Читать книгу Momentos estelares de la NFL - Victor Hasbani Kermanchahi - Страница 7

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EL SÁBADO 2 DE ENERO DE 1965 fue un día húmedo, no especialmente frío, en la ciudad de Nueva York. Un día normal para millones de personas, y a la vez una efeméride que la ESPN recordaría 50 años después. Aquel día Joe Namath firmaba por los Jets y se convertía en el rookie con un contrato más alto en la historia de la American Football League15. El corresponsal de The New York Times describió el acto como «un evento de luces y alfombra roja, al más puro estilo Hollywood». Aunque no fue la meca del cine, sino los focos y ecos de la bulliciosa vida neoyorquina y su estilo de juego los que acabarían inspirando el apodo de este frenético jugador: «Broadway Joe».

Namath firmaba aquel histórico contrato con los Jets justo un día después de haber perdido la Orange Bowl con Alabama ante Texas y tras rubricar una actuación memorable en la que, debido a una lesión, jugó sobre una sola rodilla. Fue un esfuerzo épico que le valió el MVP del partido, algo insólito estando en las filas del perdedor16, y que no le pasó desapercibido a Sonny Werblin, presidente de los Jets, que ansiaba construir un equipo ganador que compitiera de igual a igual con los mejores. Y así, pese a su maltrecha rodilla y los diagnósticos médicos que auguraban una carrera corta, de no más de cuatro temporadas al máximo nivel, Werblin estaba decidido a hacer de Namath el símbolo de sus Jets.

A bordo del Pannonia, los abuelos de Joseph William Namath llegaron desde Hungría en busca del sueño americano. Tras pasar por Ellis Island, viajaron hasta Beaver Falls, al oeste de Pennsylvania. Su padre trabajaba en los altos hornos de una industria de acero cerca de Pittsburgh, y lo hacía con tanto esmero y en condiciones tan difíciles que Joe decidió desde muy chico que en su vida se dedicaría a cualquier oficio menos al de su progenitor. Por suerte, su talento no tardó en asomar. Desde adolescente se desempeñó con excelencia en cada deporte que practicaba, revelando una abrumadora explosividad. En una época en la que no se solían ver muchos mates en el baloncesto de instituto, Namath los hacía con sorprendente regularidad. Fue también un excelente jugador de béisbol. En el diamante destacó en el Beaver Falls High School con un impresionante promedio al bate de .66717. Joe poseía unas habilidades físicas fuera de lo normal a las que añadía una desbordante confianza en sí mismo. En la posición de quarterback, en su único año como titular en el instituto, acabó ganando todos los partidos.

Durante el último año de liceo le llovieron ofertas de equipos de la Grandes Ligas de béisbol. Su gran sueño era lucir la camiseta de los Pittsburgh Pirates, el equipo de sus amores, liderado por el admirado Roberto Clemente18, amo y señor de la Ciudad del Acero en aquellos años. Sin embargo, la oferta más ventajosa fue la de los Chicago Cubs. Namath estaba muy ilusionado, pero su madre le prohibió aceptar un contrato profesional porque debía matricularse en la universidad. Tras la negativa, muchos ateneos intentaron recrutarlo, pero finalmente Joe optó por la Universidad de Alabama, que ya había forjado a dos de los más grandes quarterbacks de todos los tiempos: Bart Starr y su ídolo Johnny Unitas.

Recién llegado al Sur profundo, encontró un ambiente muy distinto al de su Pennsylvania natal. Acostumbrado a la convivencia interracial, le impactó la estricta segregación que se respiraba en Tuscaloosa19. Su carácter díscolo le causó una suspensión al ser pescado consumiendo alcohol desaforadamente en una fiesta. Pero su talento descomunal enamoró a los aficionados locales y llevó a los Crimson Tide al título nacional20. Las puertas del fútbol profesional se le abrieron de par en par.

Sus primeros tres años como profesional en Nueva York fueron un juego de todo o nada. Se convirtió en el primer quarterback en lanzar más de 4000 yardas en una temporada, pero también fueron habituales las intercepciones. Nunca se puso en discusión su talento. El debate siempre giró entorno a la regularidad y efectividad de su juego.

