Читать книгу E-Pack Bianca y Deseo abril 2020 - Varias Autoras - Страница 10
Capítulo 5
ОглавлениеLAS INQUIETUDES de Aislin desaparecieron temporalmente cuando entró en el dormitorio del final del pasillo.
¿Aquello era una habitación de invitados?
Por su tamaño, podría haber sido un piso entero. Tenía una cama gigantesca, un vestidor tan grande como el salón de su casa de Irlanda, una salita con un sofá de cuero y todo tipo de aparatos modernos, incluido un televisor de pantalla plana. Pero eso no le sorprendió tanto como el lujoso cuarto de baño, donde vio un jacuzzi y una ducha descomunal.
Tras detenerse ante el espejo, se miró las puntas y frunció el ceño. ¿Cuándo se había cortado el pelo por última vez? Al pensarlo, llegó a la conclusión de que había pasado más de un año, y se alegró de que sus cejas no exigieran demasiado mantenimiento porque, de lo contrario, habría parecido un licántropo.
Su vida había cambiado mucho desde el accidente de Orla. Ya no se preocupaba por cosas como el peinado y el maquillaje. Había perdido la escasa vanidad que tenía, y estaba tan ocupada que, cuando por fin retomó sus estudios universitarios, se matriculó en una universidad a distancia para poder estar en casa y cuidar de su hermana y su sobrino.
Sin embargo, eso no justificaba que descuidara su aspecto hasta ese punto. ¿Cómo le iba a gustar a Dante si no hacía nada por estar guapa? Sí, le había dicho que era diferente, que no se parecía a ninguna de sus amantes; pero, por lo que veía en el espejo, quizá era una forma de decir que no la encontraba atractiva.
Una vez más, intentó recordarse que no quería gustarle. Dante le iba a pagar un millón de euros por fingirse su novia, no porque fuera la mujer más sexy del mundo.
Aislin arrugó la nariz y salió al pasillo, decidida a explorar la casa.
Y menuda casa que era.
Se sentía como si estuviera en uno de esos programas de televisión donde una elegante dama enseñaba el lujoso interior de su mansión, aunque ni la mansión fuera suya ni lo suyo fuera precisamente el glamour.
Durante los minutos siguientes, descubrió dos comedores, seis dormitorios tan grandes como el suyo, tres salones, varias salitas llenas de obras de arte y un vestíbulo central con una fuente en medio. Eso, en los dos pisos superiores, porque el más bajo tenía nada más y nada menos que un gimnasio, una ducha de hidromasaje y una piscina interior que hasta los romanos habrían considerado decadente.
Aún estaba mirando el agua de la piscina cuando su móvil empezó a sonar.
–¿Dígame?
–¡Acabo de recibir una notificación del banco! ¡Dante Moncada me ha ingresado doscientos mil euros en la cuenta! ¿Se puede saber qué está pasando? Dijiste que me pagaría los cien mil cuando me hiciera la prueba de ADN.
–¿Ya están ingresados?
–Sí –dijo su hermana, tan emocionada que rompió a llorar.
–Tranquilízate, Orla.
–¿Qué ha pasado? –acertó a decir–. No entiendo nada.
–Bueno, he llegado a un acuerdo con él –declaró Aislin, respirando hondo–. Me pagará por fingir ser su novia.
–¿Cómo?
–Solo será un fin de semana, por algo relacionado con un negocio que necesita cerrar. Tiene que parecer respetable –le explicó Aislin–. Pero no te preocupes por mí. No hay nada siniestro o perverso en ello.
–Si no hay nada perverso, ¿por qué ha pagado doscientos mil euros?
–En realidad, es…
Aislin estuvo a punto de decir que era un millón de euros, pero se refrenó porque eso dependía de que consiguieran engañar a Riccardo d’Amore.
–¿En realidad?
–Nada, olvídalo. Y no te preocupes, por favor. Dante me encuentra tan atractiva como a un rinoceronte. Ha sido magnánimo por el asunto del negocio y porque quiere hacer algo por ti. Pero no se lo digas a nadie.
–¿Y a quién se lo voy a decir? ¿A Finn? ¿A las enfermeras del hospital? –ironizó su hermana.
–Hablando de Finn, ¿qué tal está?
–Tiene un buen día, aunque te echa de menos. ¿Cuándo piensas volver?
A Aislin se le encogió el corazón. Finn la quería tanto como quería a su madre, y esa era la primera vez que estaban separados.
–Si todo sale bien, a principios de la semana que viene.
–De acuerdo, pero ten cuidado con él. Dante tiene fama de mujeriego.
