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INTRODUCCIÓN:

La sinfonía cósmica

Pasamos por la vida sin entender casi nada del mundo.

CARL SAGAN

Entender el universo es una labor tan apasionante como posible. Einstein dijo que «el aspecto más incomprensible del universo es que sea comprensible». La cosmología, la ciencia que estudia el universo en su conjunto, ha experimentado un desarrollo espectacular durante los últimos cien años, y ha cambiado por completo nuestro concepto de universo en una transformación que podría compararse con la revolución copernicana. En este periodo, la cosmología ha logrado dejar a un lado su carácter especulativo, o incluso mitológico, para alcanzar la condición de disciplina sólida y rigurosa. A la vez, el interés por conocer el origen y la evolución del universo se ha vuelto muy generalizado; las noticias sobre el cosmos son ya habituales en los medios de comunicación, y las páginas de Internet con explicaciones sencillas de los últimos descubrimientos astronómicos reciben a diario la visita de miles de personas interesadas en éstos.

Caben distintos enfoques para aproximarse al conocimiento del universo. Hay quien se interesa por la cosmología como aplicación de la teoría general de la relatividad de Einstein. Se trata de una perspectiva físico-matemática que, a pesar de su indiscutible belleza formal, no constituye el objetivo de este ensayo. Para la física teórica que estudia las primeras etapas del universo, fracciones de segundo después de la Gran Explosión, el universo primitivo supone un laboratorio teórico en el que se alcanzan las altas energías inaccesibles a los aceleradores y laboratorios terrestres. Finalmente, hay personas con interés por la cosmología como una rama de la astronomía, y que se preguntan por la aparición y evolución de los distintos componentes del universo, desde los planetas y las estrellas, hasta las galaxias y los cúmulos de galaxias. Este es el enfoque que trataré de seguir en adelante, porque mi experiencia como divulgador científico me ha enseñado que este aspecto es el que más atrae a la gente. Rocky Kolb, en el prefacio de su libro Blind Watchers of the Sky, describe con humor y clarividencia este deseo, y el derecho a saber más:

Aunque la comprensión del origen y la estructura del universo sólo esté al alcance de los pocos centenares de cosmólogos de todo el mundo que han dedicado la vida a su estudio, las ideas básicas las puede entender cualquiera con ganas de saber. Los cosmólogos tienen el deber de explicar el universo al público. Tú tienes derecho a saber; al fin y al cabo, ¡también es tu universo!

Resulta importante no confundir el método científico con el proceso histórico de desarrollo de la ciencia. Los contenidos que se imparten en las universidades no se detienen demasiado, por desgracia, en mencionar cómo se alcanzaron los conocimientos que queremos transmitir a los estudiantes. Por ejemplo, nos cuesta mucho menos explicar las leyes de Kepler a partir de la ley de la gravitación universal de Newton, que seguir el tortuoso camino empírico que tuvo que recorrer Johannes Kepler entre 1609 y 1619 hasta llegar a las tres leyes que explican el movimiento de los planetas en el Sistema Solar. Pero no veo el enfoque académico como el más adecuado para poner el conocimiento del universo al alcance de un público más amplio. A fin de cuentas, el proceso que nos ha proporcionado la visión actual del universo se ha configurado como consecuencia de una aventura humana en la que los protagonistas han aportado ideas nuevas, horas de trabajo, largas noches de observación, hipótesis arriesgadas, debates apasionados o la obstinación en ideas preconcebidas. Todo ello conforma una historia de gran interés, con la cual los astrónomos, marineros que surcan los cielos, nos han legado otra historia aún más fascinante: la de nuestro universo. Sin embargo, no trataré de dar una visión sistemática del desarrollo histórico de la cosmología,1 sino que ofreceré mi visión personal del trabajo individual y colectivo de las mujeres y los hombres que, con esfuerzo e imaginación, han contribuido a componer la sinfonía cósmica.

