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CRIMINOLOGÍA LACANIANA

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SERGE COTTET

«Él no se asesina más que a sí mismo»

Comentario de Lacan sobre la película de Benoît Jacquot

L’assassin musicien

Proponemos actualizar el texto de Lacan «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología»1 escrito en 1950. Esta fecha mítica de la historia de Francia, ¿lo es así también para el psicoanálisis? No sería realmente así si consideramos que la subversión lacaniana comienza con el estructuralismo, esto es en 1953. Sin embargo, los problemas jurídicos sacuden suficientemente la época y la posguerra como para que el artículo de Lacan deba contextualizase a la vez que se lo considere canónico. Frente a los problemas de sociedad que se presentan hoy, sería poco decir que reconoce ahí bastante frialdad. Los hospitales-prisión, la penalización del enfermo mental, la modificación del código civil, la intervención de los psicoanalistas en prisión, etc. Todos estos problemas fueron abordados por Lacan desde esa fecha como relativos al síntoma social; es decir, la modernidad a pesar de una conceptualización posfreudiana con fecha determinada. Antes de Michel Foucault, Lacan demuestra hasta qué punto el tratamiento y la penalización del crimen dependen de la estructura del poder establecido. En el entrecruzamiento de la clínica y de la política, el crimen cuestiona una realidad social que ocupa en la época el rol que será atribuible más tarde al Otro simbólico. Una realidad que prima sobre la psicología del crimen, razón de más para subrayar la homología entre los temas de esta época y la implicación actualmente del psicoanálisis en la ciudad.2 El texto nos orienta no sólo sobre una clínica del acto criminal, sino que pone a prueba al mismo tiempo la necesidad de introducir en psicoanálisis el concepto de responsabilidad.

El artículo forma parte del periodo «sociológico» del Lacan preestructuralista, si se entiende por ello los textos de entre los años 1938 a 1950, antes del Congreso de Roma. Se percibe todavía ahí el eco del texto La familia3 y de su inspiración durkheimiana. Es sobre el fondo de declive paterno y de descomposición de la familia que la cuestión del derecho y de la justicia interviene en su tensión con el superyó individual. Lacan retoma en esta ocasión la palabra de san Pablo: no hay pecado antes de la ley. La dialéctica del crimen y de la ley atraviesa así la mayor parte de los capítulos.

Como hecho social en el sentido de Durkheim, el crimen se hace objeto de representaciones colectivas que definen el campo de la responsabilidad. Esta noción es socialmente relativa ya que la instancia reconocida como culpable (el individuo o el grupo) varía por supuesto con las sociedades. Un durkheimiano como Paul Fauconnet, evocado en La familia,4 busca así definir un concepto de la responsabilidad sin considerar las disposiciones psicológicas de los sujetos, conforme a la visión de su amo, como fenómeno social normal: «Un análisis puramente psicológico no podrá nunca conducir por sí mismo a la determinación de la idea de responsabilidad, pues la responsabilidad es manifiestamente una cosa jurídica o moral. Si se supone que no hay ni derecho ni moral, la psicología no se verá nunca llevada a hablar de responsabilidad, sino únicamente de personas, de voluntades normales o enfermas».5 No hay que olvidar tampoco que la sociología en sí misma hace un lugar al «asentimiento subjetivo»6 que se precisa en la significación de la responsabilidad, como lo estableció Malinowski en su obra Crimen y costumbre en la sociedad salvaje.

La publicación en 1950 de L’Univers morbide de la faute7 de Angelo Hesnard, compañero también de Lacan en sus conflictos políticos con la SPP, reintroduce el lugar de la ética individual y de la culpabilidad en su tensión con la ley social. La muerte de Marcel Mauss en ese mismo año 1950 contribuye a poner de relieve la subordinación del acto criminal a la representación colectiva. Tal como lo dice Lacan en el título del capítulo II, se trata de «La realidad sociológica del crimen y de la ley y de la relación del psicoanálisis con su fundamento dialéctico».8

La aportación específica del psicoanálisis a la criminología reside esencialmente en la refutación de los «instintos criminales»9 y de todo abordaje constitucionalista, en beneficio de un complejo específico que Lacan encuentra en Kate Friedländer, el «carácter neurótico» que concierne más especialmente al psicópata. Se trata de una identificación. Tras los trabajos de Aichhorn10 sobre los delincuentes, Lacan señala la efectividad de una instancia superyoica que empuja al crimen y a la transgresión. Refuta así todo inconsciente criminal al que se adhieren también los freudianos Alexander y Straub.11 Es la identificación del niño con el adulto criminal que da cuenta de un Ideal del yo viciado en relación con la norma paterna. Lacan recurre todavía a esta concepto de Kate Friedländer, característico de los efectos producidos por la posición asocial del grupo familiar.12 Encontramos las formulaciones de 1938 para dar cuenta de las frustraciones pulsionales «como detenidas en cortocircuito en la situación edípica».13 El síntoma del robo en el niño prueba esta articulación del simbolismo pulsional.14

Es en el superyó donde se refleja el complejo familiar y sobre todo la anomalía de estructura15 presente en su tesis de 1932, así como en «Los complejos familiares». El desarreglo de esta instancia está vinculado a las «condiciones sociales del edipismo».16 Este superyó está definido como «esta raíz mutilada de la conciencia moral»17 que la norma edípica no pudo regular. Será francamente distinto del Nombre-del-Padre y de la ley en 1954 en el Seminario I: el superyó produce discordancia y escisión del orden simbólico.18 Él incluye una vertiente autopunitiva que los posfreudianos como Theodor Reik habían contribuido a dilucidar.19 Esta abertura en la estructura de lo simbólico produce toda la ambigüedad del concepto de culpabilidad que desencadena la manifestación psicopática.

