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El buitre y el gavilán No' kajxulem b'oj no' k'uk'um

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Cierta vez, un buitre y un gavilán, ambos muy hambrientos y voraces, contemplaban a un caballo viejo que parecía más muerto que vivo tendido en su siesta sobre la verde hierba.

Esto pues, produjo en los rapaces cierta indecisión sobre devorarlo o no, pues el bulto de huesos cubierto del gastado pellejo despedía cierto olor furtivo que les atraía y les atormentaba.

Largo rato contemplaron al tendido dudando si estaba vivo o si estaba muerto, y como el penco no daba señales de movimiento, el buitre, más ciego cuanto más hambriento, dispuesto a probar los primeros bocados se acercó tambaleándose de contento.

En cambio el gavilán, gran observador, gritaba desde su árbol muy fatigado:

—¡Vivo! ¡Vivo! Está bien vivo!» —Y el necio buitre contestaba sin control:

—¡Muerto, muerto! ¡Muerto, muerto!» —Y como el hambre era más fuerte que su voluntad, el buitre sin pensarlo dos veces se lanzó sobre su presa hundiendo su encorvado cuchillo, de sorpresa, bajo la cola del dormido e indefenso penco que estaba ahí tirado sin presentir ninguna maldad.

El caballo, al sentir la operación carnicera, se levantó hecho una fiera, y a la velocidad del rayo disparó tremenda coz, dando perfectamente en el blanco, en la borracha cabeza del loco carnicero.

El gavilán inútilmente prevenía a su camarada gritándole con desesperación:

—¡Vivo, vivo! ¡Vivo, vivo! —Y éste, ya casi moribundo le contestaba:

—¡Cierto, cierto! ¡Cierto, cierto! ¡Fui un bruto, no estaba muerto!

Al ver tan sangrienta escena, el gavilán se acercó con mucha pena mientras al cielo gracias le daba por no haber corrido la misma suerte que su terco y torpe camarada; en tanto que el triste buitre agonizaba listo a entregarse en los brazos de la muerte. Llegando hasta donde el buitre estaba, el gavilán de esta forma lo consolaba:

—Mi amigo, siento mucho tu desgracia, pero no culpes a nadie, fue tu actitud necia; y si ha llegado tu hora, muere en paz y tranquilo porque muchos aprenderán de tu ejemplo a ser más cuerdos y precavidos.

El buitre, viéndose sólo y desesperado, prorrumpió en llanto, condenando su locura.

—¡Un penco, se decía, puso fin a mi existencia! ¡Qué rudeza, fue esto un duro acto de violencia! Pero, ¿para qué torturarme si ya no tengo cura?

Y así, con un sentimiento triste y profundo el buitre cerró sus vidriosos ojos y musitó:

—¡Adiós vida! ¡Adiós mundo!

El pájaro que limpia el mundo

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