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LA IGLESIA, PUEBLO SANTO DE DIOS,
SUJETO DEL ANUNCIO DEL EVANGELIO

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Mons. MATTEO ZUPPI

Bolonia


Introducción


Tratamos en esta ocasión, como han hecho otras tantas generaciones en diferentes circunstancias, de entender cuál es el kairós en que nos encontramos y así alcanzar a desvelar el sentido de lo que nosotros estamos viviendo como miembros de la Iglesia de Cristo, como pueblo santo de Dios, como pueblo elegido que vive en este momento de la historia.

Para escuchar el kairós, y entenderlo, partimos de la premisa que la Iglesia como tal es siempre la Iglesia de Cristo 1. Una Iglesia que ha vivido, vive y vivirá distintos momentos a lo largo de la historia. Una Iglesia que vive oportunidades nuevas, la de nuestra actualidad es una oportunidad particular, que nos exige detenernos, intentar entender, pensar y profundizar para poder seguir nuestro camino en la historia.


1. La Iglesia, pueblo de Dios


Francisco utiliza con frecuencia esta expresión, «pueblo de Dios», desde su primer día como pontífice 2. El papa Francisco pidió, como elección pastoral personal, inicial y programática, la bendición del pueblo de Dios, y esto no deja de ser una fuerte imagen teológica. El papa Francisco desea unir a todos los pueblos en un solo pueblo de Dios, único, en el que todos puedan descubrir su propio lugar, más allá de los límites aparentemente lógicos que nos separan. A pesar de las dificultades iniciales, más allá del deseo de definir los rasgos característicos de este pueblo, el papa Francisco desea recordar que nos pertenece el pueblo de Dios y que nosotros pertenecemos al pueblo de Dios, único, no dividido por castas, por grupos, por segmentos o por el clericalismo. Una de las divisiones más feroces, denunciada por el magisterio de Francisco, es el clericalismo 3.

Esta denuncia constante del clericalismo afecta a la imagen distorsionada que se ha desarrollado de una de las novedades más sugerentes del Concilio Vaticano II, y que el mismo papa Francisco y la Iglesia han recibido con el propósito y la misión de custodiarla 4. Todos, por razón de nuestro bautismo, somos parte de este pueblo y por eso estamos llamados a una implicación sincera en el amor que nos une y no a dividirnos en sectores o especializaciones diversas. Además, es del todo imprescindible recordar que una parte natural del pueblo de Dios son los pobres, y nadie tiene derecho a olvidarlos, menos aún desde un ambiente académico. El contacto del mundo universitario con la realidad más sufriente no puede ser objeto de renuncia, eliminación o exclusión. Más aún, el parágrafo inicial del segundo capítulo del texto eclesiológico Lumen gentium se expresa de la siguiente manera:


En todo tiempo y en todo pueblo es grato a Dios quien le teme y practica la justicia (cf. Hch 10,35). Sin embargo, fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente. Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para sí. Pero todo esto sucedió como preparación y figura de la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne. «He aquí que llegará el tiempo, dice el Señor, y haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá [...] Pondré mi Ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos y ellos serán mi pueblo [...] Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán, dice el Señor» (Jr 31,31-34). Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en su sangre (cf. 1 Cor 11,25), lo estableció Cristo convocando un pueblo de judíos y gentiles que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo pueblo de Dios. Pues quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la palabra de Dios vivo (cf. 1 Pe 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5-6), pasan, finalmente, a constituir «un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición [...], que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios» (1 Pe 2,9-10) 5.


Todos los miembros del pueblo de Dios somos responsables de la necesaria inclusión en él de toda persona.


