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CAPÍTULO 3

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Llegó a la entrada de la prisión corriendo como si la viniera persiguiendo una manada de toros salvajes. Su amigo ya la estaba esperando mientras recogía las pertenencias que habían dejado bajo custodia. Sentía que le faltaba el aliento, todo era un cúmulo de emociones que luchaban por dejarla noqueada en el suelo, siempre era lo mismo cada semana, llegaba muy feliz para ver a su padre y salía hecha un mar de lágrimas de impotencia.

—¿Qué ha pasado? Parece que te viene persiguiendo el diablo.

Para ella era casi igual o peor, como su padre descubriera lo que estaba haciendo era capaz de retirarle hasta el habla. Y haría bien porque a nadie le gustaría que su hija se convirtiera en una delincuente. Casi prefería enfrentarse al mismísimo demonio antes que ver furioso a su padre.

—Estuve a punto de confesarle todo a mi padre, estoy muy preocupada por él, ¿notaste que está cada vez más desanimado? —dijo ella mientras recogía su bolso.

Comenzaron a caminar por la orilla de la carretera que daba acceso a la estación central de autobuses.

—Lo noté, aunque estar desanimado no fue impedimento para que me volviera a decir lo mismo de siempre, me ha hecho todo un interrogatorio en forma, me dijo con cara poco amable, qué cuando pienso tener algo contigo, que su hija necesita de un hombre que le haga compañía, ya sabes, la misma cantaleta.

—No puedo creer que no se dé cuenta de que no te gustan las mujeres, si eso lo ve hasta un ciego, ¡por Dios!

—¡Calla, loca!, ese es un secreto de Estado, como se entere mi familia me mata —dijo su amigo sonriendo con melancolía. No comprendía cómo su familia no le brindaba apoyo a su hijo solo por el hecho de que fuera homosexual. Ella lo animaba siempre, porque el amor era así, uno no elegía de quién enamorarse.

—Cuéntame cómo vamos con nuestro asunto —dijo, queriendo desviar el tema. No hacía falta decir de qué se trataba, la presión por conseguir el dinero estaba sobre sus espaldas. Esperaba que en su prisa por conseguirlo no cometiera ningún error.

—Casi lo tenemos, únicamente nos falta dar el último golpe y estará resuelto. —Caminaron en completo silencio, y así permanecieron hasta llegar a la parada del autobús, ambos sumidos en sus pensamientos.

Ya no lo quería hacer, su mente y corazón le decía que estaba actuando mal, pero no tenía otra solución, necesitaba el dinero y en el menor tiempo posible. El abogado de oficio de su padre les comentó que solo disponían de un mes para conseguir cien mil dólares.

Ahora que se veían tan cerca de la recta final, tenían que actuar de manera más cautelosa.

El autobús llegó y ellos subieron acomodándose en uno de los asientos del final.

—¿Cuándo realizaremos el siguiente movimiento? —preguntó Andy a su amigo que se había quedado sumido en sus pensamientos mirando por la ventanilla. Lo observó por un instante mientras emprendían camino rumbo a su apartamento. Era muy guapo, tenía su cabello castaño ligeramente ondulado, su rostro era perfilado, muy fino para su gusto, aunque ese detalle no lo hacía ver afeminado, sino todo lo contrario, se veía muy masculino. Pero ahí estaba la cuestión: su amigo era homosexual y se pasaba la vida disimulando muy bien frente a todos. Como vio que no le hacía caso, le golpeó en el hombro para traerlo de nuevo a la realidad.

—¿Qué sucede, Tom? Estás muy pensativo. —Como si hubiera salido de un trance, su amigo se sobresaltó al escuchar que le hablaban.

—No es nada, solo que me has dado un susto de muerte.

—Estabas como en otro mundo, llevo rato hablándote y nada, no contestas.

—Es solo que estaba pensando en nuestro siguiente movimiento, no creo que sea buena idea hacerlo tan pronto. ¿Y si nos están siguiendo la pista?

—No lo creo, ya tendrías noticias de ser así, con los demás no tuviste tantas reservas. ¿Qué es lo que pasa ahora?

—Creo que es muy pronto —sentenció su amigo provocando que se pusiera nerviosa.

—Sabes que necesitamos realizarlo antes de que llegue el fin de mes —dijo ella nerviosa. Si su amigo la dejaba sola en ese instante no lo podría soportar.

—¡Por eso, en un solo mes hemos estafado a diez hombres! —gritó su amigo dejándola sin palabras. En el tono de voz de Tom se percibía que no quería seguir con aquello. Y aunque ella se negaba, le comenzó a inundar el pánico de pensar que su padre nunca saldría de la cárcel. Imaginó verlo consumiéndose cada día, sin tener la más mínima oportunidad de salir, solo por el hecho de que un maldito borracho les arruinó la vida; a veces pensaba que las leyes solo estaban de adorno, no podía creer que hubieran hecho oídos sordos con su caso, culpando al más inocente solo porque no tenían dinero para contratar a un buen abogado. Sintiendo que la única oportunidad se le escapaba de las manos, imploró a su amigo para que no la abandonara.

