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Seminario 11

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VIÑETA DE UN CASO • CONTRATRANSFERENCIA • LA SUBJETIVIDAD DEL ANALISTA COMO UN FACTOR EN LA TÉCNICA DE LA PRÁCTICA CLÍNICA • SIN MEMORIA Y SIN DESEO • PREGUNTAS DEL PÚBLICO

Señor presidente, señoras y señores, estoy muy agradecido por su amable bienvenida. Aprecio profundamente la oportunidad de estar aquí y de enterarme del tipo de trabajo que están realizando. Trataré de decir algo acerca de mi propia experiencia.

Cierta vez tuve un paciente de aproximadamente 31 años, cuya actitud era de gran cordialidad y cooperación. Me referiré ahora a una sesión bastante típica, en mi opinión, de casi toda la fase temprana de un análisis, esto es, el primer año, y casi molestamente característica del segundo año de tratamiento.

El paciente manifestó que había tenido un sueño que no recordaba muy bien, pero sí sabía que había salido a pasear con su novia, quien señaló un objeto en el cielo al tiempo que comentaba que era muy notable, pero él no pudo verlo y ella se sintió sorprendida. Esto, según creía el paciente, era todo el sueño. Manifestó luego que no la consideraba en realidad como su novia, pero que la conocía desde hacía muchos años y que esa amistad había ido adquiriendo un sentido más profundo durante los últimos meses. Le interpreté que me veía como a una novia o una hermana, que en realidad nunca había tenido, y eso significaba que para él se había hecho importante tener una relación con una especie de hermana analítica en lugar de una relación directa conmigo.

El paciente estuvo totalmente de acuerdo conmigo. Durante esta etapa del tratamiento, yo había comenzado a experimentar cierta desconfianza con respecto a la forma en que estaba llevando adelante el análisis, según la opinión de mi paciente. Consideraba que no había tenido hasta ese momento suficiente material como para hacer esa interpretación y me disponía a recordarle cierto material previo que me había servido de base para formularla, esto es, señalarle con qué datos contaba. En síntesis, me habría gustado decirle: “Bueno, ¿por qué piensa usted que eso es correcto?”. Pero resulta algo difícil plantear tal pregunta cuando uno acaba de decir que, en la propia opinión, esa interpretación es correcta. El paciente continuó hablando y manifestó que, en realidad, y como confirmando mi interpretación, su madre le había contado que una hermana había muerto antes de que él naciera, y siguió luego proporcionando material que corroboraba una vez más lo acertado de mi interpretación. Concluyó afirmando que a su madre le encantaría venir a verme y hablar conmigo sobre el asunto.

Le dije que yo me preguntaba por qué pensaba que su madre podría decirme más que él acerca de lo que yo quería saber, que probablemente debía haber alguna razón por la cual, en esta etapa del análisis, él consideraba que su información era incompleta y que su madre podía proporcionarme datos más exactos acerca de lo que pasaba en su mente. El paciente estuvo por completo de acuerdo conmigo; y aceptó que estaba en un error y dijo que sería mejor que él mismo me proporcionara esa información, cosa que hizo. Manifestó que esos objetos habían sido descriptos por su novia como nubes de formas muy definidas, casi demasiado definidas como para que fueran nubes; en síntesis, que se trataba más bien de objetos con forma de platos voladores. Le dije que esos objetos debían ser muy significativos para él y que le resultaba necesario tener una hermana que apareciera, por lo menos en un sueño, para mencionar esos hechos. Con todo, era bastante significativo que él hubiera tenido el sueño y lo recordara y, puesto que el sueño le pertenecía, la joven debía ser necesariamente un aspecto de su propia personalidad. Por supuesto, también aquí estuvo de acuerdo conmigo. Manifestó luego que era extraordinaria la frecuencia con que en medio de un día claro, aparecían nubes, comenzaba llover y todo se arruinaba.

El paciente siguió hablando sobre el asunto, pero no daré mayores detalles al respecto. Solo diré que sentí que él deseaba que le hiciera una interpretación sobre los dos objetos que lo atacaban durante ese paseo y que atacaban también su relación con su novia, y que la destruirían si él tuviera una novia en la realidad, quienquiera que fuese, incluyéndome a mí mismo en el tratamiento analítico. Una vez más, el paciente aceptó mi interpretación.

