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Prólogo
ОглавлениеElizabeth Andia Fagalde
Este libro constituye una novedosa investigación ya que es un abordaje desde la psicología y las ciencias sociales al tratamiento de supuestas enfermedades consideradas desde la perspectiva puramente biológica, incorporando los factores ambientales y sobre todo socioculturales que determinan el comportamiento, en este caso, de niñas y niños argentinos, hijos de migrantes bolivianos a la Argentina.
Mediante la escucha de los relatos las autoras van develando, deshebrando y ovillando las vidas de las niñas y los niños, encontrando la punta del ovillo del que puedan agarrarse para reconstruir su identidad social y cultural en un medio que es y no es el suyo.
La investigación constituye una provocación, dado que si bien las niñas y los niños argentinos de padres bolivianos se desenvuelven en un espacio físico argentino, al parecer el campo social (en el sentido de Pierre Bourdieu) y psicológico en el que se encuentran de una manera latente es en el de sus ancestros, en el de la cultura de sus antepasados, cuestión que las autoras abordaron a partir de una gran intuición, compromiso y sensibilidad para con estos seres que parecen encontrarse “atrapados” entre estos dos campos culturales: el entorno físico y social argentino y la memoria genética colectiva de sus ancestros que, a pesar de que la migración está muy viva en el inconsciente, obviamente no se expresa ya que el sentido de pertenencia también está y no está inconsciente.
A lo largo de la lectura de estas páginas se encontrarán interesantes historias, análisis y la posibilidad de estos niños y niñas de reencontrarse con sus orígenes. Es importante destacar que para comprender este misterio para la ciencia las autoras vinieron a Bolivia a palpar personalmente la cultura andina para tratar de ponerse en los zapatos de los pacientes.
Solo así pudieron tratar de comprender la complejidad del hecho de migrar, y que no solo se puede diagnosticar desde la clínica sino desde un abordaje multidisciplinario para comprender que el aspecto ambiental y el proceso dinámico que transita el ser humano en lo físico, mental, psicológico, emocional y hasta espiritual es complejo; es una maraña que, si no se desenreda y se busca una armonía, atenta contra la identidad misma de la persona migrante y en este caso del hijo o la hija del migrante que forma parte de una misma cadena… transitando entre diferentes culturas y amalgamándolas.
Otra de las riquezas está en recordarnos que la cultura no solo comienza en el aprendizaje social, sino con la misma lengua, que es la que crea una determinada estructura mental y sensitiva en el inconsciente, en los primeros años de vida. Desde la perspectiva biológica se diría que “la sangre llama”; sin embargo, también parece existir esta transmisión cultural desde el vientre de la madre, lo que hace que al margen de que el nacimiento se dé en otro país y se interactúe socialmente en un nuevo contexto cultural, la transmisión de la estructura cultural y mental, junto con la genética se transfiere de generación a generación, pues ella permanece latente a pesar de un supuesto desarrollo en otro contexto cultural. En efecto, esta estructura latente, al no poder desarrollarse plenamente entre y con sus pares, parece conducir al sujeto a un atrofiamiento sociocultural y, en el peor de los casos, a una autodestrucción, con la negación obligada de sus raíces, en este caso, indias. Así, la identidad parece encontrarse flotando, sobreviviendo de una manera ambigua.
En el caso de los migrantes adultos el impacto puede ser menor, ya que de cierta manera existe una identidad constituida anterior al paso transcultural o a un amalgamiento intercultural.
En efecto, “recordando” principios como ama sua, ama llulla, ama kella (en quechua: no seas mentiroso, ladrón ni flojo), los actuales migrantes adultos trabajan sin parar. Esto se advierte en uno de los testimonios que las autoras transcriben en este libro:
Trabajo en lo que aparece. Estoy en el país con mi señora desde 2002. Un día me alisté y vine a la Argentina; me fui así “de una”. Más antes en Bolivia estuve trabajando con mi primo que era enfermero vacunando a la gente por los cerros de Inquisivi; allí vivían mis padres, ellos son aymaras. Luego trabajé durante un tiempo como chofer de pasajeros en La Paz hasta que me alisté en el Ejército y me fui a Tarija. Aprendí de todo y todo lo que me decían hacía; lloré unas cuantas veces, ya, de todo intenté.
Empero, en los infantes y jóvenes, al no existir este proceso consciente, la definición identitaria parecería sufrir un anquilosamiento.
Es aquí que la obra nos muestra cómo mediante un tratamiento psicosocial puede ayudarse a la definición y rescate de la identidad paralizada de un ser humano en desarrollo. Asimismo, desde una perspectiva antropológico-social, la identidad puede llegar a su completitud y no solo ello, sino a un desarrollo con plenitud.
Otro aspecto que debe resaltarse es la posición horizontal que asumen las autoras al “recordar”, de cierta manera, un pasado fecundo en indianidad que quiso ser borrado de forma medular en la construcción de la identidad nacional argentina, más bien alimentada profusamente por la europeidad. Este ejercicio les permitió acercarse al “otro” con una cierta sensibilidad afincada en el inconsciente sin saberlo, y por ende buscar la redención identitaria del “otro” en un contexto cultural ajeno.
En fin, las páginas están llenas de sabiduría, ciencia y profundo compromiso, que hacen que las ciencias sociales y las cientistas una vez más desafíen a las ciencias “duras” y den a conocer nuevos hallazgos que coadyuvan con la consecución de la plenitud del ser humano, más cuando se trata de un contexto ajeno como es el caso de los migrantes y su descendencia.