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CAPÍTULO 1

AL TERAPETUA CORPORAL

Uno de mis pacientes, a quien llamaré C.D., tiene treinta años. Lleva viniendo a terapia unos cuantos meses ya. Al principio pidió mi ayuda porque había estado teniendo ataques de pánico y había experimentado estrés severo y además incomodidad en lugares concurridos, especialmente con gente a la que no conocía. Está convencido de que, si se encuentra en esa situación, tendrá que levantarse y marcharse y que, si eso no fuera posible, entrará en pánico. Me dijo una vez:

“Si les conozco y sé que les gusto o al menos siento que me aceptan, no hay ningún problema. Siempre me ha gustado saber que querían mi compañía”.

Esta es una de las razones por las que C.D. gasta bastante dinero cuando sale con amigos. A menudo les paga su parte también. ¿Sería cruel decirle que está comprando su amistad? Y, sin embargo, la verdad es esa, de alguna manera está pagándoles para que le acepten como amigo.

Esto es parte del diálogo que tuvimos en nuestra primera sesión juntos:

V.Ch.: Tampoco me conoces a mí. Pregúntate entonces: ¿cómo te sientes en este momento, en esta situación particular?

C.D: No estoy seguro… Lo que puedo decir es que no me siento muy cómodo. Me siento ansioso… creo.

V.Ch.: ¿Se te ocurre qué puede hacerte sentir ansioso?

C.D.: El hecho de estar aquí… creo que debe ser eso. No le conozco…

V.Ch.: ¿Cómo se expresa esa ansiedad en tu cuerpo?

C.D.: Me estoy esforzando mucho en no cometer ningún error.

V.Ch.: ¿Qué tipo de error crees que tienes tanto miedo de cometer aquí?

C.D.: No lo sé. Siempre soy así, intento controlarlo todo siempre.

V.Ch.: ¿Lo consigues? ¿Consigues controlarlo todo?

C.D.: No, sé que es imposible, pero no puedo hacer nada para cambiar la forma en la que pienso. Incluso he tomado antidepresivos pero era lo mismo.

V.Ch.: Vamos a centrarnos en tu cuerpo. ¿Cómo te sientes en este momento en tu cuerpo?

C.D.: Me siento un poco mejor. Me siento diferente que al principio de la sesión, creo que porque me ha pedido que me sienta lo más cómodamente posible y a una distancia a la que me sienta cómodo. Sentía dolor en mi estómago y mi respiración alta (¿?) en el pecho. En un momento dado me he sentido mareado. Ahora ya no.

V.Ch.: ¿Te sientes mareado a menudo?

C.D.: Con mi padre, especialmente si tengo que enfrentarme a él para solucionar algún desacuerdo. Trabajamos juntos en el negocio familiar, ¿sabe? Cuando estoy con él me siento literalmente sin aliento. Desde hace años mi pulso ha estado constantemente por encima de 100 y mi presión arterial a 14/9 o incluso superior. Y ahora tengo taquicardias… Mis manos están frías y sudorosas.

V.Ch.: ¿Cómo se siente tu cuerpo ahora que tienes menos ansiedad?

C.D.: Mejor, aunque me siento triste.

V.Ch.: ¿Y cómo se siente tu cuerpo cuando estás triste?

C.D.: Siento un peso en mi pecho y no puedo respirar profundamente.

V.Ch.: ¿Qué te ayudaría en este momento a sentirte mejor?

(Estuvo en silencio durante un rato).

V.Ch.: De acuerdo, ¿podemos acercarnos un poco? Si está bien para ti, me gustaría que nos pusiéramos de pie y que nos colocáramos el uno al lado del otro, con tu espalda descansando en la mía y a ver cómo te sientes.

(Este joven necesitaba apoyo por un lado y respeto hacia sus límites por otro. Es por eso que sugerí el contacto espalda contra espalda como la primera forma de contacto. Después probamos con las manos y con el contacto visual).

V.Ch.: ¿Cómo te sientes ahora que puedes descansar en mi espalda? ¿Te sientes lo suficientemente seguro como para dejarte ir?

C.D.: Me siento bien.

V.Ch.: ¿Puedes dejarte ir? ¿Lo que sientes te resulta familiar?

