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Prólogo

Hay libros que nos ayudan a aclarar y afinar nuestras ideas sobre ciertas cuestiones que nos preocupan, especialmente en tiempos tan convulsos como los actuales. Cuando damos con uno de ellos no podemos dejar de experimentar un profundo agradecimiento hacia quien nos ha ayudado a arrojar algo de claridad sobre los problemas que nos acucian. No cabe duda de que el sistema educativo es uno de los pilares fundamentales de una sociedad y, por ello mismo, un objeto de reflexión sometido a múltiples tensiones, polémicas y confusiones. Si nos preocupa el futuro de la sociedad en que vivimos, debemos preocuparnos, y mucho, por la situación en que se encuentra nuestro sistema educativo. En este caso, debemos agradecer a Xavier Massó que haya escrito una obra que constituye un análisis lúcido y un diagnóstico preciso y certero de la situación actual de los sistemas educativos occidentales.

A principios de julio de 2020 nos llegó el manuscrito de El fin de la educación. Veníamos de finalizar un curso desconcertante y agotador, y guardábamos un mal sabor de boca que tenía que ver con haber tenido que renunciar a las clases presenciales, con soportar la injerencia y el maltrato institucional en nuestra labor como docentes y, por encima de todo, por habernos visto imposibilitados para proteger a nuestros alumnos desde el lugar privilegiado desde el que los docentes podemos proteger y amar, desde el conocimiento, desde el aula. El fin de curso no auguraba nada bueno para el comienzo del siguiente y estamos viviendo esa constatación. El libro llegó en el momento justo a nuestras manos, y llega ahora al público en general, para ayudarnos a entender cómo hemos llegado hasta aquí y hacia dónde no se debería seguir avanzando si queremos preservar en lo que vale la escuela pública, una de las más bellas y valiosas instituciones que se hayan creado en la historia de la humanidad. La inmensa valía de esta institución consiste en que allí reside, allí se produce, algo tan bello y necesario como la transmisión crítica del conocimiento a las jóvenes generaciones. Como el loco que enciende el farol en pleno día, el autor augura el fin de la educación, denuncia su perversión, explica cómo la escuela ha sido traicionada y señala a los protagonistas históricos de esta catástrofe.

Asistimos, a lo largo de sus páginas, a una exposición de las raíces, las virtualidades, las peripecias y desgracias por las que ha ido transitando la institución escolar, siempre desde la perspectiva que nos proporciona el proyecto político, tan irrenunciable para nosotros como para el autor, de la Ilustración. Un recorrido desde el punto de vista histórico y filosófico en el que Massó nos lleva magistralmente a una comprensión crítica de la situación actual de la educación a nivel global; por supuesto, también en el caso español. El lector verá que la obra que tiene entre sus manos ha sido escrita por alguien que sabe perfectamente de lo que habla. Tanto por conocer de primera mano la docencia, como catedrático de instituto de Filosofía, como por su actividad sindical en el Sindicato de Profesores de Secundaria (aspepc·sps), del que es secretario general, el autor domina claramente la problemática abordada en este libro. La mejor prueba de ello es que es capaz de exponerla con una escritura clara, precisa y agradable de leer, con sencillez, con las metáforas adecuadas y los ejemplos adecuados. En su reivindicación del proyecto ilustrado, señala con maestría los motivos de su perversión y consiguiente fracaso, y deja patente los mecanismos por los cuales la educación ha sido vaciada, progresivamente, de su sentido primordial.

En las tres partes de la obra se va ocupando el autor de desmenuzar el triple significado que podemos atribuir al título, «fin de la educación» como objetivo, finalidad, en relación a sus funciones; como límite o confín que delimita un ámbito y un conjunto de posibilidades para el cumplimiento de dichas funciones y, por último, como finalización, en el sentido de destrucción definitiva de ese mismo ámbito y, con ello, de sus funciones y posibilidades. El recorrido por las propuestas educativas de las últimas décadas llega al momento más actual: el análisis de la situación del sistema educativo en tiempos de pandemia, advirtiendo de la urgencia de pensar sobre la casi inevitable destrucción de la educación como fundamento de una ciudadanía verdaderamente política y democrática y su reducción a una mera industria de adiestramiento de mano de obra.

Entre los muchos méritos de este libro no es el menor el proporcionarnos algunas herramientas terminológicas para abordar el análisis del territorio educativo. De especial relevancia en el contexto actual es la precisión quirúrgica con la que el autor explica cómo la educación ha sido puesta al servicio de los intereses puramente mercantiles y cómo esto ha sido posible por la confluencia entre los fieles de la iglesia de la «buena nueva educativa» y los promotores de la teocnología, definida como «una nueva forma de teología instrumental con las nuevas tecnologías como pretexto», una confluencia que nos remite a las raíces teológicas que, de forma secularizada, siguen operando en este ámbito. El planteamiento sobre el economismo o fragmentación en diferentes productos de lo «educativo» para su comercialización, como paso previo y necesario para la implantación de la concepción economicista de la educación, con la consiguiente destrucción de su sentido previo, es una de las mejores aportaciones del libro. Pero si esta perversión ha sido posible es debido, por encima de todo, al abandono cómplice de los poderes públicos cuyo deber es la protección de instituciones como la escuela pública. Sin embargo, el sistema educativo ha sido vaciado progresivamente de su función esencial y vertebradora de todas las demás, la transmisión de conocimientos para la formación de ciudadanos críticos (y, también, cómo no, de profesionales cualificados), siendo sustituida por una suerte de educación caritativa de carácter asistencial en lo emocional. Emulando la leyenda del posadero de Eleusis, un tal Procusto, nuestros representantes políticos recortan metódicamente, con cada nueva reforma legislativa, las dimensiones del saber y con ello las posibilidades del alumnado de llegar a ser ciudadanos autónomos y críticos. Es un ejercicio de traición histórica no solo a la escuela y al conocimiento, sino a los más elementales deberes de cualquier representante público para con sus representados. En una labor de pura psicopatía que, se dice, tiene como fin responder a las necesidades de los alumnos, se les falta al respeto y se les condena a la indigencia intelectual con un «discurso amable» que queda, en las páginas finales, más que suficientemente desmontado y denunciado en sus perniciosos efectos.

Para los que leemos mucho y escribimos menos, pues la maestría en la escritura que demuestra el autor está reservada para unos pocos privilegiados, El fin de la educación es un libro engañosamente ligero, que parece corto. No lo es y es necesario que no lo sea. Lo que dice está expresado con una precisión y un ritmo difíciles de encontrar en un texto especializado, al menos sobre educación. Es, de hecho, un texto que permite a cualquiera interesado en las cuestiones educativas, sea especialista o no, sumergirse críticamente en las falacias y en los mitos educativos. Ejercicio necesario para apreciar lo que vale el conocimiento por sí mismo y para ser conscientes del peligro que corre una institución que creíamos ganada para la ciudadanía, como la escuela pública, y que estamos perdiendo. No cambiaríamos ni una coma, ni una expresión, ni una metáfora, ni un argumento, solo nos queda el reconocimiento agradecido de que su lectura nos ha ayudado a la mejor comprensión de los problemas educativos y nos ha dado argumentos para la defensa ilustrada de la escuela pública. Esperamos que así sea también para el lector que está a punto de aventurarse en las magníficas páginas que siguen.

Carlos Fernández Liria

Olga García Fernández

Enrique Galindo Ferrández

Noviembre de 2020

La escuela que dejó de ser

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