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¡TIN!, se abrieron las puertas…

—La próxima cambia algo para que no suene esto…

—Ya, yo también lo odio —dice Charles con una risa nerviosa.

Armas en alto, avanzaban despacio, no había rastro de ningún ser vivo, los monos se habían dado un festín y habían destrozado lo que quedaba de las salas de exposiciones. Estaba todo esparcido por el hall. Shamsha se paralizó momentáneamente.

Callia, susurra —¡Vamos, Sham, ahora no puedes echarte atrás!

Shamsha salió de su letargo. La miró con decisión y con una expresión de dureza dibujada en su cara, aunque en realidad le temblaban las piernas tan fuerte que casi oía cómo chocaban sus rodillas. Charles apretó su mano, la miró fijamente, esos ojos siempre la tranquilizaban y se arrepintió por haberle gritado que no viniera.

—¡Probemos con ese! —Lewis se dirige hacia un vehículo que se encuentra en la entrada del palacete.

—No tiene iones, ¡joder!, ¿qué pasa, Sham?

—Hacía tanto tiempo que no me paraba a observar el cielo…

—Ahora no es mom…

—¡Charles, derecha!

Un pequeño mono los observaba atónito. Shamsha se quedó petrificada, este hinchó el pecho para gritar y el pánico se le apoderó. De repente, un sonido similar a una ráfaga le rozó el oído, el mono se desplomó fulminado, dejando un gran charco de sangre en el suelo que brotaba de su cabeza en cascada.

—Vamos, no perdamos tiempo, tardarán poco en notar su ausencia…

Caminaron durante largo rato, siempre alerta de cualquier cosa o ruido que hubiera a su alrededor.

Shamsha estaba horrorizada, la ciudad estaba toda destruida, era un espejismo. Caminaban por una larga carretera que se dividía en otras más estrechas, a los laterales se encontraban ruinas de lo que antes habían sido preciosos monumentos, las lágrimas brotaban de sus ojos en contra de su voluntad, el paisaje era abrumador, había miles de vehículos, volátiles y terrestres colapsando las vías, todos destrozados, probaban los que creían que podían servirles. No tuvieron suerte, ninguno tenía ni un ápice de iones, electricidad, agua u otro combustible.

Sentía su cuerpo tan tensionado que creyó que alguno de los músculos que le obligaban a caminar se rompería como una goma elástica cuando ya no soportaba más.

En un susurro, Lewis ordenó que se agacharan.

—¡Abajo!

Como si de un acto reflejo se tratara, todos se tiraron al suelo, sentían el asfalto caliente sobre su pecho y muslos. Shamsha miró a Callia, esta posó el dedo índice sobre sus labios, agrietados por el calor y la deshidratación. Shamsha la observaba, el miedo manaba de sus cuencas y Callia se percató de ello, le tocó el hombro, susurrándose que estuviera tranquila, giró la cabeza buscando la amenaza.

Desde el suelo, bajo un coche esperaban el próximo peligro, rogando que pasara de largo o atacarlo antes de ser agredidos.

Shamsha estaba sorprendida, no lo podía creer, eran humanos, ¡se escondían de ellos!, no entendía por qué no corrían a unirse y preguntarles todo lo imaginable. Lewis y Charles habían desaparecido, su estado de pánico se volvió permanente, Callia le apretaba el hombro, le susurraba que se tranquilizara, pero le era imposible, solo podía ver las botas militares y oír las voces de aquellas personas, hablaban en un idioma extraño, parecía ruso, no estaba segura, le sonaba muy raro, con un acento muy marcado.

—¡HELLO, WE KNOW YOU ARE THERE! —El desconocido habla en inglés con un marcado acento ruso.

No contestaron, estaban solas, miró a Callia que agitaba su mano suavemente con la palma hacia abajo, a la vez que le susurraba «tranquila», vio cómo contaba cuántas personas estaban con el hombre que les gritaba. Callia la miró fijamente y casi le rogó en un susurro:

—Quédate aquí, no salgas por nada del mundo, intenta llegar al maletero a través de los asientos traseros del coche, no los cierres del todo, ¿ok?, en un rato volveré a por ti.

—No salgas, no me inspiran confianza…

—Lo sé, Sham, pero nos encontrarán, prefiero salir y ver qué coño quieren…

—Puedo ayudarte.

—Espera, haz lo que te he dicho, el elemento sorpresa es nuestra mejor baza.

Se alejó dos o tres coches, salió con las manos en alto, el hombre le preguntó si estaba sola, ella le contestó que en el fin del mundo era muy difícil no estarlo. Shamsha abrió los asientos y se metió en el maletero. El olor era nauseabundo, se asfixiaba, vio que había un hacha, una motosierra y demás herramientas de jardinería, «podría sernos útil». De repente, salió de sus pensamientos al oír a su amiga gritar:

—¡SUÉLTAME, CERDO! —grita Callia.

Hablaban en un idioma que Shamsha no lograba entender del todo, creía que era ruso, tal vez ucraniano, pero no estaba segura, estaban bastante lejos. Callia era fuerte, pero no podría contra tantos.

—¿Dónde están?

—¡OS HE DICHO QUE ESTOY SOLA!

—¡CÁLLATE!

Golpeaban los coches, cada vez estaban más cerca. Shamsha no sabía qué hacer, oía cómo abrían los maleteros, en breve la descubrirían. Cogió el hacha con fuerza, esperaba a que abrieran para atacar, después ya pensaría cómo resolver el resto de la situación, pero los golpes cesaron, distinguió otra voz que gritaba.

—¡VES CÓMO NO HAY NADIE MÁS, VOY SOLA, SUÉLTAME!

Detrás de la máscara. Vol II

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