Читать книгу Momentos estelares de la NFL - Victor Hasbani Kermanchahi - Страница 8
ОглавлениеEL SUAVE CLIMA DE MIAMI no converge en absoluto con el fiero y tenso estado de ánimo que corre y se eriza en las almas colectivas de ambos contendientes. Al sol ardiente que domina el cielo purificador de la Florida, dulcemente mitigado por la brisa marina, se contrapone la ansiedad y tensión de Baltimore Colts y Dallas Cowboys. Ambas franquicias están a punto de medir sus fuerzas en la Super Bowl V. Domingo 17 de enero de 1971. Un día capicúa para todo el planeta excepto aquí.
El mítico Orange Bowl de Miami, ubicado en Little Havana, el barrio de los exiliados cubanos, ya había sido testigo de la destrucción de los Baltimore Colts a manos de los Jets en la Super Bowl III. Guiados por el veterano Weeb Ewbank desde el banquillo y por Joe Namath en el césped, los de la herradura en el casco tuvieron que rendirse a la humillación de ser el primer equipo de la NFL en perder contra el contendiente de la mucho menos glamurosa, y peor considerada, American Football League. Aquella hecatombe provocó un terremoto que en pocos meses sacudió completamente el panorama de la NFL.
Para el arranque de aquella temporada de 1970 que hoy se clausuraba, la fusión de la NFL y la AFL había dado paso a la estructura actual de la NFL: un draft único para todas las franquicias y el mismo número de equipos repartidos entre dos conferencias, NFC y AFC. A raíz de la fusión, algunos conjuntos de la National Football Conference pasaron a la American Football Conference. Aquel había sido el caso de los Colts de Baltimore.
La estrella del equipo de Maryland es el quarterback Johnny Unitas, que a sus 37 años sigue en búsqueda de su primer anillo de campeón de la Super Bowl, galardón que supondría el broche de oro a una trayectoria legendaria. Nacido en Pittsburgh en 1933, cuando el país empezaba a recuperarse lentamente de la Gran Depresión, Unitas pasó su infancia en Mount Washington, un barrio crecido a lo largo de la ribera sur del Río Monongahela, tradicionalmente dedicado al carbón. De ascendencia lituana, su apellido era Jonaitis, pero al llegar sus abuelos a Ellis Island el apellido había sido americanizado por el oficial de inmigración. Adiós Jonaitis, hola Unitas. Su padre, el señor Francis Unitas, lo dejó huérfano cuando solo tenía cuatro años, y su madre tuvo que buscarse dos empleos para que la familia pudiese seguir adelante. La ética de trabajo y el carácter duro como el hierro de Helen Unitas (Superfisky de soltera) hicieron mella en el joven Johnny.
En la escuela secundaria, Johnny Unitas jugaba ya de quarterback, aunque ocasionalmente también lo hacía de running back, algo que le ayudó a la hora de conectar con sus corredores en toda su carrera. De adolescente soñaba con ponerse el casco de los Fighting Irish de Notre Dame23 e incluso llegó a presentarse a una prueba, pero se topó con el juicio inapelable del entrenador Frank Leahy: «Este chico es demasiado flaco, si lo meto en cancha lo van a matar». Rápidamente, Unitas supo transformar la frustración en energía positiva y pronto encontró la oportunidad de jugar como quarterback en la Universidad de Louisville, donde debutó como titular en la quinta jornada de la temporada de 1951. No tardó mucho en exhibir su talento: completó 11 pases seguidos y consiguió 3 touchdowns en un partido contra Saint Bonaventure. Aquella temporada, Louisville ganó cuatro de los cinco partidos en los que Unitas jugó de inicio, y perdieron cuatro de los cinco en los que no fue titular.