Guapo y listo, encantador y peculiar, pronto se dejó seducir por la deslumbrante vida de Nueva York, y la sedujo a ella también: Namath copaba portadas y rodaba anuncios como el más experimentado de los actores. Se le podía ver cenando en Toots Shor’s, el famoso restaurante de la calle 51, con su legendaria barra circular en la que se habían sentado todos los grandes: de Sinatra a Hemingway, de Judy Garland a Yogi Berra. Su personalidad y juego convirtieron los partidos en el Shea Stadium, el nuevo recinto construido en el barrio de Queens que los Jets compartían con los Mets, en efervescentes eventos populares. Cuando estaba lesionado, en el banquillo solía lucir un fulgurante abrigo de visón blanco y unos excéntricos pantalones rojos que anticiparon la moda de los años setenta. Era el rey de la ciudad que nunca duerme. Y Namath no perdía el tiempo. Fue un asiduo de la mítica sala de bailes Copacabana —el lugar donde en 1957 Berra, Mantle y otros jugadores de los Yankees se habían enzarzado en una pelea con un tipo que había soltado insultos racistas a Sammy Davis Jr.— y del P.J. Clarke’s, un pequeño bar-restaurante de la calle 55 apreciado también por Nat King Cole y Buddy Holly, por no hablar del Pussy Cat, el antro donde las bailarinas del Copa acababan sus noches. Joe era tan mujeriego o más que Mick Jagger, aunque no le gustaban las citas. «Soy más de salir y ver lo que me encuentro», decía. En la cancha todos los defensores querían romperle las piernas, pero él, dotado de una inquebrantable confianza en sí mismo y un brazo extraordinariamente rápido, no tenía miedo a nada. Weeb Ewbank, su entrenador, sabía que tenía entre manos a un auténtico diamante.

En la primera semana de la temporada 1969, la cuarta de Namath como profesional, los Jets se enfrentaron a los Chiefs. Los de verde y blanco ofrecieron una tarde para el recuerdo y ganaron gracias a tres espectaculares pases de Namath hacia Maynard, desafiando descaradamente a la secundaria de los Chiefs, una de las más respetadas de la liga. En la segunda semana, la ofensiva de los Jets destruyó a los Patriots. La irregularidad seguía siendo, sin embargo, el peor enemigo de Broadway Joe. Tras dos actuaciones inmejorables, los neoyorquinos volvieron a la tierra. En Buffalo, ante los Bills, uno de los equipos más flojos de la liga, ¡las casas de apuestas les concedían 19 puntos de ventaja! Pero Namath lanzó muy mal y provocó cinco intercepciones, dos de las cuales acabaron en touchdown. Durante aquel encuentro, el jugador de los Jets Gerry Philbin acabó hundido. El exjugador de la Universidad de Buffalo tenía la fecha señalada en su calendario ya que los Bills lo habían descartado en el draft de 1964. Fue este defensive tackle quien antes del arranque de la temporada regular convenció a sus compañeros de que eligieran a Namath como capitán para que, de este modo, empezara a mostrar más liderazgo y a calibrar mejor los riesgos que tomaba sobre el terreno de juego. Philbin estaba convencido de que si mejoraba en esos aspectos, Namath era el tipo de jugador que podría llevar al grupo a lo más alto. Pero todo quedó en el aire tras el nefasto domingo en Buffalo: la derrota agudizó aún más las dudas sobre la solidez de Joe Namath.

La semana siguiente los Chargers de San Diego visitaban el Shea Stadium. Era el estreno del equipo en casa porque los Mets de béisbol habían ocupado el estadio durante las primeras tres jornadas. San Diego defendía una ventaja de 4 puntos en los últimos cinco minutos y Namath se encontraba en búsqueda del drive ganador. Los Jets se acercaron a la línea de touchdown, pero tras tres intentos no lograron derribar el muro visitante. Finalmente, en el cuarto intento Emerzon Boozer21 se lanzó como un obús sobre la defensa de los Chargers logrando el touchdown que les ponía por delante. Al conjunto californiano le quedaban poco menos de dos minutos. Se acercaron hasta las 30 yardas. No conformándose con la patada del empate, quisieron ir a por la victoria, pero la defensa neoyorquina se mostró inabordable y logró interceptar a los Chargers. Los Jets regresaban a la senda ganadora.