Ahora bien, este tipo de sesión, como ya dije, venía repitiéndose desde hacía un año y parecía que yo le daba excelentes interpretaciones que contaban con la entusiasta aceptación del paciente. Con todo, por esa época yo ya había empezado a sentirme algo cansado de estas maravillosas sesiones que, al mismo tiempo, no parecían ejercer el menor efecto. Las cosas siguieron así durante un tiempo, aunque yo realmente estaba convencido ya de que era necesario hacer algo al respecto. Asimismo comenzaba a sentirme algo irritado.

Ahora bien, estoy acostumbrado a que me digan que esto es una contratransferencia, con la que estoy de acuerdo, pero la experiencia me ha llevado a pensar que es muy improbable que alguna vez tengamos un análisis en que nos veamos libres de contratransferencia. Lo importante es esto: se dice que uno puede hacer uso de la contratransferencia, pero creo que, desde el punto de vista técnico, se trata de una idea errónea, pues pienso que el término contratransferencia debería reservarse para la respuesta inconsciente. Por tales razones, creo que la supuesta conciencia que el analista tiene de que se trata de una contratransferencia carece en realidad de toda importancia, dado que nada puede hacerse al respecto en el curso de la sesión. Quizá se podría hacer algo en tal sentido en nuestro propio análisis; de no ser así, solo queda lamentarlo. Debemos seguir trabajando como analistas y tratar de lograr las curaciones que podamos, a pesar de tales conflictos. Uno confía en estar razonablemente libre de ellos, cualquiera sea el significado de este término. No tiene sentido preocuparse por la contratransferencia pues si se trata de un motivo inconsciente es una pena, ya que no hay nada que podamos hacer al respecto: uno no puede recurrir al propio analista en medio de una sesión con su propio paciente.

Por lo tanto, parto de la base de que no se trata tanto de una contratransferencia como de una transferencia, en el sentido de que mi irritación está justificada por motivos que calificaría de conscientes o que por lo menos deberían ser conscientes. De cualquier manera, los inconscientes carecen de importancia aquí. Esto no significa que no necesitemos más análisis; sería muy difícil hacer tal afirmación en ningún momento, pero lo cierto es que llega un momento en que uno debe dejar de analizarse, le guste o no. Y uno confía en haber llevado a cabo un tratamiento que será suficiente. Se debe adoptar el criterio de que, en psicoanálisis, hay una participación consciente, de que el análisis es una labor que se realiza conscientemente, como cualquier otro trabajo, y que como psicoanalistas tendemos inevitablemente a desarrollar prejuicios, como resultado de nuestra tarea. Existen todos los motivos para creer en la importancia del inconsciente, y por eso tendemos a olvidar que lo consciente es aún más importante, y lo es para el psicoanalista cuando está psicoanalizando.

Ahora quisiera retroceder un poco y examinar el problema de la libre asociación. Creo que, en términos generales, y en relación con el caso que describo aquí, ocurre que el paciente habla, asocia, uno espera que lo haga mediante oraciones bien construidas del lenguaje corriente, y por lo general eso es lo que sucede. Al mismo tiempo, uno recibe o confía en poder recibir toda una serie de impresiones. Creo que lo fundamental es la interpretación. En el momento en que se hace una interpretación, ésta tiene importancia porque es fundamental que el paciente sepa cuál es la interpretación. Pero en lo que se refiere al analista, la labor que le hace posible dar esa interpretación ha sido llevada a cabo en las semanas, los meses o los años precedentes.

Ahora bien, cuando le doy a este paciente una interpretación del tipo descripto, confío en que, además del aspecto de su comunicación que le he interpretado, he recogido también una serie de impresiones que no le he interpretado y que no podría interpretarle porque no sé qué significan. Pero sí espero que algún día evolucionarán, como suelo decir, esto es, espero que lleguen a una situación en que se vuelvan preconscientes, conscientes y que luego se las pueda formular. De modo que, en el momento a que me refiero, digo que es el futuro del pasado y es el presente de una interpretación futura.

