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INTRODUCCIÓN: EL ROCK ¿DESPUÉS DEL FINAL?

Sergio Roncallo-Dow

Daniel Aguilar Rodríguez

Enrique Uribe-Jongbloed

Desnudo eres fuego, vistiendo en penumbras el traje certero, Después del final, guerrero sensible que vuelve a empezar…

Kraken

El 29 de enero de 2017 falleció Élkin Ramírez, el legendario vocalista de Kraken. Muchos de nosotros pensamos que eso significaba el final del rock en Colombia. Después de todo, Kraken era una de las pocas bandas que había logrado mantenerse vigente durante más de treinta años en la escena rockera local y había mostrado que era posible, a pesar de las dificultades técnicas y del mercado, hacer un rock profesional y capaz de narrar una realidad que reclamaba relatos que fueran capaces de hacer frente a la hegemonía y a los discursos tradicionales (Arango-Lopera y González, 2019). Casi solitario, Élkin emprendió un recorrido en el que sus compañeros fueron la persistencia y el convencimiento de que el rock es, ante todo, una forma de vida. Élkin fue un ejemplo de persistencia y tenacidad, de lo que es ser un rockero; por eso, a él, quien está aún después del final, está dedicado este libro. Quizá, la persistencia que Élkin nos enseñó y su legado de cómo vivir el rock son las razones que han dado origen a este libro.

Algunos de nosotros (los editores) venimos de la escena del rock local, caminamos las calles de Bogotá cargando nuestros instrumentos, conociendo los rechazos de los bares para organizar un concierto y viendo la deshonestidad en los ojos de los promotores de los eventos. Supimos lo que era tocar en las peores condiciones técnicas y ante públicos de diez personas, sin recibir a cambio ni una cerveza (el dinero ni lo soñábamos). Vimos cómo la ciudad se transformaba y aparecían espejismos como Rock al Parque que daban la ilusión de un futuro como músicos. Algunos de nosotros estuvimos en esa tarima y vimos cómo la ilusión duraba treinta y cinco minutos. No nos importó. Aquí estamos, después del final, convencidos de que debemos seguir rockeando y ahora pensando en lo que nos inyectó las ganas de estar vivos durante más de dos décadas. Al lado de nuestros libros siguen la guitarra y la batería, y en el momento en que se escriben estas líneas, no hemos salido de los escenarios. Músicos o público, pero siempre rockeros. En nombre del rock, se ha escrito lo más alegre y lo más triste; en nombre del rock, se han alabado el amor y los más profundos abismos de la tristeza. El rock es vida y es muerte; el rock es una forma de habitar este mundo. El rock es lo que ha hecho que desde los salones de clase hayamos seguido sintiendo lo que somos y siendo lo que somos, y a pesar de que muchos lo han tachado como un producto más del capitalismo global (Heath y Potter, 2005), seguimos creyendo en él como un lugar de liberación. Ese espíritu recorre este libro.

Rock, resistencia y estudios culturales: reflexiones nostálgicas y noventeras

Hace ya un tiempo Mattelart y Mattelart (1997), al introducir la sección dedicada a analizar los estudios culturales británicos, utilizaron un seductor subtítulo: la cultura del pobre. Después de un recorrido teórico por las diferentes corrientes del pensamiento comunicacional que abarcan propuestas tan particulares como el modelo matemático de Shannon y Weaver o la teoría de Lazarsfeld a propósito de la persuasión, resulta inquietante hallar un apartado en el que la reflexión parece salir de los muros de la academia y preocuparse por aquello que sucede en el entramado social, en que los procesos comunicativos y culturales tienen lugar.

Los estudios culturales ofrecen por primera vez la posibilidad de acercarse a la realidad de las clases populares y se interesan por los procesos que allí se dan. En los sesenta y setenta, años en que los estudios culturales tuvieron su auge, dentro de las clases obreras inglesas se dieron ciertos procesos de re-significación cultural, si se nos permite este término, y a través de nuevas prácticas, se llegó a nuevas propuestas estéticas que redefinieron para siempre el patrimonio simbólico de Inglaterra, y tiempo después, del mundo entero. Nos referimos, por supuesto, al surgimiento del rock como una especie de contracultura y de respuesta a cierto tipo de necesidades que se vislumbraban, poco a poco, a lo largo y ancho del entramado social. Nuestra idea en las líneas que siguen es, de algún modo, explorar el fenómeno desde tres perspectivas: estética, cultural y comunicativa. Sin embargo, es difícil hacer distinciones tajantes entre las tres, pues muchas veces se entrecruzan o se traslapan; hacemos esta salvedad para dar al lector una brújula que le ayude a no naufragar.

