Читать книгу Detrás de la máscara. Vol II - XPM - Страница 7

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Conocía a Callia demasiado bien para saber con certeza que la griega tenía un plan, si hablaba en castellano era para que ella la entendiera, se preguntaba dónde estarían Lewis y Charles, a lo mejor los habían capturado antes que a Callia, no sabía qué podría hacer ella si se llevaban a Callia y a los demás, se arrepentía de haberles embaucado para lanzarse a aquella «aventura» suicida, no había pasado ni una hora y ya estaban en peligro.

Tenía que hacer algo. Abrió levemente el asiento, no podía ver nada, empujó un poco más partiéndose algo que sonó como un trueno en mitad de la nada y todos se giraron hacia donde estaba ella. Callia gritó, golpeó con fuerza al hombre que la retenía, lanzó una patada a otro, sacó un cuchillo e hirió a otros dos. Se abrió paso, cogió su arma y cuando se disponía a disparar, algo la golpeó con fuerza por detrás, no vio a una mujer que salió de la nada, cayó al suelo, estaba viva. Shamsha la veía retorcerse de dolor mientras un fino hilo de sangre recorría su frente, salió torpemente del coche, se puso de pie sujetando el hacha con las dos manos, arrepintiéndose de no llevar un arma encima.

—¡SOLTADLA! —grita Shamsha empuñando el hacha con fuerza.

—¡NO ES NUESTRA PRISIONERA, NOS ATACÓ PRIMERO! ¡NO SOMOS SAQUEADORES! —responde la mujer que ha golpeado a Callia.

—¡IROS POR DONDE HABÉIS VENIDO! —Shamsha sabe con certeza que un hacha contra sus armas no es de mucha ventaja, pero no puede dejar a su amiga.

—¡NO PODEMOS DEJAROS IR, SABÉIS NUESTRA POSICIÓN! ¿QUIÉNES SOIS? —grita la mujer a Shamsha.

Callia intentó levantarse, uno de los hombres le apuntaba a la cabeza con un arma.

—Solo pasábamos por aquí, no somos saqueadoras, estamos de paso… —Callia se frota la parte de la cabeza donde la habían golpeado.

—¿Tenéis comida? —pregunta uno de los hombres con los ojos desorbitados.

—No. —Callia analiza la situación para actuar en cuanto tenga ocasión.

—Ve a ver si aquella del hacha tiene algo de comer, si no ves la situación bien, dispárale, si no tiene comida, ella será nuestra comida… —Callia extiende la palma de la mano, señal de: «esperad».

Uno de los hombres que la acompañaban le contestó en otro idioma, empuñaba el arma hacia la posición de la doctora; de repente, sin pensárselo, echó a correr para esconderse y tener algo más de ventaja sobre él. Esperó, pero no venía, se asomó levemente, pero no veía nada.

—Tranquila ya ha pasado —Callia le toca el hombro para que se tranquilice.

—¿Estás bien? —Charles le pregunta, acariciándole la cabeza.

—¿Qué ha pasado?

—Esperamos para ver si eran hostiles y resultó que sí lo eran, por lo que hemos encontrado en sus bolsas, eran saqueadores y algo más, tenemos que ir con más cuidado —dice Lewis con semblante serio.

—¿ALGO MÁS?

—Tranquila, Sham, no pasa nada…

—¡NO!, ¡explicadme qué coño era ese «algo más»! —Los tres se miraron, finalmente Lewis la miró y le dijo:

—Mi niña, comen de todo, todo…

—Pero ¿qué…, personas?

—Sí. —Callia toca su brazo mientras contesta.

—Ya me estoy arrepintiendo de salir de mi cueva…

Cogieron todo lo que pudiera servirles de ellos. Shamsha no pronunció palabra, se fijó en que les habían disparado, tres disparos certeros en la cabeza, uno por persona, científicos transformados en francotiradores; tenía que despertar, vencer su miedo, no podía ser una carga, le pidió a Charles que le diera el arma de la mujer. Se acercó a su cuerpo sin vida, la sangre se le heló al ver que era la chica que todos los días la atendía en una cafetería cercana al primer trabajo que tuvo en una biblioteca de su antiguo barrio.

—¿Qué pasa, Sham?

—Nada, solo que la conocía, era simpática.

—Ahora ya no es nada, cariño, recuerda ellos o nosotros… —le consuela Callia con una cálida mirada.

Gritos de monos se oían en la lejanía aproximándose.