En mi opinión, esto es solo un ejemplo típico de muchas experiencias que me llevaron a reflexionar cuidadosamente sobre qué es lo que uno interpreta. Existe el peligro de interpretar lo que el paciente dice, cosa que el paciente no tarda en percibir y entonces se dedica a decir cosas que son adecuadas para una interpretación.

Consideremos, por ejemplo, la ansiedad. Nadie, absolutamente nadie, abriga la menor duda acerca de su realidad. Como analista, tampoco tenemos duda alguna con respecto a qué significa la ansiedad, hay todo un vocabulario correspondiente a ella. Sin embargo, este conocimiento basado en el sentido común no tarda en perder todo vestigio de sentido común, aunque sigue teniendo sentido. No se trata de sentido común, pues la gente no ha pasado por la experiencia que sí tiene una persona con formación analítica. Quiero decir que frente a un auditorio analítico no hay dificultad alguna en hablar sobre la ansiedad, pues todos saben muy bien qué significa. Esto se extiende incluso más allá de los límites del análisis, aunque no tanto como quisiéramos creer. Lo que estamos aplicando es sentido común, y éste puede ser utilizado por otras personas que también tienen intuición, aun cuando ésta no se haya visto ampliada por un tratamiento psicoanalítico. Tanto es así, que un analista no tiene mayores dificultades para reconocer que un paciente aparentemente hostil o furioso en realidad experimenta ansiedad.

Pero no muchas personas legas, dotadas de escasa intuición, aceptarían esa afirmación, de modo que uno sobrepasa muy rápidamente los límites del sentido común psicoanalítico. Lo que quisiera destacar aquí, es con cuánta rapidez olvidamos que, de hecho, tenemos mucha más experiencia que los legos porque toda nuestra formación, y creo que toda nuestra práctica después de haber completado aquella, nos enseña cuán poco sabemos y eso tiende a interferir en forma negativa en nuestra labor analítica. De modo que conviene tener en cuenta que, a pesar de ello, algo sabemos, quizás no mucho pero sí algo.

Esto me lleva a lo siguiente: creo que deberíamos manejarnos con esta realidad, con respecto a la cual no necesitamos abrigar duda alguna, como la ansiedad, por ejemplo, que carece de una contraparte sensorial, carece de forma, carece de color y, en síntesis, no es accesible a los sentidos. Así, lo que es necesario desarrollar es lo que llamo intuición. Como analistas, nos vemos aquí en dificultades puesto que esta palabra se ha utilizado antes. No se puede inventar un lenguaje nuevo, y cuando uno usa el habitual y dice, por ejemplo, “intuición”, todos creen entender lo que queremos decir, pero no es así. Los psicoanalistas sí lo comprenden; tienen motivos para ello porque la utilizan a diario en su labor. Por lo tanto, aunque uso ese término, pienso que los analistas lo empleamos en un sentido especial, que se asemeja a la connotación que tiene para los legos.

Espero haber dejado bien aclarado que manejamos aquí, inconfundiblemente para nosotros, una realidad externa. Esto es, el analista enfrenta una realidad externa de un tipo muy particular. En mi opinión, es imposible negar que se trata de una realidad virtualmente imposible de comunicar a nadie que no sea el paciente. Este tiene una ventaja injusta, por así decirlo, puesto que se encuentra allí, y eso le permite entender cuando uno dice: “Usted se siente muy ansioso”. Quiera hacerlo o no, cuenta con la oportunidad de percibirlo. Pero cuando se los digo, por ejemplo a ustedes que están aquí, exceptuando el hecho de que son analistas, no hay motivo alguno por el cual deban aceptar que se trata de una afirmación correcta, porque las pruebas en que me baso para decirlo no están aquí. Las pruebas existían cuando le hice esa interpretación al paciente, y a eso se debe que las interpretaciones que son eficaces y a las que el paciente no se opondría son criticadas por nuestros colegas. Estos tienen motivos para ello, no se trata de mera malicia, sino simplemente de que la comunicación lateral es muy mala. Si el objeto está allí, uno puede señalarlo; si no está presente en el análisis, no es posible hacerlo.

