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¿En qué se parece una ciudad a una red? ¿Son las ciudades compatibles con el modelo en red de la sociedad de la información?
Una ciudad concentra una increíble acumulación de información y de actividades en su territorio. Sin embargo, los mecanismos con los que organizamos las ciudades parecen totalmente obsoletos. Cualquier porción de la ciudad está definida mediante su forma y su función. Una volumetría y un uso. Pero no sabemos nada de su funcionamiento, de su metabolismo, cómo actúa o cómo se relaciona con su entorno.
En el año 2001, un grupo de arquitectos y científicos de Barcelona creamos el Máster de Arquitectura Avanzada, en colaboración con la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) y el Massachusetts Institute of Technology (MIT), que más tarde permitió la creación del Instituto de Arquitectura Avanzada de Catalunya (IAAC) que he dirigido hasta que me incorporé al Ayuntamiento de Barcelona como arquitecto jefe y gerente de Hábitat Urbano en 2011. Los arquitectos Willy Müller, Manuel Gausa, el antropólogo Artur Serra y el ingeniero Sebastià Sallent fueron coimpulsores del centro, que desde su origen ha colaborado con The Center for Bits and Atoms del MIT, que dirige Neil Gershenfeld.
Uno de los ámbitos de nuestra investigación estaba orientado a desarrollar un modelo para poder abordar una visión global de las ciudades y del mundo y que permitiera reprogramar las ciudades de forma global a partir de un modelo de red.
Una ciudad como una red.
Buscábamos un modelo de analizar las ciudades que fuera compatible con la topología de Internet. Un modelo donde Internet y la ciudad se pudieran fusionar. Debía ser un modelo multiescalar y autosimilar, como los sistemas fractales, en el que las partes son similares al todo. Que pudiera ser aplicable tanto a un entorno habitable para una persona como para diez mil millones de personas. Que fuera compatible con el concepto de vivienda-ciudad y con el de planeta-ciudad. Tradicionalmente el urbanismo se ha entendido como el proyecto de la gran escala que permite ordenar el territorio para construir ciudades. Y de él se deriva la arquitectura, encargada del proyecto de la escala de los edificios y más tarde del diseño interior de los mismos. Y sobre estos se aplican las redes de servicios que son desarrolladas por conocimientos de la ingeniería de caminos, industrial o de telecomunicaciones. Sin embargo, una visión multiescalar de la habitabilidad humana analiza y proyecta con la misma intensidad y bajo el mismo proyecto todas las escalas en las que viven las personas. Y todas ellas son desarrolladas bajo similares principios y parámetros, aplicando en su caso cuestiones particulares.
Un proyecto multiescalar y autosimilar del hábitat humano.
Hoy en día el ordenamiento de las ciudades se produce principalmente en dos dimensiones, el espacio donde se puede edificar con unos usos asociados y los espacios libres. Y, dentro de estos, los espacios para la movilidad y las zonas verdes. La densidad de los espacios edificables está claramente definida en múltiples ciudades, que asocian así un rendimiento económico al suelo. En otras, especialmente en el mundo anglosajón, puede ser objeto de negociación.
El Plan general de Barcelona utiliza 29 categorías para clasificar cualquier parte del suelo de la ciudad, y abarca desde viviendas, a cementerios y zonas verdes. Muchas ciudades americanas basadas en el zoning utilizan muchas menos.
¿Cómo es posible que con el conocimiento que podemos tener de una ciudad se organicen y se definan normativas a partir de tan pocos parámetros? En la investigación llamada Hyperhabitat, realizada junto con Daniel Ibáñez y Rodrigo Rubio desde el año 2006, analizamos el trabajo de diversos centros de educación en que se estaba abordando el diseño de las ciudades y en los que se mezclaban parámetros de categorías diferentes.
Como en el programa Sim City, uno de los clásicos de la historia de los videojuegos, utilizado en diversas universidades del mundo como sistema pedagógico, se trataba de construir una ciudad a partir de un mapa en blanco que el jugador debía llenar, expandir y gestionar con un presupuesto determinado. La ciudad debía incluir los servicios y equipamientos básicos: un acueducto, transporte público, energía eléctrica, gestión de residuos urbanos, etcétera. El jugador también necesitaba proveer el acceso a la salud y a la educación, la seguridad y sitios de esparcimiento para todos los ciudadanos.