Sennett (1994) habla de los cuerpos fríos para referirse a las mujeres y los esclavos, aquellos que se encontraban en los márgenes de la sociedad ateniense, aquellos que no podían participar activamente de la vida de la ciudad. Siguiendo a Sennett, utilizaremos la idea de los cuerpos fríos para referirnos a un cierto lugar de la población inglesa (en principio), particularmente a ciertos sectores de la clase obrera en que se fraguarían los más importantes hitos culturales del mundo anglo en el periodo de la posguerra.

La frialdad radica en que, al igual que en Atenas, la marginalidad y la búsqueda del calor solo tiene lugar mediante la creación de cierto tipo de rituales endogámicos de autosatisfacción y la búsqueda de la visibilidad. Las mujeres atenienses tenían los rituales de Adonis por medio de los cuales reivindicaban su estatus y satisfacían el deseo reprimido.

En los orígenes del rock, sucede algo similar: hay una búsqueda de una salida de la frialdad a través de las manifestaciones estéticas y, en medio de esa búsqueda, hay una propuesta contracultural que arremete contra los estándares triunfalistas manejados por la sociedad inglesa de la posguerra.

El elemento clave para entender el desenvolvimiento de este proceso es la idea de la búsqueda de nuevas significaciones. Lo que buscaba inconscientemente el naciente movimiento fue hacer una relectura de todo aquello que se daba por descontado en la cotidianidad y que solo era visible para las clases burguesas: al obrero ciertas cosas (la mayoría) le estaban veladas.

Así, dentro de los barrios marginales de ciudades como Birmingham, Sheffield, Londres y Liverpool se empiezan a dar ciertos procesos de fractura cultural que habrían de cambiar para siempre las concepciones estéticas de la tardomodernidad y la posmodernidad. Por un lado, surgen propuestas como la de The Beatles, representantes directos de la clase obrera, al menos en sus épocas de residentes en el Cavern Club. Posteriormente, el panorama inglés se ve multiplicado con bandas que proclaman el nacimiento de una nueva estética, que trasciende los límites de lo visual, para convertirse en una forma de desplegar la propia individualidad, entre ellos, The Rolling Stones, The Animals y The Who.

Sobre estas huellas se inventa una nueva manera de concebir la cultura en el siglo XX. Hacia 1968 hay propuestas como la de Black Sabbath, quienes en búsqueda de nuevas respuestas apostaban por el oscurantismo y los temas ocultos. El aparente satanismo es el resultado de una exploración en otros parajes del sujeto; lugares que hasta ese momento habían permanecido inexplorados por las culturas populares. Desde el rock se redefine el lenguaje y las palabras cobran significado en la medida en que el receptor quiera moldearlas. En ciertos pasajes de la canción “War Pigs” de Black Sabbath (1970) puede oírse:

Politicians hide themselves away

They only started the war

Why should they go out to fight? They leave their role to the poor, yeah

Time will tell on their power minds,

Making war just for fun

Treating people just like pawns in chess,

Wait ‘till their judgement day comes, yeah.

Resulta evidente que es la clase obrera la que habla aquí. Hay una total desilusión acerca del sistema y acerca de la política de la Corona. Los estudios culturales dan cuenta de estos fenómenos y buscan acercarse a ellos. El rock se convierte en la máxima expresión de las clases de abajo. Por medio del rock la frialdad desaparece paulatinamente. Desaparece para convertirse en escándalo. Escándalo que no es otra cosa que un retrato realista de la sociedad. Cuando este retrato se convierte en manifestación social, nace la cultura del pobre.

Sobre estas nuevas maneras de ver y “dibujar” la realidad creo que se puede ver cómo se reformula la cultura popular y el arte abre a sus consumidores de manera explícita una nueva posibilidad: la de encontrar la singularidad. Con la entrada en el mercado, la frialdad empieza a desaparecer y un halo de popularidad rodea a quienes hasta ese entonces habían permanecido en los márgenes. Los ejes de las prioridades se desplazan y las nuevas propuestas se catapultan hacia la luz. Las nuevas manifestaciones adquieren su propio brillo y visibilidad, pues buscan hacer nuevas preguntas y, a la vez, ofrecer nuevas respuestas a partir del empleo de toda una nueva gramática que involucra el vestido, el cuerpo y el instrumento. Por supuesto que el escape a la frialdad no se hace solo a través de la música. Basta pensar en las Campbell’s Soup Cans de Andy Warhol, que se convierten en la resignificación del objeto, en “el resultado de toda pretensión del sujeto de interpretar al mundo; son el resultado de la elevación de la imagen a la figuración pura sin la más mínima transfiguración” (Baudrillard, 1997, p. 26). Todo lo que alguna vez estuviera perdido en el underground entra a ser protagonista del nuevo patrimonio simbólico, de la cultura.

