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“¿Hasta dónde soy culpable de lo que ocurrió?”

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Los psicólogos suelen decir que cuando una relación de pareja no funciona, la culpa es de ambos, ya sea por exceso o por defecto de cualquiera, pero los dos son responsables del fracaso. Desde mi punto de vista, esta afirmación necesita un matiz, ya que no todas las culpas se reparten igual. He conocido parejas en las que atribuir la culpa a los dos, además de difícil, sería injusto, ya que uno de los miembros resulta ser la víctima del otro. Recuerdo a una mujer casada con un hombre muy infiel, cuya relación tenía una particularidad: las infidelidades eran cometidas con tal grado de discreción y solapamiento, que descubrirlo era prácticamente imposible. La señora se desempeñaba en un alto puesto en una empresa, era una excelente administradora de su hogar, amaba profundamente a su marido y confiaba plenamente en él. En apariencia todo funcionaba muy bien. Sin embargo, el hombre, aprovechándose de la confianza que le profesaba su mujer, mantenía amoríos de todo tipo, haciendo uso de una coartada difícil de desmontar: en casa era el mejor esposo del mundo. Su consigna era como sigue: “Cuanto más infiel seas a tu mujer, mejor marido debes ser”. ¿Cómo diablos iba ella a sospechar? ¿Qué culpa tenía la mujer de que el señor sufriera de “infidelidad crónica”? Cuando ella se enteró de los engaños, decidió dejarlo con todo el dolor del mundo. Un sufrimiento que la hizo elaborar un duelo complicado porque seguía amando la parte buena del hombre. Amaba al Dr. Jekyll, pero no a Mr. Hyde. Nunca volvió con él.

No es lógico ni sano aceptar una culpa o una responsabilidad que no te corresponde. Un paciente, después de leer un manual de autoayuda para parejas, me decía: “Mi mujer me deja con la mayor indiferencia y frialdad. Me hace a un lado sin importarle un rábano los años que pasamos juntos, simplemente porque ya no me quiere, porque se cansó de mí y ya no le doy la talla. Fui un buen marido y la amé de verdad. ¡Y ahora resulta que, según ese libro, además de cargar la pena debo sentirme culpable! Me niego a asumir alguna responsabilidad en esta separación”. Un punto de vista a tener en cuenta, sin duda. Algunas personas, cuando le dicen al otro que ya no lo quieren, aprovechan para lavarse las manos: “¡Te dejo porque no te amo y tú tienes la culpa!”. Doble golpe. Como quien dice: “Hacer fuego del árbol caído”. En una consulta, un hombre le dijo a su esposa: “Ya no te quiero y me voy. Y la única explicación que te daré es que no estuviste a la altura de la relación”. La mujer no hacía más que llorar. Cuando pude hablar con ella a solas me manifestó que se sentía la “responsable” de la ruptura. Le había creído al hombre y no paraba de decirme: “¡No estuve a la altura, no estuve a la altura!”. Nunca supimos qué significaba “estar a la altura”, pero esa frase la acompañó por casi un año, martirizándola todo el tiempo. ¡Qué fácil es tirarle la basura al otro y crear “víctimas culpables”!

Analiza lo siguiente con cuidado:

Para que no caigas en una laceración irracional, piensa concienzudamente cuánta responsabilidad crees haber tenido en tu separación. Piénsalo bien y en profundidad. Cuando lo tengas claro, asume tu parte de culpa. Simplemente asume “la parte que te corresponde”, de manera razonada y razonable. Una buena autoverbalización sería: “Podría haberlo hecho mejor”, o también: “Lo haré mejor la próxima vez”. Pero no te castigues despiadadamente por ello. Deja constancia para tu autoestima de que no eres un “monstruo afectivo”. Es verdad, tampoco eres un dechado de virtudes, ¿y qué? No te hagas un harakiri amoroso. Cabeza fría y autorrespeto, ante todo. Y si tienes una pequeña dosis de narcisismo bien administrado podrías decir: “Que se vaya, no sabe lo que se pierde”. No hablo de autocomplacencia egocéntrica, sino de valoración sensata. A la pregunta: “¿Hasta dónde soy culpable de lo que ocurrió?”, responde con la mayor sinceridad que puedas y obra en consecuencia (repara el error, pide disculpas, asúmelo o déjalo pasar si no es importante), pero sin lastimarte inútilmente. De nada te sirve excusar el comportamiento del otro y magnificar tus “malos actos”.

Ya te dije adiós, ahora cómo te olvido

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