C.D.: Me puedo dejar ir… Es como si estuviese descansando en la espalda de mi abuelo. Él es un símbolo de fuerza para mí. Cuando era pequeño y me sentía abatido me iba hacia él…

V.Ch.: Muy bien, ahora mantén esa sensación y dime qué más podría ayudarte a sentirte mejor.

(Me alejé un poco de él para que ya no hubiese contacto físico entre nosotros).

V.Ch.: ¿Cómo te sientes ahora?

C.D.: Le extrañará pero me siento como si usted no me quisiera. Me siento rechazado. Casi no le conozco y nuestra relación es… y aun así siento como si usted no me quisiera.

V.Ch.: Dime qué sientes en el cuerpo.

C.D.: Me siento como si fuese a llorar.

(Empezaron a caerle lágrimas; lloró en silencio y continuaría llorando de esta forma durante meses).

V.Ch.: ¿Es así como te sientes, triste, cuando pierdes tu apoyo?

C.D.: Lo que sea que siento no me resulta fácil. Mi abuelo era el único apoyo que tenía. Y todo esto me parece una tontería, pero es como me siento.

V.Ch.: ¿Hay algo en mi actitud que te haga sentir la necesidad de disculparte? ¿Sientes quizá que te estoy juzgando?

C.D.: No…

V.Ch.: Tomaremos nota de ello. ¿Te sientes “raro” aquí, conmigo, sabiendo que no es mi comportamiento lo que te hace sentir así? ¿Te importa si nos acercamos? ¿Podemos cogernos de las manos un momento?

C.D.: No, está bien.

V.Ch.: Bien. Ahora, tómate tu tiempo y dime: ¿cómo te sientes con este contacto?

C.D.: Emocionado. Me siento emocionado y siento mi pecho más ligero y puedo respirar más profundamente. Y ya no me duele el estómago.

V.Ch.: Parece que necesitas este contacto, que hace que te sientas mejor. Ahora mírame a los ojos, continúa cogiéndome las manos y dime cómo te sientes.

C.D.: Siento como una masa en mi garganta y dificultad al respirar. Tengo miedo de que me vaya a criticar por algo…

V.Ch.: Vuelve a donde estabas, siéntate lo más lejos que necesites y dime cómo te sientes. Puedes volver cuando lo necesites.

Después de un rato:

C.D.: Ahora siento mis hombros más relajados. Tan pronto como me he dado cuenta de que usted no me presionaba me he sentido bien y he podido acercarme a usted.

V.Ch.: Dime, ¿de qué manera sentías que te estaba presionando?

C.D.: Sentía que esperaba algo de mí. Siempre dudo qué hacer cuando alguien espera algo de mí.

Este joven intentaba querer lo que los demás querían con tal de gustarles, a pesar de lo que los demás pensaran de él, que en muchos casos era que era una persona egoísta empeñado en salirse con la suya. Recientemente, tras el trabajo corporal que habíamos hecho, ha comenzado a respirar mejor, muestra una mirada más firme y sus manos no están tan frías y sudorosas como al principio. Cuando dispone de su propio espacio y se respetan sus límites no se siente amenazado y puede conectar con confianza. Cualquier cambio en el estado mental y las emociones de una persona se manifiesta en el cuerpo.

Lo que debemos hacer en nuestra primera sesión terapéutica con un paciente nuevo, además de obtener datos básicos sobre su historia, es, en el 'aquí y ahora' de la sesión, crear las condiciones en las cuales el paciente sienta que se respetan sus límites, que nadie va a criticarle y que obtendrá el apoyo que necesita. El terapeuta corporal no se limita a las palabras, ni es limitado por éstas. Utiliza palabras y escucha cuidadosamente, pero no se queda ahí. Recolectará información importante escuchando lo que el paciente le dice y cómo lo dice. Con todo, obtendrá información más importante observando la correspondencia, o la falta de ésta, entre lo que el paciente cuenta y su cuerpo. ¿Hacia dónde mira el paciente cuando habla? ¿Dice que se siente tranquilo y cómodo mientras aparta la mirada del terapeuta y el cuerpo muestra que está de camino a la puerta de salida? ¿Cómo es su respiración? ¿Respira desde el abdomen o desde el pecho? ¿Es su respiración profunda, superficial o caótica e irregular?