–No soy su tipo. No pasará nada.
–¿Ha dicho si quiere verme?
–Todavía no. Creo que no quiere dar más pasos hasta que asegure ese negocio. Es importante para él.
–¿Más importante que su hermana y su sobrino?
Aislin había hablado con Orla la noche anterior, así que estaba al tanto de lo sucedido; pero no parecía ser consciente de lo que todo aquello significaba para Dante, y optó por defenderlo.
–Dale un poco de tiempo. Hasta ayer, ni siquiera sabía que tuviera una hermana. No es fácil de asumir.
Cuando terminaron de hablar, Aislin se sentía inmensamente aliviada. Por muchas dudas que tuviera sobre Dante, no podía negar que cumplía su palabra. Había ingresado el dinero. Ya estaba en manos de Orla.
No estaba jugando con ellas.
Incluso en el caso de que no consiguieran engañar a Riccardo, los doscientos mil euros seguirían siendo de su hermana y, cuando Dante viera el resultado de la prueba de ADN, sumaría cien mil más que cambiarían definitivamente sus vidas, con independencia de lo que pasara en la boda y de la relación que Dante quisiera establecer con ellas.
De repente, se sintió en la necesidad de darle las gracias, así que corrió a su despacho y llamó a la puerta.
Dante, que estaba escribiendo una carta, se sobresaltó.
–Adelante –dijo, sabiendo que era ella.
Aislin entró con una cara tan radiante que le pareció la mujer más bella de la Tierra. Y Dante se maldijo para sus adentros, porque volvió a perder el control de sus emociones.
–Estoy a punto de terminar –declaró, incómodo.
Ella sonrió de oreja a oreja.
–No pretendía molestarte. Solo quiero darte las gracias.
–¿Por qué?
–Porque el dinero ya está en la cuenta de Orla. No sabes lo feliz que la has hecho.
Aislin apoyó las manos en la mesa, lo miró con intensidad y añadió:
–Ahora sé que eres un hombre de fiar, y quiero que sepas que yo soy una mujer de fiar y que intentaré ser la mejor novia que el dinero pueda comprar. Haré todo lo que me digas durante la celebración de la boda, y me aseguraré de que Riccardo crea que estamos profundamente enamorados.
La imaginación de Dante se desbocó, y empezó a pensar en todas las formas posibles de tomarle la palabra, empezando por tumbarla en la mesa y penetrarla.
–Solo tienes que ser tú misma –replicó, haciendo un esfuerzo por contenerse–. Pero tendremos que comprarte ropa adecuada.
–¿Qué quieres decir con «adecuada»?
–Algo que esté a la altura del acontecimiento y con lo que te sientas cómoda.
–Umm… No sé si la ropa que a mí me parece cómoda sería precisamente adecuada –afirmó ella.
–Bueno, hay tiendas con profesionales que sabrán ayudarte a elegir. Si te parece bien, mañana iremos de compras.
Ella frunció el ceño.
–Tendrás que prestarme dinero, porque no tengo ni un céntimo.
Dante arqueó una ceja. Todas las mujeres con las que salía daban por sentado que los gastos corrían de su cuenta, pero Aislin también era distinta en ese sentido.
–Mientras trabajes para mí, no tendrás que pagar nada.
–Vaya, ¿ahora eres mi jefe?
–Te pago por un servicio, de modo que sí, soy tu jefe.
–No juegues con tu suerte, Moncada –replicó ella, entrecerrando los ojos.
–¿Cómo?
–Ni tú eres mi jefe ni yo tu empleada. Sencillamente, tenemos un acuerdo que es beneficioso para los dos. No estropees mi agradecimiento, por favor.
–Si te has sentido insultada, perdóname –dijo Dante, desconcertado–. Solo quería decir que estás en mi casa y en mi mundo, un lugar donde la vida es bastante cara. Y lo estás por mi culpa, así que es lógico que asuma los gastos.
Aislin volvió a sonreír.
–Dicho así, suena mejor.
Incómodo, Dante se levantó del sillón y alcanzó la cazadora, que había dejado en el respaldo.
–Es hora de comer –anunció.
–¿Vamos a salir?
Él asintió. Había hablado con su chef para que preparara algo de comer, pero tenía miedo de lo que pudiera pasar si se quedaban en la casa. El deseo de tocarla era tan intenso que casi no se podía controlar.
¿Cómo iba a sobrevivir a cinco días con ella? Solo se le ocurría una forma: un montón de duchas frías. Pero, de momento, podía empezar por comer con ella en un local público y evitarse tentaciones innecesarias.
–¿Te apetece algo en particular? –le preguntó.
