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Capítulo 1

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Beatrice resistió el instinto habitual de abrirse camino entre las brumas del sueño, y apretó aún más el cuerpo contra los cálidos contornos masculinos… masculinos… aquella noción la sobresaltó al mismo tiempo que escuchaba la melódica voz de su hermana a lo lejos. Al parecer se había recuperado de la migraña que tenía la noche anterior, y estaba cantando algo pegadizo e irritante abajo.

Una de las mayores diferencias entre ellas, aparte de que su hermana no era rubia ni de ojos azules, era que Maya se despertaba con una sonrisa en la cara y con paso alegre. También afinaba al cantar, y Maya nunca se habría despertado al lado de un hombre que entró en un bar solo y salió unos minutos después acompañado.

Beatrice se llevó una mano a la cara con gesto protector para contener el miedo. Luego abrió los ojos y extendió los dedos en abanico para mirar a través de ellos.

Tal vez fuera todo un mal sueño… con algunas partes buenas.

¡No era un sueño!

Conectó con aquellos ojos de ébano pulido enmarcados por unas pestañas imposibles que la miraban con sorna. Beatrice soltó un gemido y se apartó.

La reacción del dueño de aquellos ojos y de aquel cuerpo, que incluso vestido había hecho que todas las mujeres del bar la miraran con envida cuando salieron de allí juntos, fue atraerla más hacia sí y susurrarle al oído con voz seductora:

–¿Qué prisa tienes?

Beatrice sintió un temblor en la parte inferior del vientre, acompañado de una sensación de humedad. Con los ojos cerrados, dejó escapar un suspiro tembloroso y luego gimió cuando él movió su duro cuerpo de forma sugerente hacia la curva del suyo, dándole suficientes razones para no irse a ninguna parte. Su resistencia se disolvió por completo al sentir el palpitar de su masculino deseo contra las piernas.

Se permitió durante unos momentos disfrutar de la sensación de sus manos fuertes y sensibles moviéndose por sus costillas, trazando una línea hacia su vientre y provocando que contuviera el aliento por la excitación cuando le cubrió un seno con la mano, acariciándole el erecto pezón.

–No sigas.

Beatrice sintió una punzada de frustración cuando él obedeció y retiró la mano. Una acción que la llevó a echarse un poco hacia atrás, agarrarle el pulgar de la mano y llevárselo a la boca.

–No seas mala, Beatrice.

Antes de que ella pudiera reaccionar a su ronca protesta, se vio a sí misma boca arriba. No era la fuerza del hombre lo que la mantenía allí sin aliento, podría haberse deslizado fácilmente debajo de él. Había aire entre sus cuerpos, él tenía las manos apoyadas a cada lado de su cara sobre la almohada y el cuerpo curvado encima del suyo.

Estaba atrapada allí por el deseo que la consumía por dentro y por la mirada oscura y audaz clavada en su rostro, que se detuvo en sus labios todavía hinchados por los besos que se habían seguido dando la noche anterior mientras se quitaban la ropa en uno al otro al entrar en el dormitorio.

A Beatrice se le oscurecieron los ojos al recordar lo apasionado que había sido el encuentro. El impacto que le había provocado verlo a su lado quedó relegado cuando lo miró. Su rostro era un completo milagro. «Perfecto» era una palabra demasiado suave para describir su perfecta estructura ósea, el tono de piel dorado y la fuerte mandíbula cubierta por una sensual barba incipiente. La firmeza del labio superior contrarrestaba la sensualidad del inferior.

Beatrice parpadeó y se aclaró la garganta. Consiguió apartar la mirada de la suya haciendo un gran esfuerzo, pero no consiguió escapar de su boca. El ángulo de sus pómulos, la dominación aguileña de la nariz, todo se borró cuando él inclinó la cabeza. El primer beso fue un susurro cálido y tormentoso sobre sus labios entreabiertos que le despertó un gemido en la garganta. El segundo, también suave y en las comisuras, la llevó a arquear el cuerpo para tratar de aumentar la presión. Los que siguieron intensificaron el tormento hasta que ya no pudo seguir soportándolo y alzó las manos, hundiéndolas en su cabello oscuro y abundante antes de entrelazarlas en la nuca y atraerlo hacia sí con los ojos cerrados.

Se besaron con pasión salvaje, retorciendo los cuerpos sinuosamente para acrecentar el contacto, arrebatados por un deseo que recordaba al de la noche anterior.

–Beatrice, ¿vas a bajar o te llevo el café?

Beatrice se puso tensa como si le hubieran arrojado un jarro de agua fría de realidad. Apretó los ojos y un gemido recriminatorio la nació en la garganta. Sin decir nada, se apartó del cuerpo caliente contra el que estaba pegada.

–¡Débil… estúpida… débil! –murmuró castigándose verbalmente mientras bajaba las largas piernas de la cama y agarraba con gesto elegante la sábana que había caído a los pies de la cama en algún momento.

No se detuvo hasta que llegó a la esquina más alejada de la habitación, donde se apoyó contra la pared sosteniendo la sábana contra su cuerpo. No se trataba del mejor escudo del mundo, pero era mejor que nada.

Miró nerviosamente a la puerta; en su cabeza surgió un escenario de pesadilla: Maya apareciendo por la puerta.

–¡Enseguida bajo! –gritó–. Tienes que irte –susurró dirigiéndole una mirada agónica al hombre que estaba tumbado en su cama.

Él no parecía tener ninguna prisa. Se tumbó boca arriba y se colocó una mano en la nuca, provocando que la sábana ligera que le cubría las estrechas caderas se deslizara un poco más. Se sentía completamente cómodo desnudo, pero ella no. Era una escultura andante perfecta hecha de músculos y piel aceitunada. El solo hecho de mirarlo le provocaba escalofríos.

Su expresión burlona no resultaba acorde con la oscura frustración que encerraba su mirada cuando la posó sobre el montículo de sus senos, por encima de la sábana que Beatrice agarraba desesperadamente.

–Tienes que marcharte de aquí –volvió a decir en un susurro–. No hagas las cosas más difíciles.

Él se acomodó apoyando el peso en un codo.

–No veo cuál es el problema –aseguró con una mirada inocente–. A menos que lo hayas olvidado, estamos casados.

E-Pack Bianca y Deseo julio 2021

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