El cuerpo habla a quien quiera escuchar

Hemos aprendido en psicoterapia que el cuerpo realmente habla a quien esté preparado y disponible para escucharle. Observamos el tono muscular y tomamos nota de la postura del tronco y de la columna vertebral y del estado de las manos, los pies, la nuca y el rostro. ¿Cómo responde el paciente al toque? ¿Cómo responde a los ejercicios destinados a ayudarle a sentir posibles bloqueos en su cuerpo?

Para poder llegar a las emociones tenemos que pasar por el cuerpo. Alguien que se está recuperando de sus emociones es como parte de una mala actuación en la que el guión está separado de la trama. En vez de sentir que nuestras emociones despiertan debido a la trama, el actor trata de mostrarnos lo que deberíamos sentir, diciéndonos cómo se siente él mismo. Nos dice cosas que hasta él mismo siente solamente a nivel mental; el cuerpo no le sigue. No hay un puente que conecte mente y cuerpo: están separados por un abismo. Y cualquier comunicación entre ellos se produce mediante… un puente colgante, como esos que encontramos sobre los barrancos y que, para cruzarlos, requieren del valor mostrado por aquellos hábiles héroes de las películas antiguas. El camino, por lo tanto, hacia las emociones, pasa siempre por el cuerpo. Por consiguiente, todo lo que afecta al cuerpo es importante en nuestro trabajo.

En nuestro enfoque terapéutico de la psicoterapia corporal, nuestro rol continúa siendo el de un terapeuta: el de una persona que ya ha hecho el viaje, que ya ha caminado un buen trecho en su camino hacia el autoconocimiento. Y es aquí donde aparece el principio básico de la terapia: nadie puede acompañar de forma segura a otro en su camino hacia el autoconocimiento más allá del punto al que hayan llegado ellos mismos. El camino hacia el inframundo del vientre y las emociones no es fácil. No hay duda, sin embargo, de que ampliará nuestro horizonte y abrirá nuevos caminos… hacia 'nuevas aventuras y nueva sabiduría' para cualquiera que verdaderamente acepte el reto. La democratización del proceso terapéutico en psicoterapia corporal no elimina el papel del terapeuta. Nos confronta sin embargo con una verdad universal: en el camino de la vida, somos todos – terapeutas y pacientes por igual – compañeros de viaje en proceso de maduración. Nuestros roles, por tanto, se alternan. Somos iguales, aunque como terapeutas no debemos pasar por alto el hecho de que la persona a la que estamos tratando es una persona con ciertos requerimientos.

El hombre es una entidad integrada de cuerpo, mente y espíritu

En nuestro trabajo, la persona entera es el foco de nuestra atención y por tanto la tratamos como una entidad integrada de cuerpo, mente y espíritu que vive y evoluciona en la sociedad.

Ninguno de nosotros posee un cuerpo; somos un cuerpo. Ninguno poseemos un espíritu; somos espíritu. Y todos somos concebidos, todos nacemos y evolucionamos en sociedad.

Es común que la gente haga preguntas como: ¿Por qué remueves el pasado? Mientras más busques, más encontrarás… Si algo no te molesta, ¿por qué no lo dejas estar? ¿Qué necesidad hay de ir 'atrás' en búsqueda de cosas que pasaron hace tanto tiempo que casi están olvidadas? ¿Qué necesidad hay de remover memorias de la niñez? Todos tenemos heridas: ¿para qué traerlas de vuelta una y otra vez y hacernos daños pensando en ello?

Todas estas preguntas las hacen, de buena fe, personas que no pueden ver los beneficios reales de un proceso terapéutico que tan sólo usa el discurso como herramienta. Es, de hecho, un sin sentido, y a menudo causa dolor el solo hecho de recordar una experiencia traumática y no hacer nada más al respecto. Nunca en psicoterapia hacemos que los pacientes recuerden cosas porque sí. El conocimiento por sí solo, no dejaré nunca de empatizar esto, no traerá la curación. La relación entre el terapeuta y el paciente siempre aporta una nueva dimensión a las cosas y puede proporcionar significado a acontecimientos del pasado de tal forma que se recoloquen sin causar angustia al ser recordados. La conciencia siempre juega un rol positivo a la hora de dar significado a la vida, y sentir que nuestras vidas tienen consistencia y significado nos aporta un constante efecto beneficioso.

