Читать книгу Cuando fui humana - Violeta Santos Dai - Страница 7
CAPÍTULO I . ATERRIZAJE:
ОглавлениеParada en medio de aquel hervidero. Agarrando mi cabeza y retorcida sobre mis costillas. Sintiendo que el cerebro iba a explotarme en cuestión de un instante.
Ventanas opacas y ladrillos apilados: la guarida de todos ellos.
Inmóvil ante la aberración del movimiento, sin poder articularme para avanzar o escapar de aquel circo monstruoso e infernal.
Descontextualizando los flujos de acción que en aquel concierto de adoquín, asfalto y humo se desenvolvían, llamando la atención de todo ser que pululaba por allí.
Miradas rasgando mi juicio, sin compasión ni empatía. Olfateando curiosos, ansiando un nuevo drama, un show.
“Te sangran los talones...”
“¿Cuántos zarzales le tocó ya andar?”
“Te llora la sonrisa...”
“¿Cuántos cristales se debió tragar?”
“Estás hecha cenizas...
Solo te queda el resucitar”.
Y yo, temblando, sin valor a que ninguno de todos ellos conectara sus ojos con los míos, me petrifiqué. Ansiando volverme invisible y transparente de nuevo.
Presionando el detonador de mi presencia, de pronto, empecé a correr como nunca pensé podría haberlo hecho. Brazos y piernas descontrolados. Un sinsentido descoordinado avanzando al frente y sin mirar atrás. Fuerte y rápido, un rayo de luz, traspasando el espacio decidido, sin un destino claro pero con dirección.
Poco a poco, la adrenalina se fue apagando y caí exhausta. Con los ojos todavía cerrados, sentí mi cuerpo acostado sobre una espinosa pero acolchada superficie. Abrí los ojos, precavida, intentando no cruzarme con todos aquellos ansiosos de morbo y de mal.
En aquel otro mundo donde me dejé llevar, el cielo avanzaba pintando los ciento ochenta grados. Un horizonte plano, lejano, infinito. Donde el sol nunca dormía, pues, a cada instante que aquella bola de fuego bajaba a la tierra para descansar, se prendía todo el cielo en llamas alimentando una hoguera que hipnotizaba al alma olvidándose de respirar.
Solo el sonido del viento rasgado por el vuelo de unos pájaros. Azules y violetas se enredaban entre las nubes haciendo de las horas y la impaciencia un alivio: la calma. Estaba segura, estaba en paz.
Mis párpados, todavía apelmazados, se resistían a moverse. Así que, tranquila, les dejé allí, arropando mis ojos atormentados, dejando que sanaran sus llagas antes de despertar.
...
Pasaron los días y fui perdiendo la vergüenza ante lo desconocido. Al tiempo, desde la honestidad, intenté hablarme.
“Después de intercambiar tantos suspiros con la paz, después de entenderla tan profundo, se perdió el sonido de sus pasos fuera, dejando gritar su ausencia adentro”.
Entonces, me di cuenta de que, aquí, solo había naturaleza, y todos sus devenires se sentían más intensos.
“Hay un tipo de gris que te hace llorar, estar cansada, esconderte y estar a solas.
No hay circunscripción que lo describa, pertenece al cosmos, es inmaterial.
La naturaleza se vierte entera en tu presencia. Revolviendo en olas el océano de tu pecho. Inundando los posibles muelles donde poder aferrarse. Sin dejar espacio en calma para sentarse, tranquila... a escuchar a la paz de cristal susurrar otra vez más...
Impensable poderoso regalo que, sin casi advertirlo, se revuelve, de pronto, incontrolado y fiero contra tu cordura, y contra ti”.
Mientras tanto, mi mente se estremecía pensando que al otro lado, al menos todavía, podría apagar las luces en el cielo para hablarle a la Luna...
...