Al año siguiente, debido a un severo recorte de fondos, el equipo de fútbol redujo la plantilla de forma tan drástica que los jugadores que quedaron disponibles debían jugar ¡en ataque y en defensa! Así, Unitas ejerció en cada partido no solamente de quarterback sino también de safety y de cornerback, y como no había más remedio se encargaba también de retornar los kick-offs. Esta situación se mantuvo inalterable durante su tercer año hasta que en el último año universitario, con una plantilla de 34 jugadores, jugó ya solo en su posición favorita.
En el draft de 1955 fue elegido en la novena ronda por los Pittsburgh Steelers, el equipo de su ciudad. En el training camp, junto con Unitas, había otros tres quarterbacks. Uno de ellos debía abandonar la plantilla. A Walt Kiesling, entrenador de los Acereros, no le tembló el pulso al señalar a Unitas como el elegido. Ser rechazado de nuevo fue una gran decepción para el joven Johnny, que tuvo que remangarse la camisa y pasar aquel año trabajando en una empresa de construcción. Su cabeza, sin embargo, seguía centrada en el fútbol. Y con razón.
Pocos meses más tarde, se presentó por fin una nueva oportunidad. Lo llamó el legendario coach de los Colts Weeb Ewbank, y Johnny no se lo pensó dos veces. El quarterback titular de Baltimore era en aquel momento George Shaw, número uno del draft el año anterior. Se esperaba que Shaw fuera el líder que llevara a los Colts, un equipo con mimbres suficientes como para optar a lo más alto. En esa primera temporada, la de 1957, en un partido contra los Detroit Lions, con la contienda decidida, Ewbank dejó que Unitas jugara unos minutos. Entró en el campo encorvado, trotando de una forma un tanto peculiar. Las primeras sensaciones que ofrecía el joven quarterback no invitaban al optimismo. Ese día lanzó un 0 de 2 y una intercepción. Fue un debut desalentador.
Dos semanas después, contra los Chicago Bears ocurrió lo impensable: Shaw se rompió la pierna y Unitas tuvo que sustituirle, esta vez para disputar minutos de verdad. Unitas entró al terreno de juego con parsimonia. Los primeros compases no pudieron ser más catastróficos. Su primer pase fue interceptado y retornado en la end zone, y, poco después, cometió un fumble. La parroquia local lamentaba el infortunio de Shaw. Semejantes desgracias hubiesen destrozado psicológicamente a muchos, pero Johnny ya había demostrado que podía soportar cualquier revés, tanto físico como emocional.
En las semanas siguientes la situación dio un vuelco de trescientos sesenta grados. Unitas jugó de manera espectacular contra Green Bay y Cleveland, y acabó la temporada con un promedio de pases completado del 55,6%, un récord para un rookie. Ya nadie pensaba en el retorno de Shaw. En su segunda campaña, la de 1958, «Johnny U» explotó definitivamente y se hizo con el trofeo de MVP. Su eclosión había sido fulgurante. Había nacido una estrella24.
Baltimore, que jamás había festejado un título en ningún deporte profesional, era considerada poco más que un lugar de paso en el trayecto entre Washington y Nueva York. Solo a mediados de los años cincuenta habían logrado los Orioles, que habían recalado en Maryland tras dejar Saint Louis25, dar alguna alegría a la comunidad local. Faltaba, sin embargo, un símbolo, un héroe, alguien capaz de situar la ciudad en el mapa deportivo profesional. ¿Y qué mejor oportunidad para hacerlo que en Nueva York? ¿Qué mejor marco que el Yankee Stadium?
Corría el año 1958 cuando Unitas llevó a los Colts al partido de Campeonato de la NFL. En el Bronx aguardaban los Giants, grandes favoritos. El combinado de Nueva York había logrado el entorchado dos años antes26 y acababa de dejar a 0 a los Cleveland Browns en la ronda divisional27. La defensa de los Gigantes, liderada por el linebacker Sam Huff, estaba jugando a un gran nivel. La misma mañana de la final el propio Huff28 se topó a la hora del desayuno con los jugadores de los Colts en el hotel de concentración. Ver allí en vivo a aquel hombre desató en los Colts un pensamiento indecente: ¿y si aquella iba a ser la tarde en la que finalmente lo destruyeran? Unas horas más tarde Unitas salió al terreno oliendo aquella hierba donde en veranos pasados habían realizado sus proezas Babe Ruth y Joe DiMaggio, y donde ahora brillaba la estrella de Mickey Mantle29. Y se inspiró.