¿Es este el tipo de terapia que queremos? ¿Es el objetivo prevenir que nuestros recuerdos perturben nuestra conciencia? No discrepo con el principio básico: si algo no te molesta, déjalo estar. Esto plantea la gran pregunta: ¿somos siempre conscientes de aquello que nos molesta? La respuesta es no. Muchas de las cuestiones que nos producen problemas graves de salud nos pasan desapercibidas. De hecho, no creo que sea una exageración decir que, cuanto más profundo está algo enterrado en nosotros, más destructivo puede ser. Nos equivocamos al pensar que al finalizar el peligro el cuerpo se relajará automáticamente y se calmará, habiendo los sistemas del cuerpo liberado la energía que habían reunido para enfrentar el peligro. Esta energía no es una especie de entidad mítica sino el residuo biológico que permanece atrapado en diversos sistemas corporales y en cada una de sus células. Si este residuo energético no se borra del cuerpo, permanecerá en él y tiene la capacidad de almacenarse y unir fuerzas con otros residuos que provoquen estrés. Este almacenamiento de residuo energético puede compararse a la acumulación de varias sustancias tóxicas, como metales pesados y otros elementos tóxicos; el cuerpo los absorbe de diferentes procedencias y a veces encuentra la forma de desecharlos, mientras que otras veces no lo consigue, así que dichas sustancias permanecen atrapadas en el cuerpo hasta que llega a un punto dónde el cuerpo no puede resistir su toxicidad y, o se rompe, expresando su apuro en forma de enfermedad, o colapsa completamente, dejando a la muerte como única salida.

La materia tiene memoria

La célula original del embrión humano se desarrolla a su propio ritmo y con una precisión excepcional y, de una forma milagrosa, desde sus tres capas originales – la capa externa (ectodermo), la capa media (mesodermo) y la capa más interna (endodermo) – se desarrollará en un cuerpo completo. La armoniosa forma en que se desarrolla el cuerpo puede ser perturbada de tal forma que la alteración no sea físicamente visible. De la misma forma que tenemos discapacidades y desfiguraciones físicas obvias, también tenemos lo que en muchos casos son anomalías ocultas de un desarrollo armonioso y saludable, que surgirán en ciertas ocasiones y bajo ciertas condiciones. Lo más importante a tener en cuenta aquí es que la materia tiene memoria.

Es hora de que entendamos que cada célula de nuestro cuerpo almacena información relativa a las experiencias que vivimos, y que esto no tiene nada que ver con el concepto del tiempo. Esta información, en lo que se refiere al cuerpo, es lo que llamamos memoria. Esta memoria mantiene a las células y otras partes de cuerpo en un estado de continua preparación, el mismo estado en que se encontraba el cuerpo cuando sufrió la experiencia original: al sentirse en peligro, colocó todos sus sistemas en alerta máxima para poder sobrevivir, lo cual de hecho consiguió.

¿Qué ocurre a nivel celular cuando el cuerpo es expuesto a un peligro? Exactamente lo mismo que le pasa al resto del cuerpo: todos los sistemas disminuyen para focalizarse en la defensa. Podemos decir simplemente que cualquier parte que no contribuya directamente a la supervivencia del cuerpo, o bien deja de funcionar o bien lo hace al mínimo nivel. Cuando alguna de estas cosas ocurre el cuerpo no puede funcionar correctamente. La aparición de una enfermedad es el efecto visible de este mecanismo.

Un ejemplo de esto es lo que le sucede al sistema inmunitario. Cuando deja de atacar organismos patógenos internos y moviliza sus fuerzas para defender al cuerpo de amenazas externas, lo hace con la finalidad de asegurar la supervivencia. Cuando, sin embargo, el cuerpo siente casi constantemente la presencia de una crisis o se siente casi siempre en alerta roja, la consecuencia es una pérdida de sus recursos energéticos que deja sus defensas en un constante estado de desorganización. Es entonces que el cuerpo colapsa en su punto más vulnerable. La otra cosa importante que debemos tener en cuenta cuando tratamos con seres humanos como un todo es que la información es energía.

Un primer contacto con el eterno presente

Una joven paciente mía llegó un día a la sesión de terapia en un estado de ánimo particularmente feliz y alegre, y describió bromeando cómo consiguió comprarse algo que había necesitado desde hacía tiempo:

“Cuando finalmente mis padre necesitaron algo que yo tenía, 'descubrieron' lo que les había estado intentado decir durante años. ¡Estaba roto y necesitaba ser reemplazado! ¿Es que no me escuchaban cuando les hablaba? ¿Qué puedo decir? Parece que a veces no me escuchen”.