Aislin sonrió un poco más.
–Sí, pizza.
Cuando salieron a la calle, Aislin miró el despejado cielo azul y se quitó el jersey, aprovechando que debajo llevaba una camiseta negra. La caricia del sol resultaba muy agradable tras el largo invierno.
Un segundo después, se anudó el jersey a la cintura y, al ver que Dante la estaba mirando como si fuera un bicho raro, dijo:
–Aún no estamos con tus amigos de la alta sociedad.
–No, pero ¿no tendrás frío en camiseta?
–¿Frío? Comparado con el clima de Irlanda, esto es una maravilla. No había visto el sol desde septiembre del año pasado.
Aislin no podía estar más contenta. El dinero estaba en la cuenta de Orla, y el resto llegaría con la prueba de ADN; pero, por mucho que se alegrara de ello, sus pensamientos no estaban en Finn y su hermana, sino en Dante. Se había portado maravillosamente bien. En lugar de echarla de su casa de campo, le había ofrecido la solución de sus problemas. Y estaba decidida a devolverle el favor.
Mientras caminaban por las empedradas calles, seguidos a escasa distancia por dos guardaespaldas, Aislin se dedicó a admirar la ciudad. Había puestos de flores, tiendas de frutas y verduras y terrazas donde la gente fumaba, charlaba y tomaba café.
–Palermo es tan vibrante… –dijo al cabo de un rato–. No se parece a ninguno de los sitios que conozco.
–¿Has viajado mucho?
–Fuera de Irlanda, no. Estuve en Londres un par de veces, y pasé un verano en la campiña francesa, trabajando en la vendimia –respondió ella–. Pero llevaba tres años sin salir de Kerry, y esto es completamente distinto.
–¿En qué sentido?
–¡Para empezar, en que no llueve! –exclamó Aislin con entusiasmo–. Aunque no quiero ser injusta con mi tierra, es un lugar precioso, y el sol se digna a salir de vez en cuando. Además, nuestro pueblo está junto a un bosque lleno de animales, que ocasionalmente se acercan a las casas. Cuando tenía diez años, vi un ciervo en el jardín. Orla se puso a gritar, y el ciervo salió corriendo.
Dante escuchó sus explicaciones con una sonrisa en los labios. La transferencia bancaria había servido para que dejara de estar a la defensiva y se mostrara tal como era, una chica encantadora que adoraba hablar.
Al llegar a la pizzería, se preguntó cómo era posible que se hubiera equivocado tanto. La había sacado de la casa pensando que el paseo enfriaría su tórrida imaginación, pero Aislin estaba tan sexy con sus botas, sus leggings y su jersey atado a la cintura que tuvo que meterse las manos en los bolsillos para no tocarla.
Su amigo Gio, que era el dueño del local, lo saludó con un abrazo y dos besos en las mejillas. Dante se los devolvió y le presentó a Aislin, quien recibió el mismo tratamiento cariñoso, como si se conocieran de toda la vida.
Tras sentarse, ella miró a Dante con curiosidad y preguntó:
–¿Todos los sicilianos son tan besucones?
–¿Besucones? No sé qué quieres decir.
–Bueno, te ha besado en las dos mejillas. Y tú has hecho lo mismo.
Él se encogió de hombros.
–Es algo típicamente siciliano. A los mediterráneos nos gusta el contacto.
–Pues yo no conozco a ningún irlandés que no se liara a puñetazos si otro hombre le diera un beso.
Dante rompió a reír.
–Me encanta tu sentido del humor –dijo.
–Qué quieres que le haga… Soy irlandesa. Será cosa de la tierra.
Aislin pidió una cerveza al camarero y, al darse cuenta de que Dante parecía sorprendido, se sintió en la necesidad de tranquilizarlo.
–No te preocupes. Cuando estemos en la boda, pediré vino. No te dejaré en mal lugar.
–De ninguna manera. Quiero que seas tú misma durante todo el fin de semana. Si quieres tomar vino, tómalo; pero, si prefieres cerveza, toma cerveza.
–Oh, vamos, no puedo hacer eso si todos los demás toman champán o cosas así –alegó ella–. Además, lo que dices no es cierto. ¿Cómo puedo ser yo misma si quieres que lleve ropa de una boutique?
–Ropa que elegirás tú y nadie más que tú –puntualizó él–. Lo digo en serio. Quiero que estés relajada y que seas como eres.
Aislin alzó su cerveza a modo de brindis.
–Me alegra saberlo, porque el vino no me sienta muy bien.
–¿Por eso bebes cerveza?