2. «Nosotros y ellos»


El papa Francisco formula en su pensamiento una radical convicción: en el pueblo de Dios, todos son llamados a una pertenencia verdadera, a pesar de las dificultades pastorales, algunas de ellas de tipo cultural, otras de tipo social y otras de carácter económico. Aun así, lanza una pregunta incisiva para nuestro presente: «¿Quiénes somos nosotros?, ¿quiénes son ellos?». Para el papa Francisco se hace difícil observar una distinción, una separación, un ad intra y un ad extra. En el pensamiento bergogliano, esta posición no nos remite, ni mucho menos, a una cuestión nostálgica de un cristianismo de otras épocas de la historia 6, en la que estas preguntas se respondían con mucha claridad, sino a una visión esperanzada de la gran cantidad de frutos que Dios invita a recoger, cultivar y acompañar 7. Desde una perspectiva realista, pero llena de entusiasmo, de la misión nace una actitud evangelizadora de respeto, siempre de inclusión y proximidad con cualquier persona. Se desvela una nueva lógica del cristianismo de aceptación de la diversidad ante la cual uno puede pensar que se trata de un nuevo ardor misionero, o simplemente de una fuerte debilidad, por cesión a una mundanización de la misión cristiana y de la Iglesia, o bien a una simple estrategia de mercado para recabar un mayor número de fieles 8.

Para el papa Francisco hay que concebir el pueblo de Dios en una visión amplia de inclusión, en la que todos pertenecen –o, si queremos ser más pulcros, todos pueden pertenecer– al pueblo de Dios. De esa manera de pensar nace una actitud pastoral de relación personal con cada persona, una atención personalizada que intenta buscar siempre un camino que desemboque en la unión.


a) Buscar la oveja perdida


Para Francisco se hace necesaria una real actitud de atención hacia los que están más lejos. Acercándonos a la parábola lucana de la oveja perdida 9, Francisco no define de quién se trata. Cabe decir que aquella oveja perdida no está condenada a ninguna calamidad, sino que es objeto de una misericordia plena, una misericordia absoluta, no condicionada, no juzgada, una misericordia limpia y transparente. El pensamiento bergogliano desemboca en un lenguaje directo, fruto de una experiencia espiritual exigente fundada en los ejercicios espirituales ignacianos, los cuales desean aterrizar en la vida concreta y alejarse de espiritualidades desencarnadas, y que muy a menudo derivan en opciones pastorales y de vida llenas de abstracciones.

Esta manera de desarrollar el pensamiento en Francisco conduce a la petición rotunda y exigente de una conversión pastoral misionera decidida y clara. Una conversión que reclama no confundir la acción pastoral personal con la acción misionera de la Iglesia, indicada por el mismo papa Francisco, en la que se pide a todo el pueblo de Dios una acción corresponsable y compartida, desde el rol irrenunciable de cada miembro.


b) El mecanismo del hermano mayor


Muy a menudo, en este proceso de conversión aparece el mecanismo del hermano mayor de otra conocida parábola lucana 10. Este mecanismo se ve sujeto a la experiencia del descubrimiento de un «amor mayor» que remitía al propio sujeto, desvalorizando el propio sentido de lo vivido por uno mismo. Así, el hecho de caer en el mecanismo de un deseo de no implicación personal en la propia existencia acaba por reducir también el valor del sentido y significado de este «amor mayor», que es propio de Dios mismo.

El pensamiento de Francisco intenta buscar aquello que complete la propia existencia, y por eso se trata de un pensamiento dirigido a crecer en la audacia, superando los propios límites, hablando así de procesos antes que de resultados o eficacia 11.

La capacidad de generar procesos significa básicamente crecer en la confianza, crecer en la fe y la convicción de que la Palabra de Dios tiene su propia fuerza, su propia capacidad incisiva en la realidad de la persona y, por tanto, del pueblo de Dios.

Como pueblo de Dios a veces deseamos encontrar más «navegadores» que «brújulas» 12, esto es, fórmulas pastorales de última generación antes que instrumentos de formación y acompañamiento de procesos. ¿Cuántas veces hemos convertido en «difícil» aquello que compete a todos y en «fácil» aquello que solo unos pocos pueden alcanzar? El lenguaje de Francisco es accesible, comprensible, tanto a creyentes como a no creyentes. Francisco desea «acariciar» este mundo nuestro haciéndose entender, y por eso utiliza imágenes surgidas de la misma Palabra de Dios, a la vez que elementos de la cultura contemporánea. Este recurso icónico se precisa básicamente por el fácil acceso al mensaje y al contenido del mensaje, rompiendo así las barreras propias del lenguaje de los diversos pueblos, para facilitar la construcción de caminos diversos y alcanzar la unión del único pueblo de Dios. Francisco rechaza un lenguaje solo para iniciados o expertos, para comunicarse más allá de lo previsto y así recuperar muchas relaciones que parecían estar perdidas, para recuperar a muchas personas que estaban alejadas 13. El planteamiento misionero de Francisco sitúa la inquietud de poner a la persona en el centro del interés pastoral y, como consecuencia, imaginar la construcción y reconstrucción del pueblo de Dios, como un pueblo grande, plural, rico en carismas, diversidades, perspectivas y concreciones del Evangelio.