Se reía y hablaba de otras cosas innecesarias que había comprado y describía la maravillosa mañana que había pasado con su madre. La estuve escuchando atentamente y estaba con ella en lo que llamamos el 'aquí y ahora' de la sesión terapéutica. En este Ahora, cuando el terapeuta se centra completamente en el paciente, la conexión entre ambos no consiste meramente en el terapeuta escuchando atento al paciente. Tampoco es una conexión entre el subconsciente del uno con el del otro. Es una conexión somato-psico-espiritual más profunda que involucra el todo de la persona. En esos momentos el terapeuta puede sentir en su cuerpo sensaciones experimentadas por el paciente, y cuando estas sensaciones se mantienen son capaces de abrir nuevos caminos que pueden llevarnos a aquello que yo llamo el eterno presente del hombre. El cuerpo humano experimenta y registra todo solamente en el Presente. Cualquier cosa que se experimente en la sesión terapéutica se revive con la misma intensidad que tenía originalmente registrada el paciente en su memoria celular.

En mi caso, las sensaciones que siento en la suela de mis pies constituyen una ruta privilegiada que me lleva a la experiencia de la otra persona – una persona que es distinta a mi solamente a cierto nivel; a otro nivel esa persona es simplemente mi otro yo. La presión en la planta de mis pies es una puerta sagrada que me llevará a la pasada y traumática experiencia de mi paciente, que además puede conducir a un dolor inmenso, un dolor que ha permanecido inalterado en el tiempo, sirviendo como un testigo indiscutible de la experiencia traumática.

La joven enfrente de mí temblaba sin cesar… Estaba claro que tenía miedo, pero todavía no había sido capaz de conectarse con la emoción que estaba experimentando. Cuando le pregunté cómo se sentía, me dijo al principio que no lo sabía. Al cabo de un rato, sin embargo, se dio cuenta de lo que le pasaba. Tenía miedo y el miedo la estaba paralizando de tal forma que no podía respirar. Cuando la rodeé con mis brazos y pudo sentir la seguridad de mi presencia, dijo:

“Oh, Dios mío, tengo tres años, quizá menos, y estoy en el pasillo… están todos discutiendo… están discutiendo y no me ven...”

En este caso en particular la clave que rompió la barrera del tiempo – o, como yo lo veo, lo unificó – y trajo lo que estaba en el subconsciente a la mente consciente fue la declaración de la paciente de que 'no me ven', su sentimiento de que estaba siendo ignorada.

“No les importa que les esté mirando… tengo miedo”.

Respiraba con aún más dificultad, sentía como que se ahogaba y no podía llorar. El miedo impedía que pudiera llorar y respirar con normalidad. La niña de tres años tenía tanto miedo que no podía ni expresar llorando lo que estaba experimentando y era esa la razón de que se estuviese ahogando… Solamente al sentirse segura en mi abrazo pudo liberar su llanto, sollozar y quejarse libremente.

“¿Por qué, por qué, por qué?”

En ese momento, en un ambiente seguro, pudo liberar su dolor, sus lágrimas y la sensación de ahogo. Esta joven había olvidado completamente el incidente con sus padres, y aun así cuando rememora esa experiencia tan dolorosa, es capaz de superarla, reconociendo el amor y cuidado que recibe de sus padres en el presente. Normalmente, en este caso, el cuerpo, sus órganos y cada célula en el cuerpo ha preservado la experiencia y la información de forma intacta: la información 'mi supervivencia está siendo amenazada' y la protección que le proporcionó la contracción de su cuerpo en respuesta a la amenaza percibida se mantuvo inalterada a través del tiempo.

La acumulación de dichos residuos tóxicos simplemente como recuerdos no causa por sí sola problemas o trastornos. A menudo, debo decir, ni siquiera existe el recuerdo de una memoria, de un recuerdo como tal. Es una pena: la mayoría de la gente pierde su equilibrio interno y mueren sin haber tenido realmente la oportunidad de escoger conscientemente un camino hacia la sanación. Es por eso que si queremos ayudar y curar a una persona, debemos preguntarnos constantemente '¿QUÉ ES EL HOMBRE?' Poseemos nuestro conocimiento acumulado y lo usamos para que nos guíe a medida que avanzamos pero nunca, nunca deberíamos utilizarlo como una fortaleza donde atrincherarnos tras la seguridad de nuestro conocimiento y experiencia.