—Vamos, los monos se entretendrán un rato…

Shamsha se sentía perdida, asimilar todo tan rápido no le era tan fácil, a veces su mente, apiadándose de ella, antes de que entrara en shock, la evadía haciéndola creer que todo era un mal sueño.

Un mundo idílico que se esfumaba con premura para que no bajara la guardia. Había estado demasiado tiempo en él, ya iba siendo hora de asumir la realidad y por primera vez en mucho tiempo, ser valiente y afrontarla. Ese horrible momento en el que volvía a verlo todo tal y como era, abría las puertas de par en par al horrible miedo, que resurgía, campando a sus anchas por su sistema. Corrían sin mirar atrás, oían los agudos gritos a lo lejos, no había tiempo para el cansancio, tenían que alejarse lo más rápido posible.

Correr, esconderse, vigilar, correr, esconderse, vigilar, correr, esconderse, siempre alerta, era una tensión constante, no sabía hasta cuándo su estómago podría aguantar aquello, una y otra vez esperaban a que pasara el posible peligro, la tensión de su sistema no desaparecía nunca, se preguntaba una y otra vez cómo sus amigos habían aguantado aquello, estaba segura de que tenía una úlcera del tamaño de su mano, la culpa la corroía, no había sopesado el peligro y la dificultad de lo que su aventura, una y otra vez se repetía: «Sé fuerte, tú los has traído».

—Vamos, ya falta poco, Sham, tú puedes. —Lewis la mira con ternura.

—¡CUIDADO!

Un pájaro gigante apareció de la nada. Lewis la empujó tirándola al suelo, otros pájaros aparecían. Charles disparó al pájaro que atacaba a Lewis, sacó de su mochila una bomba de humo.

—¡CORRED!

El humo lo tapó todo. Shamsha cerró los ojos, corría hacia delante, chocaba con coches a los que esquivaba después de golpearse, oía a Callia y a Charles gritar su nombre, pero no veía nada; pensó que si seguía recto seguro que se encontrarían, oía a los pájaros emitir sonidos que nunca había escuchado, eran insoportables, una especie de pitidos agudos casi sin sonido, pero que perforaban sus tímpanos y se resentían. Era muy doloroso, avanzaba todo lo rápido que sus piernas le permitían, con los ojos entornados para intentar ver algo.

¡CRACK!

Chocó con una pared. El impacto fue tan fuerte que la empujó brutalmente contra el suelo, cayó boca arriba en plancha, estaba muy aturdida, el golpe había sido estrepitoso, todo estaba negro y en silencio.

—¡CHARLES! —grita Callia

—¡CALL! —Charles la ha oído, mira a su alrededor buscándola.

Shamsha no podía respirar. «Sham, levanta, peligro, vamos». Piensa, intentando hacer acopio de fuerzas.

Intentó abrir los ojos, todo estaba borroso y teñido de rojo, otra vez estaba asustada, «basta ya», harta de tener miedo, hizo un esfuerzo sobrehumano, intentaba ver, quería moverse, pero el cuerpo no le respondía, su cabeza daba vueltas, parecía que le iba a estallar. Cerró de nuevo los ojos en un intento de abandono, era reconfortante, «¡no!», lo pensó bien, un golpe y unos asquerosos pájaros no podían acabar con ella, quería vivir, tenía que vivir, era afortunada.

Buscó en el fondo de su cuerpo aquella pequeña reserva de energía que siempre queda, sabía que era el momento de usarla. Apoyó las manos contra el suelo y elevó el torso. El dolor era tan intenso que sentía todos los músculos y tendones. No se lo pensó e intentó levantarse, le fue imposible, sentía una fuerte presión en el pecho, se dejó caer de nuevo. «Vamos, Sham».

Giró sobre sí misma. Tumbada boca abajo, el horrible sabor del polvo con la sangre se introducía en sus papilas, la fuerza repartida no había tenido en cuenta el poder escupir, tenía apoyadas las manos y los pies, iba gateando y arrastrándose, pensó en sus dos opciones: erguir el cuerpo o seguir arrastrándose por el suelo, aunque sabía que de un momento a otro sus brazos fallarían y no volvería a levantarse. «¡NO!», sin saber cómo, se irguió del todo, la cabeza le daba vueltas como cuando volvía a casa, después de haberse bebido hasta el agua de los charcos, arrastraba los pies torpemente, la boca le sabía a sangre, podía olerla…

En lo poco que sus ojos le dejaban ver, divisó un claro en el que no había humo, fue hacia él, cuando de repente, algo le agarró con fuerza por la muñeca; sabía que era Callia, sintió una sensación de alivio y se dejó caer sobre ella. La griega la rodeó con sus brazos sujetándola con fuerza, hablaba por radio, a Shamsha de nuevo todo se le tornó negro, oía en la lejanía a su amiga hablar…

KKKKKGSSSSSSS

—La tengo, se ha golpeado en la cabeza, está bien, te veo, C., ¡sigue avanzando!