Salvador Rueda, director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, abordó de una forma muy inteligente la cuestión de la organización funcional de la ciudad para conocer así su grado de «diversidad». Estudió la Clasificación Nacional de Actividades Económicas (CNAE), desglosada en 17 grandes grupos (construcción, comercio, educación...) y que incluye 766 rúbricas diferentes, y el Impuesto de Actividades Económicas (IAE), con 1.059 rúbricas y clasificado en tres grandes secciones (actividades empresariales, profesionales y artísticas) y, con esta base, desarrolló un sistema todavía más extenso de 7 categorías con un total de 2.000 actividades diferentes. Con esta información mapeó todas las actividades que se desarrollan en la ciudad. De este modo pudo definir el índice de complejidad urbana que reconoce qué partes de la ciudad son más diversas desde el punto de vista del ecosistema funcional. Cuanto más diversa es una porción de la ciudad, es mejor. Cada entidad económica es un organismo del ecosistema urbano.
Estos comienzan a ser números propios de nuestro tiempo.
¿Cómo hacer comparable una ciudad a una red? ¿Cómo hacer comparable el planeta-ciudad a Internet?
Una red está formada por nodos de almacenamiento y computación, conexiones que transmiten la información, un entorno o medio en el que se desarrollan y los protocolos que la gobiernan.
Nodos, conexiones, entorno y protocolos.
Si imaginamos el planeta antes de los primeros asentamientos humanos, podemos figurarnos un medio natural ocupado por seres vivos que se asientan en diversas estructuras geológicas y ecosistemas. Este territorio fue recorrido por los primeros humanos que vivían en cuevas. Los hombres, al recorrer el territorio, fueron trazando las primeras redes de caminos reconociendo los lugares con mayor facilidad de acceso. De los primeros asentamientos se crearon los primeros poblados, en muchas ocasiones por cuestiones defensivas.
Estos nodos fijos en el territorio acabaron consolidando las vías de comunicación creadas siguiendo la ley del mínimo esfuerzo. Las primeras conexiones entre nodos estables sirvieron para fijar las migraciones hacia territorios donde había caza y, más tarde, con el nacimiento de las ciudades, para definir vías de transporte de personas y de mercancías.
EL PLANETA (O UNA CIUDAD) COMO UNA RED: ENTORNO, INFRAESTRUCTURAS, NODOS Y PROTOCOLOS
Muchas de las ciudades que hoy conocemos surgieron a partir de asentamientos organizados por civilizaciones colonizadoras para el control del territorio, para el comercio, en cruces de caminos, en haciendas rurales o alrededor de atractores funcionales que impulsaban el desarrollo económico. Y sobre estos nodos conectados se han construido a lo largo de la historia protocolos de interacción (ya sea el comercio, la explotación de recursos o la defensa) para definir sus reglas internas de funcionamiento y su interacción con otros nodos.
¿Cuál es la ciudad más pequeña del mundo? ¿Qué diferencia hay entre una ciudad y un asentamiento rural donde se vive, se trabaja, se descansa y, en ocasiones, se comercia? De la misma manera nos preguntaríamos ¿cuál es la función básica que define un lugar como una vivienda? ¿Es un lugar de descanso, de abrigo o un lugar para almacenar bienes?
Cada persona habita una ciudad diferente.
Las personas no vivimos en viviendas. Vivimos en un sistema continuo de nodos funcionales de diversa escala que nos permiten realizar nuestras actividades diarias. Habitamos el planeta realizando las funciones que queremos para desarrollarnos como personas, en nuestra casa, en el barrio, en la ciudad, en la región, o de forma global. Cualquier acción propia del hecho de habitar la realizamos a múltiples escalas, en diversos momentos, en un sistema continuo que se adapta a nuestra realidad social.