Al final, lo más decisivo es entender que el «navegador» no sirve, y esto no es fácil de entender. La mayoría de pastoralistas entiende la oportunidad de utilizar recursos adecuados, precisos para alcanzar una mayor difusión del mensaje evangélico. Esto no sucede de la misma manera en el planteamiento de Francisco, que no mide los diversos elementos en función de una estrategia pastoral, ya que no precisa de un tipo de solución prefabricada, ni mucho menos preconcebida con anterioridad. La pastoral que vive Francisco no es algo cocinado en un laboratorio 14, sino que se trata de una exigencia vital de «salir» de nuestros laboratorios para comunicar, discurrir, entender la profundidad del anuncio del Evangelio y observar su belleza en la aventura apasionante de su vivencia, y esto exige un compromiso personal de ir más allá de uno mismo. Entonces surge una nueva pregunta: ¿deseamos un pueblo grande?, ¿tenemos miedo de un pueblo grande que va más allá de nuestros propios límites, de nuestros propios prejuicios?, ¿deseamos ir más allá de la imagen de un cristianismo situado en ciertas seguridades?, ¿qué pensar de un cristianismo de pequeñas realidades, de minoría?, ¿seríamos capaces de aceptarlo?

La «opción de Benedicto» 15 –cito un texto publicado hace aproximadamente un año– desarrolla comprensiones en algunos sectores, de reducción, de limitación, de defensa, de un cristianismo reductivo. En este caso, la experiencia pastoral de ciertas realidades nos impide observar con nitidez la distinción entre lo que comúnmente se ha denominado como «los de dentro» y «los de fuera». Cuestión que nos invita a reaccionar y repensar sobre qué tipo de evangelización, qué manera de predicación se ha desarrollado, qué estilo de experiencia cristiana se ha transmitido con los que frecuentaban nuestros templos. ¿Cómo hemos proporcionado elementos suficientes para que el mismo pueblo de Dios se convierta en un pueblo misionero, capaz de comunicar, transmitir y vivir la aventura de la fe? Hoy en día no podemos, ni debemos, dar por supuesto ningún tipo de situación; se hace imprescindible afrontar la realidad, y de ahí nos cuestionamos con un profundo respeto y una exigente sinceridad: ¿deseamos hablar con todos?, ¿deseamos comunicar lo profundo y esencial de nuestro corazón, de nuestra fe?, ¿deseamos redescubrir lo esencial de nuestro kerigma?, ¿nos interesa recuperar «el hermano menor» que ha vuelto a la vida, de una manera totalmente cambiada a como nosotros mismos lo habíamos conocido con anterioridad, o bien aquel era simplemente un «hijo más del Padre» con el que nosotros no teníamos ningún tipo de relación, y con el que, además, debíamos diferenciarnos radicalmente?


3. Un pueblo protagonista


Así pues, nos encontramos ante el reto de construirnos como un pueblo protagonista de la misión, nunca pasivo de la construcción del reino de Dios. Una misión vivida no de manera extraordinaria en su actividad, sino radicalmente de una manera permanente, espiritual, un pueblo que se concibe «para y hacia los otros». Se trata de una Iglesia absolutamente fijada en la perspectiva misionera, en oposición a cualquier forma de clericalismo, ya sea en los clérigos, ya sea en los laicos.

Se presenta, pues, la imagen de un pueblo grande ante el cual somos invitados a desarrollar una pertenencia real 16 y de tipo afectivo, personal, familiar y, al final, universal. No a hundir nuestras convicciones en una experiencia o en un planteamiento de tipo populista, porque no hay nada más lejano de la imagen del pueblo de Dios que una visión uniforme o una visión difuminada. El pueblo no puede observarse como un conjunto de realidades diversas yuxtapuestas ante las cuales surjan respuestas o soluciones prefabricadas y fáciles en tiempos de incertidumbres, como este momento de globalización contemporáneo.