La entidad «neurosis de carácter» indica que el artículo no está orientado ni por las relaciones del crimen con el delirio, como es el caso de su tesis de psiquiatra,20 ni en los crímenes sexuales, todavía menos en los serial killers. Éstos son los problemas de la delincuencia después de la guerra que orientaron a los psicoanalistas: los mandatos sobre los menores, el fin de los centros correccionales, etc. La responsabilidad es un concepto transclínico a la vez que jurídico y ético. Por fuera de su definición hecha por la ley positiva, Lacan le busca un estatuto menos contingente para el sujeto.

Diríamos hoy que es una falla en lo simbólico que vincula el superyó con lo social. Si el artículo de Lacan parte en su inicio de la neurosis, los efectos del superyó valen también igual de bien para los psicóticos y los perversos. La orientación clínica, en efecto, es transestructural; parte de la tensión entre el sujeto y la ley social y no de la presencia o de la ausencia de un significante del Otro. El superyó tiene al menos un pie en el Otro social. No es seguro que en esta época Lacan hiciera una distinción neta entre crimen neurótico y crimen psicótico. Por supuesto, no todo crimen tiene que ver con la psicosis. El concepto de psicópata que cavalga entre los dos conceptos anteriores era ampliamente utilizado en la época. Al otro lado de la crítica de las concepciones sanitarias y profilácticas concernientes a la criminalidad, Lacan centra su idea en la simultaneidad de los progresos de la época con la deshumanización del condenado. En efecto, «la significación expiatoria del castigo» se difumina: la sociedad no llega nunca a justificarla.21 A propósito de Nuremberg, y sobre todo del juicio de los crímenes nazis, Lacan manifestó sus reservas sobre el efecto sanitario de este proceso.22 Deja entender que la culpabilidad objetiva de los criminales no toca verdaderamente a sus intenciones, dado que el testimonio de una Melitta Schmideberg da acceso al «mundo imaginario del criminal».23 Más tarde, subraya la borradura misma de las nociones de criminal y de responsable.24

El psicoanálisis puede, desde entonces, oponerse al relativismo social y jurídico de la definición de la responsabilidad: «el psicoanálisis, por las instancia que el mismo distingue en el individuo moderno, puede esclarecer las vacilaciones de la noción de responsabilidad en nuestro tiempo y el advenimiento correlativo de una objetivación del crimen a la que puede colaborar».25 Estas vacilaciones son tan fuertes que la falta no es la misma cuando el crimen se considera como utilitario que cuando se trata de la expresión de un goce pulsional.26 Reflejan la ambigüedad que aporta la psicología a la evaluación de la responsabilidad. Ésta chapotea entre lo que vuelve sobre el individuo y lo que vuelve sobre el entorno familiar o social. En la época, estas cuestiones cruciales pueden ser esclarecidas por el psicoanálisis, que pone de manifiesto, desde la segunda tópica de Freud, los conflictos de instancia: una suerte de tribunal subjetivo. Para esquematizar: yo, ello, superyó. En su tesis, Lacan distinguía, así, crímenes del yo y crímenes du soi.27 Esta distinción recupera los crímenes de autopunición como el de Aimée y los crímenes impulsivos e inmotivados de los esquizofrénicos, descritos por Guiraud.28 Una tipología de la responsabilidad deberá deducirse de esta distinción.

La tesis de 1932 defiende la necesidad de un peritaje que «evalúa» la peligrosidad en función del diagnóstico.29 Sobre este punto, podemos recordar que Lacan afirma la peligrosidad de las reacciones agresivas de la psicosis paranoica y habla de su «preferencia por la aplicación medida de sanciones penales a esos sujetos».30 Sin embargo, los artículos de 1950 no llevan esencialmente a la psicosis, sino a la contribución que el psicoanálisis puede hacer a la evaluación de la responsabilidad, noción todavía demasiado relativa a la presión de la opinión, a la voluntad de castigar más que de curar. Así, hace aparecer la escena imaginaria del crimen confundida en la época con «la simbólica».

SIMBOLOGÍA DEL CRIMEN

Subordinando el acto criminal a una escenario simbólico, podría considerarse que Lacan da argumentos en pro de la irresponsabilidad. Si embargo, «si el psicoanálisis irrealiza el crimen, no deshumaniza al criminal».31 La fórmula puede parecer paradójica. Se cree más bien que la irrealidad no defiende la responsabilidad.

La irrealidad es una palabra de la época marcada por el existencialismo sartriano. Lacan hace alusión a Lagache, que en su tesis sobre los celos amorosos32 se refiere a las conductas mágicas de Sartre, a la «función irrealizante» de la conciencia.33 Lo que él mismo llama las «conductas imaginarias» encuentran ciertamente su referencia en la fenomenología de Sartre y de Merlau-Ponty, que tampoco ignora Hesnard.