—Por favor, Tom, no me digas que ahora te arrepientes y te quieres echar atrás. Estamos muy cerca de conseguir el dinero, ¡te lo suplico, no me dejes estancada en esto!

Su amigo, al ver que casi estaba a punto de llorar, se compadeció de ella, así que, suspirando de manera pausada, como si toda esa situación lo tuviera cansado, la tomó de los hombros para girarla y que sus miradas se encontraran.

—Esta será la última vez que lo hagamos. Este golpe debe de ser el definitivo, no podemos cometer ningún error, porque lo pagaremos caro. Ya he elegido a la víctima, necesitamos prepararlo todo antes de dar el primer paso.

—Gracias, Tom, no sé qué haría si no te tuviera, eres como un hermano para mí. —Se fundieron en un abrazo, únicamente se tenían el uno al otro para apoyarse en todo lo que necesitaban.

Se despidieron frente al portal del edificio donde vivía. Tom quedó de enviarle la información de dónde darían su siguiente movimiento, con todos los detalles del hombre al que estafarían. Ella, como casi siempre que llegaba de visitar a su padre, se recostaba un momento tratando de no ponerse a llorar, lo extrañaba demasiado, él era su única familia, sin él se sentía perdida. Pero no debía dejarse llevar por la desesperación, debía tener la mente positiva en que todo saldría bien, así su padre tendría una nueva oportunidad de vida.

Decidida a no dejarse llevar por los pensamientos negativos, limpió su casa y realizó algunas compras para después descansar, ya que tenía que trabajar al día siguiente. Tom le envió los datos de su siguiente víctima al que tenían en mente; en la carpeta venían diferentes fotos de un hombre de unos treinta y cinco años, tenía una espesa cabellera negra, sus ojos de un especial color gris brillaban expectantes, haciéndolo lucir muy guapo. Esa era la primera vez que un pensamiento así pasaba por su mente. Sin saber muy bien qué es lo que estaba pasando sintió que su corazón se estremecía al verlo.

El hombre vestía un traje de color negro con la corbata azul turquesa y posaba con una resplandeciente sonrisa, junto a una chica que seguramente era una modelo de alguna reconocida revista, la cual llevaba un vestido superceñido en color azul combinando con la corbata del caballero en cuestión. Sin saber muy bien el porqué, acarició la foto siguiendo el perfil del hombre, era tan guapo e imponente que robaba el aliento.

Algo dentro de ella se removió. Era como si una descarga eléctrica le recorriera solo de pensar en él. Suspiró mientras continuaba viendo las fotos que seguían; en una, el mismo hombre posaba sonriente cargando a una pequeña de aproximadamente cinco años que lo miraba radiante, seguramente era su hija y, por lógica, seguro que estaría casado con esa mujer tan hermosa con la que posaba sonriendo. Era muy guapo, y resultaba una verdadera lástima que no estuviera al alcance de ella. Se le hizo raro que Tom le enviara ese tipo de fotos, por lo regular siempre le mostraba únicamente una foto y eso solo para poder reconocerlo cuando entraran en acción. Ahora estaba confusa, en todas las fotografías mostraba momentos íntimos del hombre del cual sabía por el informe de su amigo que se llamaba Maximiliano Evans. Debía reconocer que el nombre le pegaba, era imponente.

Según los datos, ese hombre era muy conocido en el mundo de los negocios, un implacable empresario, dueño de una cadena hotelera. Tenía una cuantiosa fortuna, gracias a que trabajaba día y noche para sacar adelante a sus múltiples empresas; pero no mencionaba nada sobre si tenía familia o algo parecido, bueno, pero eso tampoco importaba mucho. Ella solo se dedicaría a quitarle todo el dinero que le fuera posible. Así que la única información que necesitaba era saber cuántos ceros tenía la cifra de su cuenta bancaria.

Estuvieron preparando la mejor manera de acercarse a él, sabían que en una semana asistiría a un famoso casino en compañía de unos socios que tenían importantes negocios con él, así que el proceso sería el mismo: ella se acercaría a él, lo seduciría, tenía que convencerlo para que la invitara a subir a su habitación y, lo demás ya lo sabía, ofrecerle una copa, sacar las tarjetas de crédito para vaciarlas, y salir del lugar sin que nadie los descubriera, era fácil; lo había hecho ya diez veces, así que no sabía por qué esta vez tenía un nudo en el estómago que no la dejaba respirar; si seguía de esa manera, en cualquier momento caería redonda sin sentido al suelo. Estaba segura de que estaba metida en un buen lío, miró por última vez la foto del hombre que le robaba el aliento, mientras su conciencia no dejaba de reñirle mirándola con tono acusatorio, y su corazón daba un triple salto mortal levantando sus pompones, animándola a seguir.

Atrápame si puedes

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