Ahora bien, se sentirán sin duda aliviados al saber que he llegado por fin al comienzo de mi trabajo, y quisiera decir que me parece que es muy importante comprender que nuestras dificultades empiezan precisamente cuando se ha completado la formación analítica. Así me siento ahora y me temo que lo mismo les ocurrirá a ustedes. Pero no puedo presentar las cosas como si fueran más simples de lo que son, pues entonces estaría hablando de algo completamente distinto. Sin embargo, quiero comenzar con una traducción aproximada de un pasaje de una carta de Freud a Andrea Salomé. Lamento decir que no la tengo aquí, pero espero no introducir demasiadas distorsiones y, de cualquier manera, como alguien dijo en cierta ocasión refiriéndose a la filosofía, no estoy escribiendo la historia del psicoanálisis, sino simplemente aprovechando cualquier fragmento de experiencia para hablar sobre el psicoanálisis en esta oportunidad y practicar el psicoanálisis en otras ocasiones. Freud dice:

“No puedo percibir muchas cosas que usted puede ver porque no las entiendo, pero sí comprendo su valor. Ello se debe, en parte, a que, cuando estoy tratando un tema, en cuanto llego a algo que es muy oscuro tengo que cegarme artificialmente para lograr que un penetrante rayo de oscuridad ilumine el punto oscuro”.2

Creo que podrían considerarse otros aspectos de esta frase, pero prefiero no hacerlo esta noche. Con todo, quiero llamar la atención sobre este punto, pues considero que es de gran importancia que todos los analistas puedan cegarse, en el sentido de despojarse de todo aquello que arroja luz, o parece hacerlo, sobre la situación analítica. Ahora bien, esto significa que cuando la situación se vuelve particularmente oscura, uno no se lanza a la caza de una interpretación adecuada. Es éste un problema con respecto al cual me resulta difícil explicar qué quiero decir, pero confío en que ustedes lo comprenderán y sacarán algún provecho de lo que me propongo exponer aquí.

En primer lugar, considero que es muy importante que todo analista trate de concentrar en su arsenal unas pocas teorías esenciales, esto es, unas pocas teorías que son esenciales para él, y para nadie más, tan económicas como sea posible, en el menor número posible, y que abarquen el área más amplia posible, porque no conviene perder el tiempo pensando en una interpretación durante el análisis; el tiempo es aquí demasiado valioso. Los cincuenta minutos de una sesión corriente son demasiado valiosos, constituyen la única oportunidad con que uno cuenta para obtener el material que permite dar una interpretación. En comparación con eso, ninguna otra cosa es importante. Esto significa que el analista debe mantenerse en un estado que le permita captar al máximo. Repito una vez más que acepto la necesidad fundamental de una formación analítica, pero me refiero aquí al desarrollo posterior de la propia técnica. Esto significa que uno debe conocer muy bien unas pocas teorías.

Por ejemplo, es necesario que uno esté absolutamente seguro de comprender acabadamente qué entendía Freud cuando hablaba de la situación edípica. Y cuando eso ha llegado a formar parte de uno, ya no es necesario preocuparse por recordarlo, uno ya puede dejar que se desarrolle, sin necesidad de lanzarse en su búsqueda. Ustedes habrán observado que cuando se encuentran cansados, o desconcertados, hay una tendencia a lanzarse a la búsqueda de una certeza, y una manera fácil de hacerlo es comenzar a buscar una interpretación que, según ustedes sienten, cuenta con la bendición de algún papa psicoanalítico.

Ahora bien, según mi experiencia, es posible establecer en forma relativamente fácil ciertas categorías no demasiado imprecisas, según espero, con respecto a determinados fenómenos mentales que intervienen y tienden a ejercer un efecto peculiarmente oscurecedor. Se interponen entre el analista y la realidad con que aquél debe ponerse en contacto. En líneas generales, quiero utilizar y de hecho los he empleado, los términos recuerdo y deseo para referirme a la mayoría de tales fenómenos. Por ejemplo, si se está a punto de terminar la sesión, creo que uno comienza a preguntarse cuándo llegará ese momento; lo mismo ocurre con la semana y con lo que uno hará después de esa sesión. Eso es precisamente lo que entiendo por deseo. Ahora bien, esas ideas interponen entre el analista y la realidad que debe estar manejando en ese momento una pantalla particularmente opaca.