4. Dios promete un pueblo


La experiencia de san Pablo ante la comunidad de Corintio 17 resulta una imagen precisa de esta configuración del pueblo que Dios ha diseñado, más allá de la suma individual de sujetos. Dios ha prometido y da a Pablo un pueblo. La situación de la ciudad de Corintio no respondía a la configuración de una convivencia fácil, agradable, próspera. La concepción y aceptación de una propuesta de tipo evangélica, en la que se incluye el reto de construcción de una comunidad, no es ideal.

También hoy, en nuestra experiencia más reciente, observamos las dificultades, las confusiones y los cansancios ante el reto de una verdadera conversión misionera y espiritual. Descubrimos con mucha mayor facilidad la ausencia del pueblo que deseamos encontrar. Vivimos situaciones de ambigüedad y de dualismos, y ante estas situaciones la respuesta pastoral del papa Francisco va más allá de las tensiones entre verdad y diálogo, entre identidad y misión, entre transformación y kerigma, entre doctrina y pastoral. Hay quien se ejercita para polarizar fuertemente estos binomios, porque así es mucho más fácil reducir la realidad e intentar entenderla con mayor rapidez, apropiarse de la verdad y no escuchar verdaderamente el Evangelio. En el fondo, así se manifiesta poco interés por formar parte del «pueblo», de un «pueblo grande». Es imprescindible una verdadera conversión pastoral que valore de nuevo la existencia, que exija destinar tantos sujetos como sea posible a anunciar el Evangelio y a vivir la pertenencia al «pueblo de Dios». Una conversión exige una mayor entrega, más espíritu que organización y, sobre todo, pide ser padres, hijos, hermanos, pastores. Esto es «el pueblo» y no una respuesta que se aplica sin más, según lo que pensamos o deseamos que sea el pueblo. Francisco retoma toda la herencia del Concilio Vaticano II, y sus inquietudes, preocupaciones y anhelos se concentran en el sueño de reencontrar en la Iglesia una madre y, por eso, maestra, y justamente en ese orden, y no al contrario 18.

La Iglesia es primero madre. Así, siguiendo el deseo inicial del papa Juan XXIII en la inauguración del Concilio, el papa Francisco descubre la importancia de la medicina de la misericordia antes que retomar las armas del rigor. La visión del Concilio sobre la Iglesia como «pueblo de Dios» permite a Francisco hundir las raíces de su pensamiento en la herencia más genuina del mismo Concilio, para exponer el valor de sus enseñanzas antes que condenar a nadie, para entender a la Iglesia como una madre que se dispone a acoger a todos en un único pueblo. Así, la Iglesia se manifiesta como aquella madre amantísima, bondadosa, paciente, imagen de la verdadera misericordia hacia todos sus hijos alejados. El reto es este, ni más ni menos: mostrar el verdadero rostro de la Iglesia como madre capaz de hacer más humana la vida de las personas, como aquella que es realmente eficaz para mostrar el sentido de la vida.

Esta sería una verdadera profecía que nace del Concilio, a la cual el papa Francisco se une, situando su persona y su magisterio obviamente en el curso de los «profetas de esperanza» de nuestro tiempo presente, muy a pesar de otros, que son propiamente «profetas del desánimo». Estos últimos son aquellos que creen, con mayor insistencia, más en su propio celo pastoral que en el amor gratuito y desbordante de Dios mismo, más en sus propias convicciones que en el mismo pueblo de Dios, en el que está presente el Espíritu de Dios 19. Son profetas que solo saben ver dificultades y obstáculos sin ningún tipo de confianza en la Providencia, porque son incluso de los que, como sostenía Juan XXIII, no aprenden las lecciones de la historia y están privados de suficiente objetividad y de juicio prudente. No se puede anunciar siempre lo peor, esto es, el fin del mundo, el fin de la historia. Al contrario, se nos exige captar en los diferentes escenarios contemporáneos los misteriosos planes salvíficos de la divina Providencia y descubrir cómo estos se producen en nuestro presente a través de los hombres y mujeres contemporáneos, más allá de sus propias expectativas y a pesar de las contradicciones de la vida, para el bien de la Iglesia. Esta es, a mi entender, la visión que tiene Francisco sobre «el pueblo», y ante este pueblo se siente llamado a guiarlo, cuidarlo y acompañarlo.

