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La confusión inicial y la importancia de un Plan B

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“¡Pensé que mi matrimonio era para siempre!”, me decía una joven mujer devastada emocionalmente. Su culpa no hacía más que contribuir a una depresión avanzada. Se repetía una y otra vez: “¡Cómo no me di cuenta!”, “¡Debería haber hecho algo para salvar la relación!”. Realmente lo había intentado, pero su marido era un mal tratante incurable y muy resistente al cambio. En cierta ocasión, el hombre me confesó: “No la soporto, con sólo verla me provoca fastidio”. Y aun así, ella se debatía en un conflicto tan punzante como irracional: por un lado lo quería y esperaba que él se convirtiera en una persona pacífica y amorosa, y por el otro, pensaba que no era justo el trato que le daba. Su enredo mental quedó plasmado en una de sus afirmaciones: “Lo amo y lo odio a la vez, me siento paralizada”. La mente y el corazón enfrentados a cien kilómetros por hora y el alma en vilo: esperar lo imposible, añorar lo que podría haber sido y no fue. Algunas víctimas del desengaño dicen que se ven a sí mismas como si fueran los actores de una película que están observando. Ajenos a su propio yo, su vivencia se hace cada vez más irreal.

Si te encuentras comenzando la experiencia de una pérdida o ya pasaste por ella, sabes de qué hablo. Lo sabes muy bien porque lo llevas encima, incrustado a fuego, como si te hubieran robado tu energía vital. Para colmo no falta quien llegue a darte ánimo de la manera más tonta: “Ya pasará”… Y tú piensas: “Sí, pero ¿cuándo? ¡Yo quiero que se acabe ya!”. Eres un manojo de síntomas que no puedes descifrar, y todo se revuelca en ti.

Pero si la ruptura afectiva es un hecho, no te autoengañes: no es un sueño, es realidad pura y dura. Ya descubriste la verdad, la estás viviendo en carne propia: pueden dejarte de querer y renunciar a ti; no hay amor garantizado y eterno. El desamor se cuela en cualquier momento y hace estragos, porque nadie tiene el “deber” de amarte, así tu ego se resienta. De todas maneras, te lo aseguro, saldrás de ésta. Que estés leyendo este libro u otros más es un comienzo. El criterio profesional dice que el duelo dura un tiempo determinado, que no es para toda la vida y que lo que hoy lloras, después es probable que te parezca una tremenda burrada. Como esos novios o novias de otras épocas por los cuales hubieras dado la vida y hoy los recuerdas, en el mejor de los casos, con una pizca de ternura. Pregúntate y verás: ¿qué te produce hoy pensar en el ex de la adolescencia? Ni la más mínima taquicardia, ¿verdad? Ni cenizas quedan.

Hay millones de personas víctimas de la pérdida afectiva en todo el mundo que vuelven a recuperar el habla, los sueños y la esperanza. Eso sí, hay que recorrer un camino de reestructuración mental y emocional y rescatar la capacidad de amar “desde el subsuelo”. Adquirirás una nueva identidad, un nuevo “yo”, ya que nadie puede seguir siendo el mismo cuando se somete al desamor. Ahora ya no eres “pareja de”; eres libre, con la soledad a cuestas y rehaciéndote, revisándote, así sea en terapia intensiva.

Te preguntas: “¿Por qué a mí?”, y mi respuesta es simple: “Forma parte del juego del amor, del riesgo natural de lo impredecible”. Quizá pensaste que lo tuyo era especial y estaba auspiciado por alguna fuerza cósmica, pero te equivocaste. Todo fluye, todo cambia de manera constante, incluido lo que somos y cómo nos relacionamos. No hay un designio oculto que te haya señalado específicamente a ti para hacerte inmune al amor que duele. Simplemente ocurrió.

Un paciente me decía: “Vivo por inercia. Me desplazo mecánicamente, como un zombi. Ella lo era todo para mí, era mi consciencia, el motivo de mi existencia”. Es decir, era su ser. ¿Cómo puede alguien llegar a representar “todo para el otro” y anular el mundo? ¿Cuál es la causa de semejante actitud? ¿Un problema de cálculo? ¿Haber confiado demasiado en el amor? ¿Algún lavado cerebral que terminó aplastando millones de neuronas? Tómalo como ejemplo: si tu pareja lo es todo para ti, tú sólo serás un triste reflejo de quien amas. Tu pareja es, o fue, una referencia afectiva, pero no puede constituirse en el único y último significado de tu existencia. Mi paciente redujo su experiencia vital a la persona amada porque se entregó más allá del límite y ahora iba de aquí para allá como un alma en pena, sin motivación interna, sin autodirección. La “conductora” de su vida, su “guía existencial”, se había marchado, y él no tenía un plan B; y en el amor siempre hay que tener uno. Había llegado el momento de tomar el control de su vida, mandar sobre sí mismo, y no sabía cómo hacerlo. Pregúntate: ¿tienes el control de tu persona, por si el amor te da la espalda?

Si te ocurrió algo similar y tu pareja resultó ser una especie de administradora o regente que ordenaba tus pasos y tu felicidad, planeaste mal tu vida. Hay que reprogramarla. ¿Qué es un Plan B? Estar preparado para seguir viviendo intensamente, aunque el otro te mande de paseo. Armar un kit con, al menos, cinco estrategias de afrontamiento que tienen que ver con la posibilidad de crear un nuevo estilo de vida (a lo largo del libro irás construyendo tu conjunto personalizado de competencias para afrontar la pérdida):

1 Ser capaz de abrazar la soledad y sacarle jugo.

2 Aprender a perder y comprender que hay cosas que escapan a nuestro control.

3 Fortalecer la independencia y la autonomía.

4 Desarrollar un espíritu de aventura y audacia.

5 Haber adquirido un interés vital absorbente que le dé sentido a tu vida (pasión, ganas o entusiasmo por una causa).

Si posees estas habilidades, te será mucho más fácil sobrellevar el desamor de cualquiera, el dolor será menos intenso y no te incapacitarás ni andarás pidiendo limosna afectiva. Podrías pensar que nadie se prepara para una ruptura de pareja; sin embargo, la experiencia muestra que sí es conveniente hacerlo de manera realista, para que no te tome por sorpresa. No hablo de pesimismo malsano, sino de desarrollar una actitud preventiva.

Todo el mundo habla sobre la importancia de vivir en pareja, de salvar el matrimonio, de amar al otro por sobre todas las cosas, pero nadie nos alerta sobre la posibilidad de un hundimiento amoroso. Todos necesitamos un manual de primeros auxilios para aprender a ser un “buen náufrago” del amor, en caso de que nos toque. Los sacerdotes y los notarios deberían exigir este kit de salvamento u otro para poder unir en matrimonio a alguien: “Bueno, ya sabemos que ustedes se aman y quieren estar juntos, ahora explíquenme cómo piensan sobrevivir a una posible separación (que ojalá no suceda). ¿Están conscientes de que esto podría ocurrir?”. Una persona muy creyente en su religión me decía: “Dios se encargará de mantenernos juntos”, y yo le respondí: “No basta con eso. Dios le da el papel y la tinta, pero usted escribe su futuro. Él bendice su matrimonio, usted lo dirige”.

Ya te dije adiós, ahora cómo te olvido

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