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Cartas y caprichos

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En tu última carta, me pediste que escriba sobre algo políticamente incorrecto, algo sobre lo que no estoy dispuesto a negociar.

Fácil, pensé. Soy ateo militante y tengo mil argumentos para enfrascarme en ese rollo, pero prefiero tocar temas más chicos.

Por ejemplo, yo no voy al Jockey Plaza.

Es un antro maligno que, encima, requiere de mí un sacrificio extraordinario para llegar al puto lugar, al enfrentar la tortura macabra que significa manejar en Lima. Esa muestra de terquedad, además de ser completa y estrictamente cierta, tiene su lado pintoresco y podría arrancarte una sonrisa. Va en línea con la imagen que me gusta proyectar. Pero hay un problema: esta no es una actitud transgresora ni políticamente incorrecta; por lo tanto, no cumple con lo que me has pedido.

También pensé en esta: las mañanas de los sábados son para montar bicicleta.

Si los planes familiares requieren de mi presencia, estos se deberán planificar a partir de las dos de la tarde; esa es una regla inamovible en mi casa. Es más, las veces que termino de montar bicicleta antes del mediodía, es ley parar en alguna cevichería a tomar unas cervezas con los amigos, no vaya a ser que por llegar más temprano a la casa pierda el terreno ya ganado. Con este tema, hablo sobre mi pasión por la bici y, de pasadita, te dejo bien claro que en mi casa mando yo. Pero el lado políticamente incorrecto nuevamente no está, y la verdad es que en mi casa el último que manda soy yo. A otra cosa, mariposa.

Yo no lavo cosas de plástico.

Últimamente, he lavado más platos que en toda mi vida. Pero una categoría no he tocado: los tuppers, tomatodos y demás cachivaches de plástico. Me dan asco. Pienso que los restos de yogur con cereal se quedan impregnados en ese material innoble y que, por más que rasquetee, no van a salir. Otra vez, nada políticamente incorrecto aquí.

Lo último que se me ocurre es lo de la misa.

A veces, no me queda otra que ir a la iglesia por algún bautizo o matrimonio ineludible. Si el cura manda arrodillarse, me quedo parado, y cuando toca rezar o hacerle el corillo al papanatas ese, callo. Me gusta hacerlo en las primeras filas para retar al sacerdote y ver si se atreve a increparme. En este caso, se podría decir que cumplo con todos los checks de la tarea, pero me parece soso, aburridón, y el tufillo de rebeldía me parece trillado.

Como puedes ver, no he podido cumplir con los requisitos de tu consigna, pero, como no quiero cortar este flujo epistolar que tan tímidamente hemos construido, te pido que me exoneres esta vez de limitarme a tus antojos. No quisiera pasar la vergüenza de que leas un mamarracho, sobre todo tú, que en el oficio de escribir eres mucho mejor que yo.

Solo se lo diría a un extraño

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