Podemos comer solos en casa, en un pequeño grupo, en un restaurante o en un banquete, pero comemos. Nos educamos leyendo libros, asistiendo a cursos, yendo a la universidad o participando en congresos. Descansamos a la sombra de un árbol, en el jardín de nuestra casa, en un parque público o en un parque nacional. Hacemos deportes individualmente corriendo sobre una cinta mecánica o corriendo un maratón popular con cincuenta mil personas. Y vemos junto con otros mil millones de personas unos Juegos Olímpicos por televisión.
Las actividades que queremos hacer diariamente las realizamos en estructuras que son de uso individual, colectivo o global. Por tanto, cabría pensar en cómo organizar la ciudad de cada individuo en un sistema multiescalar de vivienda, ciudad, planeta (con todas las escalas intermedias), y en cómo definimos una matriz multiescalar para desarrollar la vida humana. De esta manera se pueden reconocer nodos en el territorio (desde una vivienda hasta una ciudad) y redes que los conectan (de movilidad y de suministros) organizados sobre un entorno físico, con unos protocolos de gobierno.
Nodos, conexiones, entorno y protocolos.
Los nodos
Cualquier objeto u estructura que realiza una función para la vida humana es un nodo funcional capaz de tener una identidad en la red global.
Durante el siglo XX, el proceso de industrialización ha transformado múltiples espacios en objetos. Múltiples electrodomésticos y máquinas de uso doméstico han condensado en una máquina diversas actividades que anteriormente se desarrollaban en espacios que generaban cierta actividad social a su alrededor. La lavadora ha eliminado las lavanderías de las plazas de los pueblos. La secadora, las actividades en las azoteas de los edificios. Y otras máquinas han hecho que múltiples acciones de recorrer espacios hayan sido transformadas en máquinas domésticas, como la bicicleta, la cinta de correr, etcétera.
El espacio se condensa en objetos. Y los objetos se hacen cada vez más pequeños. Y, en el límite, se convierten en aplicaciones de un ordenador. Muchos de los objetos que existen en la vivienda son posibles porque forman parte de una red a escala superior, de otros elementos y sistemas, y, en su caso, de edificios. Un frigorífico tiene sentido porque existe toda una cadena de frío. Un frigorífico a escala de una persona es un electrodoméstico pequeño. Para diez personas lo podemos encontrar en formato familiar de doble puerta. Para cien existen en cualquier restaurante pequeño. Para mil se encuentran en supermercados que abastecen a los frigoríficos inferiores. Para diez mil en un macrocentro comercial o en un gran hotel, y, más que máquinas, son espacios acondicionados. Para cien mil o un millón, tenemos los grandes centros logísticos refrigerados, propios de los mercados centrales de las grandes ciudades.
De la misma manera, en el otro extremo de la existencia de un aplique eléctrico individual hay una red eléctrica, una central nuclear o un campo eólico. En el de un inodoro, una planta depuradora. La librería de una vivienda se alimenta de una librería comercial, o de una biblioteca, que puede ser desde una biblioteca de barrio para diez mil visitantes hasta la biblioteca nacional de cualquier país o la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
Cualquier objeto forma parte de una categoría funcional, que al aumentar de escala se transforma en un edificio. O en una ciudad. Un pequeño crucifijo se relaciona con una capilla, de la que se puede derivar una iglesia de barrio o una catedral y, finalmente, la Ciudad del Vaticano. Objetos, edificios, ciudades que abarcan desde la escala de un individuo hasta mil millones. De una alfombra para el rezo de un musulmán a La Meca. De una impresora personal a una gran imprenta o una gran capital de la edición. De una pequeña bodega a una gran planta embotelladora de bebidas alcohólicas.
Utilizando una ciudad modelo, podríamos definir las siguientes escalas de agrupación física de personas:
1 Vivienda
10 Planta
100 Edificio
1.000 Manzana
10.000 Barrio
100.000 Distrito
1.000.000 Ciudad
10.000.000 Región
100.000.000 País
1.000.000.000 Continente
10.000.000.000 Planeta
Existen tecnologías que, asociadas a estos nodos funcionales, tienen sentido a una determinada escala. Por ejemplo, hoy solo existen centrales nucleares capaces de abastecer de uno a diez millones de personas. Pero no existen instalaciones nucleares para abastecer a decenas de personas.