El domingo siguiente, en Denver ante los Broncos, Joe volvió a las andadas lanzando cinco intercepciones, pero tuvo la posibilidad de redimirse, de nuevo gracias al gran trabajo defensivo. En la última jugada, sin embargo, su pase rumbo a la end zone se estrelló contra el travesaño de los palos, que entonces estaban en medio de la zona de touchdown, y el ovoide acabó volando en una extraña parábola hacia la grada. Esta segunda derrota desató un fuerte debate dentro del vestuario del cual el equipo salió fortalecido. La cuestión era lograr que Namath se quitase de encima la presión, fundamentalmente autoinfligida. Sus compañeros hicieron un intenso trabajo mental con su capitán. La lección era clara: no tenía que hacerlo todo él solo.

En la sexta jornada, contra los Houston Oilers, se disputó otro partido muy reñido. Los Jets, que perdían por un punto, tenían la última posesión y Namath recuperó su mejor versión. Orquestó un impecable drive de 80 yardas que acabó con el acarreo ganador de Matt Snell. En la siguiente jugada los Jets provocaron un fumble que cerró definitivamente la contienda. La mejor defensa de la NFL continuó forzando turnovers y los Jets destruyeron a los malheridos Patriots la siguiente semana, a los Miami Dolphins en la semana ocho y finalmente se tomaron la revancha de la derrota en Buffalo arrasando a los Bills en Queens. Las cuatro victorias consecutivas después de caer en Denver tenían un denominador común: Namath no había superado las 200 yardas y no había lanzado un solo touchdown en aquellos encuentros. Esto es, supo sacrificar sus números personales por el bien del equipo. Al parecer no era tanto una cuestión de brazo, sino de cabeza.

En la semana diez los Jets viajaron a Oakland para medirse a los Raiders, con quienes mantenían una enconada rivalidad. El año anterior el fornido defensa Ike Lassiter había roto la mejilla a Joe Namath, quien a pesar de todo continuó jugando para no darle una satisfacción a su marcador. En el último cuarto del partido, el muchacho de Beaver Falls se puso el esmoquin y pinceló un par de pases antológicos para su receptor favorito, Maynard: primero con una trayectoria de 47 yardas que dejó sin aliento al Coliseo de Oakland, y después completando la obra maestra de la noche con un lanzamiento que cubrió la mitad del campo y puso a los suyos con ventaja en el marcador. Lejos de arrodillarse, Oakland anotó un touchdown tras un memorable drive de 88 yardas, pero poco después Jim Turner, pateador de Nueva York, anotó tres puntos que pusieron a los Jets de nuevo arriba en el marcador a falta de 65 segundos. Eran las 7 de la tarde cuando la cadena NBC, en su emisión para el Este de Estados Unidos, cortó repentinamente la señal desde Oakland y lanzó en emisión la película Heidi. Sí, Heidi. A todos los aficionados de la Costa Este les fueron negados los últimos instantes del encuentro a cambio de ver a la pequeña Heidi correteando por bucólicos parajes alpinos.

Hito absoluto en la historia de las disrupciones televisivas, desde que empezó Heidi los Jets se hundieron y acabaron perdiendo el accidentado duelo 43 a 32. Conviene recordar que en aquella época los partidos de la NFL solían durar entre dos y dos horas y media. La NBC había reservado para aquel épico duelo una franja de tres horas dentro de su parrilla, algo aparentemente más que suficiente. El exagerado número de touchdowns, lesiones, infracciones y una descomunal tangana contribuyó no solo a alimentar la tremenda rivalidad entre franquicias, sino que descarrilló completamente los planes de los directivos de la cadena.