Sin embargo, la referencia a la sociología domina respecto de las tesis existencialistas. Ella permite la introducción de lo simbólico como estructura. En efecto, si lo imaginario se refiere al individuo, lo simbólico concierne a la estructura de la sociedad: «las estructuras de la sociedad son simbólicas; el individuo, en tanto que es normal, se sirve de ellas mediante conductas reales; en tanto que es psicópata, las expresa mediante conductas simbólicas».34

Esta frase resume la teoría antropológica de lo simbólico elaborada por Marcel Mauss. Como se sabe, Lévi-Strauss escribió un célebre prefacio a su obra Sociología y antropología,35 que Lacan necesariamente leyó. Afirma notablemente que «las conductas individuales normales no son nunca simbólicas por sí mismas: son los elementos a partir de los que un sistema simbólico, que no puede ser más que colectivo, se construye. Son sólo las conductas anormales que, porque des-socializadas y, de algún modo, abandonadas a sí mismas, realizan, en el plano individual, la ilusión de un simbolismo autónomo».36

Lacan hace suya esta subordinación de lo psicológico a la social que será relevada en la época estructuralista mediante la subordinación del sujeto al significante: lo que hace las veces de discordancia entre significante y significado es el superyó y el lugar de la significación personal. Así como el síntoma obsesivo es una religión privada, según Freud, y la emoción es «una conducta mágica» desde Sartre, el crimen participa de la misma condensación de lo general en lo particular. Aquí, se confirma la génesis social del superyó ya presente en la tesis. En la época, es la interpretación edípica la que resultaba ser la clave del carácter simbólico del acto. Si el crimen es real, ello no impide que «se realice precisamente en una forma edípica». La forma edípica37 es en suma y por anticipación el mito individual, lo colectivo interpretado por el complejo.

«El caso de Madame Lefebvre», publicado por Marie Bonaparte,38 no puede ilustrar mejor este avatar individual del Edipo. En 1925, Madame Lefebvre asesina a su nuera embarazada. Marie Bonaparte no tiene a su disposición más que los significantes edípicos para esclarecer esta patología: odio hacia la madre, complejo de castración, frigidez. Reconocía, de todas maneras, que no comprendía nada. Sin embargo, la coyuntura del acto puede ser reconstruido a partir de una estructura cuadrangular de tipo Esquema Z. En tanto que el hijo pertenece a la nuera, Madame Lefebvre no desarrolla frente a esto más que una hostilidad celosa. El odio asesino se cristaliza únicamente a partir del momento en que la presencia real del falo entra en escena. Una vez más, es la naturaleza de la cura la que da cuenta de la naturaleza de la enfermedad, a saber, que la desaparición de los síntomas hipocondríacos tan pronto el asesinato se consuma (los órganos que han descendido después de la menopausia acompañan el alivio del deber cumplido). Se trata de la «cura por el crimen, ya no tengo sufrimiento». La imagen inversa del vientre fecundo subraya el transitivismo de su relación, la agresión suicida, el ideal al que ella golpea. El caso puede ser simplificado sin el recurso a un bosque de símbolos que hace «viejo a Freud» y con el que Marie Bonaparte esmalta el caso; incluso aunque la interpretación de la imagen fálica del revólver no parezca superflua como cuarto elemento en el trío madre, hijo, nuera. El calificativo de madre incestuosa para Marie Bonaparte va acompañado de un señalamiento que no desaprobará Lacan: «en toda madre, en el fondo del inconsciente, hay, aunque no dicho, algo de Yocasta y de Madame Lefebvre».39

El acto, por más horrible que sea, se ve humanizado mediante la integración del sujeto en el universo de la falta. El incesto es universal. Es en este mismo sentido que los asesinatos inmotivados descritos por Guiraud demuestran su carácter «de agresión simbólica»: «el sujeto quiere matar aquí no ya su yo [moi] o su superyó, sino su enfermedad o, más comúnmente, “el mal”, el kakon».40 La «escena del crimen» es entonces simbólica en el sentido edípico. Éste es un rasgo que lo opone al crimen de «soi» (del ello) de Guiraud. Si bien Lacan lo califica de «agresión simbólica», se mantiene en la relación imaginaria. Del mismo modo, en el caso Aimée, la equivalencia entre simbólico e imaginario está probada: las perseguidoras son «el tiraje de un prototipo».41 En efecto, «el objeto que alcanza Aimée no tiene más que el valor de puro símbolo».42 En 1950, Lacan insiste en esta irrealidad como elemento a tomar en cuenta en la evaluación de la responsabilidad del sujeto.

Los expertos Sérieux y Capgras fueron requeridos por la defensa de Madame Lefebvre para que se beneficiase del artículo 64, aunque sin éxito.43 Lacan debió acordarse de ello cuando constata que, en gran parte de los casos, el peritaje psiquiátrico concluye con la normalidad a pesar de los signos evidentes de paranoia.

El psicoanálisis tiene a su cargo un doble rol: en primer lugar, demostrar el carácter «simbólico del crimen», es decir, en aquella época, el desconocimiento para el sujeto de la estructura edípica de su acto. El sujeto es así humanizado y reinscrito en el universal edipiano, incluso si le da una interpretación privada. En segundo lugar, en una intención polémica, la interpretación del acto revela más o menos las tensiones mismas de a sociedad o incluso «la función criminógena» de la sociedad; es lo que había sido ya establecido en el artículo de 1948, «La agresividad en psicoanálisis».