Ambos equipos ya se habían visto las caras durante la temporada regular, con derrota de los de Baltimore, según Ewbank, porque las esposas y novias de los jugadores habían estado con ellos hasta muy tarde. Por ello, esta vez decretó que a las diez de la noche de la víspera todos los jugadores estuvieran a solas en sus habitaciones. Todos sabían que la derrota durante la temporada regular había sido por una infección de pulmón que había dejado fuera a Unitas, pero el descanso no les vino mal a los pupilos de Ewbank, que pudieron afilar aún más sus armas y convencerse de que la hazaña era posible.
Esa final de Campeonato fue un encuentro tremendamente reñido y espectacular. Los casi 60.000 afortunados espectadores vivieron una serie delirante de emociones. El resultado se mantuvo en vilo hasta el tiempo añadido. Johnny U tuvo una actuación sobresaliente en su conjunto, yendo claramente de menos a más, alcanzando el clímax en el momento cumbre, cuando lideró a los suyos en los últimos segundos del tiempo reglamentario en un drive que supuso la patada del empate. Johnny estuvo calmado, leyó las situaciones del juego de forma inmejorable y sobre todo lanzó de manera brillante, precisa, poderosa. No en vano su brazo derecho era conocido como «Golden Arm».
La victoria de los Colts 17-23 contra los Giants, sellada en la prórroga tras una carrera de Alan Ameche, supuso el primer título para Unitas que, tras aquel laurel, se convirtió en el primer quarterback reconocido globalmente. Johnny U encarnaba el prototipo de mariscal de campo moderno, amado por las masas, portando como un estandarte sobre sus hombros el orgullo de toda una ciudad. La explosión de popularidad fue acunada también por la retransmisión de la NBC, que mantuvo enganchados a 45 millones de espectadores30.
Al año siguiente, temporada de 1959, los Colts volvieron a clasificarse para el partido de Campeonato31, donde de nuevo se encontraron a los Giants de Nueva York, esta vez en el escenario amigo del Memorial Stadium32. La oportunidad de triunfar en casa, revalidando el alirón contra los enemigos de Nueva York, era inmejorable y los Colts no la desaprovecharon. Se llevaron el duelo 31-16 desatando la locura en la ciudad de Maryland. Unitas, endiosado por la multitud, era el amo y señor. Sus gestos delataban emociones intensas.
En los siguientes cursos, los resultados fueron empeorando paulatinamente hasta que la franquicia decidió prescindir de Ewbank. Para sustituirlo, la entidad fichó a un joven Don Shula, que debutaría como entrenador jefe en la temporada de 1963. Shula tendría ante sí la gran oportunidad de festejar un título cinco años más tarde, en el gran baile de 1968, la Super Bowl III, pero ya sabemos que la historia —y Joe Namath— no lo quisieron. En la campaña siguiente a aquella humillante derrota ante un equipo de la AFL, las cosas no funcionaron y el equipo no logró clasificarse para la postemporada. Carroll Rosenbloom, el volcánico presidente de la entidad, ya no se hablaba con el arisco Shula y Don se fue a los Miami Dolphins mientras los Colts elegían como sustituto a Don McCafferty, un tipo simpático y divertido, con un carácter diametralmente opuesto al de su predecesor.