Cuando digo recuerdo y deseo, utilizo sustantivos pero quiero que éstos tengan tiempo pasado y futuro. A título de ejemplo, en este sentido no tiene mucha importancia que uno empiece a pensar: “¿Qué dijo ayer ese paciente?” o “¿Qué voy a hacer este fin de semana?”. Son la misma cosa, tienen una cualidad idéntica y el mismo grado de opacidad. Mientras uno piensa en todas esas cosas, el análisis prosigue y uno no está realmente presente.

Habrán observado que he modificado el tema central de estos comentarios, que inicialmente se referían al paciente y a las interpretaciones que trataba de darle, y he pasado a hablar sobre el analista. Y ello se debe, no a que quiera dejar de lado al paciente, sino a que pienso que una vez que uno ha completado su formación analítica en la medida de lo posible, es necesario evitar malos hábitos que tienden a retrotraernos al estado en que nos encontrábamos originalmente cuando acudimos al análisis como pacientes. Y creo que, por lo tanto, es conveniente adquirir y mantener buenos hábitos en el curso de nuestro trabajo que, al fin de cuentas, ocupa una considerable parte de nuestro tiempo y regula gran parte de él.

Ahora bien, el enfoque que quiero destacar aquí, el enfoque que consiste en lograr que el penetrante rayo de oscuridad ilumine la zona oscura, padece de algunos defectos desagradables para el analista. No creo que se trate de algo insólito, pues incluso en algo tan simple como aprender a jugar al tenis, si uno sigue las indicaciones del entrenador, no jugará demasiado bien y lo sentirá como algo extraño hasta que llegue a formar parte de uno mismo. Y esto se aplica también a este intento particular de establecer un estrecho contacto con las realidades que el psicoanálisis debe encarar.

Creo que, en algún momento, la mayoría de la gente tiene la experiencia de sentir que su análisis andaría muy bien si pudiera librarse del analista y, además, qué excelente analista sería uno si pudiera librarse del paciente. Ahora bien, la experiencia a que me refiero exhibe la cualidad desagradable precisamente opuesta a esto. En la medida en que es posible alcanzar algún éxito, la situación emocional del análisis se ve enormemente realzada y creo que es justo decir que uno logra aproximarse a lo que Melanie Klein describió, esto es, la transición de la posición paranoide esquizoide a la posición depresiva. Ahora bien, no creo que sea conveniente utilizar tales términos en este contexto ni que resulte útil suponer que estamos libres de tales mecanismos. De modo que he tratado de dar por sentada, confío en que sin exagerar, la cordura de los psicoanalistas, y utilizar otros dos términos: para el paciente, paranoide-esquizoide y depresivo, y, para el analista, “paciente” y “seguro”, como la contraparte. Utilizo el término “paciente” porque, en inglés, significa al mismo tiempo tolerar la frustración y sufrir, y el término “seguro” tiene el doble significado de libre de peligro y de preocupación. Creo que se trata más de piadosas esperanzas que de descripciones precisas, pero pienso que hablar de paranoide-esquizoide y depresivo constituye una descripción más depresiva que exacta, de modo que prefiero inventar estos otros dos términos. Siempre considerando el problema desde el punto de vista del analista, pienso que sería difícil encontrar una mejor descripción de la posición paranoide-esquizoide tal como me refiero a ella en este momento, de la que ofrece Henry Poincaré al comentar su experiencia relacionada con el desarrollo de una fórmula matemática. Resulta interesante porque está muy fuera del psicoanálisis y también porque no creo, a pesar de mi profundo respeto por ella, que Melanie Klein fuera una escritora de talento. Pero Poincaré lo es, y describe una situación en la que debe confrontar una masa de fenómenos que no exhiben relación alguna que él pueda discernir, que carecen de significado lo cual configura una situación que a la mente humana la resulta muy difícil tolerar. Y, una vez que se ha encontrado la fórmula matemática el resultado es que, en cuanto uno la introduce, impone orden allí donde antes no existía, introduce significado allí donde no podía discernirse sentido alguno y pone de manifiesto una relación y una coherencia que no existían antes.