FUNCIÓN CRIMINÓGENA DE LA SOCIEDAD44

El artículo «La agresividad en psicoanálisis» forma parte de esta intención crítica característica de la posguerra. Es solidaria de las referencias sociológicas. Lévi-Strauss cita este artículo en su prefacio a Marcel Mauss. El comentario resalta la incompletud de lo simbólico: «resulta que ninguna sociedad es integral y completamente simbólica; o, más exactamente, que no consigue jamás ofrecer a todos sus miembros, y con el mismo grado, el modo de sacar plenamente partido a una estructura simbólica».45 Lacan combina la dialéctica hegeliana con lo que llamará «la agresión suicida del narcisismo».46 Después de La familia está establecido que la sociedad refuerza esta tendencia que hace del hombre «emancipado» de la sociedad moderna la víctima de un desgarro que «revela hasta el fondo del ser su formidable cuarteadura».47 En este contexto, las secuencias sociales de fracaso y de crimen van parejas con la neurosis de autopunición, los síntomas histérico-hipocondríacos, las inhibiciones funcionales. Sobre esto, Lacan evoca una «fraternidad discreta» para oponerla a la «galera social» de donde surge este «ser de nonada».48 Las manifestaciones más degradadas del superyó derivan también en tensiones agresivas promovidas por las exigencias de la integración. La contradicción es evidente entre el ideal individualista y el cultivo de la colaboración social. Está establecido que: «los individuos resultan tender hacia ese estado en el que pensarán, sentirán, harán y amarán exactamente las cosas a las mismas horas en porciones del espacio estrictamente equivalentes».49 Por ideal individualista, Lacan considera ni más ni menos que el ideal social propuesto, que revela «una implicación creciente de las pasiones fundamentales del poder, de la posesión y del prestigio en los ideales sociales».50 Un vez más, el crimen mantiene sus coordenadas simbólicas de la sociedad. Es el microcosmos del alma en relación con el macrocosmos de la ciudad de Platón.

Es así que la «anarquía [...] de las imágenes del deseo» se ve caricaturizada por el ejemplo de Monsieur Verdoux de Charles Chaplin. La complacencia de Chaplin con respecto a Landru, muy mal considerado en los Estados Unidos después de la guerra, ilustra la responsabilidad de la ideología del grupo familiar y su intrusión en los grupos funcionales.51

En su libro consagrado a Landru, Francesca Biagi-Chai muestra bien que el criminal no se sustrae una concepción del deber. Landru tiene el sentido de la familia. «Hacerlo todo por su familia» no obedece sin embargo a ninguna ley simbólica, sino que funciona como un postulado, un dogma.

El imperativo que preside su deber familiar, que en otra época se habría calificado de superyoico, está considerado en esta obra como propiamente delirante.52

El criminal que describe Lacan en esta época no está desinsertado, como se diría hoy. Los resortes de la identificación simbólica existen en él: ideales de justicia, de todo poder, idealista apasionado, reivindicador; tales son las figuras privilegiadas. El acento está en los criminales del yo y no del ello, de los crímenes de interés y no de goce. Como para Durkheim, hay suicidios por una integración demasiado grande de la ley y hay crímenes que no son atribuibles a personas sociales.

Esta normalidad del crimen conduce a Lacan a prestar atención a los casos listados por Hesnard, según el cual, para una parte importante de criminales, no se encuentra «absolutamente nada a destacar como anomalía psíquica».53 El argumento es parecido al utilizado en ocasión de un caso de psicosis de su tesis que presentaba una tendencia suicida. Una hipernormalidad sirve de hecho como defensa a una pulsión criminal «reprimida». En un momento, «el futuro le pareció cerrado. No quiso abandonar a los suyos a su suerte y empezó la masacre». Este sujeto había llevado una vida ejemplar hasta ese momento: «el control de sí mismo, la dulzura manifiesta en su carácter, el rendimiento laboral y el ejercicio de todas les virtudes familiares y sociales». Sólo el examen analítico revela la sumisión a los imperativos morales que sirven de tapaderas desde la infancia a un agitación del odio.54

Sin embargo, Lacan no está de acuerdo con Hesnard hasta el final y hace la diferencia entre la descripción de un psicópata hecha por el psiquiatra y la investigación psicoanalítica. El psicoanalista reconoce ahí, a partir de ciertos rasgos del yo, las características de la paranoia: «idealismo egocéntrico, su apologética pasional y esta extraña satisfacción del acto realizado en el que su individualidad parece cerrarse en su sufrimiento».55

También aquí es la hipernormalidad la que domina, pues el psicoanálisis descubrirá en el idealismo apasionado la estructura paranoica. Estos «criminales del yo» no son menos «las víctimas sin voz de una evolución creciente de las formas directrices de la cultura hacia relaciones de obligación cada vez más exteriores».56 Víctimas; la palabra es fuerte. Es en tanto que la sociedad los toma como chivos expiatorios para dar buena conciencia a una opinión «que se alegra tanto más de tenerlos por alienados que reconoce en ellos las intenciones de todos».57 Se señaló a propósito del caso de Madame Lefebvre que, en el momento de su proceso, provocó un llamamiento a la venganza popular. Se recuerda igualmente el caso Christine Villemin en el que la acusación de infanticidio parecía plausible para un público amplio, no sin satisfacción por este horror a la manera de Marguerite Duras. Entre la alienación mental que conduce al sobreseimiento y la condena bajo la presión de una ideología, el peritaje psicoanalítico sigue la estrecha vía que conduce a una responsabilidad del criminal.

