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LAS PALABRAS:

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Al final, una conversación no solo sirve para ver quién está más en lo cierto o quién es portador de la verdad más absoluta, quién es más fuerte por gritar más alto o quien más listo. Una discusión no solo existe para hablar del bien y el mal, de lo que debería ser y de lo que es.

Al conversar, pocos son los humanos que observan lo que les acompaña. E incluso menos son los que, si observan, atienden sin juicio, sin intención de estimar algo por ser, según sus ojos, bueno, verdad, malo o falsedad.

En esta piel, me doy cuenta de que una conversación no consiste en golpear más fuerte sobre la mesa, o en buscar argumentos para neutralizar el discurso del otro sin saber muy bien lo que nos está contando, porque no tenemos la capacidad suficiente para pensar y escuchar a la vez, o porque, simplemente, lo único que pretendemos es ganar, o más bien, utilizar al otro como medio para sentirnos triunfadores.

Con frecuencia, sencillas reflexiones llegan a mi cavilar. Y sé, con certeza, que no es nuevo, que la razón del pasado las ha nombrado ya. Y es que, no sé por qué, se me hace tan sencillo pensar que, dinamitar todo ser viviente que obstaculice nuestro camino al Edén, no supone más que un triunfo vacío que responde a patrones de acción y lógica arcaicos. También pienso, con frecuencia, que esto de “dinamitar” es algo que arrastramos y repetimos cuando nos cansamos de pensar y no queremos meditar más. Es algo sellado desde hace siglos en el ADN de la humanidad. Y todo esto, sin quererlo, ahora, me lleva a pensarlo más...

...

Propongo un cambio –simple y sencillo, algo que tampoco es nuevo pero merece la pena recordar–: usemos el ingenio, intuición y razón con los que nacimos para encontrar las infinitas sendas que, como sombras, penden de nuestros talones cuando el sol nos alumbra desde atrás.

Ignoramos la infinitud y nuestra conexión con todo lo que nos rodea. De forma simple e incluso increíble, destruir al otro, supone, en abstracto, un parcial suicidio. Al fin, no somos más que aleatorias combinaciones energéticas2 que ni se crean ni se destruyen, sencillamente se transforman. Así, todo acto con intenciones oscuras afectará directamente sobre la masa originaria o, lo que es lo mismo, sobre nosotros.

Por eso, y por muchas cosas, jugar a la destrucción no puede tomarse en vano.

Posiblemente tenga más sentido hablar de comprensión, de capacidad de entendimiento en los contextos que se sucedan. Tal vez, es más apropiado buscar la sinergia y reciprocidad, el intercambio limpio, el toma y daca, para ti y para mí, que no somos más que la misma cosa. Quizá, más que a la guerra y la escisión, podríamos probar y jugar a la unión y la interconexión.

Quizá, en esa conversación nos estén diciendo lo que necesitemos escuchar. Tal vez son los fantasmas o, tal vez, el cosmos encendiendo luces y levantando espejos a nuestro alrededor. A lo mejor, el otro no es más que yo misma queriéndome decir lo que no puedo ver más que por un medio antropomórfico externo. O, puede, que todo lo que vivamos no sea real y sea fruto de un instante en la nada o un experimento premeditado llevado a cabo desde la virtualidad.

¿A qué hemos venido? ¿Qué hacemos en este juego? ¿Por qué jugamos? Y, sobre todo, ¿por qué jugamos así? Al final, el proceso, la vida, puede que sea eso: un juego que cada uno toma como quiere o, quizás, como mejor puede.

Al final, solo sé cómo YO quiero jugarlo. Pero también sé, que, si YO impusiera normas, todo sería MUCHO MEJOR.

Aunque, solo es eso,

solo yo sé cómo vivir el mío,

y, a veces,

ni eso.

Y es,

entonces,

cuando comprendo que,

al final,

y al principio,

solo es eso,

solo es la nada,

solo un QUIZÁS.

Cuando fui humana

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