Los Colts arrancaron la temporada de 1970 con una victoria ajustadísima en San Diego. En la segunda fecha se enfrentaron a los ganadores de la cuarta Super Bowl, los Kansas City Chiefs33, que literalmente destruyeron a los de Baltimore, desatando las alarmas a lo largo y ancho del estado de Maryland. En la siguiente jornada, en un partido mediocre contra los Patriots, los Colts se encontraban en situación de gestionar una ventaja. Una acción de play-action de Johnny Unitas, pese a que el entrenador le había indicado hacer cualquier cosa menos pasar el balón, finiquitó el encuentro. Unitas demostraba una vez más su personalidad. En Houston, contra los Oilers, el hombre crecido en los barrios carboneros de Pittsburgh capitaneó una remontada espectacular cuya guinda fue un pase hacia fuera que acabó en las manos de Roy Jefferson.
Si bien había habido algún cambio de jugadores en la plantilla desde la derrota en la Super Bowl III, el núcleo de veteranos de los Colts permanecía intacto. La defensa seguía siendo muy fiable, con dos grandes protagonistas: Bubba Smith34, leyenda del fútbol universitario por su desempeño con los Spartans de Michigan State, que en posición de defensive end erguía un muro infranqueable cada domingo, y Mike Curtis, un cornerback con dos apodos que lo definían bien: «Mad Dog» y «The Animal». Los Colts se vengaron de los Jets durante la temporada regular y, a partir de entonces, desquitados, las cosas empezaron a ir sobre ruedas. En la sexta jornada, Shula volvió a Baltimore con sus nuevos pupilos de Miami y los de Unitas lo recibieron con un brutal 35-0 a favor de los locales. Tras un decepcionante empate contra los Bills, los Colts tuvieron que viajar a Miami, donde los de Shula se vengaron de la paliza de Baltimore.
Contra los Bears, los blanquiazules iban perdiendo 0-17 tras tres preocupantes intercepciones lanzadas por Unitas. El curso parecía estar torciéndose nuevamente. Pero el veterano quarterback se resarció de sus errores con una serie de asombrosos envites que ayudaron a dar la vuelta al marcador. El pase decisivo encontró las manos del tight end John Mackey y con ello volvió la racha ganadora. La semana siguiente, la defensa demolió a los Eagles y, bajo una tremenda nieve, los Colts se coronaron campeones de la división Eastern. En la ronda divisional dejaron a cero a unos jóvenes e inexpertos Cincinnati Bengals y en la final de la American Football Conference, diputada en el Memorial Stadium contra los Oakland Raiders, la defensa y el juego largo de Unitas les llevó en volandas al gran baile.
Hoy, este confortable 17 de enero de 1971 en el Orange Bowl de Miami, y con 37 primaveras a sus espaldas, Johnny Unitas se encuentra por segunda vez a las puertas de su gran sueño: coronarse en una Super Bowl. Posiblemente se trata, pondera, de su última oportunidad. Entra en el estadio haciendo gala de su característico estilo enigmático, circunspecto, contenido. Posee la frialdad del navegado jugador de póker que, por sublime u horrenda que sea la mano que opera, no se inmuta ni revela.
Los Cowboys de Tom Landry desean vengar no solo la derrota padecida en el Ice Bowl cuatro años antes sino también los dos reveses encajados contra Cleveland Browns en la final de Conferencia de las dos temporadas precedentes. Dallas, que se ha ganado el incómodo apodo de «Campeones del Año que Viene» ya que siempre están en la pelea, jugando espectaculares temporadas regulares y fallando estrepitosamente en playoffs, hoy quiere redimirse.
La Super Bowl V enseguida pone a Baltimore en una situación comprometida. En su segundo ataque, los Colts vuelven a perder el balón, esta vez a solo 9 yardas de su propia end zone. Clamorosamente, los Cowboys fallan sus tres intentos de touchdown, uno de ellos un pase relativamente sencillo que no llega a las manos de un Reggie Ruckner que estaba completamente solo. En la banda Landry se pone como un basilisco. La patada supone, eso sí, el 3-0 para los texanos.