KKKKKGSSSSSSS

—Recibido, voy a tu posición, te veo.

—Voy.

—L., ¿dónde estás?

—No te preocupes, os he visto, voy a asegurar el perímetro.

—No tardes, aquí hay un hueco entre los escombros, vamos a entrar.

—Asegúrate de que es seguro, puede derrumbarse, comprueba que no hay.

KKKKKGSSSSSSS

—¿L.?, ¡responde!, ¿dónde coño estás?

—Es… KGSSS, tran… KGSSSS.

—Call, ¿qué pasa? —pregunta Shamsha semiinconsciente.

—Tranquila, pequeña.

—Hola, chicas.

Charles tocó el pelo de Shamsha, se miró la mano, estaba llena de sangre. Ella, con la voz muy débil, le dijo:

—Tranquilo, no es nada.

—¡Has roto el edificio! Jajaja.

Ella sonrió levemente, él le respondió con un tierno beso en los labios.

—¿Dónde está?

—No lo sé, me dijo que iba a asegurar el perímetro.

—Lo oí, pero me está preocupando, he oído a los monos...

—¿Monos? —pregunta Shamsha asustada y semiinconsciente.

—Tranquila, estamos a salvo.

Esperaron unos minutos que se les hicieron eternos hasta que Lewis apareció.

—¿Qué pasa, tíos?, eres muy torpe, ¡has roto el edificio con la cabeza! Jajaja —dice Lewis mirando a Shamsha.

Shamsha respondió con una leve sonrisa, tenía los ojos cerrados. Lewis se acercó a su cara para observarla con atención y le alumbró con la linterna la herida. Rebuscó entre el cuero cabelludo para verla más nítidamente.

—Esto no es nada, voy a limpiarte y a echarte una cosita que a lo mejor te va a escocer un poquito, pero… ¿no llorarás, no? —le habla con tono burlón, mientras pone esa encantadora sonrisa de padre con la que calma a todos sus pacientes. Con voz débil y una sonrisa forzada—. Vamos, idiotilla, dale…

—Vale, allá voy, quieta.

Shamsha resopló y se retorció sujeta por Callia.

—Escuece…

—Vamos, allí parece seguro.

Decidieron pasar dentro del edificio medio derruido la noche. Callia dormía con Shamsha acurrucada en su regazo.

—Una cosa, Call —dice Shamsha con los ojos cerrados y la voz entrecortada.

—Dime, pequeña —responde Callia acariciándole el pelo.

—Si me entran ganas de hacer cosas durante la noche…

—¿Cómo?, no entiendo, ese golpe te ha afectado más de lo que creíamos.

—Cosas…, ya sabes…, el cuerpo quiere cosas…

—Joder, Sham, no te entiendo, anda, duérmete…

—Es serio, Call…

Callia salió de su letargo poniendo toda su atención.

—Vaaaaaale, dime…

—Pues dejar cosas que el cuerpo no quiere por ahí, abandonadas…

—Ehhhhh, estás fatal. ¡AAHHHHHH, joder, Sham!, ¿te refieres a cagar?

Shamsha se ruborizó.

—Ehhhh, sí…

—Tranquila, avísame y yo te acompaño. —Callia vuelve a cerrar los ojos.

—Es que en las pelis sobre el fin del mundo no sale nunca como lo hacen…

Callia se rio con los ojos cerrados.

—Cariño, esto es la vida real, todos cagamos, además se me gastaron las pastillas «Noexcret» (Nota del autor: Noexcret eran unas pastillas que disolvían todos los deshechos que el cuerpo generara y los eliminaba a través de los poros de la piel en forma de sudor, muy usadas en guerras).

—Buenas noches, mi heroína.

—Buenas noches, mi chalada.

CRASH, CRASH, CRASH

Shamsha dormía plácidamente. Se sobresaltó.

