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PRESENTACIÓN
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GUY BRIOLE
Pioneros de la psicosis es el título que Vicente Palomera le ha dado a su libro. Resulta una elección excelente por dos motivos: por un lado, es un título que nos habla de una época en la que se marca una ruptura con una modalidad descriptiva de la psicosis en beneficio de un interés hacia el paciente; y, por otro lado, hace hincapié en que, como consecuencia de las teorías de Freud y de Lacan, con cada nuevo paciente debemos reinventar una solución que se adapte a cada uno. Por ello, los psicoanalistas que atienden a pacientes psicóticos suelen encontrarse en una posición de pioneros. En esto, igual que en la redacción de este libro, inspirado y estrictamente fiel a los trabajos en que se basa, Vicente Palomera es también un pionero. Así pues, lo seguiremos por los caminos que nos presenta en este libro.
La creación del libro, incluso su desarrollo, hace que lo leamos como si asistiéramos a un descubrimiento que permitiera el apoyo sobre los casos primeros que, de un autor a otro, nos ofrecen las invenciones de esos primeros psicoanalistas de psicóticos. Siempre resulta una sorpresa y una maravilla poder ver cómo han sabido generar una transferencia en que la particularidad del sujeto psicótico es que, aunque sea esencial a la existencia del paciente, también puede poner en peligro aquello mismo que lo provoca. Es lo que se conoce como la erotomanía de la transferencia.
Los lectores se apasionarán por la historia de esos pacientes y su encuentro con esos pioneros, por lo que han aprendido los unos de los otros y por lo que nos transmiten.
En la época en la que Freud y sus alumnos se aventuran en el campo de la psicosis, el maestro en ese terreno es el gran psiquiatra alemán Emil Kraepelin. Este incansable y metódico estudioso estableció las bases de la psiquiatría en las siete ediciones sucesivas de su Tratado de psiquiatría. Para él, igual que para muchos en su época, la etiología de las enfermedades mentales responde a una causa infecciosa o genética, y la evolución resulta desfavorable, excepto en una parte más limitada, la paranoia, cuya patogenia sería puramente psicogénica. Es una excepción que se hace en la colosal obra de Kraepelin para aquellos «apasionados combatientes» que no tendrían «las armas suficientes para enfrentarse a las dificultades de la vida».1
Tampoco nos sorprenderá el hecho de que Freud, igual que Lacan, haya entrado en esta investigación a través de la paranoia. Tanto para uno como para otro se trata de partir de un hecho que todo médico puede advertir con el psicótico: antes de que se formule la pregunta, encontramos la respuesta. El psicótico tiene la respuesta, tiene la certeza de saber. Lacan, en su vuelta a Freud, continúa el trabajo de este, pasando del amor por la verdad al rigor del saber. El interés se centra en las producciones del paciente y no en una causalidad que tendría al paciente al margen de sus propios pensamientos y actos, esto es, de su responsabilidad como sujeto.
Así pues, desde su tesis —De la psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad—, Jacques Lacan defiende que el caso clínico, que un solo caso clínico estudiado en profundidad, puede explicar otros muchos. Este método supone una ruptura con las prácticas que se llevaban a cabo en aquella época, y especialmente con aquellos que trabajan la nosología. El enfoque de la psicosis por parte de Lacan no apunta ni a una división ni a una dispersión del orden clasificatorio, sino a poner el acento en el valor de «estructuras mentales particulares» que esta metodología permite individualizar. No se trata de interpretar las producciones delirantes, sino de delimitar con la mayor precisión posible los determinantes estructurales que han predominado como detonantes de la psicosis. La producción delirante o delirio no tiene ningún significado general y no adquiere sentido para un sujeto más que para «cada caso concreto». Por ello Lacan recalca la frase de Bleuler, retomada por Kretschmer: «No existe la paranoia, sino los paranoicos».2
Destacar la particularidad de cada caso es algo que hay que recordar en el siglo XXI, en que el psiquiatra moderno se considera un hombre de ciencia, que regresa a una furiosa búsqueda de una etiología orgánica acerca del modelo de parálisis de Bayle descrito en 1822 y que relacionaba directamente las lesiones cerebrales con los delirios de los pacientes.
La «psiquiatrada»3 es el neologismo, la palabra creada por Lacan para hablar de la situación contradictoria entre los psiquiatras cuando se entregan a todo tipo de contorsiones para encontrar una causalidad a la psicosis que les evitaría enfrentarse a la locura y asumir la dimensión social de su función. Por ello, la psiquiatría ha llevado a cabo diversas revoluciones —Lacan le da al equívoco de esta palabra su verdadero sentido— que presentan la particularidad de que cuando la revolución termina, volvemos al punto de partida, de modo que hemos hecho una vuelta sobre nosotros mismos. La dimensión científica que ofrecen las perspectivas genéticas y las de la nanomedicina han sacado del todo la «psique» de la clínica. De hecho, esta parodia de recurrir a la ciencia no es más que una ilusión, la locura sigue siendo la locura, y las terapias génicas o nanomoleculares no solucionarán los desórdenes de los hombres.
Los progresos de la psiquiatría no se dan al mismo tiempo que los de la ciencia. Esta última avanza sola, mientras que los psiquiatras tienen que recurrir a Lombroso y a las lesiones serpiginosas de Gaëtan Gatien de Clérambault. Desprovistos tanto de la clínica como de una cierta experiencia, y lejos de sentirse animados por el deseo de ir al reencuentro con los pacientes, tan solo les queda aplicar los protocolos que deciden los ingenieros, los biólogos y los especialistas en los enfoques cognitivos de los seres vivos.
El libro de Vicente Palomera no es solo un libro de historia del psicoanálisis. Es plenamente actual por su tratamiento del concepto de determinación, que siempre es nuestra determinación a no retroceder frente a la psicosis, pero también, y esto es una tarea ardua, a resistir al oscurantismo que convertiría un hecho objetivable y cuantificable en algo causal en la vida de un sujeto, reducido a su biología. Este sujeto, proscrito por la ciencia, se ve privado de tener que sostener su causa, la que lo convierte en un sujeto libre y responsable. El psicoanálisis mantiene la contingencia del hablante que, por el hecho de ser sujeto del lenguaje, resultado del reencuentro entre las palabras y el cuerpo, encuentra su libertad en sus tropiezos.
Al final de su Íncipit, el autor insiste en el hecho de que «el sujeto debe llevar a cabo un esfuerzo continuado para mantener unidos el cuerpo, el lenguaje y el goce, y todo esto sin el apoyo de ningún discurso predeterminado». Y es la búsqueda de este esfuerzo lo que lleva a los pioneros de ayer igual que a los de hoy a recibir a los sujetos psicóticos que se dirigen a ellos. El psicoanalista lacaniano, más que cualquier otro, se convierte en el destinatario de esta demanda: es un pionero decidido. Y Vicente Palomera es uno de ellos, como lo demuestra esta obra.