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ОглавлениеAUTOSUFICIENCIA
La imagen es esta: Imaginemos un hombre primitivo que habita una caverna. Por la noche hace fuego para calentarse y, con su luz, a su calor, fabrica una flecha de sílex porque la necesita para ir a cazar al amanecer. En otro punto de la caverna, otro hombre unta sus manos con sangre animal o pigmentos y dibuja un animal en la pared como un ritual previo a la caza. Son hombres autosuficientes. Producen energía, utensilios y alimentos para su subsistencia. E invocan lo más profundo del ser humano para inspirar su existencia.
Los seres humanos somos autosuficientes en tanto que formamos parte de un hábitat. Nacemos, vivimos, nos reproducimos y morimos como todos los seres vivos. Formamos parte de un entorno habitable cuya extensión funcional ha variado a lo largo de la historia. Hemos sido capaces de crear estructuras habitables incluso en las condiciones más desfavorables. En la regiones más frías del planeta, la comunidad inuit ha actuado durante siglos utilizando los recursos que obtenía de su entorno más inmediato y ha adaptado su modo de vida, como hacen todas las especies de la naturaleza, a su ecosistema. Autosuficiencia local.
En el siglo XXI, nuestra autosuficiencia es global. No sabemos de dónde viene la energía que consumimos, ni la ropa que vestimos, ni los alimentos que ingerimos. Buena parte de los seres humanos funcionan simplemente como parte de un sistema que se implantó hace décadas. No sabemos por qué nuestro mundo es como es. Simplemente vivimos en él. Nos han educado de acuerdo con estas reglas y nos han enseñado a seguirlas. El hombre es, en demasiadas ocasiones, un actor secundario de su propia vida.
Como una parte de su historia natural, nuestro hombre primitivo tuvo hijos. Esos hijos también tuvieron hijos, y más hijos, y así sucesivamente. Supongamos que uno de sus descendientes está hoy en el aeropuerto de Atlanta, uno de los más grandes del mundo, y ha perdido una conexión de vuelo. Si intenta tomar el próximo avión a su destino, será una máquina quien decida cuándo y cómo lo hará. Si pregunta a un asistente por su situación, este le remitirá a una pantalla de información o tecleará su nombre en un ordenador para que una máquina responda por él. El descendiente del cazador autosuficiente es hoy simplemente un operador de máquinas. Una persona que ya no toma decisiones sino que aprieta teclas y actúa como parte de un sistema que alguien pensó, programó e instaló. Es casi un robot biológico. Esta persona puede subsistir como parte de un sistema global, que es el planeta en su conjunto, pero por sí misma no sabría producir energía, ni alimentos, ni útiles para su vida. Hoy, solamente aprieta teclas.
Esta persona, como tantas otras que «viven» como una simple unidad del sistema global, representa una situación extrema de la sociedad de la información. Pero, en el otro extremo, existen otros modos de vida. La sociedad de la información permite conectar a personas de lugares remotos que comparten conocimiento del más alto nivel con el que producen los recursos necesarios para su vida.
Imaginemos un joven científico que lidera una sesión de trabajo mediante videoconferencia entre veinte comunidades de emprendedores que se preparan para producir un microcontrolador de una red de sensores que instalarán en los alrededores de sus viviendas para tener datos ambientales de su entorno. Tras el encuentro virtual, uno de los jóvenes aprendices irá a la cubierta de su edificio a recoger una hortaliza que él mismo ha cultivado con agua reciclada por su edificio. Con máquinas de fabricación digital, el mismo joven producirá un mueble a partir de una madera procedente de un bosque cercano donde los árboles tienen su propia dirección georeferenciada. Los restos del árbol permitirán generar electricidad y agua caliente a través de una caldera de biomasa fabricada mediante un kit producido en su laboratorio con un archivo que se descargó de Internet.
Este ser humano, nieto de un nieto de un nieto de una persona que vivía en una caverna, tiene un ámbito de autosuficiencia hiperlocal y produce tantos recursos locales como puede gracias a que comparte conocimientos globalmente a través de las redes de información.
Cada persona configura su propio hábitat con sus acciones diarias y con los recursos que genera y consume, ya sea en una comunidad aborigen en la selva, un pueblo de la montaña, un barrio de una ciudad europea, un suburbio americano o una megalópolis asiática. Cada persona, cada comunidad, cada sociedad, cada generación a lo largo de la historia ha construido su hábitat con el fin de satisfacer su modo de vida. Y a principios del siglo XXI tenemos la posibilidad de reescribir nuestra historia y la de nuestro hábitat urbano utilizando el conocimiento y los recursos que tenemos al alcance para producir los recursos que necesitamos para nuestra vida de forma local. Energía, alimentos y bienes.
Así, el nuevo ser humano surge a partir del acceso a un conocimiento universal, utilizado para el bien propio y para el de su comunidad. Un conocimiento que le permite producir recursos localmente y participar en redes sociales globales de conocimiento y economía.
A más individuo, más sociedad.
EL HOMBRE AUTÓNOMO EN RED
Este libro trata de definir las condiciones del entorno urbano en el que las ciudades del siglo XXI permitan una habitabilidad autosuficiente en red. Unas condiciones que faciliten que los seres humanos y sus comunidades lideren la organización de su existencia. Se trata de un proyecto centrado en rehumanizar las ciudades a partir de la eficiencia en la generación y consumo de recursos y la creación de calidad de vida para las personas, impulsando la cultura de lo local, con una base tecnológica y económica global.
Las ciudades, que en los últimos años han escondido su obsolescencia detrás de espectaculares artificios formales en forma de iconos arquitectónicos, tienen la capacidad de reescribir su historia a partir de principios nuevos que emergen de los sistemas distribuidos que favorece la sociedad de la información. Un modelo que supera los sistemas centralizados de la era industrial para construir nuevas estructuras funcionales y sociales a partir de la relación de múltiples entidades que actúan en red.
RED COLABORATIVA DE HOMBRES AUTÓNOMOS
La autosuficiencia conectada ofrece más resistencia al colapso global. En una época de crisis como la actual, la garantía de suministro de recursos y la seguridad en el desarrollo de los procesos urbanos son tan importantes como los procesos en sí.
Los sistemas distribuidos, fruto de la interacción de unidades autosuficientes, son más flexibles y capaces de adaptarse a los cambios. Su impacto sobre el territorio, la movilidad y el consumo de recursos sistémicos es menor porque utiliza recursos locales. En la medida que se tenga más autosuficiencia en las múltiples capas de la gestión de nuestro hábitat, se tendrá más capacidad de decisión sobre qué tipo de espacio habitable y de ritmo vital queremos desarrollar.
Este texto afirma que es posible regenerar la ciudad en un ecosistema habitable a partir de la producción local de recursos y la conexión global de conocimiento con la utilización de nuevos principios y tecnologías propias de la sociedad de la información. Este proceso genera nuevos tipos de edificios, espacios urbanos, barrios o redes urbanas para la formación de un hábitat urbano pensado desde una nueva disciplina que resulta de la fusión del urbanismo, la gestión del medio ambiente y las redes de información. El objetivo del proceso es fomentar el bienestar de las personas y de su comunidad a partir de nuevos modos de vida más naturales y sociales, que los ciudadanos, las organizaciones y las ciudades puedan estructurar su propio modo de vida.
Una ciudad global de ciudades.
Una ciudad autosuficiente en red.