Los estudios culturales vuelven su atención hacia procesos culturales que se gestaban lenta pero sólidamente en medio de la invisibilidad. En el caso del rock, con el camino abierto en los Estados Unidos por personajes como Chuck Berry y, posteriormente, Elvis Presley, los británicos entran con fuerza en el mundo de la cultura popular. Aunque sean los estudios culturales los que por primera vez hayan tenido estas manifestaciones populares como objeto de estudio, nunca más se podrá volver a hablar de rock en términos británicos: para fines de los setenta será una manifestación popular de envergadura mundial, que rompía, incluso, con las berreras del lenguaje.1

Este, consideramos, es el legado principal de los estudios culturales. Se trató de una corriente capaz de ver que la cultura se construía no solo en los salones de las prestigiosas universidades, sino también en los diferentes procesos de interacción social y allí donde la carga simbólica cobraba un significado mucho mayor que la erudición proveniente de los libros.

Con el rock se da un fenómeno del que nunca se había tenido plena conciencia, al menos en el campo del arte: la posibilidad de estar en posesión de un arte sin tener que dar razón de lo que se hace. En otras palabras, “el rock es la primera música que puede localizarse en la ruptura de la armonía entre el sujeto del saber y el sujeto de la experiencia” (Godzich, 1999, p. 109). Aquí hay uno de los elementos centrales de la nueva gramática a la que nos referíamos algunas líneas más arriba. Ya no se necesitan conocimientos técnicos muy elaborados para hacer música. Para mediados de los sesenta muchos jóvenes obreros compusieron canciones de dos acordes que habrían de transformarse en clásicos del rock de todos los tiempos. El rock acabó definitivamente con la idea elitista de la música. Sin embargo, aquí podría objetarse que el blues, padre del rock, ya era una música popular que no requería la experiencia académica para darse; esto es cierto. La diferencia con el rock fue que encarnó los ideales de toda una generación que deseaba distanciarse de los modelos convencionales, que deseaba huir de la cultura del progreso y la enajenación de la sociedad posindutrial. El rock se transformó en un producto cultural de consumo masivo, en un escape a la frialdad de los cuerpos y en la única respuesta a la búsqueda desenfrenada de la singularidad. Woodstock fue mucho más que un concierto, fue la manifestación clara de que los cuerpos de muchos jóvenes ya no eran cuerpos fríos. Fue la muestra de un escape a la marginalidad, de un ser-en-la-cultura.

Por supuesto, no hace falta un gran trabajo de exégesis para darse cuenta de que el sistema quería ser partícipe de esto. La nueva onda contracultural que se venía con el auge del rock era algo digno de ser fotografiado, filmado y grabado. Al igual que las Soup Campbell de Warhol, el rock se convirtió en el amo del juego. Ya no era el sujeto quien se acercaba al objeto (el rock) para conocerlo. Parecía ser el rock el que estaba allí para ser visto y consumido. En un vertiginoso movimiento dialéctico, el rock pasó de ser una de aquellas modestas manifestaciones culturales en las que se detenían los estudios culturales a una increíble industria de proporciones mundiales. The Beatles pasaron del Cavern Club en la pequeña Mathew Street de Liverpool a la televisión nacional de los Estados Unidos en cuestión de muy poco tiempo. No importó. A pesar de todo, el rock seguía siendo un lugar de escape y de resistencia. Creemos que sigue siéndolo, aunque conviva con las lógicas del consumo y la producción en masa.

El rock es, sin duda, una de las manifestaciones estéticas y culturales más interesantes de los últimos tiempos que evidencia de manera contundente cómo desde allí se dan importantes procesos de construcción cultural. En efecto, como lo decíamos, el rock se ha convertido en un fenómeno de alcances planetarios: hoy por hoy, se hace rock en muchos idiomas y sus formas de mostrarse como manifestación estética han sugerido un sin igual sincretismo entre referentes locales y globales. América Latina ha sido uno de los campos más prolíficos en lo que se refiere a estos sincretismos. Países como Argentina y México han sido pioneros en la producción de rock en español y, desde los noventa, en Colombia, el género se ha masificado.2 Con miras a observar desde dónde podría pensarse el rock, propongo aquí tres puntos que darán algunas luces.