Ahora bien, creo que esa debe ser nuestra actitud dentro de la situación analítica. Es importante que, al encontrarse otra vez con el paciente mañana, no sea el paciente que el analista conocía, sino alguien a quien uno jamás ha visto antes. Ahora bien, no es nada fácil de lograr; no es nada fácil librarse de los recuerdos, y quizá es mejor que así sea. Pero lo importante es destacar que lo que debe verse es una situación nueva. Si algo se ha interpretado antes, ya ha cumplido su propósito. En caso contrario, cuando surja nuevamente ese material, tendrá una apariencia distinta. Por lo tanto, no hace falta preocuparse por lo que uno ha dicho antes, o por lo que el paciente ha expresado previamente, sino sólo por lo que está ocurriendo en ese momento. Lo importante es mañana, y no ayer o anteayer. Si el material es pertinente, volverá a aparecer en la evolución, como yo la llamo, de las interpretaciones. Surgirá y ocupará el lugar que le corresponde, como la imagen en la pantalla del televisor. Aparecerá no como uno recuerda en los sueños, sino más bien como cuando uno dice “Ah, eso me recuerda que tuve un sueño”. El sueño surge como un todo; eso es lo que entiendo por evolución. Si uno lo recuerda, surge en forma fragmentaria, de a poco, y nadie sabe qué son esos fragmentos.

El paciente no puede cooperar en este sentido. El paciente tiende a llegar y decir: “¿No me reconoce? Soy la misma depresión, la misma ansiedad, que usted conoció ayer y anteayer, y nos seguiremos encontrando durante los próximos años”. Creo que, mentalmente, uno debería decir: “Váyase. Hoy recibo a un nuevo paciente, y si usted quiere se lo voy a presentar”.

Ahora bien, existen ciertas compensaciones, pues por lo menos disminuye la carga de esos terribles tipos de análisis que se prolongan interminablemente y siempre de la misma manera, con la misma cooperación, los mismos sueños; en síntesis, todo aquello destinado a indicar que se trata siempre del mismo paciente. Ya he señalado el aspecto negativo de todo esto.

En lo que a mí respecta, creo que nunca podría librarme de ese leve sentimiento de persecución relacionado con el hecho de tener que enfrentar una situación que no comprendo. Preferiría conservar una situación que sí comprendo, y el paciente estaría más que dispuesto a darme el gusto, cosa que lograría proporcionándome el material que me llevaría a pensar que se trata de la misma persona que vi ayer, anteayer o el año pasado. No obstante, creo que es importante examinar estas situaciones incomprensibles, no relacionadas, incoherentes, en lugar de dedicarse a las que son comprensibles y coherentes. Estas últimas no son importantes, ya no hay nada que descubrir al respecto. Hay que fijar la mirada, por así decirlo, en los hechos incomprensibles, incoherentes y no relacionados.

Ese sentimiento de impaciencia, como diría para ser más elegante, y de persecución para ser un poco más directo, es de tal índole que uno anhela ponerle fin mediante el hallazgo de una interpretación, o recordando una interpretación, de ser ello posible. Es a esto precisamente que debemos resistirnos. Al paciente no le gustará, y a ustedes tampoco, pero creo que es necesario mantener la mirada fija en la situación incoherente, hasta que se vuelva coherente, en otros términos, hasta alcanzar la posición depresiva, la posición segura.

Ahora bien, he mencionado este problema relativo al analista y al paciente con este propósito: quiero referirme ahora al hecho de que cuanto más avanza uno hacia el objetivo de convertirse en analista, más se acerca uno a reemplazar al propio analista por el paciente. No quiero decir con esto que uno es analizado por los propios pacientes; ello puede ocurrir, pero sólo forma parte del material para las interpretaciones. Pero sí quiero decir que en nuestro trabajo los pacientes ocupan ahora una posición de gran importancia, de tan grande importancia que ejercen un efecto sobre nuestra vida emocional que no es completamente distinto del que ejerce sobre ella nuestro propio analista. Existen ciertas similitudes, una de las cuales consiste en que, si logran ustedes seguir el curso que sugiero aquí, puedo prometerles toda una vida de sentimientos de persecución o de depresión. Es una manera algo extrema de expresarlo, pero creo que comprobarán que tienden a atribuir esos sentimientos de paciencia o de seguridad a situaciones que, en realidad, pertenecen a la propia labor analítica. Y el rasgo peculiar de todo esto, suponiendo que en una sesión hayan tenido la suerte de hacer dos o tres interpretaciones que producen coherencia, que hacen que las cosas parezcan tener un patrón y un significado, es que resulta sorprendente comprobar con cuánta frecuencia se sienten deprimidos al terminar esa sesión. Y comprobarán que esa situación se vuelve negativa y que en sí misma requiere una teoría. Es precisamente a esa teoría que me estoy refiriendo ahora.