LA RESPONSABILIDAD

En su tesis, Lacan planteaba el problema así: el psicoanálisis es el único capaz de evaluar los modos de resistencia del sujeto a las pulsiones agresivas. Esta «evaluación rigurosa» esencial a la imputación de la irresponsabilidad penal, está perfectamente ignorada desde el punto de vista positivista. La clínica nueva introducida por Lacan, a saber, la presencia o la ausencia del determinismo autopunitivo, es la única «base positiva, que requiere una teoría más jurídica de la aplicación de la responsabilidad penal».58 Éstas son entonces las psicosis de autopunición en su especificidad que justifican para Lacan «nuestra preferencia por la aplicación mesurada de sanciones penales a estos sujetos».59

Parece que esta posición debe bastante a Tarde. Uno puede sorprenderse de esta referencia en su Philosophie pénale.60 Considerado como sociólogo antidurkheimiano e incluso muy célebre en la época, Tarde, magistrado, juez de instrucción en Sarlat en la década de 1900, filósofo en sus horas libres, intenta evaluar la responsabilidad individual más allá de toda sugestión de grupo; la imitación priva al hombre de su identidad. Tarde, de quien la erudición filosófica es importante, se confronta a la cuestión del libre arbitrio. El positivismo de la época le conduce a oponer responsabilidad y libre arbitrio. Tarde pregunta: «¿Soy menos realmente, porque soy yo necesariamente?».61 Y añade que: «Los psicólogos otorgaron demasiada importancia al sentimiento que tenemos de nuestra libertad y no tanta al sentimiento, sólido por otra parte, que tenemos de nuestra identidad».62 Nos equivocamos privilegiando los grados de libertad a costa de grados de identidad.

De ahí: «La gran cuestión, teórica y práctica a la vez, no es saber si el individuo es libre o no, sino si el individuo es real o no».63 La importancia del concepto de irrealidad se mide con esta declaración.

Lacan recurre a los dos célebres principios que son: «la identidad individual y la similitud social en la evaluación subjetiva de la responsabilidad».64 A propósito de la similitud social, Tarde escribe: «Una condición indispensable [...] para que el sentimiento de la responsabilidad moral y penal se despierte es que el autor y la víctima de un hecho sean y se sientan más o menos compatriotas sociales, que presenten un número suficientes de semejanzas, de origen social, es decir, imitativo. Esta condición no se cumple cuando el acto criminal proviene de un alienado, de un epiléptico en el momento de su ataques».65 De hecho, el concepto de autopunición implica paradójicamente esta identidad. Es esto lo que resume la fórmula «es a ti mismo a quien agredes»66 que domina todos los escritos de Lacan sobre lo imaginario de la criminalidad. En consecuencia, la concepción psicoanalítica de la alienación es de tal manera que escapa al principio de Tarde. El desconocimiento implica al sujeto en tanto que la alienación de los psiquiatras es siempre más o menos ligada a la degeneración.

Tarde refutará las invariantes físicas del criminal nato y se interesará en los grupos mafiosos. Distingue así al loco del criminal, el primer «ser aislado, extraño para todos, extraño a sí mismo, y de naturaleza insociable [...]. El criminal es antisocial y, por otro lado, sociable en un cierto grado».67

Tarde concluía que «se es tanto más culpable [...] cuanto más adaptado a uno mismo y al medio».68 En un espíritu dialéctico, él considera que una identidad personal y similitud social progresan en sentidos opuestos: «la similitud social sentida se va ampliando sin cesar, hasta el punto de abrazar ya la humanidad toda entera [...] la otra condición de la responsabilidad, la identidad personal, se va estrechando, gracias a los descubrimientos de la medicina mental».69

Se sabe que Lacan no extrae las mismas conclusiones: la implicación del inconsciente da extensión a la identidad personal dividiendo al sujeto. Es por lo que, tratándose del carácter exigente de «la fuerza» que ha empujado al acto del sujeto, es necesario buscar: «¿quién ha padecido esta exigencia?».70 Lacan hace valer que la psiquiatría plantee esta fuerza como un absoluto y no como una voluntad. No es lo mismo estar a las órdenes de un ideal justiciero en el delirio de querulancia y ser el sujeto de una brutal impulsividad sin ley como en los crímenes inmotivados. Toda la concepción mecanicista está abordada aquí a través del concepto de personalidad; la pulsión criminógena no puede ser asimilada a una fuerza superior al yo. La fuerza es la de una convicción. Ante esto, el goce y el imperativo categórico son una sola y misma cosa.71 Al axioma le sigue el acto, como diría De Clérambault.

Si se quiere que los móviles y los motivos del crimen sean comprehensibles, y «comprehensibles para todos»,72 es importante que un concepto los esclarezca en lugar de referencias sentimentales en que se enfrentan ministerios públicos y abogados; se otorga poco valor a los peritajes, objetos del experto. Este último es a menudo incapaz de establecer un diagnóstico favorable a una conclusión de irresponsabilidad. Lacan da el ejemplo de una acto de exhibición en un obsesivo. El experto, en último extremo, y dado que el sujeto es válido mentalmente, quiere demostrar la irresponsabilidad a partir de un examen solamente físico. No se atiende al sentido inconsciente de su acting out.