La escala a la que se resuelve una necesidad humana define un tipo de ciudad u otra. Se pueden comprar objetos en una pequeña tienda artesana o en un gran centro comercial. Las ciudades que tienen pequeños comercios, normalmente asociados al centro histórico, definen un tipo de comercio de proximidad con personas que se pueden desplazar andando a comprar productos. Las ciudades que tienen grandes centros comerciales dependen del transporte individual, como el automóvil, propio de las ciudades americanas, que permite el acceso a los mismos desde las viviendas individuales en un entorno periférico. Los diversos modelos de ciudad se definen mediante escalas en las que se resuelven las necesidades de los individuos, y configuran modelos de movilidad, de densidad y de interacción social.
Cualquier nodo tiene un coste de producción y un coste de funcionamiento con un impacto económico, social y ambiental en su entorno.
Las conexiones
Las conexiones de una red son estructuras definidas mediante una sección constante y un trayectoria lineal que conecta todos los nodos funcionales de una misma categoría entre sí, desde un objeto hasta la ciudad. Si analizamos las ciudades actuales, reconocemos hasta siete redes fundamentales organizadas en cinco vectores o ciclos que conectan todo con todo y que permiten que el territorio funcione. Son redes de información, el ciclo del agua (agua limpia y aguas sucias), ciclo de la materia (transporte logístico y residuos), energía y transporte humano.
Una calle de una ciudad dispone en general de estas redes en una sección compleja que incluye el subsuelo. La expansión a través del proceso de urbanización del siglo XIX impulsó la racionalización de las conexiones entre nodos de la ciudad:
Información: Televisión, radio, Internet, correo y otras. Existen redes de telecomunicaciones que transportan información por cables de cobre, por fibra óptica o a través del espectro radioeléctrico. Durante siglos, las comunicaciones fueron analógicas, con mensajeros y cartas. Posteriormente, en el siglo XX aparecieron los telégrafos, los teléfonos, la radio, la televisión y, más tarde y como paradigma de una nueva era, Internet. Frente al modelo centralizado de la televisión o la radio donde uno emite y muchos reciben información, Internet permite organizar la información de forma distribuida, donde muchos emiten y muchos reciben información.
Agua limpia: El agua, como un elemento de la naturaleza, tiene un ciclo propio que se desarrolla en estado sólido, líquido o gaseoso en ríos, mares y en la atmósfera. Siempre fue uno de los factores clave para definir los asentamientos humanos. Sin agua no hay vida, ni ciudades. Persas y romanos fueron expertos en la gestión del agua. El agua para el consumo humano viene en general de los ríos y lagos, y actualmente también de plantas de desalinización.
Aguas sucias: La separación de los residuos humanos a través de la red de alcantarillado llegó a las ciudades con el proceso de urbanización del siglo XIX. Los residuos humanos fueron vertidos a ríos o mares durante centenares de años, o utilizados como parte del ciclo de los nutrientes alimento-consumo-residuo-abono-alimento. Pero la densificación de las ciudades hizo que, para evitar impactos ambientales en su entorno, estos residuos fueran depurados. Con la tecnología actual, muchas ciudades del mundo depuran sus aguas sucias separando los residuos sólidos que se pueden transformar en abonos y producen agua que puede volver al ciclo del consumo. En algunos casos también se producen aguas grises, que se usan para riegos y redes secundarias. Aguas limpias y sucias forman el ciclo del agua.
Transporte logístico: Las primeras redes de transporte humano también sirvieron para el transporte de materias primas o de mercancías. Sin embargo, el transporte de productos, especialmente a lo largo del siglo XX, ha ido creando sus propias plataformas logísiticas, en puertos o aeropuertos, con leyes de distribución propias en las ciudades y con horarios, trazados y gestión específica.
Residuos: De la misma manera que los nodos de cualquier escala (viviendas, edificios o ciudades) reciben suministros de bienes que transforman para alimentarse o producir nuevos bienes, los residuos que producen son expulsados de la ciudad para ser acumulados en vertederos o para ser tratados con el fin de crear materia reciclada que volverá a ser transformada en nuevos productos, o bien para producir energía. Hoy, en centros urbanos compactos, existen sistemas de recogida automática de basuras que automatizan el proceso. Logística y residuos forman el ciclo de la materia.