Tras otra posesión infrucutuosa de Baltimore, Landry ordena a su quarterback, Craig Morton, priorizar el juego de carreras, lo que acaba resultando en un notable drive que la defensa de los Colts apenas puede contener. Ya en territorio enemigo, Dallas cambia repentinamente su partitura y Morton lanza un espectacular pase largo hacia Bob Hayes, que recoge con brillantez y es tumbado a apenas seis yardas de la zona de touchdown. Sin embargo, por segunda vez consecutiva, los de McCafferty levantan el muro y los Cowboys tienen que conformarse con otra patada. El 6-0 supone una ventaja mínima considerando las oportunidades que han tenido los de Landry.
Arranca el segundo cuarto y Unitas debe espabilar. Pero el drive empieza de la peor manera. Muy pronto, un delicado tercer down y 10 desde las propias 25 yardas. Snap, un par de pasos hacia atrás, Unitas se toma su tiempo y lanza en profundidad hacia Eddie Hinton. El balón, sin embargo, vuela demasiado alto y Hinton solo alcanza a desviarlo. El ovoide se mantiene peligrosamente suspendido en el aire dando ocasión al defensive back de Dallas, Mel Renfro, a emprender un iracundo intento de atraparlo o por lo menos alejarlo del alcance de otro receptor de Baltimore. Renfro logra apenas rozar la pelota y esta acaba cayendo a las manos del Colt John Mackey, que la esconde con su antebrazo derecho y, protegiéndola con el pecho, arranca a correr y ya no se detendrá hasta cruzar la end zone. ¡Touchdown Colts! Con la furia rauda de un rayo ha subido el empate al marcador. 6-6. Renfro enloquece, como su coach Landry en la banda poco antes, porque sostiene no haber tocado el balón, hecho que, de ser cierto, invalidaría la jugada35. Las imágenes que se verán posteriormente lo desmienten.
El punto adicional suele ser una formalidad, pero nunca lo será si tu pateador es el kicker Jim O’Brien, un joven de pelo largo con aire de despistado. O’Brien se coloca, ejecuta y… falla estrepitosamente. La tarde de Unitas sigue sin despegar. Minutos más tarde, el linebacker de Cowboys Lee Roy Jordan lo derriba causando un fumble y, tres jugadas después, los pupilos de Landry festejan el primer touchdown de la tarde. 13 a 6 para Dallas. El final del segundo cuarto no registra cambios en el marcador, pero sí una clamorosa noticia: Unitas, tocado, arroja la toalla. No jugará la segunda parte.
Para que los Colts ganen la Super Bowl V este 17 de enero de 1971, Johnny y los demás tendrán que rezar para que Earl Morrall, quarterback reserva de Baltimore, se ilumine. Pero el tercer cuarto se convierte en un festival de errores, balones robados e improvisaciones. El partido está loco, Baltimore ha tenido numerosas ocasiones para anotar, pero el marcador no se ha movido. Con menos de diez minutos por jugar, un lanzamiento de Morton es interceptado por el safety de Baltimore Rick Volk, que corre por 30 yardas hacia la 3 de los de Texas. Se paladea el empate y será Nowatzke quien logre el touchdown que devuelve la ilusión a los aficionados blanquiazules.
No hay calma para el alma: seguidores y jugadores deben mantener el aliento, cruzar dedos, poner velas, rezar, implorar a sus tótems para que el joven O’Brien acierte la patada esta vez. A pesar de estar bajo una enorme presión, O’Brien realiza un disparo suave a media altura que pone el 13-13 en el marcador. Se acerca el momento de la verdad.