Pero ¿por qué razón saltó Heidi a la emisión en la Costa Este? ¿Qué pasó exactamente en la sala de control de la NBC? A falta de 10 minutos para las 7 de la tarde, los aficionados quemaron las líneas telefónicas del canal para saber si la NBC continuaría la retransmisión del partido postergando así el estreno de la película, muy publicitado por el canal. Tantas llamadas hubo que las líneas se saturaron y no permitieron la comunicación interna entre los empleados para que pasara la orden del director de seguir con la señal del partido. Para más inri, la tarde apocalíptica de la NBC no pudo ser reconducida porque en una de las escenas clave de la película, algún empleado plantó un rótulo durante unos segundos en la parte baja de la pantalla con el resultado del partido. David Brinkley, uno de los presentadores estrella de la cadena, salió a dar explicaciones a las 22:50 de la noche del domingo y añadió con sarcasmo que ya no había nadie que pudiera consolar a los aficionados de los Jets, intentando aligerar la locura del momento. Todo lo ocurrido durante aquella surrealista batalla, conocida desde entonces como «Heidi Game», fue resumida en la legendaria frase de Art Buchwald, humorista de The Washington Post: «Unos hombres que no se hubieran levantado de sus sofás ni siquiera por un terremoto, corrieron hacia el teléfono para escupir obscenidades a los directivos de la NBC».

Sin embargo, Heidi representó cualquier cosa menos una maldición para los de Nueva York. Los Jets acabaron la temporada regular con triunfos en sus últimos cuatro encuentros y se plantaron en la final de la AFL, donde esperaba el ganador del desempate entre Chiefs y Raiders, que se acabaron llevando los de Oakland gracias a nada menos que cinco touchdowns del quarterback Daryle Lamonica. ¡De nuevo Jets-Raiders! El morbo estaba servido.

El partido de Campeonato se jugó en el césped congelado del Shea Stadium, azotado por un viento impetuoso. Los Jets querían borrar el Heidi Game y clasificarse para la Super Bowl. Los Raiders maniataron a un Namath que, jugando con una lesión horrenda en el dedo, demostró nuevamente su resiliencia. Los Raiders iban ganando 23 a 20 a falta de ocho minutos, pero lejos de hundirse, Joe Namath volvió a confiar en sí mismo y en Maynard. En el siguiente drive Namath dibujó un pase que desafió y derrotó al viento y Maynard logró una memorable recepción, la mejor de su carrera, en sus propias palabras. Según Dave Anderson de The New York Times, Namath preparó el pase como un lanzador de jabalina y movió hacia delante el brazo con un poderío y una puntería imponderables. Tras la proeza los Jets se encontraban en la yarda 8 del terreno de los Raiders y Namath hizo gala de una desconocida madurez. En una acción no diseñada en origen para Maynard, se mantuvo paciente cuando los Raiders le cerraron las líneas de pase y, de repente, volvió a conectar con su receptor fetiche, que engañó con gran destreza a su marcador.

La pelota pasaba por última vez a Lamonica con 27-23 para los Jets en el luminoso. El hombre de Fresno no tembló y se acercó peligrosamente a la end zone de Nueva York. El espectro del Heidi Game se plantaba nuevamente en la cara de los locales. Pero, acto seguido, en un sencillo pase lateral de Lamonica al número 23 Charlie Smith, la ventisca cambió de repente la trayectoria del ovoide, este cayó por detrás del quarterback y el Jet Ralph Baker se apoderó con fuerza del balón y certificó el pase de su equipo a la Super Bowl. Los neoyorquinos lograban ser campeones de la AFL solo cuatro años después de fichar a Namath.

La Super Bowl III fue mucho más que un encuentro de fútbol. De hecho, significó un punto de inflexión en la historia de este deporte. Lombardi con los Packers había ganado los dos primeros entorchados, confirmando en el césped que la National Football League era la más poderosa. Incluso en la primera Super Bowl pueden verse en las gradas del Coliseo de Los Angeles un buen número de butacas vacías, ya que a juicio de la afición de la época la verdadera final había sido el encuentro entre Cowboys y Packers. Al año siguiente, aunque diezmados por el dantesco Ice Bowl, los Packers aterrizaron en Miami y se comieron a los Raiders. En ese momento había todavía muchísima gente que asumía como insalvable la inferioridad de las franquicias de la American Football League22. El oneroso contrato de Namath había sacudido el escenario en los despachos, pero los Jets necesitaban un triunfo que probase al mundo su fortaleza deportiva y, por extensión, la de la AFL.

