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CAPÍTULO 4 Buitres hambrientos
ОглавлениеEl São Cristovão era un club anclado en la tradición, que cierto momento de su historia llegó a poner en peligro el dominio de gigantes como el Flamengo, el Vasco da Gama, el Fluminense y el Botafogo. Pero eso fue en 1926 y, desde entonces, no se había vuelto a acercar a esta época gloriosa.
De hecho, el declive del São Cristovão iba de la mano del deterioro vertiginoso del vecindario en el que se encontraba. Se había convertido en un equipo de pobres para pobres, que sobrevivía gracias al afecto y a los favores de hombres de negocios o patrocinadores de poca monta. La entrada del club aún conservaba una vieja placa clásica con la inscripción “São Cristovão Football Club”.
Junto a ella, el escudo de armas blanco y negro del equipo, igualmente bonito.
Unas escaleras de cemento cubiertas de graffiti daban paso al comedor y, más arriba, a la sala de trofeos. No se había reformado el lugar desde los días lejanos del período de entreguerras.
No había sauna, jacuzzi ni gimnasio. Por la ducha salía una especie de hilillo marrón de agua. El objeto mejor conservado del vestuario era una estatua de la Virgen María.
El 12 de agosto de 1990, Ronaldo jugó su primer partido con el São Cristovão. Marcó tres goles al Tomazinho en el partido que su equipo ganó por 5-2, pero el entrenador Ary Ferreira de Sa no se dejó impresionar sobremanera por el muchacho de 13 años.
“Era tan rígido, tan poco elegante... Bien es cierto que conseguía abrirse paso a trompicones con el balón, pero más bien parecía objeto de la suerte. Me gustaba mucho más el futbolista que jugaba adelantado junto a él, Calango”.
Ronaldo marcaba cada vez más goles y Ary le consentía todo tipo de caprichos para mantenerle contento. Le regalaba comida, zapatos y billetes de autobús, que a menudo pagaba de su propio bolsillo o de las arcas del club. Pronto se hizo evidente que los padres de Ronaldo eran incapaces de pagar nada.
En una ocasión, Ronaldo le rogó literalmente a Ary que le comprara unas botas Nike. El entrenador negó lentamente con la cabeza y le contestó a su jugador estrella: “Joder, Ronaldo, ni siquiera puedo permitirme comprárselas a mi hijo”.
Pero Ronaldo no se rindió y durante el mes siguiente no paró de pedirle al entrenador que le consiguiera un par gratis.
“Era muy típico de Ronaldo: solía encapricharse con cosas como las botas”, comenta Ary. “En una ocasión llegó hasta el punto de pedirme que le comprara un par a él y otro a su amigo Calango”.
Al final, uno de los directivos del club compró un único par de botas que ambos jugadores se turnaban en cada partido.
En el São Cristovão, Ronaldo se ganó también un nuevo apodo, “Mónica”, en alusión a un personaje brasileño de dibujos animados con dientes enormes. “Mónica era una brujilla con temperamento de hierro”, recuerda Ary. “Ronaldo era como una gota de agua”.
Desgraciadamente, Ronaldo pronto ganó fama entre los entrenadores del club de ser ‘un tanto pedigüeño”.
“Siempre estaba pidiendo algo, frotándose los dedos. Dinero para el almuerzo, para las botas, para cualquier cosa”, recuerda uno de los entrenadores del equipo. “Se lo pedía a cualquiera: a otros niños, a los directivos e incluso a los aficionados. No tenía nada de dinero y se veía en la obligación de pedírselo a otros”.
Durante los entrenamientos, Ronaldo intentaba todo lo habido y por haber para evitar hacer cualquier ejercicio cansado. Un día, cuando el equipo estaba en el campo de entrenamiento, Ronaldo se escondió tras un árbol para saltarse la tabla de gimnasia.