Lacan recurre siempre a la «comprehensión», pero de la buena manera, dialectizando las relaciones entre el acto y la coacción de la fuerza a partir de una doctrina del acting out, es decir, de un atravesamiento salvaje del fantasma cuando las referencias simbólicas se disuelven. Es lo que Lacan establecerá en su Seminario sobre la relación de objeto.73

Sin embargo, esta demostración vale sobre todo para los crímenes de alienación, aquellos que traducen un desconocimiento por parte del sujeto del llamado al castigo. Podemos, sin embargo, interrogar el concepto de psicosis autopunitiva como testimonio de la accesibilidad de los criminales a una ley distinta del superyó. Sin duda que el hecho de que el delirio de Aimée se disipe cuando es internada hace valer la dialéctica que existe entre el crimen y su castigo. El problema es saber hasta qué punto esta dialéctica existe. En efecto, numerosos crímenes paranoicos dan cuenta de un apaciguamiento y de una satisfacción del acto en tanto que deber cumplido. El delirio de prejuicio o la pasión celosa, sin embargo, no cede.74 Es el caso de Madame Lefebvre. Es también lo que se desprende de los ejemplos proporcionados por Lagache en su tesis sobre los celos pasionales.75 Los crímenes pasionales se nutren todos de un fuerte sentimiento de injusticia. Desgraciadamente, bajo la influencia del médico legista De Greeff76 y de su referencia a la intersubjetividad, él olvida la pulsión, «la homosexualidad» y el interés por el rival, fundamento de la teoría psicoanalítica de los celos.

En la tesis, Lacan mostraba hasta qué punto la pulsión criminal es homogénea al delirio. El enfermo dispone motivos sublimes, éticos y políticos sin intención homicida. Es también así para Aimée, para quien el delirio cede una vez que ha sido llevado a cabo, algunas semanas después del crimen. Una vez en prisión, ella entrevé que se había agredido a sí misma.77 Testimoniaba entonces de una cierta asunción subjetiva de su falta, y por lo tanto de su responsabilidad. La prisión la protege de sus tendencias criminales y al mismo tiempo la castiga. Sin embargo, la pulsión infanticida permanece absolutamente desconocida; ahora bien, su locura es la de prestar al Otro la intención criminal. Lacan evoca la «perversión del instinto maternal con pulsión al asesinato»,78 incluso si en 1932 el infanticidio no ocupa el centro de la demostración.79 De todas maneras, se podría resituar el delirio alrededor de la huida lejos del niño. Tal como lo dice Dominique Laurent, se puede comprender «la cura como ligada a la realización de la pérdida de su hijo en un proceso de autopunición».80 ¿Qué lección sacar de la solución de Aimée? En un artículo consagrado a la criminología lacaniana, F. Sauvagnat matiza la imputación de legalismo que puede hacerse a Lacan.81 Las relaciones de Lacan con el artículo 64 del Código Penal dieron lugar a comentarios según los cuales Lacan no sería favorable a su aplicación sistemática. Es el defecto en el que caen los extremistas de la responsabilidad, que ven en el artículo 64 una «doble forclusión». No teniendo con qué responder al Nombre-del-Padre, el loco criminal no sería, por esa razón, sujeto de la ley positiva. Es negarle toda responsabilidad.

Una argumentación así se funda en el texto que vino unos meses después, «Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología». Lacan recuerda que el «hombre se hace reconocer por sus semblantes por los actos de los que asume la responsabilidad».82 Se alegra del hecho que la morbidez probada de un caso permite al delincuente evitar la prisión.

Sin embargo, el castigo juega un rol en la rectificación subjetiva. Lacan señala que la cura del delincuente pasa por la «integración por el sujeto de su responsabilidad verdadera».83 Que sea para él accesible se verifica en el caso en que puede demostrarse que el pasaje al acto era el llamado de un castigo. Es para este tipo de crimen que el psicoanálisis es requerido, pues es el único capaz en estos casos de «separar la verdad del acto, implicando ahí la responsabilidad del criminal mediante una asunción lógica que debe conducirle a la aceptación de un justo castigo».84 Es cierto que Lacan tempera este tono de acusador de una teología de la libertad.

Lacan no deja de esperar un despertar posible del criminal y no toma necesariamente al psicótico como alguien incurable. Llega a creer que los paranoicos cedían, señalaba a partir de Tanzi.85 En esto se opone a Kraepelin y a su concepción del estado terminal: la evolución deficitaria. Valdría más que el psicoanálisis ayude al despertar cuando sea posible; sucede también que la prisión ayuda al tiempo para comprender como lo indica el caso de Juliette Boutonier en 1950,86 tratándose del «resorte de un despertar del criminal a la conciencia de lo que le condena».87 El texto de Lacan se matiza entonces y no empuja a enfermar a los locos; el argumento no concierne más que a las psicosis llamadas de autopunición. Por lo demás, la teoría de la psicosis en esta época no incluye la forclusión, es decir, una teoría del acto en ruptura con la personalidad. A menudo ectópico a ésta, el acto no es dialectizable con el imaginario. Al psicoanálisis, por otra parte, no le corresponde intervenir sobre la sanción del acto criminal.

La humanización implica la responsabilidad. Esto no es decir forzosamente que la irresponsabilidad deshumaniza. No hay nada más humano que un delirio pasional. Es la asunción de la responsabilidad que apunta al castigo: la irresponsabilidad puede volverse responsable. La implicación del sujeto en su acto queda entonces para Lacan como un elemento esencial de la penología. Su crítica del peritaje va en este sentido. En la época de la psiquiatría «comprehensiva» y antipositivista, Lacan se lamentaba que se recurriera tan poco a las luces del psicoanálisis.

