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Instruidos por el rigor del testimonio del psicótico, en su encuentro con él, los primeros clínicos solían verse implicados en una relación en la que se les asignaba un lugar inesperado, a menudo amenazante. No disponiendo de cartografía alguna, Freud y algunos psicoanalistas contemporáneos suyos se adentraron en ese territorio con el objeto de alzar un mapa que pudiera guiarnos en el tratamiento de la psicosis.

Detrás de todo mapa hay siempre la experiencia que se hace del territorio, lo vivido que se sabe con el cuerpo y las distancias que hace falta recorrer. Los caminos que aquellos pioneros iniciaron no eran vías de comunicación que condujeran a lugares predeterminados y conocidos. Ellos supieron qué significa encontrarse en un camino que se pierde en el bosque, abriendo vías perdidas que vagan por él, ora más claras, ora más borrosas, que a veces cesaban bruscamente en lo no hollado.

El mapa que empieza a trazarse no seguirá los caminos del «mapa del país de la razón pura» de Kant,1 sino otra razón que podía incluir el inconsciente y el goce que habita a los seres hablantes. Desde los primeros trabajos de Freud encontramos indicaciones sobre sus contactos con las ideas psiquiátricas de la época.2 En 1894, el representante de la llamada «psiquiatría crítica», Max Herz, en una intervención en el Congreso de Psiquiatría y Neurología de Viena, del que Freud era el primer secretario, menciona explícitamente el «mapa de la razón pura de Kant» y declara que el propósito de la «psiquiatría crítica» era seguir los caminos que llevaban a la razón perturbada a diverger de ese mapa para poder verificar en un trastorno dónde se embrollan esos caminos.3

Freud iba a renovar la clínica de la psicosis junto a un entusiasta grupo de alumnos que empezaron a explorar las posibilidades de su tratamiento después de comprobar que en el encuentro regular con psicóticos se producían efectos de pacificación y de estabilización.

La clínica de la psicosis es sobre todo una cuestión de gusto. Freud siempre aconsejaba a sus discípulos centrarse en el núcleo de las neurosis, y los precavía ante cualquier entusiasmo terapéutico respecto de la psicosis; sin embargo, no desalentaba a quienes transmitían el interés por la psicosis, a pesar del cansancio que puede llegar a entrañar el hecho de confrontarse con quienes se sitúan fuera de todo discurso, en un trabajo que puede producir efectos de exaltación, pero también de fatiga e incluso depresión, afectos estrechamente relacionados con el acercamiento al goce y a sus modos de retorno en la psicosis.

Al abordar lo más singular de la experiencia psicótica, Freud enseñó a localizar en los fenómenos clínicos al sujeto implicado en ellos y a construir una clínica que hiciera posible situar la lógica de la estructura en juego.

¿Es posible relacionarse con un psicótico? En caso afirmativo, ¿cómo y por qué es posible? ¿De qué tipo de relación se trata? ¿Desde qué lugar podemos operar en el tratamiento de la psicosis? Freud y sus discípulos descubrieron que la posibilidad de intervenir no depende de la voluntad del psicoanalista, sino del lugar que le asigna la estructura. La cuestión es saber qué lugar o lugares hacen posible que el analista pueda incluirse en la estructura de la cura y hacer posible su intervención.

En la perspectiva inaugurada por Freud, el ser humano es un sujeto torturado por el lenguaje, lo que significa que su existencia se juega en las marcas que dejan las palabras que se escapan a su dominio y que inciden en el goce del cuerpo.

En las declaraciones de los psicóticos es donde mejor podemos ver los efectos devastadores de determinadas palabras: palabras percibidas y captadas en los otros, palabras aisladas y alucinadas, palabras persecutorias y cargadas de un goce mortífero, palabras que vuelven siempre al mismo lugar, que orientan la vida del sujeto y que el tiempo no logra borrar.