Menciono este punto porque creo que constituye un importante ejemplo, porque creo que esa es una manera importante de encarar nuestro trabajo y lo que hace que nuestra labor resulte tan dura. Pienso que a ello se debe también que nuestro trabajo sea valioso pero, al mismo tiempo, es lo que tiende a causar bajas entre nosotros. Es natural que, al manejar algo tan terrible como la mente humana, se produzcan bajas en lo que podríamos llamar el grupo psicoanalítico. Ello significa que es fundamental contar con un buen enfoque, o tratar de contar con él, aparte de la formación analítica. Como ya señalé, las dificultades comienzan precisamente cuando uno ya ha completado su formación; por lo tanto, el problema relativo a la manera en que uno encara su propio trabajo, el estado mental en que uno se encuentra, se plantea a partir del momento en que uno termina su propio análisis y cuando el analista ya no puede seguir analizándose.

Pregunta 1: Sobre la manera en que el analista llega a comprender y establecer esas pocas teorías que deben constituir su bagaje terapéutico; el interlocutor señala que el doctor Bion parece considerar que la labor analítica es muy penosa, sin tener en cuenta sus aspectos estimulantes.

Dr. Bion: Pienso que todo analista debe conservar el sentido de la proporción y reconocer el muy insignificante lugar que ocupa dentro de un movimiento más amplio. No creo que haya mucho mérito en mi capacidad para transmitir las cosas de un modo penetrante, de la que otras personas carecen. He tratado de decir esto mismo en numerosas ocasiones desde la Sociedad Psicoanalítica Británica, esto es, que si la gente examina lo que digo no encontrará nada original en mis palabras, y que se percatarán de ello cuando se den cuenta de que lo que digo es algo que en realidad ya conocían. Pero lo importante es que, así como los padres repiten una misma cosa una y otra vez hasta que, por fin, eso tan obvio que han estado diciendo se hace claro y nosotros decimos: “Ah, eso es lo que querían decir”, lo mismo parece ocurrir en el análisis: uno repite lo mismo una y otra vez hasta que, un día, la gente dice: “Ah, eso es lo que quería decir”. No creo haber descubierto nada nuevo al respecto, pues pienso que uno debe reconocer que hay ocasiones en que lo que se ha dicho ya muchas veces aparece de pronto como algo original. Ello tiene algo que ver con uno mismo, sin duda alguna, y también con el momento en que uno lo dice, y con la experiencia pasada de quienes escuchan. Es algo que se produce cuando la gente está dispuesta a escuchar, y creo que no es exagerado decir que esto se aplica incluso a Freud. Todo el mundo decía: “Bueno, ya sabíamos todo eso sobre el sexo incluso antes de que él empezara con este asunto”, cosa que el mismo Freud señaló en algunos de sus trabajos, pero el hecho es que los demás no lo dijeron, por lo menos no en esa forma, y eso fue el origen de todo.