Francisco, siguiendo su lógica misionera, pide que el Evangelio sea anunciado de corazón a corazón, nunca bajo la sensación de una conquista, sino a través de la amistad, de la fraternidad, de la cercanía 20. Y esto no significa de ninguna manera una pérdida de autoridad. Justamente sucede lo contrario: se gana autoridad 21. Se trata de estar presente en la calle, para encontrarse con las personas sin distancias, de persona a persona, sin miedo, sin extraños formalismos que no son otra cosa que caminos de distanciamiento 22. Esta lógica de reducir distancias nos confirma que el mundo está en busca de una verdadera alegría más que de una abstracción de verdad y justicia. Muchas veces, la causa de esta distancia es producida por los mismos misioneros si la verdad que proponemos y la justicia que defendemos no es expansiva y no da alegría a la humanidad. Don Mazzolari argumenta que, «si el hombre que vigila tiene el rostro duro del carcelero en lugar del rostro de alegría del hombre libre, no solo no vendrán a preguntar sobre la verdad, sino que se cerrarán a nuestra propuesta, y esto significará que nos llevaremos a casa un problema más». El don que cuenta es la alegría, y la elección del papa Francisco es la de construir un pueblo lleno de alegría, que la tiene ciertamente y desea comunicarla, aquella alegría que los más alejados desean ver siempre en nuestro rostro 23.


5. Contemplar al pueblo y dialogar con él


Debemos descubrir la alegría en el pueblo de Dios, como san Pablo en la comunidad de Corinto. Es importante, hoy más que nunca, descubrir a Dios, que habita dentro de nuestras familias. Debemos desvelar la presencia de Dios, que «no debe ser fabricada, sino descubierta» 24. Dios no se aleja ni se oculta ante nadie que se le acerque con corazón sincero. Así descubriremos un pueblo mucho más grande de lo que nosotros a veces imaginamos. Debemos contemplar así a este pueblo nuestro y tener con él un diálogo sincero, como el que Jesús mantuvo con la samaritana.

En este camino de misión, todos nos vemos implicados, y todos deseamos descubrir el valor y la alegría de esta implicación, de este pertenecer al pueblo, si bien esto también desvela el cansancio de nuestras realidades más humanas. Muchas veces nos hemos conformado con vivir solo ad intra, en una visión del pueblo muy reducida a nuestra interioridad, con actividades muy limitadas a nosotros mismos, de manera que con frecuencia hemos perdido la razón de nuestras mismas propuestas. La conversión pastoral y misionera 25 nos ofrece el motivo por el cual nosotros pertenecemos a este pueblo de Dios. La mies que nos espera es grande, nos referimos a la compasión ante tantos hombres y mujeres, sin el deseo de juzgarlos, pues han sido encontrados cansados, como ovejas sin pastor.

De hecho, nos encontramos ante la superación del nacionalismo de Jonás. Este Dios que ama a los enemigos, en la mentalidad del profeta Jonás, no deja de ser algo perturbador inicialmente, algo que nos debe poner en alerta. Ciertas resistencias profundas nacen de esta concepción ideológica de nuestra propia identidad. El papa Francisco piensa y desea impulsar la vivencia del pueblo, que va siempre más allá, hacia el resto, hacia toda la humanidad, hacia el mundo. Francisco desea salir de una comprensión demasiado organizativa para recuperar un impulso verdaderamente misionero. Nuestras parroquias y experiencias más cercanas nos revelan ciertamente la dificultad de esta empresa, pues se nos exige muy convencidamente salir de nuestras lógicas autorreferenciales y superar unos planteamientos muy organizativos, para recuperar una verdadera dimensión misionera. Nos llena de profunda tristeza estar relativamente bien organizados, quizá, pero, al fin y al cabo, solos.


