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Tres preguntas inevitables a las que debes dar respuesta, si no quieres que se enquisten

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Haz de cuenta que eres un combatiente que regresa de una guerra y, en plena crisis existencial, comienzas a preguntarte cosas como: “¿Seré capaz de vivir en este mundo?”, “¿Quién soy en realidad?”, “¿Qué sentido tiene todo?”, “¿Qué me espera?”. En fin: con la barca a la deriva y totalmente desubicado. Los combatientes del amor que han sido heridos por el desamor, igual que aquellos soldados que retornan de la guerra, muestran cierta decepción por la naturaleza humana. En sus mentes anida una desilusión básica y radical. Una paciente me comentaba: “Mi marido me dejó por otra. Ya no creo en nada ni en nadie”. Tajante y categórico. En las víctimas de una pérdida afectiva, el desamor arrastra tras de sí una inevitable devaluación por el género humano. Es la depresión que asoma peligrosamente y que conviene atacar para que no eche raíces. Aunque ahora te cueste creerlo: ni todos los hombres ni todas las mujeres del mundo son “igualmente perversos”. Muchas son personas extraordinarias y dispuestas a jugarse el pellejo por un amor sincero y saludable. Así que no saques conclusiones apresuradas. El mejor aprendizaje es el que te hace separar lo tóxico de lo saludable, discernir sin generalizar y sin llegar a conclusiones apresuradas.

Aunque las preguntas que se producen durante un proceso de duelo afectivo son muchas, haré hincapié en tres de las más frecuentes y con mayor daño potencial, si no intentas extirparlas: “¿Por qué no vi venir el desamor de mi pareja?”, “¿Hasta dónde soy culpable de lo que ocurrió?” y “¿Es posible que se arrepienta y quiera volver?”. Cuando una relación se hace añicos, es natural que la mente intente explicarse lo sucedido y escarbe en busca de algún significado que sitúe el dolor en un sitio más comprensible. Analicemos estas preguntas y sus posibles respuestas en detalle.

Ya te dije adiós, ahora cómo te olvido

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