Energía: La energía se produce hoy en grandes nodos funcionales, en centrales atómicas, centrales eólicas o pantanos, en huertos solares y, de modo emergente, en edificios. Las redes de energía transportan principalmente electricidad o gas. El petróleo se transporta en grandes barcos o bien mediante oleoductos hasta plantas donde se producen gasóleos o elementos químicos. Las redes de energía tienen en la actualidad una estructura ramificada, desde grandes nodos de producción hasta los pequeños nodos de generación doméstica o industrial.
Transporte humano: Fue sin duda la primera red. Caminos producidos por la superposición de andares. Redes estructuradas por las caravanas, en la ruta de la seda, o por caravanas de colonos. Rutas también marinas. La calle, en la ciudad, es el espacio para la movilidad de los hombres, hoy segregada en muchos casos por sistemas organizados por vehículos: peatones, bicicletas, automóviles, transporte público, metro, trenes, etcétera. En Estados Unidos se desarrollaron extensamente las autopistas, redes para la movilidad segregadas de la vida urbana. La calle y la plaza representan el espacio para la movilidad humana, de cruce y de encuentro, espacio para la interacción social en las ciudades tradicionales.
Las categorías de las redes, por tanto, son finitas. Las redes conectan nodos de diversas escalas y les permite operar. Un modelo urbano u otro implicará mayor o menor flujo en las redes que operan en la ciudad. Las ciudades actuales organizan las redes como un sistema arbóreo, desde los grandes centros de producción (energía, información o agua) hasta los puntos de consumo (edificios). O desde los pequeños centros que generan residuos (viviendas, edificios) hasta sus grandes centros de tratamiento. Un modelo urbano u otro implicará mayor o menor flujo en las redes que operan en la ciudad.
Una ciudad autosuficiente desarrollará un sistema de redes en malla que conectan muchos puntos de entidad similar, y eliminará o reducirá la dependencia de las grandes redes que transportan recursos desde los grandes centros productores hasta los puntos de consumo.
Entorno
El hombre no necesitaría viviendas o ciudades si quisiera vivir desnudo en medio de la naturaleza. La construcción de ciudades y edificios es un mecanismo para controlar las condiciones del medio en el que vive, y crear unas condiciones de temperatura y humedad estables a lo largo del año.
Los tres medios fundamentales del planeta son la tierra, el agua y el aire. Su interacción, gobernada por la posición de la Tierra en relación con el Sol y por el influjo de la Luna, define condiciones climáticas y paisajísticas diferentes en todo el planeta. Desde los polos hasta la selva amazónica. Las condiciones ambientales de un lugar siempre han sido un condicionante fundamental para definir el potencial para habitar un lugar.
El hombre, como ser vivo, intenta habitar lugares que le exijan un menor consumo energético para obtener recursos necesarios y crear condiciones de vida. Los asentamientos históricos, sobre los que se desarrollan hoy la mayor parte de las ciudades, se levantaron de forma racional, buscando el acceso al agua y la protección frente a los vientos y a los posibles ataques del exterior.
En China se desarrolló el feng shui, una disciplina que permitía escoger los mejores lugares por sus condiciones geográficas, primero para enterrar a los muertos y más tarde para fundar ciudades y asentar viviendas, relacionando la forma y las condiciones del territorio con los cuatro elementos tradicionales de la cultura oriental: tierra, agua, fuego y aire. El geomante era el encargado de utilizar ese conocimiento para elegir los emplazamientos donde asentarse. Hoy, aquellos argumentos fundacionales de las ciudades son de nuevo determinantes para utilizar recursos locales y orientar el futuro desarrollo hacia la autosuficiencia.