Respuesta al comentario del doctor Pichon Rivière. Quiero agradecer profundamente al doctor Pichon Rivière por sus comentarios y decir que me resulta sumamente agradable que alguien me recuerde la vieja Asociación en la que también participó el doctor Rickman. Creo que es muy interesante escuchar a alguien que nos recuerda el desarrollo histórico del que fuimos solamente una parte, y no me sorprende en lo más mínimo comprobar que uno traza una especie de círculo que lo lleva de vuelta a una labor que ya ha sido realizada. Uno confía en poder agregar algo nuevo a ello y también en poder revivirlo y devolverle su vigencia. No cabe duda de que se dicen muchas cosas que son importantes, que luego se olvidan y permanecen enterradas y dormidas hasta que alguien las devuelve a la vida. Esta es una característica de toda la historia de la ciencia, y no algo peculiar del psicoanálisis, a pesar de lo cual creo que debemos tener consciencia de este hecho y estar dispuestos a apreciar y saludar a quienes han sido nuestros predecesores y han hecho una contribución al análisis que, si bien puede olvidarse durante un tiempo, inevitablemente vuelve a reaparecer, con renovada vitalidad.

Pregunta 2: Si el hecho de dejar de lado los datos históricos del análisis agudiza la percepción interna, y si el uso de esa percepción interna es lo que fundamenta el empleo de la intuición sobre la base de esa oscuridad esclarecedora mencionada por Bion.

Dr. Bion: Creo que es efectivamente así. No mencioné el aspecto displacentero inherente al intento de despojarse de todo recuerdo y de todo deseo, pero puede observarse en un caso externo, en el paciente psicótico que se ingenia para librarse de los estímulos provenientes de la realidad, porque le resultan intolerables, y creo que logrará evitarlos mediante una retirada, una regresión hacia lo que, a falta de un nombre mejor, debemos llamar el inconsciente, esto es, hacia su propio interior.

Ahora bien, esto no es lo que uno trata de lograr, y uno confía en que mediante el proceso de análisis uno estará en condiciones de cegarse artificialmente, como dice Freud, con un afecto genuino, sin provocar algo como una regresión total, lo cual, como resulta evidente, constituiría un desastre en cualquier análisis. Desgraciadamente, también es cierto que cuando se analiza a un paciente realmente psicótico, el analista puede, al realzar la existencia de sus motivos inconscientes, llevarlo a liberarse del conflicto mediante el recurso de descartar toda conciencia y por ende la cordura que pueda haber tenido antes desaparece y el analista se encuentra con un verdadero psicótico, para no hablar de la familia del psicótico. Por lo tanto, es importante insistir en el aspecto consciente de lo que el paciente dice cuando debemos tratar casos como éstos. Como ya dije, uno evidentemente no trata de hacer cosas de este tipo a menos que abrigue la certeza de estar muy familiarizado, por así decirlo, con el dominio de la vida mental. En tal caso, creo que uno se siente menos intimidado por las extrañas y desagradables experiencias por las que seguramente ha de pasar. Pero el paciente no está familiarizado con todo eso, y creo que ese peligro es muy real.

Creo que esto tiene que ver con lo que manifestó el doctor Rodrigué acerca de la necesidad de mantener la capacidad para el recuerdo y el deseo; temo que lo que dije puede dar la impresión errónea de que pienso que el analista se beneficia al mutilar su personalidad, cosa que no es cierta. Se trata de algo muy distinto. Creo que es muy importante que el analista viva y conserve su capacidad para llevar una vida corriente, lo cual incluye cosas como memoria y deseo, sea de experiencias felices, o de esperanzas o planes para el futuro, lo cual hace que todo resulte aún más difícil. Con todo, sigo pensando que lo que dije es muy importante –y de otra manera no les habría hecho perder su tiempo–, pero no si el precio que han de pagar por ello es su propia personalidad. Y creo que los analistas deben adiestrarse en ese sentido y retener la capacidad para librarse de la memoria y el deseo como parte de su función de analistas. No hay problemas que sean fáciles de resolver, y mucho menos en la manera “al por mayor”, por así decirlo, que está implícita cuando uno dice que hay que librarse de la memoria y el deseo. Es algo que tiene que ver con una labor particular que quizá sea una tarea muy importante en nuestras vidas como analistas, pero nunca a expensas de la propia personalidad. Y creo que uno de los motivos por los cuales el psicótico tiene un derrumbe es precisamente su manera “al por mayor” de perder contacto con la realidad.

1 Esta conferencia fue dictada en la Asociación Psicoanalítica Argentina el 30 de julio de 1968.

2 Letters of Sigmund Freud, editadas por E. L. Freud. Nueva York, Dover, 1992, pp. 312-313.

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