba pasar por todo el proceso para ingresar a la cárcel. El hecho de que la tuvieran que revisar como si fuera una peligrosa criminal, a veces se sentía tan mal de ir a ese lugar, pero no porque no quisiera a su padre, sino porque recordaba que él estaba ahí por su culpa, por haberla defendido. El sonido de la reja correrse la estremeció, dio un paso adelante cruzando esos malditos barrotes que tenían prisionero a su padre y lo encontró sentado en una mesa esperándola.
En cuanto su padre la vio, sus ojos brillaron con alegría. Ese era el único momento en el que lograba ver parte del inmenso amor que le profesaba su padre. Únicamente por ese instante, todo valía la pena. Es más, si en sus manos estuviera cambiarse por él, lo haría, y se consumiría con gusto en la cárcel con tal de verlo libre. Así por lo menos no se torturaría pensando en la injusticia de su caso.
Se sentaron en una mesa con dos banquillos a cada lado. Andy había pasado toda la mañana cocinando la comida preferida de su padre, y comer con él.
—Hija, te he dicho que no me gusta que vengas, no sabes el riesgo que corres al estar aquí.
—Y yo te he dicho que vendré todos los miércoles de visita —dijo, mientras comenzaba a sacar de la cesta varios recipientes de comida—, así que no sigas, sé cuidarme sola.
—Eso es demasiada comida solo para nosotros dos.
Observó cómo la mesa se llenaba con todos los recipientes de comida y, se encogió de hombros quitándole importancia. Esperaba que Tom no tardara tanto en llegar.
—Tom nos acompañará hoy, así que no será suficiente todo esto.
Como si lo hubiera invocado por arte de magia, su amigo cruzó la reja de acceso a la que te dirigían después de pasar por una exhaustiva revisión, incluso se veía que le habían registrado la ropa, algunos de los guardias de seguridad se les pasaba la mano con los visitantes. Y como su padre estaba fichado por asesinato, era lógico que la revisión para ellos siempre se realizara más detallada.
—Hola, familia —la voz de su amigo tan cerca la puso nerviosa, esperaba que no cometieran ningún error, porque como su padre se enterara de lo que estaban haciendo, seguro que la mandaría a colgar de la torre más alta que encontrara.
Tom la acompañaba en cada visita, a menos que tuviera algún plan que se lo impidiera, pero eso casi nunca sucedía. Su padre se levantó para saludar a su amigo con un efusivo abrazo. «¡Vaya!, ni a ella la recibía de esa manera», pensó mientras seguía colocando los platos sobre la mesa.
Al ver el escuálido cuerpo de su padre al lado de Tom estuvo a punto de llorar; daría lo que fuera por cambiarse con él, prefería vivir ella ese infierno y no su padre, si en algún momento tuvo la necesidad imperiosa de dejar todo atrás por miedo a que la detuvieran, al ver a su padre, tuvo de nuevo clara la razón por la cual tenía que estafar a las personas y sabía que si era por su padre cometería el delito una y mil veces. Aunque se condenaría en el infierno y si no no se cuidaba, incluso se condenaría a pasar sus días en la prisión.
Pasaron una tarde agradable. Su padre les contó lo que hizo en el transcurso de la semana, y les puso al tanto de todas las novedades que se escuchaban dentro de la prisión; al parecer, estaba muy emocionado porque impartían clases de carpintería y él estaba trabajando en un mueble muy bonito para regalárselo a ella. El momento de la despedida siempre era lo que más le costaba, ya que nunca quería dejar a su padre en ese lugar.
—Nos veremos la semana que viene, papá, prométeme que estarás bien. Piensa que muy pronto serás libre.
—Sabes que eso es imposible, hija, estoy destinado a estar varios años detrás de estas rejas.
Lo abrazó. No quería soltarlo nunca, resistiéndose a la separación.
—Vamos, hija, el próximo miércoles te tendré aquí dándome la lata de nuevo, así que no hagas más larga esta despedida.
Andy tomó de los hombros a su padre para que sus miradas se encontraran.
—Te lo juro, papá, lograré sacarte de aquí mucho antes de lo que piensas. —Su padre la miró de manera interrogante. Se tenía que ir de ahí lo más rápido que sus piernas se lo permitieran, porque ahora su padre tendría curiosidad por saber lo que esas palabras significaban y ella nunca había sido capaz de mentirle, así que, aunque se inventara una historia, estaba segura de que la descubriría.
—¿Qué es lo que piensas hacer? —el tono de voz de su padre le dijo que era hora de correr antes de que su nerviosismo la delatara, así que era mejor huir, ya lo dicen: es mejor aquí corrió, que aquí quedó.
—Nos vemos, papá, cuídate, no olvides que te quiero —dijo, dándole un beso en la mejilla y comenzando a caminar con dirección a la reja de seguridad donde ya la esperaban los guardias. Dios, no podía dejar ahí a su padre un día más, necesitaba conseguir el dinero como diera lugar. Cruzó la reja y sintió que dejaba ahí lo más importante de su vida.