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Resumen

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La emergencia del cine en Argentina estuvo estrechamente vinculada a la educación, y fueron los cirujanos los que primero comprendieron la utilidad pedagógica del nuevo medio. No es casual, entonces, que el filme más antiguo hoy conservado, Operaciones del Doctor Posadas (1899), sea justamente un filme quirúrgico. Lejos de ser un ejemplo aislado, este tipo de películas se convirtió en un redituable espectáculo en las primeras décadas del siglo XX, trascendiendo rápidamente los círculos de especialistas e integrándose sin conflictos a los catálogos de actualidades. A partir de un recorrido por algunos de los principales exponentes de esta temática, intentaremos mostrar que, así como el cine se convirtió en una parte fundamental del mundo médico-científico de la época, la ciencia fue un componente integral de la industria del entretenimiento desde los mismos orígenes del medio.

Palabras clave: cine quirúrgico, cine científico, cine de atracciones

El 24 de abril de 1903, el prestigioso cirujano francés y pionero del cine quirúrgico Eugène Louis Doyen presentó, en el marco del XIV Congreso Internacional de Medicina celebrado en Madrid, la primera defensa de la utilización del cine como herramienta didáctica en la enseñanza de la cirugía expuesta en un ámbito científico hispano-parlante5. Su conferencia, titulada «De los progresos de la técnica quirúrgica y de la enseñanza de los métodos operatorios por las proyecciones animadas»6, fue ilustrada con una serie de filmes de sus operaciones que impresionaron vívidamente al público asistente. En su discurso, Doyen exaltó con pasión la conveniencia y sencillez del uso de películas para la enseñanza de la medicina y recalcó que, con el cine, muchos cientos de personas podrían seguir los detalles de una cirugía, mientras que «sólo un pequeño puñado lograría presenciar una intervención en vivo, y la mayoría lo haría imperfectamente» (Urban 1907). Asimismo, aseguró que observar sus técnicas en pantalla por tan solo unos momentos permitía entenderlas mucho mejor que leyendo atentamente toda la literatura por él escrita sobre el tema7. Luego de la presentación -que tuvo lugar en una sala repleta, lo que obligó a gran parte de público a permanecer de pie e incluso fuera del recinto8–, Decio Carlán, cronista de la revista científica española El siglo médico, escribió:

Fue verdaderamente notable la última operación que presenciamos: una craneotomía. Con bisturí […] y otros instrumentos movidos por el fluido eléctrico, levantó el doctor Doyen un extenso colgajo osteo-cutáneo de las regiones parietal y temporal de un lado del cráneo; resultando un espectáculo brillante, completo, palpitante de verdad. El Dr. Doyen explicaba, además, los detalles de cada operación según esta aparecía a la vista del público. Descubríanse a través del cinematógrafo las brillantes condiciones del operador francés, de rapidez, decisión y velocidad (1903, 279).

A pesar de ser una publicación especializada dirigida a profesionales de la medicina, la sugerente crónica no solo revela algo del asombro y la fascinación que despertaban estas cintas en el público de la época, sino que, al describir el filme de Doyen como un «espectáculo brillante», da cuenta de los estrechos vínculos entre la ciencia y la industria del entretenimiento en los albores del siglo XX. En 1907, el empresario Charles Urban, responsable de producir y distribuir algunos de los más tempranos filmes didácticos y de divulgación científica, reprodujo la conferencia de Doyen en un panfleto publicitario titulado The Cinematograph in Science, Education and Matters of State, destinado a difundir las ventajas de la utilización del cine en los ámbitos educativos. Allí Urban afirmaba que solo una elite de especialistas tenía la oportunidad de ver en vivo a un gran cirujano en acción, pero que el cinematógrafo podía llevar esta experiencia a las enormes multitudes que no tenían la ocasión de hacerlo, haciendo nuevamente hincapié en las cualidades espectaculares de estas cintas.

Para los científicos argentinos del otro lado del Atlántico, la conveniencia del uso del cine como herramienta pedagógica no era en absoluto desconocida. En efecto, desde su misma llegada al país, las imágenes en movimiento habían captado la atención de una gran parte de la intelectualidad local, que vislumbró su potencial pedagógico y las adoptó como herramienta en numerosos establecimientos educativos. Entre ellos fueron los cirujanos, imbuidos de un espíritu positivista que se instaló fuertemente en el contexto de la cultura finisecular vernácula, los que primero comprendieron la importancia del cine como auxiliar didáctico. Como sugería Doyen, los filmes quirúrgicos –al igual que las proyecciones luminosas– podían alcanzar a un número muchísimo mayor de estudiantes que las demostraciones in situ y, al incorporar el movimiento, superaban a las vistas de linterna mágica como instrumento educativo. El cine tenía, además, un impacto mayor que cualquiera de los otros materiales instructivos, pues servía a los médicos, sobre todo a los cirujanos, como un registro fidedigno al que podían volver una y otra vez para mejorar sus propias técnicas quirúrgicas o para aprender de sus maestros. Sin embargo, lejos de constituir un material accesible solo para una elite de estudiantes y eruditos, estos filmes involuntariamente se convirtieron, aquí también, en un redituable espectáculo, trascendiendo los limitados círculos de especialistas para los que habían sido inicialmente concebidos e integrándose sin conflictos a los catálogos de actualidades que nutrieron las primeras proyecciones públicas del cinematógrafo en el país. Los primeros filmes quirúrgicos argentinos fueron mayoritariamente productos por encargo, que se rodaron en las mismas compañías que por entonces estaban dando forma al incipiente cine nacional y, por lo tanto, su comercialización se dio en este contexto de forma casi natural. No obstante, estos aspectos prácticos no alcanzan para explicar la atracción que despertaron estas cintas en el espectador común. A partir de un recorrido por algunas de las principales películas de esta temática producidas en el país durante el período silente, en este trabajo intentaremos mostrar que, así como el cine se convirtió en una parte fundamental del mundo médico-científico de la época, la ciencia fue un componente integral de la industria del entretenimiento desde los mismos orígenes del medio. Ubicaremos estos filmes en el marco de la estética del «cine de atracciones» que, como sugiere Tom Gunning, «se desarrolló en marcada y consciente oposición a una identificación ortodoxa del placer visual con la contemplación de la belleza» (1994, 124). La atracción a lo repulsivo fue frecuentemente racionalizada como apelación a la curiosidad intelectual, y el cine no tuvo más que incorporar algunos componentes esenciales de otros divertimentos populares y pseudocientíficos de la época para convertirse en uno de ellos. La cirugía (todavía en sus albores), los cuerpos desnudos, fragmentados o deformados (muy presentes por entonces en otros espectáculos masivos, como los freak shows, los gabinetes de curiosidades o las exposiciones mundiales), y el accionar del médico a cargo –ubicado entre la ciencia y la magia–, fueron algunos de los elementos que volvieron a estos filmes tan atractivos para el público masivo.

Cine chileno y latinoamericano. Antología de un encuentro

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