Miami albergaba por segunda vez consecutiva el encuentro en el que el campeón de la AFL desafiaba al ganador de la NFL. El representante de la liga más poderosa serían esta vez los Colts de Baltimore, grandes favoritos según las casas de apuestas. El entrenador del conjunto de Maryland era Don Shula, un hombre que pocos años después escribiría su propia leyenda en ese mismo estadio. Shula había sido pupilo de Ewbank, entrenador de los Jets, por lo que la afición tenía ante sí no solo un partidazo de fútbol sino una partida de ajedrez entre viejos conocidos. Para darle más morbo al partido, Johnny Unitas, ídolo de infancia de Broadway Joe, era la estrella de los Colts, aunque todavía no había debutado en aquella temporada debido a una grave lesión. Unitas estaba ya recuperado, pero Shula decidió que Earl Morrall, el eterno suplente de Unitas, que ese año había rayado a muy buen nivel, saliese de titular.

Los Colts aterrizaron en Miami habiendo ganado once partidos de doce, derrotando a sus contrincantes con un promedio de 18 puntos de ventaja. Una auténtica barbaridad, una marca quizás inigualable. Tex Maul, la pluma más prestigiosa de Sports Illustrated, había pronosticado un exacerbado ¡43-0! La mayoría de los aficionados creía estar asistiendo a una ejecución pública, y así parecía que iba a ser después de que en la primera posesión los Jets no superaran las 40 yardas en su propio terreno. Los Colts empezaron su ataque con una carrera del tight end Jon Mackey. En la segunda jugada consiguieron otra carrera y el primer down. Los vaticinios de los expertos parecían confirmarse. Morrall empezó a buscar profundidad y encontró una plástica recepción de Tom Mitchell. Pero en la siguiente jugada el quarterback acabó lanzando un pase horrendo, sometido a la tremenda presión de los Jets. Los de Baltimore no obtuvieron nada en el tercer down y tuvieron que patear para intentar estrenar su casillero. El disparo, sin embargo, se fue ligeramente a la derecha. Los Jets habían aguantado la primera embestida de los Colts.

Namath empezó a mover la pelota con su estilo imaginativo. En un primer down Joe intentó conectar con su socio Maynard con un cohete que cayó ligeramente por delante de los brazos del número 13. El grito de exceptación del Orange Bowl mientras los aficionados acompañaban la trayectoria de la pelota fue una clara prueba de amor hacia Namath. El drive no regaló más emociones, pero quedaría como un aviso de lo que podía ocurrir.

Los Colts estaban nerviosos, no lograban mover el ovoide con continuidad e intentaron buscar el juego largo. La defensa de los Jets se mantuvo seria y ordenada, no dejó huecos y siguió intimidando al campeón de la NFL. En la tercera posesión, los Jets arrancaron desde una posición peligrosa en sus propias 4 yardas. Namath conectó con George Sauer, que atrapó el balón, pero fue sorprendido por el placaje de Ron Porter. De pronto, lo que hubiese sido primer down de los Jets se transformó en fumble y en una posesión para los Colts a 12 yardas de la end zone. Aquello era una prueba de fuego para la defensa de los de verde y blanco, que no defraudó: aguantaron dos juegos de carreras y luego propiciaron su primer turnover. Los Colts se habían acercado en dos ocasiones a la zona roja, las últimas 20 yardas del rival, pero no habían conseguido ningún punto. Aquello empezaba a ser de todo menos una buena señal para los pupilos de Don Shula.

En el siguiente ataque los Jets intentaron jugar por tierra. Los de Queens eligieron cuatro carreras seguidas para Matt Snell, algo impensable en el fútbol moderno. Namath casi encajó una intercepción en el siguiente intento, pero lejos de asustarse, en un tercer down y 4 desde la yarda 48, lanzó una flecha que llegó directa al destino: George Sauer voló hacia el cielo y atrapó el anhelado ovoide. En la siguiente jugada Namath siguió apostando por Sauer con un pase rápido que no fue atajado por los pelos por la defensa de Shula y que acabó entre las manos magnéticas de Sauer. A continuación, Namath encontró a Snell por arriba. Los Jets estaban a solo 9 yardas del touchdown. Snell siguió paulatinamente ganando terreno. ¿Quién sino él para rematar ese legendario drive? Esta vez hacia la izquierda, el portentoso fullback sorteó el desesperado intento de los Colts y marcó los primeros puntos de la tarde.