6. Escuchar al pueblo


Cuando hablamos del sensus fidei 26, nos referimos a una infalibilidad del pueblo en su acción de creer. Francisco la define como infallibilitas in credendo. Dios otorga a la totalidad de los fieles un instinto de la fe. La presencia del Espíritu concede a los cristianos una cierta connaturalidad con las realidades divinas, y de ahí nace para todos nosotros la realidad de la actitud de una auténtica escucha, que se trata de una necesidad mucho más amplia y profunda de lo que normalmente llegamos a pensar.

En este sentido, Francisco comenta el pasaje bíblico del leproso 27. La cuestión es fundamental: ¿debemos defender a los sanos o remediar a los enfermos? De hecho, esto nos remite a la imagen de un pueblo basado en una unidad tan limitada que parece argumentar a favor de una actitud cerrada ante «los otros». Para Francisco, la verdadera defensa de los sanos es remediar la salud de los enfermos. Esta es la disposición misionera que permite crecer como pueblo, y concretamente como «pueblo grande».

Al inicio del Año de la fe, Benedicto XVI expresa una idea muy sugerente con gran visión:


En estos decenios ha avanzado la desertificación espiritual [...] En el desierto se descubre el valor de lo que es esencial. [...] Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza [...] el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizá porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo? Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el Evangelio y la fe de la Iglesia 28.


Así, para Benedicto XVI se retoma la imagen sobria y verdadera de la Iglesia del Concilio. Se trata de una peregrinación a través de los desiertos del mundo, más allá de las dificultades reales del presente, para ofrecer lo que de hecho es esencial. Coincide así, a mi entender, con lo que Francisco propone y nos invita a vivir. No se trata solo de ser y configurar una «minoría creativa» 29, expresión sugerente y brillante, para fortalecer y apuntar hacia un gran diálogo intelectual, ético y humano, sino de dar pie a ser el pueblo de Dios que peregrina a través de la historia, y aquí vemos la novedad de Francisco: la predicación informal. Se trata de hablar a toda persona del Evangelio, como un compromiso cotidiano en el que se ve implicado todo el pueblo cristiano:


Se trata de llevar el Evangelio a las personas con las que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar 30.


Se trata de escuchar primero y hablar después. Así, el mismo papa Francisco, al final del Sínodo dedicado a los jóvenes, pidió perdón por la falta de atención y de tiempo dedicado a escuchar a los jóvenes.


7. La santidad del pueblo de Dios


No podemos olvidar tampoco la referencia a la llamada de santidad que Dios hace para todo el pueblo de Dios, y que Francisco ha subrayado con insistencia 31. Francisco insiste en una santidad personal y a la vez posible, haciendo referencia a esos testimonios de fe en Jesús que se encuentran tan cerca de la vida cotidiana, «los santos de la puerta de al lado» 32. Se trata de una santidad que no tiene que ver con una «salida de uno mismo», con modelos lejanos, inalcanzables, sino que tiene más relación con un movimiento interno, esto es, «entrar dentro de uno mismo».

En la concepción de Francisco sobre el pueblo de Dios se relacionan estrechamente, salvaguardando los oportunos espacios de autonomía y crecimiento, el ámbito del «yo» con el ámbito del «nosotros». Se relacionan de manera pacífica dentro del contexto del pueblo de Dios. El «yo» más profundo está llamado a la santidad, a la propia santidad, sin caer en la tentación de copiar modelos y sin renunciar a la propia capacidad individual de traducir en la vida cotidiana la inspiración del Espíritu de Dios. Es la propia santidad, aquella que se concentra en la vivencia de los propios dones del Espíritu, la que permite vivir el servicio al entero pueblo de Dios.

La Iglesia, por su parte, si no se concibe como «en salida», nos crea verdaderas dificultades para reconocerla como Iglesia. El hecho de «salir» nos permite, precisamente, entrar en la dinámica del «perderse» y del «reencontrarse». Dinámica difícil de digerir, pero que se encuentra en la vivencia propia del Espíritu que acompaña al pueblo de Dios hacia la santidad. Se trata de una propuesta que encuentra su base en la experiencia madurada a través del diálogo con la vida, en el interior de una ósmosis constante entre «experiencia viva» y «reflexión», que intenta leer e interpretar la vida.


