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ОглавлениеCapítulo 3: Aceptar
A veces vivimos tensos y ansiosos como si estuviéramos tratando de conquistar algo o resistiendo a algo. Queremos lograr cambiar tantas cosas. Cambiarnos, cambiar al otro, resolver, solucionar. Pero hay un momento en que solo podemos hacer una cosa: aceptar.
Aceptar es un camino que a veces se lo confunde con la derrota o la resignación, cuando en realidad es el primer paso a la libertad de ser pequeños. Cuando uno acepta lo que no puede vive la paradoja de dejar de resistir; sabernos derrotados para vencer; perdidos para encontrar, débiles e impotentes para poder lo imposible.
Cuando hacemos fuerza contra algo, cuando lo resistimos, cuando no lo aceptamos, no significa que lo solucionemos. Muchas veces es todo lo contrario. Le damos más fuerza a eso que resistimos, le damos más entidad. Darle entidad a algo, es ponerlo en primer plano, como si lo hiciéramos más real. Somos especialmente hábiles para hacer que lo que no queremos en nuestra vida perdure, por que nos resistimos a ello. Es decir que hay una realidad más fuerte que nosotros. Queremos cambiarla, sacarla, que sea distinta. Nos resistimos contra ella. Gastamos energía en oponernos. Pero nos supera. Entonces podemos descubrir otro camino distinto. Descubrir que para ser felices necesitamos dejar de ofrecerle resistencia. No es fácil entender esto. Aceptar algo no es aprobarlo o consentirlo. Se trata más bien, de dejar de hacer fuerza contra lo que es más fuerte que nosotros. Aceptar es un camino para superar lo que no podemos. Frente a algo que sí podemos cambiar, lo cambiamos. Pero buscar lo imposible con la sola fuerza de uno; o querer controlar lo incontrolable, es necedad. Y a veces nos empeñamos en hacer fuerza contra algo pensando que así lo combatimos cuando en realidad lo estamos perpetuando.
Necesitamos renunciar a la pretensión de resolverlo todo a nuestra manera, o querer cambiar al otro según nuestro criterio. Así nos liberamos de la falsa responsabilidad de querer controlar lo que nos supera.
Hay cosas que suceden en nuestro alrededor que nos dejan inquietos o tristes. Una injusticia, un accidente, un conocido enfermo, la situación del país o del mundo nos pueden sumir en emociones de rechazo a las que no podemos escapar. Es normal. No tenemos por qué tolerar lo intolerable. Pero para enfrentarnos con ello debemos partir desde la verdad de nuestra impotencia frente a ello. Partir desde la verdad de nuestra pequeñez nos ayuda a conservar la paz en medio de la tormenta.
En la época de Jesús había muchos leprosos, epidemias, inválidos. Muchas injusticias, privaciones y miserias. Su pueblo era un reino vasallo del imperio de Roma que los tenía como colonia. Pero Jesús no vivía triste y amargado.
Hizo milagros para demostrar que Dios todo lo puede, pero no sanó a todos, ni remedió cada situación. Vivía agradecido gozando la buena noticia que él venía a anunciar. Siendo que él era poderoso y lo quisieron hacer rey coronándolo como el mesías (cf. Mt. 14. 13), eligió otro camino. Acepto la impotencia de la cruz, se dejó traspasar y así venció. Aunque él podía, eligió no poder, y así todo lo pudo.
Se trata de aceptar comenzando por aceptarnos a nosotros mismos. Muchas veces no podemos aceptar a los demás, los juzgamos y condenamos, porque no podemos aceptarnos. Es más, los defectos que más nos molestan en los otros es porque justamente los tenemos nosotros. Hay mucha gente que está enojada consigo misma, por como es, o por lo que siente, o por lo que hizo. Y por eso también se enoja con los demás. Les gustaría cambiarse y a veces luchan por no experimentar emociones de ira, rencor, miedo, lujuria, culpa, celos, envidia, etc.
Aceptar nuestras emociones es aprender a estar con uno mismo; y no es fácil, muchas veces las negamos porque nos cuesta vernos con esos sentimientos. Al negarlas las reprimimos, así estas emociones crecen y nos arrastran. Muchas veces de modo inconsciente y otras no tanto, pero generalmente cuando la persona no acepta lo que siente, cuando no es sincera consigo misma es arrastrada por sus pasiones. El camino de liberación para que las emociones no nos arrastren, parte de aceptar que las tenemos. Aceptarlas puede ser muy doloroso cuando no coinciden con nuestros ideales.
Los bajos instintos que hay en nosotros no son ni malos ni buenos, son solo emociones que hay que aprender a aceptar e integrar a nuestra vida.
Aceptar lo que acontece en nuestro interior nos ayuda a estar en paz. Muchas veces asociamos la aceptación a no hacer nada cuando deberíamos luchar por cambiarnos. Y tomamos esta palabra peyorativamente como si pensáramos: “Está mal aceptarnos con estos defectos, debemos cambiar”. Por eso es bueno entender qué significa aceptar. No se trata de consentir, o estar de acuerdo con esos defectos. Podemos querer cambiar, podemos querer ser mejores. Pero la manera no es negando nuestra realidad sino aceptándonos como somos. Débiles, limitados, muy pequeños como para que a fuerza de voluntad nos transformemos.
La paz viene cuando descubrimos que solo hay un Salvador. Somos impotentes pero salvados, bendecidos, hijos de Dios. Aceptar nuestra pequeñez limitada y pecadora no es consentirla, sino tener la humildad de entrar en un camino maravilloso en el que no tenemos que ser perfectos porque Dios nos salva día a día.