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CAPÍTULO 1 La historia de dos cumpleaños 18 de septiembre de 1976, Bento Ribeiro, Río de Janeiro, Brasil

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Sonia Barata Nazario De Lima, una joven y preciosa madre de dos niños, se involucró en el vergonzoso ambiente de la calle; salía apresuradamente de su pequeña casa de un solo y minúsculo dormitorio al borde de la favela de la ladera, y se intro­dujo en lo que quedaba de un destartalado Volkswagen Escarabajo que le pertenecía a un familiar. Estaba francamente preocupada. Los dolores que sentía en su interior parecían presagiar que el embarazo iba a acabar de forma prematura. Quería que este bebé naciese de la misma forma en que lo habían hecho los dos anteriores. Sin embargo, la vida se resistía a ponerle las cosas fáciles. Allí estaba ella, embarazada a los 25 años y nada segura del papel que seguiría desempeñando Nelio, su díscolo marido, en su vida. De hecho, era consciente de que en cualquier momento podía abandonarla al ser incapaz de resistir la tentación del alcohol y las drogas.

Sin embargo, Sonia estaba decidida a que este hijo naciese sano. Aún recordaba la predicción de un hechicero del lugar que, en una ocasión, invitado a la chabola por un familiar, había adelantado que su tercer hijo sería un niño con unas dotes sobresalientes, que sacada de la miseria para siempre a Sonia y a los suyos. Sonia rei­tera los presagios del brujo: “Un día, llegará un niño que iluminará tu vida y te hará millonaria”. En su día, le restó importancia a esa predicción, pero a medida que se iba acercando al centro médico local por un camino sucio, pedregoso y lleno de baches, las palabras del hechicero volvieron a resonarle en la cabeza. Desde luego, era mucho mejor que cualquier otro recuerdo de su catastrófico matrimonio con el atractivo Nelio.

Para Sonia, la eterna soñadora, el matrimonio se le presentó en un principio como una buena forma de acceder a la felicidad, aun­que más adelante acabaría comprobando que su destino estaría ligado a la pobreza de por vida.

“Estaba completamente enamorada de Nelio, pero era un amor ciego. Era tan joven que no me daba cuenta de las fisuras de la relación, que saltaban a la vista de todos”, afirma ahora Sonia. Hace una pausa y añade: ‘’Tendría que haberme dado cuenta”.

La boda de Sonia y Nelio cinco años antes no sirvió más que para aliviar momentáneamente a Sonia del entorno de miseria y drogas que se respiraba en aquellos barrios marginales en los que la electricidad para el televisor era más importante que el agua corriente y el alcantarillado. Para la familia de Sonia, la boda fue la forma ideal de deshacerse de ella. Consideraban que no era más que una joven muy maternal que había acudido poco a la escuela y a regañadientes. El matrimonio se presentaba como la única forma de sobrevivir en la favela. Sonia, por su parte, se veía a sí misma en un segundo plano, incapaz de competir con el alcohol o las drogas. Sin embargo, la felicidad de Sonia fue efímera como solía serlo.

Nelio vagaba de un trabajo a otro. En una ocasión llegó incluso a abandonar el hogar familiar durante seis meses para intentar con­seguir un trabajo en el estado de Amazonas, al norte de Brasil, donde los leñadores habían logrado hacerse con el dominio de la selva tropical.

Sonia se puso a trabajar día y noche de limpiadora en una piz­zería para poder alimentar a su familia. Después, el matrimonio consiguió sendos trabajos en la compañía telefónica local, pero a Sonia le hicieron abandonar el puesto al quedarse embarazada de su tercer hijo. Ahora, los golpes que se empeñaba en asestarle la vida amenazaban con transformar su tercer embarazo en un desas­tre.

Un día antes de empezar a trabajar, Sonia limpió la casa de arri­ba a abajo. En cierto modo, le ayudaba a evitar pensar en su situa­ción desesperada: casi siempre sola y a punto de convertirse en madre por tercera vez, cuando en realidad no podía permitirse ali­mentar a una boca más con los escasos treinta dólares semanales que ocasionalmente aportaba Nelio de su salario.

Su orgullo le había impedido acudir a sus familiares en busca de ayuda económica. De todos modos, la mayoría de ellos estaban atravesando por la misma situación desesperada. Sin embargo, Sonia no estaba dispuesta a darse por vencida. Es más, tenía muy claro que iba a arreglárselas con o sin la ayuda de Nelio.

Mientras el destartalado Volkswagen Escarabajo de su familiar iba enfilando las abarrotadas calles de Bento Ribeiro, Sonia no sin­tió miedo alguno. Tampoco le quedaba mucha opción.

El centro médico San Francisco Javier no era mucho más higié­nico que su chabola. De camino a la sala de partos, Sonia se dio cuenta de la asombrosa cantidad de mujeres a punto de dar a luz. Muchas de ellas gritaban y alguna que otra estaba dando a luz en la diáfana sala en presencia de decenas de parturientas.

Media hora después, llegó el turno de Sonia.

“Es un niño”, le anunció el médico al tiempo que le mostraba un cuerpecito con una mata de pelo negro. “¿Cómo se llamará?”

Sonia alzó la vista somnolienta y le dedicó una sonrisa, no sin esfuerzo, al médico que la había atendido en el parto. “Gracias, doctor. ¿Cómo se llama usted?”

“Ronaldo”, contestó él.

“Pues entonces le llamaremos Ronaldo en agradecimiento a su destreza”, respondió Sonia.

Lo cierto es que Sonia no le había dado muchas vueltas al nombre, porque pensaba que habría sido un mal augurio en caso de haber surgido complicaciones en el parto.