Las vivencias (experiencias) que permanecen en la células como piezas de información, manteniéndolas en estado de alerta, causan cambios que, a lo largo del tiempo, pueden manifestarse como enfermedades puramente físicas. Por consiguiente, lo que causa la enfermedad no es el recuerdo mental de la experiencia sino la memoria e información relevantes tal y como se han registrado en cada célula del cuerpo. En términos de consumo de energía, el coste de mantener esta dolorosa información fuera de la conciencia es enorme. Intercambiamos un dolor por otro. La mayoría de los tipos de dolor físico crónico provienen de este intercambio inconsciente.

Durante la misma sesión terapéutica, la joven paciente que llegó en un estado de ánimo alegre como resultado de haber pasado una agradable mañana con su madre, y de las compras que hicieron juntas, conectó con otra experiencia traumática que tuvo a los quince años. Al principio noté que sus manos estaban agitadas. Sin embargo, cuando le pregunté cómo se sentía y si entendía qué era lo que sus manos 'estaban buscando', me dijo que no lo sabía. Su mente consciente no le podía ayudar. Supe, aun así, que nuestra conexión en el eterno presente, que está más allá de cualquier tiempo, nos ayudaría a superar este obstáculo… Una leve sensación en un punto particular de la planta de mi pie me llevó a ejercer presión en el mismo punto de la planta de su pie. Al principio su cuerpo convulsionó, luego se sacudió y tras esto comenzó a llorar ruidosamente…

“En frente de todo el mundo, en frente de los chiquillos… en frente de mi amigo… ¿por qué? Oh, ¿por qué?”

Había rabia, había resentimiento, y aun así, cuando fue el momento de que ella misma pudiese reclamar y defender su espacio personal, se detuvo inicialmente con una culpa paralizante. Podía sentir el cinturón de su padre azotando su cuerpo. Se sentía tan avergonzada que su angustia mental eclipsó su dolor físico:

“En frente de mi amigo, en frente de los chiquillos… ¡Oh, Dios mío!, ¡quiero matarles y salir de aquí! ¡No quiero volver a oír sus voces jamás!”.

Tenía miedo de su propia rabia; era letal. En un principio no quiso abordar o dejar ir su rabia y se estaba asfixiando de culpa.

“Pero se portan tan bien conmigo ahora...”.

Cuando, con mi ayuda, pudo permitirse dejar ir la rabia que había acumulado, se relajó:

“Estoy bien ahora, siento como si me hubiesen quitado un peso que ni sabía que llevaba… estoy bien...”.

Psicoterapia: un viaje de 'vuelta' y unificación

Los seres humanos no existen nunca en un vacío cultural, ni crecen en una independencia aislada como los árboles. Las personas que vienen a terapia, sin darse cuenta, están buscando la unidad que han perdido. Nos invitan a unirnos a un viaje de unificación. Prefiero llamarlo así, viaje de unificación, en vez de viaje de 'regreso' porque este último sugiere un movimiento hacia atrás y, como mostraré más adelante, este viaje sólo tiene la apariencia de ser hacia atrás. El cuerpo, el material con el que trabajamos, habita en el presente. La mente del hombre viaja a través del tiempo; el cuerpo y el espíritu, el todo unificado al que llamamos 'hombre', vive en el eterno presente de Dios, donde él o ella se encuentran con el Espíritu que vive en el eterno y aun así dinámico y nunca estático presente.