1. Hay abiertas búsquedas contraculturales en el contenido de las obras. El resultado mismo de la manifestación estética es un separarse de lo establecido y lo hegemónico que da paso a significaciones y sentidos nuevos dentro de quienes lo consumen.

2. Directamente relacionado con el punto anterior, está la idea de las actitudes políticas que se asumen por medio del rock y que, de un modo u otro, determinan el actuar social del sujeto/consumidor que resiste al sistema desde lo estético.

3. En las manifestaciones latinas del rock, lo tradicional y lo popular cobran nuevos significados y se da una interesante yuxtaposición de estéticas que determinan un nuevo modo de entender y proyectar la cultura: un modo alternativo.

Basta pensar en las recuperaciones que han hecho bandas como Aterciopelados y Sepultura de sus referentes locales. En el primer caso, por medio de la imagen de una vocalista, se ha logrado una manera casi kitsch de proyectar el rock, en la cual la Fender Stratocaster aparece al lado del Divino Niño del 20 de Julio. Sepultura, por su parte, ha integrado el metal con elementos tradicionales brasileños y líricas de corte eminentemente político que dan como resultado un metal latino que lucha contra el sistema. El rock se convierte en el nicho de la convergencia de lo local con lo global y en un fuerte y poderoso dispositivo de resistencia contra la tradición hegemónica. Si bien se trata de una banda estadounidense, en esta misma línea, podrían mencionarse los trabajos de Rage Against the Machine a lo largo de los noventa y sus múltiples líricas revolucionarias que recogían las ideas del Che Guevara y el “sub” Marcos. Basta pensar en la letra de “People of the Sun”, incluida en el disco Evil Empire (1996):

When the fifth sun sets get back reclaim, tha

Spirit of cuahtemoc alive an untamed

Face tha funk now blastin’ out ya

Speaker, on the one maya, mexica

That vulture came

ta try and steal ya name but

Now you found a gun

This is for the people of the sun

It’s comin’ back around again

This is for tha people of tha sun

Neva forget that tha wip snapped ya back, ya

Spine cracked for tobacco, oh I’m the Marlboro man.

Recapitulemos brevemente. Desde los sesenta, el rock se convirtió en el himno de las masas y se desarrolló, no solo como género musical, sino como portavoz de una cultura del cambio, creciente y cada vez menos ignorada. Las multitudinarias manifestaciones que a través del rock se llevaron a cabo, como Woodstock, en 1969, el festival de Avándaro en 1971 (en México) o el de Ancón (en Medellín, 18-20 de junio de 1971), son un testimonio innegable de la fuerza que tuvo este género musical, que hacia finales de los sesenta ya se había convertido en todo un movimiento estético y cultural, acompañado de muchas otras manifestaciones artísticas, como la pintura y la poesía. Desde esta perspectiva, el rock se desarrolló a lo largo de las tres décadas siguientes y se subdividió en innumerables corrientes que van desde el metal hasta el grunge de los noventa.

Cada una de las manifestaciones del rock encierra dentro de sí elementos propios, únicos y particulares que, por medio de una apreciación cuidadosa y crítica, pueden ser develados y pueden llegar a poner de manifiesto fenómenos sociales y culturales que pasan inadvertidos en la apreciación diaria que se tiene de ellas. Se trata de formas de expresión y de socialización que se presentan como el mostrarse de toda una serie de subjetividades que surgen a lo largo y ancho del andamiaje social.

Estas subjetividades determinan, como es claro, formas de comportamiento, de mostrar-se y de actuar: la música da nuevos sentidos a la realidad y reelabora las identidades, es algo que se lleva dentro y que, quiérase o no, cambia la forma de ser y de interactuar con el entorno. Es mucho más que sonido: la música es visceral; es una forma de vida, en especial para los jóvenes quienes la hacen su vida.

En lo referente al rock, hoy por hoy, son paradigmáticas las reflexiones de De Garay (s. f.). Quisiéramos concluir este aparte con uno de sus pasajes, que, si bien es algo extenso, resume claramente y redondea lo que hasta aquí hemos pretendido expresar:

Una de las dimensiones de análisis fundamental para comprender los procesos culturales de la juventud consiste en acercarse al conocimiento de las prácticas sociales vinculadas con el consumo musical. Desde mi perspectiva, no hay, sin duda, gusto alguno, exceptuando quizá los alimenticios, que esté más profundamente implantado en el cuerpo que el musical. Y si de algo se apropian, en primer lugar, los jóvenes es de su propio cuerpo, de ahí mi interés por explorar la compleja realidad inherente a los procesos de producción y apropiación musical.