–No, bebo cerveza porque es lo que me puedo permitir. Soy una estudiante en la ruina, ¿recuerdas? Es eso o pedir algún alcohol barato que probablemente lleve limpiacristales.
Dante, que no sabía por qué le resultaba tan divertida su cháchara, clavó la vista en sus maravillosos labios y se alegró de que la pizza llegara en ese momento, porque no estaba seguro de poder controlarse.
Aliviado, alcanzó una porción y se la llevó a la boca. Era consciente de que el colesterol había empeorado los problemas cardíacos de su padre y lo había llevado a la muerte, pero se le había hecho la boca agua al ver que Aislin pedía una pizza de embutidos sicilianos, que devoró como una estudiante hambrienta; es decir, lo que era.
–Espero que no te sientas insultada, pero ¿no eres un poco mayor para seguir en la universidad? –preguntó.
–Ten en cuenta que tuve que dejar la carrera cuando mi hermana sufrió el accidente –explicó ella.
–¿Y no echas de menos las clases? Estando aquí, te estarás perdiendo algunas.
Aislin sacudió la cabeza.
–No me pierdo nada. Como tenía que estar en casa para cuidar de Finn, me matriculé en la universidad a distancia.
–¿Y qué estudias?
–Historia, aunque me especializaré en historia medieval europea.
–¿Con intención de hacer qué?
–Ni idea. Quería ser profesora, pero ya no estoy segura de que pueda soportar la politiquería de los claustros y las tonterías de los adolescentes. No soy tan tolerante como antes.
–¿Y cuál es la razón de eso?
–Tuve que soportar de todo con el pobre Finn. Orla estuvo mucho tiempo en coma y, como además se había dañado la espalda y tenía un brazo roto, me vi en la obligación de ser la tutora de mi sobrino, lo cual fue bastante difícil.
–¿Por qué? –preguntó Dante con interés–. ¿Porque tuviste que renunciar a tu vida?
–No, por la actitud de las autoridades médicas. No creían que una chica de veintiún años estuviera preparada para asumir la custodia temporal de un bebé con problemas ni para controlar las finanzas de Orla. Querían llevar el asunto a los tribunales. ¡Ni siquiera me dejaban ponerle un nombre!
Aislin, que se había indignado mientras hablaba, respiró hondo y añadió:
–Cuando Orla volvió en sí, me dio permiso para encargarme de todo, pero los problemas continuaron. Todo es tan burocrático que te entran ganas de llorar.
Dante intentó comerse otra porción de pizza, y descubrió que ya no tenía hambre. Por algún motivo, se sentía culpable de las dificultades de Aislin.
–¿Y dónde estaba el padre de Finn, si se puede saber?
–Ah, esa es la cuestión –dijo ella, echándose hacia delante–. No sé dónde está. Orla se negó a decirme quién era el padre al principio y, como tuvo problemas de memoria por culpa del accidente, ahora afirma que no se acuerda.
Dante arqueó una ceja.
–¿Y la crees?
–Por supuesto que no. Quizá tenga lagunas de verdad, pero estoy segura de que me miente –contestó ella–. Y, como se te ocurra contarle que yo he dicho eso, te estamparé una pizza entera en la cara.
Él sonrió, divertido.
–¿Me estás amenazando?
Segundos después, Dante estuvo tentado de preguntarle dónde había estado su madre durante todo el proceso, pero no se lo preguntó. A decir verdad, no quería saber nada sobre la antigua amante de Salvatore; sobre todo, porque le incomodaba pensar que su padre había sentido lo mismo por ella que él por Aislin.
Pero… ¿qué tenía aquella mujer para que le gustara tanto? ¿Por qué volvía a clavar los ojos una y otra vez en sus labios, como, si en lugar de estar comiendo, lo estuviera provocando? Era de lo más irritante. Todo lo que hacía le parecía extrañamente erótico, y cuanto más tiempo pasaba con ella, más la deseaba.
De repente, la perspectiva de estar juntos bajo el mismo techo le pareció inadmisible. Sus empleados vivían en otros pisos del edificio, así que no podían ejercer de carabinas que impidieran que las cosas fueran a más. No tenía más remedio que cambiar sus condiciones laborales para que estuvieran presentes.
Definitivamente, era lo único que podía hacer. Necesitaba conocerla mejor para engañar a Riccardo d’Amore, pero en un ámbito seguro, donde no corriera riesgos.
Tras pensarlo un momento, se dijo que no podía ser tan difícil. A fin de cuentas, solo tenía que asegurarse de no quedarse a solas con ella hasta que sus caminos se separaran y regresara a su país.