CRÍMENES Y PSICOSIS

Los historiadores de la criminología consideran que el siglo XX está marcado por el declive de la locura criminal, es decir, de la imputación del acto a un delirio psicótico. Renneville reconstituyó en detalle lo que está en juego en esta historia. En 1968, George Heuyer precisa que: «el psiquiatra no toma a priori como enfermos a los delincuentes y criminales».88 Para Heuyer, «no hay diferencias esenciales entre la psicología de un enfermo mental, de un delincuente y de un individuo considerado como normal».89 Como mínimo, dirá él, esta continuidad clínica favorece una tendencia a la humanidad. El criminal será humanizado en tanto que se encuentren en él los resortes de la psicología más general. Desde este punto de vista, los psiquiatras que recusan los criterios de la psicosis se fundan en una psicología de la comprensión, criterio lacaniano de la década de 1930. Lacan utilizaba él mismo los conceptos de la intersubjetividad antes de llegar a un desciframiento de la estructura subjetiva caracterizada por los fenómenos elementales y la significación personal. La comprensión es lo que todo el mundo espera, tanto el público como los magistrados.

El malentendido persiste tanto más como «el crimen da la ilusión de responder a su contexto social».90 Es el caso de las hermanas Papin en que el crimen parece comprensible a partir de las bases psicológicas ingenuas tales como la venganza social.

Lacan pudo hablar del crimen después de 1950; sin embargo sus avances sobre la psicosis y sobre el acto permiten considerar otras causalidades del crimen que las de la autopunición. Ya criticado en «Acerca de la causalidad psíquica» de 1946, Lacan la sustituyó por la agresión suicida del narcisismo. La continuación de la enseñanza de Lacan sobre las psicosis es, como se sabe, rica en conceptos que se presentan todos como alternativas a una concepción del acto explicada por la defensa o la represión: agujero en la significación, abertura narcisista, omnipotencia del Otro de la que el goce malo es perseguidor. Todo ello da cuentas del acto por medio del delirio.

Es sobre todo el concepto de «extracción del objeto a»91 el que da paso a la autopunición del narcisismo. El alivio que concierne a lo que Lacan llama en su tesis «crímenes puramente pasionales»92 puede ser revisado a la luz de la extracción de goce.

De ahí el interés renovado por los crímenes inmotivados de Guiraud, donde es menos la inmotivación lo que llama la atención que el sentimiento de liberación que la acompaña. Madame Lefebvre, que lo vio, evoca ella misma la cura por el crimen: no solamente no tuvo problema para arrancar la mala hierba, sino que tampoco sufrió trastornos físicos. No obstante, el delirio persiste como sucede también en el caso de los celos de Daniel Lagache en el crimen pasional. El alivio que el crimen procura actualiza de nuevo el kakon de Guiraud, asimilable a lo real del objeto a.

Jean-Claude Maleval,93 que subraya esta analogía, llega hasta evocar la «función terapéutica» del asesinato, tal como Freud podía calificar al delirio, como tentativa de cura. El caso Eppendorfer presenta un hombre joven que mató a una amiga mayor que él; el goce insoportable de su madre, en un momento en que ella le hizo proposiciones, le retornó entonces en un real alucinatorio. En estas condiciones, la separación salvaje del objeto incestuoso pone fin a la angustia; el sujeto «intenta hacer aparecer la castración simbólica en lo real».94 Sin embargo, esta sustracción de goce operada en el Otro no es seguida por ningún remordimiento ni crítica. Se puede considerar que es más bien la prisión, castigo reclamado, por otra parte, por el sujeto, que tuvo la función de limitar su goce con un efecto de pacificación. La mediación de un sacerdote ligeramente psicoterapeuta tuvo un rol en ello. El sujeto, que se convirtió en militante homosexual, ¿sustituyó el delirio con una «perversión»? Parece más bien que haya pasado de una secta a otra, de los mormones a los grupos homosexuales sin que el delirio se haya iniciado. Aunque se evoque el término de suplencia,95 lo real del crimen no puede ser equivalente a un «síntoma» en el sentido de un anudamiento RSI. Se constata únicamente un nuevo intento de inscripción en el campo social que una declaración de irresponsabilidad no habría permitido.

A partir del momento en que Lacan rehúsa en cierta manera el concepto de alienación mental, la cuestión sobre la responsabilidad se renueva del todo. El artículo 64, lo hemos visto, se aplica al alienado: el loco es necesariamente irresponsable. Es su libertad la que está alienada. Sin embargo, en la década de 1960 Lacan no opone normalidad y alienación. Es lo normal lo que está alienado al Otro y al lenguaje. Al contrario, si se lleva esta lógica hasta el final, el loco está desinsertado del orden simbólico. Irónico él, no cree en la ley. En este sentido, Lacan puede describirlo también como «hombre libre»96 y estando fuera de discurso. El problema es saber si esta libertad del loco es equivalente a una responsabilidad. Estamos lejos de tesis existencialistas, en las que libre significa responsable. Con Lacan, el sujeto en rueda libre estaría más bien del lado de la irresponsabilidad. Sin embargo, no se le puede retirar una cierta responsabilidad al nivel de la elección. Lacan, siguiendo a Freud, dice exactamente «elección de neurosis», incluso «elección de psicosis». Hay que decir que si hay elección, ésta es una elección forzada. Se sabe que Lacan está más cerca de la necesidad spinoziana que de la elección por la libertad. El hombre libre no ve su goce limitado por ningún obstáculo simbólico. Lacan retoma entonces los conceptos esenciales de Sartre, pero transformándolos en oxímoron.