—¿Qué pa…

Se encontró en el suelo apoyada, Callia no estaba. Charles le puso la mano en la boca con tanta fuerza que apenas podía respirar, otra vez el corazón se le iba a salir del pecho. Abrió los ojos con tanta fuerza que le dolieron las cuencas, miraba con rapidez en todas direcciones, quería saber cuanto antes qué pasaba. La mano de Charles seguía apretando, poco a poco fue rebajando la fuerza. Era de noche totalmente, sus ojos intentaban adaptarse a la oscuridad, se concentraba en la luz roja que salía de la linterna de Lewis que alumbraba entre los huecos oscuros de los escombros. No veían nada extraño, era difícil saber si algo se ocultaba, había muchas cuevas diminutas totalmente en penumbra, igual que ellos estaban escondidos en una de ellas, algo o alguien podría estarlo de igual modo.

Callia susurró:

—Lewis, propongo quedarnos aquí, vigilaremos por turnos.

—Me parece bien, no podemos salir ahora, estaríamos expuestos a muchos más peligros y hoy hay muchas nubes para ver algo… —responde Callia.

Ok, no veo mejor opción, empiezo yo…

—No, yo he dormido mucho rato y plácidamente, todavía no tengo esa costumbre de estar en alerta permanente… —dice Shamsha con tono imperativo.

Charles asintió levemente, estaba segura de que los demás no confiaban en su capacidad de centinela, pero cedieron rápidamente. El cansancio de todos estos meses, la escasa comida ingerida desde que salieron del laboratorio y el agotamiento mental de la tensión que nunca termina, produjeron que la «mosquita muerta» quedara a cargo de los «tres guerreros».

—Tranquilos, podéis dormir como princesas, yo nunca me duermo si no quiero…

¡CRRAAAAASSSSHHHHHHHH!

Shamsha se despertó de un sobresalto, «joder, Sham, te has dormido, pero ya no más».

Los demás no se percataron de ello, de todas formas no veía sus caras, estaba segura de que Callia no estaba dormida, no la veía, solo sentía el roce de su piel en contacto con su brazo; a Charles lo tenía pegado en el otro, los oía respirar muy despacio, pero sabía que si ella se había despertado con el ruido, ellos también. El estómago le empezó a doler, tenía una gran presión, nunca se perdonaría si por su culpa e insensatez los demás habían corrido peligro…

—Tranquila, bella durmiente, se ha desplomado un pedrusco… —le dice Callia.

—Ehh, yo…

—No pasa nada, es acostumbrarse, yo no duermo casi nunca…

—Ehhhh, yo lo…

—Descansa, Sham, no te preocupes.

Estaba amaneciendo, poco a poco la claridad se adueñaba de los escombros, aunque la oscuridad seguía siendo la reina de las cuevas, debido a los derrumbamientos, creaba una reconfortante sensación de seguridad.

—¡Buenos días!, tienes buena cara —dice Charles mirando a Shamsha con una sonrisa.

Charles guiñó un ojo a la doctora, gesto inequívoco de que sabía perfectamente que había permanecido despierta diez minutos, tras acordar que vigilaría.

—¡¡Menuda vigilancia, princesa durmiente!! —dice Lewis con tono burlón.

—Ehhh, no…

Callia le susurró al oído, mientras se reía:

—Cariño, roncas…

Sentía cómo el calor se apoderaba de sus mejillas, no dijo nada, únicamente miró al suelo entre sus rodillas. Lewis comenzó a gatear con el arma a la espalda, con gesto serio y decidido, dijo:

—Salgamos de aquí.

Todos le siguieron de cerca, gateaban hasta la salida de la cueva, uno a uno se ponían de pie. Cuando al fin salieron al exterior, sabían que no podían perder tiempo.

—Vamos, por aquí —dice Lewis.

Shamsha no les siguió, estaba clavada, estupefacta por la belleza del amanecer. Era precioso, tonos morados, dorados y rosas, se reflejaban en sus ojos dotándolos de un brillo incandescente, hacía tanto tiempo que no veía uno que le pareció una escena extremadamente bella para guardarla en su retina, esa sería la mejor imagen en mucho tiempo que su cerebro retendría y mejoraría cada vez que la rememorara.

Creyó que los demás la acompañaban en su admiración por aquel espectáculo, pero no era así, en realidad estaban a su alrededor inspeccionando el terreno. Callia estaba nerviosa, permanecía alerta, sabía que algo les acechaba, su cara delataba que la noche había sido muy larga para ella. Volvieron todos junto a Shamsha, que seguía admirando el cielo, añoraba los atardeceres con su madre y hermana en el pueblo; recordarlo hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas, no se acordaba de cuándo fue la última puesta de sol o el último amanecer que vio, pero lo que sí le hizo recordar es el porqué estaba ahí, tenía que dejar de ser una boba y convertirse en una luchadora, el remordimiento por haberse dormido la seguía reconcomiendo.