Aunque faltaba muchísimo tiempo, los Colts parecían noqueados, víctimas de una gran defensa y un Namath inspiradísimo. Sin embargo, a pesar de que Namath olió sangre, los Jets no pudieron aumentar la ventaja y la primera mitad se cerró con un resonante por impensable 7-0 para los neoyorquinos. Los Colts remaban vigorosamente hacia el abismo.

En los primeros minutos de la segunda mitad, los Colts lograron tumbar a Namath, pero no pudieron evitar la patada que ponía a los Jets 10-0 arriba. Ahora había dos posesiones de diferencia. Don Shula se exasperó y ordenó a Johnny Unitas calentar, pero Morrall siguió en el campo para guiar otro ataque que no puso en aprieto a los Jets. Namath por su lado siguió pincelando pases cortos que permitían a los suyos avanzar paulatinamente. El reloj seguía corriendo y, tras otra exitosa patada, los Jets colocaron un inesperado 13-0 a su favor.

Ni siquiera la entrada de Johnny Unitas dio la vuelta a la tortilla. El primer drive del exjugador de la Universidad de Alabama acabó con un punt, una patada de despeje. Namath, imperturbable, se ajustó la corbata. Con los suyos en territorio propio consiguió un fundamental primer down con un pase rápido que atrapó Sauer. En la siguiente jugada completó el envío más largo de la tarde, gracias a la espectacular recepción del mismo Sauer, su diana favorita aquel día. El reloj seguía corriendo y se agotó el tercer cuarto: los Colts estaban ahora sí contra las cuerdas.

Y a todo esto, ¿dónde estaba Maynard? El receptor texano estaba tocado físicamente y Joe intentó solo un pase hacia él, aquel espectacular pero incompleto lanzamiento en el segundo drive. Leyendo a la perfección el tablero, Namath siguió explotando los dobles marcajes que sufría su amigo para ir alimentando a los demás receptores, que gozaban de más espacio. Los Jets acabaron el drive con otra certera patada. La defensa de Baltimore aguantó estoicamente para mantener el partido vivo, pero el ataque hubiese tenido que obrar un milagro —o varios— para darle la vuelta al 16-0 que ya campaba en el marcador.

Unitas intentó nuevamente un pase en profundidad, pero su lanzamiento, fútil y perezoso, acabó en manos de Randy Beverly, que se anticipó al receptor. La lúgubre cara de Shula describía perfectamente su estado de ánimo. El desastre de los Colts era una realidad. Los siguientes diez minutos del último cuarto sirvieron únicamente para maquillar el electrónico. Se consumaba la sorpresa más grande de la historia del fútbol americano: los Jets vencían a los grandes favoritos de forma clara (16-7), y Namath era elegido mejor jugador del encuentro.

Joe estaba en la gloria y, tras volver a Manhattan, no se le ocurrió otra cosa que abrir su propio club, al que llamó Bachelors III. Los tres solteros al que hacía referencia el nombre eran el cantante Bobby Van, su compañero de equipo Tony Abbruzzese y él mismo. El éxito del local de Lexington Avenue fue fulgurante. Todo el mundo quería ver y ser visto en el nuevo club de moda de Manhattan. Deportistas, políticos, actores, actrices y músicos de todas las variedades se convirtieron en asiduos, pero el Bachelors III también sedujo a no pocos mafiosos de la ciudad. El comisionado de la liga, Pete Rozelle, no vio con buenos ojos esa asociación con el hampa y pidió a Namath que se desentendiera del negocio. Enfurecido, Namath organizó una rueda de prensa en la que, entre lágrimas, anunció su retirada del fútbol. Tenía solo 26 años. La afición de los Jets no daba crédito. La NFL no se lo podía permitir. Un mes más tarde, Rozelle y sus abogados convencieron a Namath y la retirada quedó en nada. Namath, el rebelde de la liga, volvía al juego.

Dos años después, las dos ligas se fusionaron y tomó forma la NFL que conocemos hoy en día. Contra los vaticinios de los médicos, Namath siguió jugando más allá de aquella cuarta temporada, aunque, severamente lastrado por las lesiones, nunca volvió a competir al nivel de 1968. Con el paso de los años, Broadway Joe se ha convertido en uno de los jugadores más queridos en la historia de una franquicia que, tras derrotar a los Colts de Shula, ya no ha vuelto a ganar el título.

Momentos estelares de la NFL

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