Allí estaba ella, tumbada, recuperándose del parto en el que había nacido un niño de 3.300 gramos, completamente ajena a lo que acababa de ocurrir. Era como si aquellos momentos tan tensos le hubiesen sucedido a otra persona. Le preocupaba el bienestar de su hija Ione y de su hijo Nelinho (el pequeño Nelio) en un hogar en ruinas. ¿Permanecería Nelio junto a la familia o se dedicaría a sus frecuentes sesiones de droga y alcohol?

Sonia estaba decidida a sacar adelante a Ronaldo y a sus otros dos hijos por su cuenta si Nelio seguía desentendiéndose de la familia. Era muy consciente de que nunca llegaría a ser un buen padre.

Nelio nació en un barrio mucho más pobre llamado Erja, en el que vivió con su familia hasta que contrajo matrimonio con Sonia en 1971. Durante los años posteriores al nacimiento de sus dos primeros hijos, Nelio se fue dejando llevar cada vez más por el alcohol y las drogas. Los empleados de su bar preferido de Bento, Julio’s, aún recuerdan muy bien sus sesiones de bebida maratonianas.

El camarero Ronadaldo Pires recuerda que “cuando Nelio se tomaba un par de copas, se convertía en el alma de la fiesta”. Cuando se emborrachaba, Nelio se dedicaba a invitar a todos los que estuvieran en el bar y después se pasaba las semanas siguientes rehuyendo para pagar lo que debía.

Cuando Nelio apareció en el centro médico para ver a su mujer, le dijo a ésta que no podía permitirse inscribir a Ronaldo en el registro, aunque estaba obligado a hacerlo inmediatamente por ley. Incluso pagó los honorarios del médico con monedas que poste­riormente confesó haber recibido prestadas de amigos y familiares. Pasaron cuatro días hasta que Nelio consiguió ahorrar los 10 dóla­res necesarios para el registro y, para evitar ser multado por no haber realizado los trámites en su debido tiempo, declaró que el niño había nacido el 22 de septiembre.

No hay nada de raro en esto. De hecho, cada año deja de regis­trarse en Brasil más de un millón de niños.

Por este motivo, Ronaldo celebra su cumpleaños dos veces al año. En lo que respecta a su familia, Ronaldo nació el 18 de sep­tiembre. Oficialmente, fue el 22.

Remontándonos a 1976, en aquella época, Sonia no tenía tiem­po para andar sufriendo depresiones posparto. Le dio el pecho a Ronaldo durante muchos meses, porque era una forma barata y natural de alimentarle. Cuando abandonó el hospital con el peque­ño en sus brazos envuelto en una sábana, ya había ideado un plan. El niño iba a ser su inspiración. Sería un éxito. Las predicciones disparatadas de aquel hechicero podrían hacerse realidad.

Poco después del nacimiento de Ronaldo, Sonia consiguió otro trabajo en un puesto de comida ligera, por el que cobraba 10 dóla­res diarios por turnos que a veces llegaban a las doce horas. Dejaba al pequeño Ronaldo al cuidado de su hermana, que vivía en su misma calle, Rua General Cesar Obino. Sonia había adoptado la firme decisión de convertir el trabajo en su prioridad absoluta para que los suyos lograsen sobrevivir económicamente. Cada mañana, antes de tomar el autobús para ir al trabajo, dejaba al pequeño en manos de su hermana, que vivía al otro lado del polvoriento cami­no en una casa mucho más ruinosa que la de los De Lima. Ronaldo no volvía a ver a su madre hasta la media tarde.

No era de extrañar que Sonia se sintiese inmensamente culpable por dejar a sus hijos al cuidado de familiares mientras trabajaba. Sin embargo, se negaba categóricamente a pedir ayuda a su marido. Todas las noches, cuando volvía a casa después del trabajo, Sonia cambiaba pañales, hacía la cena y después caía derrumbada ante el televisor. No disponía de dinero extra para salir, por lo que se deleitaba con los diálogos sensibleros y los espantosos argumentos de las telenovelas de Río (las novelas das oito) que cada noche triunfan en televisión.

“Eso no era vida”, afirma ahora Sonia. “Tenía pocos amigos y Nelio estaba ausente la mayor parte del tiempo. Mi vida se limita­ba a cuidar de los niños y a trabajar, cuando en realidad tendría que haber estado por ahí fuera divirtiéndome con mi marido”.

La adicción de Sonia a las telenovelas de Río era su única libe­ración: solía sentarse ante el televisor durante horas y horas. Los actores parecían tan atractivos y honrados. ¿Por qué no podía ella encontrar a un hombre que fuese la personificación de estos perso­najes de televisión?

“En cierto sentido, Ronaldo, su hermano Nelio, su hermana Ione y yo misma crecimos juntos; quizás mucho más que otras madres y sus hijos. La televisión era una forma de evasión. No tenía mucho más en aquella época”, relata Sonia.

Sonia se enganchó a las telenovelas de Río, porque en la vida real se sentía abandonada por su marido y por el resto del mundo en general. Los héroes de los programas de telebasura y las infinitas revistas femeninas que caían en sus manos constituían una grata escapatoria de la desgraciada vida en la favela.

Sonia solía acordarse a menudo de las atrevidas predicciones del hechicero a propósito de su tercer hijo. Quizás la solución a sus problemas se encontrase en ese niño. Bien era cierto que cuando observaba la cara radiante del niño, le invadía cierta sensación de optimismo y llegaba a confiar en que el niño le abriría la puerta a la felicidad.

Ronaldo: Un genio de 21 años

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