La Tierra existe tal como la conocemos por la influencia del Sol, alrededor del cual orbita y que le envía ondas en forma de luz y calor que han permitido el desarrollo de la vida. Su accion calorífica permite definir las diferentes zonas climáticas de la Tierra. De las partículas atómicas con las que se formó la Tierra, las diferentes reacciones químicas y procesos físicos produjeron una situación de cierta estabilidad y crearon un medio sólido, la tierra, uno líquido, el agua, y otro gaseoso, el aire. La vida surgió del medio líquido a partir de reacciones químicas que crearon organismos unicelulares y más tarde otros más complejos que dieron comienzo a la historia de la evolución. Los seres humanos, como seres vivos, formamos parte de esta cadena.
La Tierra es el medio natural para la vida humana. Es un medio compuesto por capas que abarcan desde el núcleo hasta la corteza. Las rocas y suelos con los que interactúa el hombre se han producido a lo largo de millones de años a partir de ciclos litológicos que transforman los minerales en diversos tipos de rocas sedimentarias, metamórficas o magmáticas. Son ciclos de transformación muy lentos, que se pueden percibir en tiempo real cuando se producen movimientos tectónicos en forma de terremotos o erupciones volcánicas. La Tierra contiene grandes bolsas de hidrocarburos insolubles en agua producidas por la transformación de materia orgánica durante milenios. De la Tierra se extraen minerales para la producción de cualquier tipo de bienes con los que se han construido las ciudades a lo largo de la historia.
El agua es esencial para la vida humana, porque los seres vivos la necesitan para su existencia. Cubre el 71 % de la superficie de la Tierra y el 97 % es salada. El agua desarrolla el ciclo hidrológico en un proceso constante de evaporación por efecto de los rayos del sol y su posterior precipitación y escorrentía por la superficie de la Tierra. El agua está presente como vapor en las nubes, como líquido en los mares, lagos y ríos y como sólido en los polos e icebergs. El 70 % del consumo del agua de la Tierra se destina a usos agrícolas, el 20 % a usos industriales y el 10 % al consumo humano. El acceso al agua siempre ha sido un condicionante para levantar asentamientos humanos, que se produjeron cerca de ríos o lagos. La presencia de agua en ríos o en el aire de las ciudades ayuda a definir las condiciones ambientales para la habitabilidad humana.
El aire es la mezcla de gases que constituye la atmósfera terrestre. Está formado principalmente por nitrógeno y oxígeno. La atmósfera terrestre se divide en capas organizadas en función de su altitud. En la primera capa se forman todos los fenómenos atmosféricos que dan origen al clima. A 25 kilómetros de altura, en la estratosfera, se encuentra la capa de ozono, que protege la Tierra de los rayos ultravioletas y que ha sido dañada por los gases de efecto invernadero. La calidad del aire en las ciudades, que es un elemento de preocupación creciente por los efectos que tiene sobre la salud humana, se evalúa midiendo el dióxido de nitrógeno (NO2), las partículas en suspensión (PM10), el ozono troposférico (O3), o el dióxido de azufre (SO2).
La buena arquitectura y las buenas ciudades son aquellas que han emergido a lo largo de la historia de un lugar concreto del planeta como parte de la naturaleza. Son producto de civilizaciones que han construido edificios, calles y ciudades que han sabido relacionar la cultura y la historia de un pueblo con la gestión de los recursos a su alcance. Y han hecho arte de este proceso.
Sol, aire, tierra y agua y sistemas vivos han conformado los diferentes ecosistemas del planeta con los que interactúa el hombre y sobre los que construye su hábitat. Y esta relación se ha mantenido en equilibrio durante centenares de años. Sin embargo, la Revolución industrial y la emisión masiva de gases de efecto invernadero están produciendo cambios estructurales en el planeta. El historiador Dipesh Chakrabarty afirma que el hombre ya no es un ser biológico, sino geológico, porque sus acciones en las últimas décadas han cambiado el clima de forma global, de la misma manera que lo harían múltiples erupciones volcánicas simultáneas.
Revertir o reconducir este proceso solo es posible con acciones que cambien la esencia del sistema de intercambio de energía e información con el medio en el que vivimos. La cuestión a afrontar es si este proceso lo determinará el hombre o será la propia naturaleza quien lo decida a través de sus propios mecanismos.