8. Contra una herejía ideológica


Un planteamiento ideológico de la realidad ha comportado siempre una reducción de esa realidad, y por tanto ha provocado una visión parcial de los problemas y de las soluciones. Esa actitud induce a la exaltación de unos aspectos y al menosprecio de otros, y, por tanto, da pie a la hostilidad hacia personas individuales, grupos eclesiales determinados o algún sector específico del pueblo de Dios. De esta amenaza, la relación entre el amor y la verdad se ve claramente afectada, hasta caer en el hecho de indicar una nueva dualidad que parece totalmente insalvable cuando descubrimos que no hay verdad sin amor ni amor sin verdad.

Para Bergoglio, la categoría de encuentro –y no la cultura del desencuentro, del conflicto– es un elemento crucial del pueblo. Dicha categoría de comprensión nos conduce al diálogo. El encuentro con «el otro» se produce efectivamente cuando «me descubro herido por el rayo de luz de su ser», «cuando soy tocado por su acción» 33. Esta categoría resulta un planteamiento esencial en el pensamiento bergogliano para entender su visión antropológica.


9. El pueblo como sujeto pleno de la misión


Para Francisco, «todo» el pueblo es sujeto de la acción y de la responsabilidad misionera. Una misión siempre llamada, obviamente, a la conversión. Misión y pastoral se buscan y se alimentan mutuamente. Nada más lejos, en el pensamiento de Francisco, que una misión sin pastoral o una pastoral que no sea misionera. Si existe la pastoral sin la misión, reducimos la pastoral a simples ejercicios de laboratorio; son solo preocupaciones abstractas, reflexiones sin significado. Al contrario, si existe una misión sin pastoral, el riesgo es el de perder el tono, el equilibrio, el sentido y la razón de nuestro cometido de anunciar el Evangelio a todo el mundo.

Se hace importante descubrir el valor y el peso de «lo sentido». Los discursos y gestos de Francisco son muy significativos y muy buenos ejemplos, como el don de lágrimas, la conmoción por los emigrantes, la compasión por las víctimas de las guerras, esto es «el sentir interior». Sabemos, por tanto, que la experiencia espiritual así como «el sentir» han sido para el mundo códigos puestos a veces en el ámbito de la sospecha en el campo de la teología católica, criticados por su excesivo subjetivismo. Francisco, en la visión que tiene del pueblo de Dios, sujeto pleno del anuncio del Evangelio, une la ortodoxia, todo aquello que es creído, con la ortopraxis, con todo lo que conlleva de capacidad de concreción del Evangelio en la vida, y la ortopatía, esto es, la capacidad de apreciar al sujeto creyente con un corazón humano, una sensibilidad evangélica. Nos referimos al misterio de la comunicación, esto es, del «sentir» con «el otro», lo cual nos permite entender que el encuentro no solo se produce a nivel técnico, a nivel programático específico, sino que siempre hay algo que va más allá de un contenido concreto.

La Iglesia se encuentra ante un gran reto, y no tenemos todas las respuestas 34. Por eso la pastoral significa que nos encontramos ante el arte del discernimiento de la acción de Dios, que se acerca y actúa en la vida de las personas y más allá de estas. Se trata de una presencia, la de Dios, que no debe ser fabricada, sino descubierta. Esta actitud es básica para nuestro enfoque de la misión y de la pastoral, y que dice mucho y bien del pueblo como sujeto misionero, otorgándole un gran protagonismo, no teórico, sino efectivo y sinodal. Este es el motivo por el cual el pueblo de Dios, con sus necesidades, sus heridas y sus esperanzas, afronta su horizonte propio, a saber, el deseo de desvelar la presencia de Dios en la historia de la humanidad como una referencia básica y esencial de la reflexión teológica de la visión de Francisco.

La Iglesia se posiciona en la historia a partir de la imagen de Jesús, que se arrodilla ante sus discípulos para lavar sus pies 35. Esta imagen se manifiesta como un lugar teológico real y simbólico en el cual toda autoridad es reinterpretada como un servicio, esto es, como capacidad de entregar la vida y darla a favor de la humanidad. En esa actitud de servicio entendemos lo que significa la esencia del bien común. El pueblo es llamado a realizar una elección de servicio que le aporte valor y que permita sentir que, sea quien sea el «el otro», será al futuro a quien debemos anunciar el Evangelio.

Francisco, pastor y teólogo

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