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Bruto

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Después de tres años metiéndonos en contra con el Peugeot de mi papá por el puente Tenderini, se presentó la oportunidad de llevar a cabo el plan que tenía en mente hacía meses. Aún no sabía que al Cabezón le iba a ir pésimo en la vida y no me di cuenta de que esa noche, al compartir mi plan con él, descubriría algo trascendental.

—Hagamos que la calle del puente se vuelva de doble sentido —le dije, con voz de buscar problemas.

—¿Cómo? —preguntó el Cabezón con su cara de bruto.

—Solo pintamos las flechas, pes huevón. —Y entré a buscar pintura blanca.

Eran las cuatro de la mañana y regresábamos de La Noche de Barranco con varias chelas encima. Dejamos el carro en mi casa y caminamos hasta el puente con la pintura, brochas y la adrenalina a tope. Personal Jesus de Depeche Mode todavía retumbaba en nuestras cabezas.

—Pinta hacia acá, pues, huevas —le dije, al darme cuenta de que estaba pintando las flechas al revés.

—¡No! Es para allá. ¿Qué crees? ¿Que estamos en Inglaterra? —contestó el Cabezón con cara de culto.

A veces, los brutos tienen la habilidad de confundirte.

Discutimos entre risas, garúa y nervios, aturdidos por el trago y el riesgo de ser descubiertos por un patuto y terminar presos con solo diecisiete años.

—¡No, borracho huevón! Estás pintando la flecha en la misma dirección. ¿Cuál sería la pendejada si no cambias nada? —le dije, a punto de perder la paciencia.

—¡Qué terco eres, carajo! —me gritó y, sin querer, se pintó la taba de un brochazo.

Cuando se dio cuenta de que su zapato de gamuza estaba pintado de blanco, casi se me viene encima.

—Oe, ¿qué has hecho con mis Bass? Me las acaba de traer mi vieja de Miami —se quejó mientras soplaba el zapato, como si eso pudiera remediar el cagadón que se acababa de mandar.

Y fue entre esas enormes flechas blancas que apuntaban hacia el lado incorrecto, y los reclamos por sus tabas de gamuza de cien cocos recién bautizadas, que empecé a ver una pequeña luz de brutez en sus palabras, en su terquedad y en su manera de pararse.

Aunque nunca se lo dije, ese preciso momento me hizo caer en cuenta de que el Cabezón era bruto, pero, sobre todo, un pata para toda la vida.

Solo se lo diría a un extraño

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