En la psicosis las palabras permanecen fijas, fuera de toda dialéctica. Esta adherencia extrema a la palabra hace que el psicótico aparezca calcado sobre la palabra del otro y atrapado en un mimetismo que le impide despegarse de ese otro. Al tratarse de una palabra «vacía», deshabitada por el sujeto, puede llevarlo a un hiperconformismo familiar y social, por percibir que las palabras no son suyas, o incluso sentirlas como inconsistentes.

En la psicosis, la relación con la lengua se presenta de un modo descarnado, hasta el punto de que Freud llegó a hablar de un «inconsciente a cielo abierto» en la psicosis. Tener una mirada sobre el inconsciente «a cielo abierto» significa tener en cuenta un inconsciente cuyo cielo no está cubierto por lo que Freud situó bajo el «complejo de Edipo». «Inconsciente a cielo abierto» significa, por lo tanto, un inconsciente sin protección, sin la seguridad que puede dar el hecho de que las palabras quieren decir algo, sea porque lo dijo el padre o la tradición.

Esta particular relación del sujeto psicótico con la palabra confiere a las personas que tienen a su cargo su tratamiento una responsabilidad que deben calibrar, sabiendo que no se puede hablar al psicótico como al neurótico, pues la palabra tiene un estatuto diferente para ambos. Si el psicótico tiene una relación de extrañeza con el lenguaje es porque ignora la lengua que habla. La lengua le resulta extranjera, razón por la cual se ve obligado a hacer un esfuerzo permanente para interpretarla y extraer la significación.

Aunque, en nuestra época, la opinión corriente descansa sobre una concepción doctrinal de la psicosis como déficit, el psicoanálisis muestra lo mal fundado de semejante teoría. La psicosis no es déficit, sino posición subjetiva. Lo que caracteriza y diferencia la posición del psicótico de la del neurótico es su rechazo del inconsciente. La posición del psicótico es la consecuencia del rechazo a subjetivar la identificación común, rechazo que resulta ser una decisión que nada podrá llegar a suplir.

Ninguna identificación puede funcionar en un sujeto sin una «decisión del ser», decisión «insondable» —como la calificó Lacan—.4 Esta «insondable decisión del ser» la conocemos también bajo el nombre de «subjetivación». El sujeto psicótico no encontró las identificaciones suficientemente atractivas. Eran poca cosa. En cierto sentido, la psicosis es la consecuencia más extrema de haberse desprendido del atractivo de las identificaciones.

Una de las características de las identificaciones es el efecto de sugestión y de masificación que inducen,5 ya que por sus rieles las personas se deslizan en un discurso normalizado. Por su lado, y como resultado de su rechazo a entrar en un discurso «normalizado» por las identificaciones, el psicótico encuentra el delirio y la tentación de la libertad absoluta.

Freud fue el primero en señalar la importancia de la elección en la neurosis y la psicosis, precisando que la realidad psíquica de cada cual se constituye cuando, en un momento determinado —momento primordial, por lo tanto— se produce dicha elección. El neurótico encuentra en su elección un modo de defenderse contra lo real que excede cualquier simbolización. Por su parte, el psicótico, al rechazar esa identificación, se queda sin defensa ante lo real del goce. En este sentido, si la identificación primordial es una solución que vale «para todos», el sujeto psicótico —en nombre de su irreductible excepcionalidad— rechaza una solución universal, viéndose así obligado a tener que inventar una solución nueva... y única.

La psiquiatría parece hoy consagrada a la búsqueda de un «test biológico» que un día nos permitirá separar las afecciones de la psicosis. Sin embargo, en la clínica diaria constatamos que la vida no está afectada únicamente por agentes naturales. Los seres humanos sufren de una enfermedad que se sustrae a cualquier test biológico, una enfermedad que se introduce en el viviente a través del parasitismo del lenguaje, que hace que el organismo esté atravesado por él como un extraño predador que prolifera y vive a su costa. La psicosis es un modo de tratamiento original de ese «parásito lenguajero» donde el sujeto debe realizar un esfuerzo ímprobo para mantener anudados el cuerpo, el lenguaje y el goce, y todo ello sin el sostén de ningún discurso establecido.

Pioneros de la psicosis

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