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Vivian y Carlos el día de su matrimonio. Managua, Nicaragua, 4 de septiembre de 1976.

La felicidad toca a mi puerta

Carlos llegó a mi vida para quedarse. Sin saber a qué hora se convirtió en parte de mi ser. Era más de lo que habría podido esperar; era el sueño soñado pero también representaba mis ansias de libertad. Su presencia me llenaba completamente. Su gran inteligencia y personalidad cautivan siempre y no fui la excepción.

También el amor era una especie de independencia. Carlos me transmitió su seguridad y empecé a tener mayor confianza en mí misma. Y con él aprendí a decir “No”... (bueno..., ¡a veces!).

Los cinco años de noviazgo a distancia avivaron el fuego de un amor que aún no se extingue. Me enamoré de él totalmente, con ese amor puro y verdadero. Él como persona llenaba mis espacios. Sin duda la enseñanza de papá en cuanto a estimar a la gente por su verdadero valor, por lo que son y no por lo que tienen, sumado a la forma como me marcó la salida de Cuba, nos puso los pies en la tierra; podía no tener nada y mi moral siempre estuvo alta respecto a eso. Mis padres se relacionaron con las personas por lo que eran, no por lo que tenían. Mi matrimonio con Carlos fue por amor.


Vivian y Carlos el día de su boda. Managua, Nicaragua, 1976.

Para mis padres Carlos fue un hijo que llenó en gran medida el vacío que dejó mi hermano Alejandro.

La boda eclesiástica fue organizada por mis padres, y en algunos detalles se pusieron de acuerdo con doña Nena, mi suegra. Nos casamos en la iglesia de San Francisco. Carlos nombró sus padrinos y yo los míos. Pero tuvimos como padrinos al presidente Anastasio Somoza y su esposa doña Hope Portocarrero Debayle, quienes por protocolo debieron ser los padrinos principales. Fue un trago amargo para la familia de Carlos, particularmente para don Alfredo Pellas, por ser parte de la oposición. Mi padre había hablado previamente con él para explicarle que tenía dentro de sus invitados al presidente dado el buen trato que éste había dado a los cubanos exiliados. Don Alfredo Pellas, como el caballero que era le respondió: «Pepe, lo que tú quieras está bien».


Vivian y Carlos el día de su boda, en la iglesia de San Francisco. Managua, Nicaragua, 1976.


Vivian y Carlos, acompañados de sus padres. Managua, Nicaragua, 1976.

Disfrutamos de la fiesta hasta las 5:30 am rompiendo la costumbre por la cual los novios abandonan la reunión a la una de la mañana. Al día siguiente partimos con destino a Miami y de allí, dos días después, a Europa.

Nuestro aeropuerto de destino fue Madrid y posteriormente en tren a Portugal, para buscar un carro Volvo enorme que el papá de Carlos le financió para comprar en Lisboa. Lo usamos el mes de la gira de luna de miel y lo vendió en Nicaragua al mismo precio que lo compró, como buen hombre de negocios. Fue un viaje bastante cómodo porque no tuvimos que movernos en trenes con la molestia de cargar maletas en las terminales o el uso de taxis, por todos los sitios que visitamos. Viajamos con un bajo presupuesto y lo hicimos rendir al máximo.


Carlos Pellas y su suegro, José Fernández. Miami, FL. 1982.

En Roma fue divertido, aunque difícil manejar por sus calles estrechas y rarísimas, con acceso único en una sola vía. Esto a pesar de que el mayor atractivo radica en sus callejuelas con pequeñas tiendas de barrio, lo que le da ese encanto que tiene la capital italiana, ideal para transitarla a pie.

Pasábamos tres o cuatro días en un lugar, si nos aburríamos nos íbamos a otro. Llegamos con gran entusiasmo a Niza, pensando que estaríamos unos cinco días, pero nos tropezamos con la dura realidad de las piedras en sus playas. Nuestra mayor sorpresa fue ver a la gente que se acostaba encima de ellas. Resultó una decepción sobre todos los lugares visitados, por la fama creada como el sitio más romántico del mundo. Nada de encantador. En ese momento, añoramos nuestra playa San Juan del Sur.

En Niza estuvimos tres horas y nos marchamos, para encontrar Saint-Tropez, un lugar maravilloso. Es una localidad y comuna francesa ubicada en el departamento de Var, en la región de Provenza, uno de los centros turísticos más importantes de la Costa Azul.

Todo era espectacular, pero volvíamos a nuestra realidad. Fue un viaje inolvidable. Nuestra luna de miel nos llenó de vitalidad para emprender juntos una nueva vida.

Ya en Nicaragua, nos quedamos con mis padres durante quince días. Luego alquilamos una casa y a los dos años construimos una propia, la misma en la que vivimos actualmente, pequeña y cómoda; la hemos ido ampliando. Nos satisface vivir para nosotros como familia, en una casa llena de nostalgias y de recuerdos bellísimos, rodeada de mucha naturaleza que nos comunica una paz inmensa.

Encontrar a Carlos en mi vida y caminar de su mano ha sido una bendición de Dios. Y si ya era importante para mí en aquel entonces, cuanto más en todo lo que significó su presencia en los acontecimientos que estaban por venir...

Vivian Pellas Convirtiendo lágrimas en sonrisas

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