Sin embargo, los entrenadores del São Cristovão no se daban cuenta de que la reticencia de Ronaldo a los entrenamientos se debía en parte a los graves problemas de respiración que había arrastrado toda la vida. Respiraba sólo por la boca y, como señaló un ortopedista, se trata de “la peor forma de respirar. Origina problemas de suministro de oxígeno al cerebro y a los músculos. Al respirar por la nariz, el aire se filtra y llega en mayores cantidades a los pulmones, lo que mejora el rendimiento del cuerpo”.
Cuando Ronaldo saltaba al terreno de juego, todos olvidaban su comportamiento poco convencional. En un partido de juniors contra el Flamengo, Ronaldo recibió el balón junto a la línea de banda. Dribló a seis jugadores mientras avanzaba por el campo contrario y después metió un gol perfecto desde unos catorce metros de distancia. La jugada ocurrió en nueve escasos segundos.
Ronaldo aprendió mucho acerca de la realidad futbolística durante su etapa en el São Cristovão. Y es que, por mucho que pudiera parecer que Brasil sería el último lugar del mundo en el que se daría una carencia de fútbol ofensivo, lo cierto es que el deporte nacional llevaba años guiándose por tácticas equivocadas.
La falta táctica conocida como matar o jogo (parar el juego) era muy frecuente en el fútbol brasileño: cuando un equipo perdía la posesión del balón, uno de sus compañeros cometía una falta para permitir que sus compañeros de equipo se reagrupasen. Otra táctica sofisticada de parar el juego consistía en que varios de los jugadores del mismo equipo se fuesen turnando en hacer faltas al jugador más peligroso del equipo contrario, evitando así que hubiese un único marcador y reducir el riesgo de expulsión del jugador en cuestión.
Ronaldo fue evolucionando como futbolista en este ambiente. Y no hablemos de las excéntricas normas disciplinarias según las cuales, acumular tres cartulinas amarillas era motivo de suspensión inmediata, mientras que con una roja se enviaba al jugador al tribunal disciplinario que, a su vez, le perdonaba o posponía la suspensión.
No hubo ningún defensa en el mundo, ni siquiera Bobby Moore,que consiguiera domar durante un partido completo al brasileño Jairzinho, ganador del Mundial de Fútbol de 1970. Marcó goles en todos y cada uno de los partidos que jugó con su equipo, la legendaria selección brasileña ganadora del Mundial de Fútbol de dicho año. Sin embargo, muchos piensan que esta estadística no hace justicia a la magnificencia de las habilidades de Jairzinho, un auténtico ‘predador’ que daba maravillosas asistencias. Por tanto, a nadie le sorprendió que más de 20 años después se dedicara a buscar talentos por las favelas de Río, principalmente, en busca de futuras estrellas del fútbol.
El Jairzinho del pasado se parece, en muchos sentidos, al Ronaldo del presente: las fotografías de un Jairzinho sin camiseta en el campo de entrenamiento de Brasil en 1970 muestran un torso musculoso que hace juego con unas piernas potentes. En las pruebas de velocidad, demostraba ser el hombre más veloz del equipo en 50 metros.
En 1990, Jairzinho demostró guiarse por un muy buen olfato cuando el joven Ronaldo, de 13 años, pasó del Club Social Ramos al São Cristovão, donde Jairzinho ayudaba de cuando en cuando a entrenar a los jugadores junior.
Tras haber observado a Ronaldo en dos únicas ocasiones, Jairzinho se puso en contacto telefónico, antes del final del segundo tiempo, con dos jóvenes exbanqueros que estaban haciendo sus primeras incursiones en el mundo del fútbol en calidad de agentes.
Alexandre Martins y Reinaldo Pitta reaccionaron rápidamente a la sugerencia del veterano Jairzinho y fueron al São Cristovão a ver jugar al joven.