En la música, como en otros bienes culturales en los que predomina el valor simbólico, sobre el valor de uso o de cambio, las formas de distinción social y cultural pasan irremediablemente por la forma y el tipo de consumo, pero, a su vez, pueden ser también escenario de comunicación e integración social (García-Canclini, 1990). La música se constituye así en un complejo entramado de sentidos; opera en las prácticas culturales de los jóvenes como elemento socializador y al mismo tiempo como diferenciador de estatus o de papel (De Garay, s. f.).

Después del final : el libro

El libro que el lector tiene en sus manos busca llenar algunos vacíos bibliográficos que existen en torno al rock colombiano y ampliar la literatura general desde un contexto latinoamericano. Si bien es cierto que se ha escrito bastante sobre jóvenes y rock en el contexto latinoamericano, las aproximaciones que sobre este se han hecho cuentan con dos características fundamentales que justifican, más aún, la necesidad de un análisis diferente. En primer lugar, durante de los noventa hay una explosión en la producción de música rock en toda América Latina, apoyada en gran medida por la aparición de MTV Latino y la emergencia de disqueras independientes que se encargaron de generar productos y canales de distribución de la música de los jóvenes rockeros. Por consecuencia, no solo devienen elementos clave en el mercado cultural, sino en objeto de interés académico que entonces empezaba a preguntarse por el lugar de los jóvenes en tanto agentes en el contexto latinoamericano. En segundo lugar, estas aproximaciones se realizaron, principalmente, desde un enfoque culturalista, que llegó a un punto taxonómico en sus estudios. Si bien es cierto que este libro tiene una gran influencia de los estudios culturales, de igual manera pretende trascender lo que estos mismos lograron un cuarto de siglo atrás.