Protocolos
Las ciudades están organizadas mediante reglas de interacción social que fijan sus propios habitantes. La construcción de una ciudad supone un pacto de convivencia que solidifica en piedra las relaciones espaciales que se establecen entre personas, organizaciones y empresas para realizar las funciones propias de habitar. La densidad en las ciudades europeas o asiáticas y la dispersión de la ciudad americana no solo es producto del uso de diversas tecnologías para la movilidad. Forma parte de cada cultura, en las cuales lo individual o lo colectivo tienen diferentes significados.
Construir y hacer funcionar una ciudad no es un proceso evidente. Las ciudades, en su diversidad funcional, con su complejidad estructural, son los sistemas más complejos que ha creado el hombre sobre la Tierra.
Las ciudades se gestionan mediante protocolos operativos que actúan sobre todos los ámbitos de la vida urbana y definen mecanismos de resiliencia ante situaciones excepcionales.
Cada ciudad tiene leyes que forman parte del conjunto de normas de gobierno propias de cada país, que se desarrollan en un marco económico determinado y que fomentan un mayor o menor liderazgo de las estructuras públicas o privadas.
Las redes de información están cambiando los sistemas de gobierno en diversos países del mundo porque conectan a personas con otras personas y les permiten influir sobre la política de su entorno de forma directa. Los sistemas de gobierno que surjan a partir de Internet están por escribir. Las nuevas tecnologías deberían permitir el desarrollo de mecanismos para una participación más continua en la toma de decisiones relacionadas con la vida urbana. De nuevo, la llamada sociedad del conocimiento debería desarrollar mecanismos para transmitir, de forma transparente, información a la sociedad y permitir interpretarla con el fin de tomar decisiones, tanto por parte del gobierno de la ciudad como por parte de los ciudadanos.
Líneas de código urbano
La anatomía de la ciudad, toda su estructura física, puede por tanto ser organizada mediante nodos, conexiones, entornos y protocolos y ser similar a una red.
Imaginemos que realizamos un gráfico que contiene en el eje horizontal todas las funciones urbanas con el grado de detalle que se desee, con una división básica que incluye la residencia, los lugares de trabajo, los equipamientos y los nodos de infraestructuras. Imaginemos que en el eje vertical se sitúan las diversas escalas, desde la individual de los objetos, hasta la de todo el planeta según se ha descrito anteriormente. Cualquier objeto y edificio del mundo debería poder localizarse en este gráfico, porque responde a una función concreta, que permite el uso a una cantidad de personas precisas. En la tercera dimensión del gráfico se encontrarían acumulados todos los nodos de la misma función y escala, sin importar su situación geográfica.
Cualquier acción humana que se quiera desarrollar supondrá activar uno o varios nodos y las conexiones de infraestructuras que existen entre ellos, de manera que se producirán saltos de escala entre nodos.
La producción de alimentos es uno de los vectores de la autosuficiencia. Imaginemos que se quiere llevar un tomate desde el lugar donde se ha producido hasta una nevera individual. Se podría hacer según diversos procesos. Si el tomate se produce en una gran plantación en Brasil que produce hortalizas para cientos de miles de personas, una red logística local transportará el tomate de un camión a un puerto, que a su vez transporta millones de toneladas agrícolas y abastece a millones de personas. Luego lo desplazará en un barco que traslada alimentos para miles de personas y llegará a un puerto que recibe bienes para millones de personas. Del puerto, pasará a un mercado central que abastece a cientos de miles de personas, desde donde lo llevarán a un mercado que acoge mercancías para miles de personas. Aquí lo venderán finalmente a una tienda local que abastece a centenares de personas, donde una de ellas se lo llevará a su nevera individual. Toda una odisea.
HIPERHÁBITAT: MALLA MULTIESCALAR QUE PUEDE INCLUIR TODOS LOS OBJETOS Y EDIFICIOS DEL MUNDO
Una versión menos costosa desde el punto de vista energético de este proceso es la de un agricultor de la región que produce alimentos para centenares de personas. Cuando este recoge la mercancía, llena su furgoneta con capacidad para alimentos para centenares de personas, transporta el tomate a un mercado que vende mercancías para miles de personas, y aquí lo compra una persona que se lo lleva a su nevera individual.