Cada equipo desperdicia un par de posesiones y son los Vaqueros los que tienen la pelota a falta de dos minutos. Arrancan desde una excelente posición, yarda 48 en terreno de Colts, pero no logran sacar rédito en su primera embestida. En el segundo intento cometen un error al forzar un holding ofensivo por la que son penalizados con muchas yardas. En un segundo y 35, Morton lanza para Dan Reeves, pero el ovoide se le escapa y acaba a manos del Colt Mike Curtis, unos de los veteranos más obsesionados con el resarcimiento tras el fiasco de la Super Bowl III. Curtis, todo corazón, corre sin contemplaciones por 13 yardas hasta la 28 de Cowboys. Los Colts toman el asunto por la pechera y logran engullir más centímetros hasta detener el reloj a falta de nueve segundos para el final del encuentro.
Ironías y equilibrios del deporte, en una Super Bowl que reúne a diez futuros Hall of Famers, la jugada más importante la protagonizará un tipo no especialmente talentoso. El pateador de los Colts acaricia el césped, se levanta y se prepara para la jugada clave realizando sus rutinarios movimientos con los brazos. Tiene que aislarse del mundo tanto como pueda, también del suyo interior, y poner el maldito ovoide entre los palos y por encima del poste. Como ya ha hecho unos minutos antes. Como no consiguió hacer al principio del partido.
En la banda John Constantine Unitas no sabe qué hacer ni hacia dónde mirar. Toda su carrera se le pasa por la mente a gran velocidad. Todas las vicisitudes, éxitos y fracasos, le han llevado hasta aquí, hasta esta tarde de enero en Miami. Sabe que debería haber un anillo reservado para él, que su talento lo merece, pero en el deporte a menudo el talento y el sacrificio no son suficientes. Los compañeros juegan un papel fundamental y en este momento no hay nadie más importante en la carrera de Unitas que Jim O’Brien. Todo está en las manos, o mejor dicho en el pie derecho, del pateador de El Paso, Texas.
El snap es bueno, la patada fuerte, el balón se eleva, la grada aguanta la respiración. Ese fondo del recinto está rodeado de palmeras altísimas que parecen estirarse aún más para ver lo que ocurre dentro del Orange Bowl. La imagen es bellísima. Los jugadores de los Colts miran el balón, los de los Cowboys, girados tras el intento de bloqueo, hacen lo propio. Ya no queda nadie sentado en todo el estadio. El balón se decanta ligeramente hacia la derecha, por momentos parece que puede irse fuera, pero acaba… ¡dentro! Los Colts estallan de júbilo. Enloquecen, corren hacia todas direcciones. Abrazan al fin los Baltimore Colts su primera Super Bowl bajo un sol de justicia tras un partido enloquecido, increíblemente tenso, plagado de errores forzados por las defensas, contundentes e intimidantes ambas. Johnny Unitas tiene al fin su anhelado y merecido anillo.
Los Colts no lograrán disputar otra Super Bowl para la ciudad de Baltimore, aunque sí lo conseguirán como franquicia tras recalar en Indianapolis, un movimiento que causó un profundo disgusto a Unitas, que deseaba más que nadie mantener a los Colts en la ciudad de la cual era el rey. De hecho, fue uno de los que más luchó en los años siguientes para que el fútbol profesional volviera a la ciudad. Lo logró finalmente en 1996 con la fundación y establecimiento de los Baltimore Ravens. Antes de fallecer en 2002, con 69 años de edad, tuvo Johnny Unitas ocasión de saborear el triunfo de sus Ravens en la Super Bowl XXXV, en batida contra los New York Giants. La estatua de Johnny Unitas, un jugador que salió de la nada para convertirse en emblema de toda una ciudad y de toda una generación de aficionados al deporte, gobierna hoy la plaza que se abre ante el nuevo MTA Stadium, hogar en el que los Cuervos disputan sus partidos como locales.
Física y mentalmente tocados tras aquella derrota, los Dallas Cowboys supieron perseverar al más puro estilo texano y al año siguiente, temporada de 1971, lograrían su primer entorchado tras conquistar la Super Bowl VI36 ante los Miami Dolphins.