La primera sección, “Colombia: los relatos de un rock inconcluso”, se abre con un trabajo de Ricardo Durán Paredes, editor de la revista Rolling Stone Colombia, en que el autor muestra cómo el efímero auge del rock en español de los ochenta en Colombia se ahogó entre el estallido de las bombas y el desinterés de quienes lo habían echado a andar. Los grandes eventos desaparecieron ante la amenaza terrorista y los músicos se refugiaron en los bares, donde empezó toda una escena que sacudiría el aburridísimo paisaje de nuestras ciudades. En esos bares, se gestaron los procesos de bandas como 1280 Almas, Aterciopelados, Superlitio, Estados Alterados, y muchos otros que estuvieron en las primeras ediciones de Rock al Parque. Allí empezó a moverse algo que todavía nos hace vibrar. Sin embargo, la violencia —musa horrible y catalizador— no fue el único factor que transformó nuestros sonidos en esa época. Este trabajo busca exponer una serie de factores que resultaron fundamentales en una década que cambió definitivamente nuestra música (no solo el rock) en términos artísticos y de industria. Entre estos factores, Durán se ocupa de la Constitución Política de 1991 (“El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural”), la apertura económica, la influencia de artistas como Carlos Vives, Aterciopelados, Richard Blair, Iván Benavides, Teto Ocampo, Pablo Berna y figuras pop apoyadas por grandes capitales (Marcelo Cezán, Marbelle, Shakira); indaga el papel que desempeñaron MTV Latino, Rock al Parque, Radiónica (la Frecuencia Joven de la Radiodifusora Nacional) y la masificación de estéticas “alternativas”. Durán muestra cómo, al finalizar los noventa, el rock colombiano se enfrentó a la llegada arrasadora de la música electrónica, MTV se dedicó a los realities, internet comenzó a consolidarse (sin que aún hayamos entendido sus implicaciones) y, en el nuevo siglo, empezaron a visitarnos con frecuencia grandes bandas y artistas internacionales. Todo eso puso a nuestros músicos en grandes aprietos, y hoy la mayoría de nuestras grandes bandas vigentes siguen siendo aquellas que surgieron y se consolidaron en los noventa, una década llena de transformaciones telúricas y fascinantes. Sergio Roncallo-Dow, Daniel Aguilar-Rodríguez y Enrique Uribe-Jongbloed abordan la reaparición y el fortalecimiento del movimiento rockero en Bogotá durante los ochenta y los noventa como un fenómeno que permitió la generación y consolidación de espacios de prácticas comunicativas y de ciudadanía a una juventud a la que, hasta entonces, se le reclamaba una presencia más activa y visible dentro de la sociedad colombiana. Se aborda el rock en Bogotá más allá del consumo mediático, que implica la generación de un habitus de clase, manifiesto a través de prácticas, usos, rituales y construcción de elementos simbólicos que generan tanto reconocimiento como exclusión del otro. El estudio aborda el problema desde las voces de los protagonistas de una escena cuya exploración es prácticamente nula y de la que quedan muy pocos registros de dominio público. Juan Pablo Acevedo, Darío Francisco Bernal y Juan José Bernal indagan los modos en los que el hardcore y el punk bogotano han producido perturbaciones en el discurso hegemónico de la escena rock local, a través de sus líricas, su estética y su puesta en escena a través de una serie de entrevistas realizadas a Darío Bernal, un representante de la escena rock de la capital, quien desde 1993 y hasta el día de hoy ha sido un participante activo de estos géneros. Desde allí, observan las lógicas discursivas contrahegemónicas y cómo estas se han ido de-construyendo a lo largo de su recorrido personal. Para esto, se hará un análisis de las letras de sus diferentes canciones y de su recorrido gráfico por las carátulas de los discos que él ha diseñado, por su propia estética corporal y del sonido particular que él y los demás integrantes de los diferentes grupos en los que ha participado, como Oprobio, Defenza, Compadres Recerdos, Chite Perro, Distracción, Vulgarxito, han construido en términos sonoro-estéticos. Siguiendo los relatos del rock colombiano, María F. Bernal y Alejandro Bohórquez se acercan a la escena del rock a partir del trabajo sobre el auge del rock industrial y electrónico en Colombia en las dos décadas anteriores. Muestra cómo en el nuevo milenio, Colombia experimentó muchos cambios políticos, económicos y, sobre todo, sociales, que influyeron en sus ámbitos artísticos, especialmente en el musical. En este marco, el rock colombiano no fue ajeno a estos cambios, dentro y fuera de las fronteras nacionales, que dio lugar a nuevos sonidos e hibridaciones. Aquí aparecen bandas como Koyi K Utho, Pornomotora, INFO y Neus. Cerramos esta primera sección del libro con el trabajo de Diego Santos Rubiano, quien se acerca al festival de Rock al Parque y muestra la relación entre el rock y la política pública de la cultura en la ciudad, así como ofrece elementos analíticos para abordar la consolidación de la práctica cultural de los músicos del género en la ciudad, la evolución de los lineamientos de la institucionalidad cultural y la disposición de escenarios para el rock bogotano desde los noventa. Santos Rubiano se adentra en las nociones del sector cultural, la configuración de dispositivos de acción para los agentes, la estructuración de capitales en el campo de producción cultural y la lectura de los impactos de las lógicas de producción, circulación y consumo, palpables en los enfoques del sector público y privado. La reflexión propuesta privilegia la perspectiva del músico de rock en la ciudad para referenciar tránsitos y periodos del género, las rupturas y continuidades en relación con la práctica cultural, la configuración de ámbitos y las formas de producción derivadas de condiciones particulares de asumir lo cultural y, en esencia, un relato fundamental para evidenciar la apropiación y crítica del género por parte de agentes vitales para el desarrollo del rock bogotano.