Nuestros pacientes nos invitan entonces a unirnos a un viaje con el que ya estamos familiarizados. Un viaje que hicimos mientras tomábamos la mano de nuestro terapeuta. Entramos en el laberinto y desde la luz del mundo superior descendimos a la oscuridad del inframundo, al reino del vientre y las emociones. Allí, en las profundidades del inconsciente, nos encontramos a los Lestrigones, los Cíclopes y con el salvaje Poseidón y emergemos sin peligro, mucho más sabios debido al encuentro. Y, como el poeta, sabemos quién prepara a los Lestrigones, los Cíclopes y al salvaje Poseidón en frente nuestro, junto con todo aquello que nos gobierna desde el reino de nuestros miedos. No tenemos miedo: hemos hecho el viaje, hemos visto los fósiles de nuestros miedos, hemos sido testigos afectuosos de la forma en que nuestra puerilidad amontonó dichos fósiles en frente nuestro como obstáculos. Hemos aprendido también a tener un respeto infinito hacia nuestros pacientes cuando se resisten… cualquier otra cosa podría provocar un trauma nuevo. Como una luz brillante, la experiencia terapéutica iluminará la oscuridad y, como una brisa fresca, se llevará lejos todos los fantasmas que evitan que las personas sean ellas mismas, seres humanos completos y unificados. Cuando cada uno de nosotros seguimos nuestro propio camino, en nuestro recorrido para convertirnos en terapeutas, quizás al principio solo teníamos una pequeña idea de lo que más tarde llegaríamos a entender muy bien: el camino hacia la maduración no tiene fin. Ítaca no nos ha engañado… por mucho que uno descubra su propia unión individual, conseguir la unidad con el Hombre Completo y las circunstancias en las que vive constituye un viaje sin fin a lo largo de la vida. Las capas en las que el dolor está envuelto esconden grandes tesoros… Muchos estarán contentos con tan solo un pequeño progreso, y muchos otros rechazarán la sola idea de comenzar el viaje; dichas reacciones son solamente una consecuencia natural de la fragmentación interna que ha tenido lugar. Un encuentro directo con el trauma no es algo fácil… Ni siquiera aquél que nos pueda traer la curación. Y aun así dicho encuentro es necesario, aunque no siempre se dé de forma consciente, con el fin de introducir la experiencia correctiva, que es la única forma real hacia la unificación.

En algunos casos los traumas surgen delante nuestro, como objetivos creados hace tiempo y que ya no podemos ignorar. En muchos casos, sin embargo, tendremos que realizar un trabajo previo, tendremos que despejar el camino, desarmar los obstáculos que bloquean el paso, o construir, con tal de crear soporte y puentes que abran el camino hacia el trauma y a la curación. Una persona equilibrada es una persona sana y un estado de equilibrio dinámico es un estado saludable en el cual estar. Cualquier cosa que altere el equilibrio, no importa cuán profundo esté en la oscuridad del inconsciente, mostrará signos de vida. Mientras más tardemos en confrontar el trauma, más difícil será el reto de echar una nueva mirada a un caso que creímos cerrado. En el pasado, nuestra tendencia de huir tan rápido como pudiésemos del dolor del trauma fue la respuesta adecuada y, de hecho, hasta pudo salvarnos. En el presente, sin embargo, tenemos nuevas capacidades y más opciones. Nos aferramos como supervivientes de un naufragio a la vieja y destartalada balsa, golpeada por los mares tormentosos de nuestra infancia y no somos capaces de ver las aguas tranquilas a las que nos dirigimos. La fórmula que probamos y que nos funcionó una vez ya no es esencial o, simplemente, no es el método adecuado cuando tanto nosotros como el mundo a nuestro alrededor hemos cambiado. Cuando nos negamos a reconocer un sentimiento de malestar como presagio de algo más, podemos esperar otro tipo de estados, quizá menos persistentes pero más claros: ataques de pánico que aparecen inesperadamente, la depresión que nos priva de la alegría de vivir, las fobias que limitan nuestro espacio vital, y otros malestares físicos que procuran desesperadamente, antes del abrazo final de la muerte, hacernos saber lo que ocurre en las profundidades de nuestro ser… Son estas las cosas que nos limitan y nos asustan, y a pesar de todo son las cosas que nos muestran nuevos caminos y posibilidades. ¿Permaneceremos en la 'seguridad' familiar a la que se aferra el niño o, como adultos que somos, tomaremos a la criatura asustada de la mano y, con la terapia que ofrecemos, le llevaremos hacia la luz del día?

Nos esforzamos en conseguir un equilibrio no solamente en nuestras vidas, sino también en nuestro trabajo. Es esencial que consigamos dicho equilibrio en cada centro energético en el que trabajamos, ya que el cuerpo lo necesita para vivir y desarrollarse en armonía con sus capacidades y en su ambiente.

Psicoterapia Corporal

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