Su postulado es un postulado sartriano: «De nuestra posición de sujeto, somos siempre responsables».97 Es también irónico que «el sujeto es feliz». Es cierto que Lacan considera la proposición como terrorista, no retomándola necesariamente a cuenta suya. Por otra parte, Lacan puede recurrir a una concepción del acto precisamente exclusivo del sujeto. De ahí la fórmula: «el acto no comporta, en su instante, la presencia del sujeto»98 e incluso «todo acto [...] promete a quien toma la iniciativa este fin que designo con el objeto a».99 El pasaje al acto, en tanto que atravesamiento salvaje del fantasma, cortocircuita el inconsciente. En esta situación de «destitución subjetiva» la elección de goce vuelve obsoleta toda deliberación.100

Como lo decíamos más arriba, Lacan privilegia en 1950 una categoría de crímenes: los crímenes del «yo». Éstos hacen prevalecer una identificación. Es su rasgo humano. Los crímenes de goce desafían a las identificaciones sociales.101

Las nuevas formas de criminalidad, los serial killers, delincuentes sexuales, pedófilos, etc., suscitan procesos extensamente mediatizados en los que la figura del monstruo, del perverso constitucional, ve resurgir de la noche de los tiempos el atavismo criminal de Lombroso. Para colmo, se ve que los hospitales psiquiátricos no están dispuestos a abrir ampliamente las puertas a los criminales delirantes. En cuanto a los psiquiatras, se constata cada vez más su repugnancia para tratar el pasaje al acto criminal a partir del delirio. De ahí, la inflación de los «perversos narcisistas» que se defienden de la psicosis mediante el crimen.102

Los crímenes de goce se multiplican, la frecuencia de los asesinos de masa ilustra la categoría de crímenes inmotivados; no porque sean imprevisibles,103 sino por el hecho de no saber darles «un sentido» diferente que el goce mismo de la destrucción en la que ellos se incluyen ignorando las premisas. La salida suicida frecuente no tiene relación con el heroísmo paranoico de la década de 1930.104 Es la humanidad misma que apunta al mass murderer; un programa de liquidación que apunta a la raza humana y que suplanta la irrealidad del fantasma.

Se podría pensar que los crímenes sexuales son los más atroces: no tienen la excusa del superyó. Es su misma gratuidad la que suscita la venganza del público. De ahí la incomprensión de éste ante los sobreseimientos y los peritajes de irresponsabilidad. El público no está decidido a encontrar en ellos enfermos mentales. Demasiado calculador, demasiado manipulador, demasiado perverso, demasiado inteligente, etc., para ser loco; es siempre el déficit intelectual o la confusión mental lo que sirve de criterio. El perito contemporáneo confirma la opinión pública sobre esta cuestión, ¡TEL! Todo Excepto Loco. El crimen de goce designa al perverso. El goce gratuito se debe pagar. El perverso no sabría entonces ser irresponsable. El problema es más bien saber si un castigo puede o no hacer recubrir el sentido de sus responsabilidades. En la época, Lacan no perdía la esperanza en esta posibilidad citando el ejemplo ya mencionado de Madame Boutonier. Costará trabajo traducir justamente esta categoría de esquizofrenia de la que forma parte el caníbal japonés de niños, que se colgó recientemente. ¿Que se dirá de una madre infanticida que abandona recién nacidos en el congelador?

Lacan, que se oponía a una concepción sanitaria de la penología, no era por principio hostil al juicio de ciertos enfermos mentales accesibles a una pena debido, incluso, a su identificación; ellos mismos pueden reivindicar un proceso. La modificación del Artículo 64, 122-1 va en este sentido; hay que tener en cuenta la alteración del discernimiento.105 Suscitar una crisis subjetiva por el castigo en cientos de casos era una apuesta. Era necesario juzgar a Fourniret; con el riesgo de que un monstruo ironice sobre la justicia y escriba alejandrinos al presidente del tribunal. ¿Se esperaba que derramase una lágrima sobre sus víctimas, cuando la justicia le ofrece una tribuna para continuar traumatizando a las familias de las víctimas? Se puede dudar de que el tribunal quiera humanizarlo mediante un proceso; las asociaciones de víctimas son ingenuas cuando creen estar en condiciones de «comprender» el acto en el momento del juicio: una vez que las motivaciones psicológicas se agotan aparece el muro de lo insensato. Este límite hace del criminal un monstruo. La locura jugaba entonces en contra de la monstruosidad. El depredador encarna un plus-de-goce imposible de soportar: él se resiste a toda identificación.

Haría falta, sin embargo, que los expertos comprendieran ellos mismos alguna cosa en lugar de rehabilitar al «perverso constitucional» de Dupré106 o de hacer del crimen una defensa contra la psicosis. Volvemos a encontrar las preocupaciones profilácticas de Lacan en la década de 1930. Testar y prever la peligrosidad concierne tanto al psicoanálisis como a los expertos que dimiten ante ella. De ello se deriva hoy una nueva distribución de la responsabilidad.

Ante un «un orden duro»,107 es al psicoanálisis al que le incumbe hoy el rol de despertar.

El texto de 1950 tiene sus límites: no los del humanismo sino los de la comprehensión que se deriva de lo imaginario. Más tarde, Lacan no dijo nada sobre las medidas que consideraba para tratar a los criminales, excepto que valía más no analizarlos. Fuera de las leyes, de la palabra y del lenguaje, no se les ve ni sobre un diván ni en un tribunal: no se psicoanaliza al «canalla», esto lo vuelve tonto. Es humano no querer cretinizarlos en el Nombre del Padre. Para el resto, se trata de verlo caso por caso.

La sociedad de la vigilancia y sus criminales

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