El universo es tan inmenso que parece presuntuoso intentar ex­-

plicarlo. En efecto, las escalas cósmicas de distancia y de tiempo son

descomunales. Remarcan, por su contraste clamoroso, nuestra pequeñez y lo efímero de nuestra existencia. Habitamos un planeta que gira alrededor de una estrella ordinaria, semejante a cien mil millones de estrellas más en nuestra Galaxia. Una galaxia espiral como otras decenas de miles de millones de galaxias que pueblan la parte del universo observable desde la Tierra.

La vida humana es muy breve en comparación con la de las estrellas y con el devenir cósmico. Por eso, pudiera parecernos que el cielo y sus astros son permanentes e inmutables, como de hecho se admitió de manera incuestionable durante muchos siglos. Si una persona vive cien años, este lapso representa, en la historia del universo, un intervalo de tiempo equivalente al que espera una persona cualquier día hasta que un semáforo cambia de color, en comparación con la duración de su propia vida.

Pero hay un hecho sorprendente que se refiere a las escalas asociadas a la vida en la Tierra. Se hallan justo a medio camino entre los fenómenos de mayor escala de la astronomía y la cosmología, y los fenómenos a menor escala de la física atómica y nuclear. Si consideramos una distancia astronómica típica, como por ejemplo el trecho que separa el Sol de su estrella vecina más cercana, y una distancia atómica típica, como el diámetro de un núcleo de hidrógeno, y tomamos su media geométrica (es decir, multiplicamos los dos números y luego hacemos la raíz cuadrada), obtenemos un valor de unos seis metros, que es una distancia típica en la escala humana.2


¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?, de Paul Gauguin. Fotografía © 2006 Museum of Fine Arts, Boston.

En cualquier caso, ya sea por azar o por necesidad, somos hijos del universo y parte integrante del mismo. La vida, y la vida inteligente en particular, parece un fenómeno asociado a la historia del universo de un modo ineludible. A pesar del tiempo transcurrido, nuestra existencia no es ajena a la evolución cósmica, a la explosión de las estrellas o a los choques de cometas y asteroides. Al contrario, los átomos que conforman nuestros cuerpos se formaron en el interior de estrellas que ya no existen. No quiero defender ningún argumento antrópico que justifique nuestra presencia en el universo, sino que aspiro, más bien, a poner de manifiesto que el deseo de conocer los orígenes es connatural a nuestra existencia, se trate del origen de la Tierra, de la vida, de la humanidad o del universo, y que los cosmólogos tenemos la fortuna de contribuir a la búsqueda de respuestas a las grandes preguntas que se plantea la humanidad: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? Como pone de manifiesto Barbara Ryden en su reciente libro Introduction to Cosmology, estas preguntas son el título de un cuadro alegórico que Paul Gauguin pintó en 1897.

El deseo del artista de transmitir a través de una tela sus intuiciones acerca de estas cuestiones lo capta quien contempla la obra al darse cuenta de que se refiere a sí mismo. Y no es muy distinto al

deseo del científico por hallar respuestas que nos ayuden a ubicarnos en el universo, saber de qué está hecho, cómo se formó y cuál será su destino. Como el pintor, el científico quiere comunicar aquello que le resulta fascinante. Sir Martin Rees, actual astrónomo real británico, lo explicaba en una entrevista que le hice para la revista Mètode:

Creo que la divulgación de la astronomía es un campo en el que somos afortunados, y que dedicarse a ella conforma una parte atractiva de nuestro quehacer. Yo experimentaría menos satisfacción con mi trabajo si sólo pudiera hablar de él con unos cuantos profesores y colegas, y no hubiera nadie más interesado.

1 El lector interesado puede consultar la obra Historical Developement of Modern Cosmology, edición de Vicent J. Martínez, Virginia Trimble y María Jesús Pons Bordería, Astronomical Society of the Pacific, 2001.

2 Esta idea se la oí a Virginia Trimble en su conferencia «Astronomía en el cambio de milenio» impartida a finales del año 2000. También puede aplicarse a las escalas de masa y de tiempo.

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