En un caso de una escala menor, también puede suceder que una persona cultive tomates en un huerto urbano situado frente a su vivienda, y que, una vez maduros, los recoja y se los lleve directamente a su nevera o a su plato.
El resultado final es el mismo, una persona tiene un tomate en su nevera, pero el impacto social, ambiental y económico del proceso es completamente diferente. Cualquiera de estas configuraciones requiere un tipo de organización territorial y del espacio urbano diferente.
Una silla puede ser fabricada en China (a escala un millón), en una fábrica que fabrica sillas para un millón de personas, o en un laboratorio de fabricación situado en unos bajos en un edificio contiguo, en el que cada persona fabrica su propia silla (a escala cien).
Cada uno de los saltos de nodo implica una o diversas redes que generan una línea de códigos de relación funcional.
HIPERHÁBITAT: TRES MANERAS DE LLEVAR UN ALIMENTO A UNA NEVERA CON LA PARTICIPACIÓN DE DIFERENTES ESCALAS DE NODOS E INFRAESTRUCTURAS
La energía puede ser fabricada en una central nuclear de un país vecino (a escala diez millones), o bien en la cubierta del edificio donde vivimos (a escala cien).
Cualquier decisión en la manera de organizar la actividad humana y los espacios asociados a ella implica una calidad de vida y una relación coste/beneficio diferentes. En cualquier caso, no se trata de que todos los ciudadanos lo hagan todo, literalmente, sino de utilizar el potencial que tiene la producción local de recursos en base a un conocimiento que emerge de las redes de información, de forma que los procesos de producción y la experiencia asociada a la producción de recursos cree una sociedad.
La regeneración de las ciudades en base al modelo de la autosuficiencia en red solo tiene sentido si permite que las personas tengan más control sobre su propia vida y les da más poder, como parte de una red social.
La reprogramación del mundo
¿Cómo se reprograma el mundo a partir de un modelo de hábitat en red?
La sociedad industrial ha operado de forma que las líneas de código han fluido desde estructuras de escala mayor (los centros de producción de recursos de la era industrial, siempre dispuestos a abastecer de energía, agua, alimentos o productos a millones de personas) a las de escala menor, de los individuos. Y, con esta lógica, se han construido las ciudades en las últimas décadas. La sociedad de la información, por el contrario, conecta personas con personas, objetos entre ellos, edificios con edificios, comunidades entre ellas, de forma que el flujo de recursos se produce entre nodos de escala menor, lo que permite, a partir de la interacción de miles de nodos similares, la «emergencia» del sistema.
Si cada nodo que existe en el planeta, sea de la escala que sea, tiene una identidad digital y una capacidad de gestionar información, todo se puede conectar con todo.
Reprogramar el mundo significa reescribir las líneas de código de las acciones que hacemos a diario, de manera que se puedan realizar de forma más eficaz, utilizando menos recursos, gestionando más información. Y fomentando más la cohesión social.
Esta reprogramación la realizarán personas, empresas, organizaciones y gobiernos según las reglas de gestión de cada territorio.
De esta manera, los flujos de recursos evolucionarán desde el modelo actual —que conecta los grandes nodos productores que funcionan a la escala de 1.000.000 o 10.000.000 y abastecen a los nodos consumidores de escala 100, 10 o 1— a modelos donde nodos pequeños de escala 1, 10, 100, 1.000 o 10.000 producen y consumen recursos que comparten con otros nodos similares.
La información necesaria para la producción de los recursos se moverá por redes de información, y será compartida o comercializada. Y, para ello, habrá que reestructurar los territorios habitados por el hombre en base a nuevos principios humanistas, utilizando los potenciales tecnológicos y culturales de nuestro tiempo.
La arquitectura, y la organización del hábitat humano, en este contexto, vuelven a ser disciplinas relevantes para desarrollar esta regeneración en nuestro entorno físico, para permitir nuevas formas de interacción económicas y sociales.
Metrópolis, ciudades, barrios, espacio público, manzanas, edificios y viviendas.
La ciudad autosuficiente en red.