Los agentes quedaron absortos con el juego que desplegó Ronaldo: el joven marcó cinco goles a favor de su equipo en un partido que ganaron por 9-1. Cierto es que acababan de abandonar la Bolsa de Valores de Río, pero no necesitaban saber mucho de fútbol para reconocer el potencial de Ronaldo.
“En seguida supimos que podría ser diferente del resto de los jugadores”, admitió Pitta unos años después.
La imagen de Ronaldo jugando al fútbol auguraba millones de dólares. Iba a ser un negocio mucho más lucrativo que cualquier otro en los que habían participado con anterioridad.
Poco tiempo después, los dos hombres hicieron un primer acercamiento a Ronaldo por mediación de su padre, al que propusieron comprar al São Cristovão la licencia de Ronaldo por 7.000 dólares, y le ofrecieron una comisión. El club, escaso de recursos económicos, aceptó a regañadientes vender a su mejor baza por menos de lo que costaba comprar un coche nuevo. Nelio estaba encantado. A continuación, los agentes Pitta y Martins sugirieron que Ronaldo abandonara las clases para dedicarse de lleno al fútbol. Tan sólo contaba 14 años.
Martins y Pitta parecían dos banqueros de éxito intentando aparentar un aspecto informal. Vestían vaqueros bien planchados con chaquetas Armani y sólo se ponían sus trajes de 1.000 dólares cuando se proponían negocios serios. Inmediatamente, firmaron con Ronaldo un contrato de diez años, que era casi imposible de romper gracias a una cláusula de rescisión por valor de millones de dólares. En el contrato, se obligaba a Ronaldo a pagar a los agentes un 10% de cualquier contrato que firmase durante ese período de diez años incluso si ellos no participaban en las negociaciones. En el trato se especificaba también que los gastos de representación de los agentes correrían a cargo de Ronaldo.
En una cláusula del contrato se llegaba a especificar que los dos agentes se reservaban el derecho a “manipular de forma pertinente la imagen pública y privada de Ronaldo, su nombre y sobrenombre, y a percibir una parte de lo recaudado gracias a fotos de la estrella o a cualquier otra forma de promoción”. El contrato garantizaba también que Ronaldo no firmaría ningún acuerdo sin la autorización previa de ambos agentes. En caso contrario, tendría que pagar elevadas multas que ascenderían a cientos de miles de dólares.
“Básicamente, habían comprado los derechos de Ronaldo como persona”, explica un agente deportivo. “No le permitían prácticamente ni respirar sin el consentimiento de sus agentes”.
Pero el aspecto más inquietante del trato era que Ronaldo necesitaba recurrir a su padre para que firmase el contrato por ser menor de edad. Aparentemente, ni Ronaldo ni su padre habían acudido a terceras personas para pedir consejo.
Martins y Pitta fueron muy perspicaces al decidir no vender aún a Ronaldo al mejor postor, tal y como algunos habrían esperado. En su lugar, esperaron de brazos cruzados a que sus destrezas mejorasen y, a medida que fuese marcando más y más goles, fuese aumentando también su precio de traspaso.
El plan les salió que ni pintado cuando, en febrero de 1993, Ronaldo fue convocado para integrar el equipo sub 17 de Brasil en el Campeonato de Sudamérica en Colombia. Ronaldo fue una de las estrellas del torneo, así como el máximo goleador, con ocho goles. El rumor de que había nacido una estrella se difundió rápidamente. Los agentes Martins y Pitta permanecieron a la espera, mientras el contador de dólares iba subiendo. Sabían que tenían la gallina de los huevos de oro.
Mientras, el cazatalentos Jairzinho se quejaba por no haber recibido nada como descubridor del chico que se acabaría convirtiendo en el futbolista más conocido del mundo. De hecho, no había mucho que repartir de los 7.000 dólares, por lo que los agentes prometieron a Jairzinho pagarle lo que merecía si sus planes se hacían realidad.
Los buitres comenzaban a merodear hambrientos en torno al pastel para conseguir unas migajas.