La segunda parte del libro engloba ocho trabajos que de manera amplia enmarcamos bajo el título “Historias, estéticas y teorías”. Abrimos esta sección con el texto de Nathalie Rondón y Daniel Suárez quienes se acercan a algunas bandas latinoamericanas de rock que, a lo largo de su historia musical, han reflexionado sobre los procesos de conquista y colonización que datan de 1492, para destacar lo que ha sido la lucha por lo indígena y lo autóctono de los territorios americanos. Esto se hace necesario en la medida en que las propuestas de estas bandas chocan con el papel benefactor que ha sido dado históricamente a los conquistadores españoles y a las diferentes olas de colonizadores, que, para muchos, siempre han venido a estos territorios a promover cierto tipo de políticas de progreso que hoy día podríamos catalogar como desarrollistas, pues han buscado imponer la cultura occidental en América Latina. Para su análisis, acuden a grupos de rock provenientes de tres países: México, país que se destaca por la notable presencia de grupos indígenas, con las bandas Café Tacvba y Panteón Rococó; Argentina, país con gran producción musical, con los grupos Los Fabulosos Cadillacs, Todos Tus Muertos, León Gieco y A.N.I.M.A.L.; finalmente, Colombia, por medio de las bandas Kraken e I.R.A. que dan cuenta de la vigencia de la colonialidad en la actualidad. Jair Vega y Juan Fernando Piñeres presentan los resultados de una revisión de la literatura sobre los estudios del rock, fundamentados en el concepto de capital simbólico, que introdujo Bourdieu en 1978 en el que trascendió la mirada meramente económica del capital y lo asoció con bienes simbólicos y diversos artificios de la cultura material. Los autores presentan el universo del rock como un capital simbólico, cuyo texto no se asume estrictamente como análisis de un género musical, sino como la comprensión de un proceso de producción cultural que incluye las significaciones construidas en relación con sus contenidos (letra y música), las dinámicas identitarias y de sentidos valorativos asociados a los productos, eventos y espacios donde circula, así como los mecanismos de distinción propios de su consumo. A continuación, aparece el capítulo de Sergio Sabogal sobre el punk, en el cual analiza sociohistóricamente cómo se han manifestado política y culturalmente los jóvenes que producen y escuchan punk a través de su sonido, estética y lírica, específicamente en Colombia. Así, se plantea el uso y la función que se le otorga al punk como medio de conocimiento, memoria y crítica de las realidades sociales. De igual forma, se presenta la relación que tiene con el escenario político, donde, a partir de la música, y en particular el punk, se pueden establecer alternativas de acción y manifestación política. Metodológicamente, el estudio se soporta en el enfoque histórico hermenéutico y desde un tipo de investigación analítico-interpretativa, en la que se realiza una revisión, análisis e interpretación documental, que estudia los contenidos líricos y discursos planteados en el punk, para lo cual analiza las características sociales tanto del contexto en el que surge determinada canción como los autores y los sujetos a quienes iba destinado el mensaje sonoro, en especial en la escena colombiana. Finalmente, se develan las formas en las que los jóvenes históricamente han utilizado el arte y la música como instrumento y canal para entender el panorama político y sociocultural de una realidad específica, y un camino de protesta y rechazo respecto de las instituciones y estructuras que rigen la sociedad convencional. Román Mayorá propone pensar la tensión entre novedad y repetición que ha estado presente en muchos momentos de la historia del rock y que adquirió particular relevancia en las primeras décadas del siglo XXI. Él reflexiona conceptualmente sobre este problema en relación con el funcionamiento del mercado y la industria cultural, con las disputas entre posturas tradicionalistas y vanguardistas, y con la lógica de la autenticidad propia de la esfera artística retomada por la cultura rock. Asimismo, presenta una conceptualización teórica del tema investigado y sus diversas facetas, desde la perspectiva de los estudios culturales y retoma las reflexiones del crítico inglés Simon Reynolds, quien ha propuesto que la música actual estaría en una fase de “retromanía”: una adicción a la reproducción de estilos y géneros del pasado. El recorrido propuesto le permite plantear algunas hipótesis respecto del funcionamiento cultural de la música estudiada y reconsiderar desde otra perspectiva aquellas miradas que diagnosticaron la “muerte del rock”. Sigue esta sección con una mirada desde los estudios culturales propuesta por Minerva Campion. Ella se pregunta ¿cuál es el discurso que maneja el fanzine Visión Rockera en torno a las categorías de raza, clase y género? Este fanzine fue publicado en Medellín durante 1986 y 1989, y tuvo nueve números. A partir de las tres categorías planteadas y estudiando las páginas del fanzine, el estudio las relaciona con el concepto de discurso y con las relaciones de poder que se generan para la juventud punkera, representante de la contracultura de Medellín durante esos años. El trabajo busca determinar el discurso que manejaba Visión Rockera en torno a las categorías de raza, clase y género, así como abordar cuantitativa y cualitativamente los temas que se trabajan en el fanzine relacionarlos con el Medellín de los ochenta y, finalmente, examinar el discurso del fanzine desde la perspectiva de la juventud punkera. Josefina Cingolani se acerca a la escena rock de la ciudad de La Plata y analiza el proceso de construcción de la tradición del rock local. El capítulo no busca reconstruir la historia del rock en la ciudad, sino describir y analizar el modo como esa historia es relatada por diversos actores, colocando el foco en analizar cómo se construye esa narrativa desde el presente hacia el pasado, tratando de reconstruir las representaciones que allí operan. Con este objetivo, la autora acude a un muy interesante y variado corpus de fuentes provenientes de periódicos de tirada nacional y local, revistas especializadas, documentales, fuentes secundarias de páginas web, programas radiales, blogs, notas en otras revistas y distintas producciones académicas, que serán presentadas y referenciadas oportunamente. En busca de acercarse al problema de la memoria y la política, Juan David Cárdenas y Mauricio Lozano se acercan al rock latinoamericano pensándolo en un contexto político en el que el continente está girando hacia la derecha ideológicamente, donde las lógicas del mercado han cooptado la escena musical y donde la relación entre rock y política, desde las causas, la militancia, el sentido y las letras de las canciones, parece ser cada vez más superficial, más distante. Los autores se preguntan ¿cuál es el lugar del rock y de los artistas del género de la región como elementos de activismo y denuncia social y política? ¿De qué manera el rock es un dispositivo de producción de memoria y tiene una potencia política en tiempos de neoliberalismos y posturas políticas extremas? El trabajo aborda estas preguntas de la mano de bandas insignes de la escena latinoamericana como Los Prisioneros, Kapanga, Los Violadores, entre otras. Cerramos el libro con un capítulo que, al igual que varios que el lector encontrará, aborda el problema de la nostalgia. Alexis Castellanos y Diana Galindo analizan las materialidades que produce un fenómeno como el rock, en un sentido amplio. Esto implica pensar todo un sistema de objetos, como instrumentos musicales, impresos de diversos formatos, indumentarias, accesorios, figuras coleccionables, entre otros. Ellos analizan las lógicas del comercio que se mueven a través de la venta de este tipo de bienes en sitios web, redes sociales y comercio local, así como las prácticas de coleccionismo por partes de los fans y las estrategias de exhibición expográfica enfocadas en este tipo de público. Como caso de estudio, se analiza la recepción del metal y los principales subgéneros asociados (heavy metal, death metal, thrash metal, glam metal y black metal). Para ello, utilizan herramientas analíticas de los estudios sobre cultura material y propuestas como la teoría activa de la materialidad, a través de instrumentos como entrevistas presenciales o vía web, y la observación participante en grupos de redes sociales. Se evidencia que los objetos operan como dispositivos que construyen sentido y aportan a la individualidad-colectividad, tras lo cual se convierten en marcadores de valores estéticos, culturales e identitarios. Asimismo, el estudio encontró un revival permanente, a modo de culto a la nostalgia, que es visible en la adquisición, el coleccionismo, el uso y la exhibición de este tipo de productos. Estos hallazgos sugieren que no se puede pensar la cultura material de una forma acrítica como si se tratase de una producción autónoma, ahistórica y separada de las relaciones sociales, pues la materialidad no es algo propio de los objetos, sino que se construye a partir de las interacciones entre todos los entes que inciden en su constitución.

Esperamos que este libro sea un aporte valioso para todos los interesados en el rock y que abra el camino para pensar el rock desde Colombia y América Latina. Este es un libro lleno de músicos y de música. Esta es una escena que merece ser pensada y vivida, no es la “escena underground que pagó tu papá y que tú te creíste que era verdad”. El rock no ha muerto, vive después del final.

Referencias

Arango-Lopera, C. A. y González, D. (2019). Ciudad cantada, de-cantada e imaginada: el territorio urbano y el conflicto en las canciones de rock. En S. Roncallo-Dow, J. D. Cárdenas Ruiz y J. C. Gómez Giraldo (Eds.), Nosotros, Colombia: comunicación, paz y (pos)conflicto. (pp. 95-112). Bogotá, Colombia: Universidad de La Sabana.

Baudrillard, J. (1997). La ilusión y la desilusión estéticas. Caracas, Venezuela: Monteávila.

Garay, A. de. (s. f.). Del rock al dance: el consumo musical de los jóvenes urbanos. Recuperado de http://www.uam.mx/difusion/revista/nov99/garay.html

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Sennet, R. (1994). Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid, España: Alianza.

Notas

1 Resulta interesante, a propósito de la expansión que vive el rock, recordar ciertos pasajes de las historias de Mafalda, del caricaturista argentino Quino. La historia tiene lugar en los sesenta y se hacen muchas alusiones a The Beatles, quienes son presentados como el producto de moda y como un denominador común en el gusto de las generaciones más jóvenes. Manolito, el único de los amigos de Mafalda que no gusta de The Beatles, es marginado por los demás en múltiples oportunidades. Por otro lado, y en lo que se refiere a las barreras del lenguaje, parece interesante notar cómo la no comprensión de las líricas no resulta un obstáculo para el consumo de rock. Basta pensar en los jóvenes de los barrios marginales de Medellín, por ejemplo, que consumen punk, como lo muestra la película Rodrigo D: no futuro, de Víctor Gaviria (1990).

2 Usamos la expresión masificar para dejar claro que el género no nace en los noventa en Colombia. Desde los sesenta había grupos, como la Banda Nueva, que hacían rock en el sentido estricto del término. Hay varios capítulos de este libro que dan cuenta del fenómeno.

Después de  final

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