Se prometió a sí misma que, a partir de ese momento, se armaría de valor para todo lo que le viniera y se esforzaría más por ayudar en vez de dificultar la situación, «tú los has embaucado, no seas una idiota».

—Mamá…, snif, snif… —Se seca las lágrimas y se vuelve hacia los demás que la observaban desde detrás—. Lo… siento.

—Tranquila, tómate tu tiempo, a todos nos pasa. —Callia le apoya la mano sobre el hombro para reconfortarla.

Tenían que elegir el camino más seguro y a la vez el más corto, oían ruidos que provenían del interior del edificio, parecía como si se resintiera de dolor, oyeron otro ruido seguido de un estruendo ensordecedor.

—¡CORREEEEDDDDDDDDDD! —grita Charles desesperado.

Poniendo su musculatura al límite, corrían asustados y con desesperación, como alma que lleva el diablo, sin rumbo, uno detrás de otro, o apelotonados, se chocaban, separaban y cuando a alguno le fallaban las fuerzas, se agarraban de la mano tirando agresivamente para que no desistiera. El suelo temblaba bajo sus pies, miraban fugazmente hacia atrás al edificio en el que habían pasado la noche, se derrumbaba estrepitosamente, se habían librado por poco de morir aplastados…

Un edificio imponente en su momento de esplendor, un gigante de cristal de esas maravillas de la ingeniería moderna.

Ahora caía sin freno, toneladas de cristal y escombros eran vomitados sin piedad sobre la arteria principal de la ciudad.

El bloque se precipitaba hacia el suelo, grandes trozos se desprendían y no podían escapar. Sabían que su destino estaba escrito, corrían sin descanso, pero no llegarían a distanciarse y sobrevivir. La desesperación los impulsaba a convertirse en velocistas de élite, más y más rápido, la boca tenía un sabor: sangre.

Miraban a su alrededor para buscar una solución rápida a la situación, la mente de Shamsha estaba bloqueada, el pánico se había apoderado de todo su sistema, «no, así no», no sentía las piernas, sabía que corrían, pero ella no les daba órdenes, miraba a los demás, se libraban por poco de morir aplastados por los desprendimientos, oía cómo detrás de ellos todo quedaba destruido...

—¡POR AQUÍ! —grita Lewis.

Se introdujeron con rapidez en el interior de un enorme tráiler mecanizado (Nota del autor: los tráileres mecanizados, eran enormes naves autónomas, muy resistentes, sin conductor, transportaban materiales peligrosos o de alto valor económico, cuando todo estalló, la gente volcaba estos aparatos colocando bombas de onda para acceder a su interior).

Estaba volcado, lo abrieron, dentro había cientos de palés antiguos de madera (Nota del autor: los palés eran extremadamente valiosos, se consideraban arte antiguo, lo más probable es que los transportaran a algún lugar secreto para protegerlos de los saqueos, no habían podido acceder al interior hasta que la batería del tráiler mecánico se agotara o que el ordenador control diera la orden expresa de apertura, así que la carga que transportaba seguía intacta).

—ES NUESTRA ÚNICA OPORTUNIDAD. ¡VAMOS! —grita Lewis.

Entraron en el tráiler. Se cubrieron la cabeza con las manos por puro instinto, el ruido era atronador, sus cuerpos vibraban y retumbaban dentro del vehículo, la potencia de los impactos les impedía levantar la cabeza para ver qué sucedía sobre ellos.

Albergaban la esperanza de que la estructura aguantara y poder salir de allí; para su tranquilidad, en cuestión de minutos el ruido cesó. Shamsha sentía en su espalda algo presionándola, abrió los ojos. Era Charles y estaba inconsciente, giró sobre sí misma para ponerse frente a él.

—¡CHARLES!

Él le apretó el brazo, pero ella estaba tan fuera de sí que ni se inmutó, le gritó una y otra vez, entre sollozos le suplicaba. Charles la había protegido con su cuerpo de unos cascotes, cuando vio que sus labios se movían levemente.

—Qué gritona eres, no te vas a libras tan fácilmente de mí… —le dice Charles con la voz entrecortada.

Shamsha lo abrazó con fuerza, él respiraba con dificultad, aflojó su abrazo, observó que estaba de una pieza, agarró sus mejillas entre sus manos y juntó sus labios con los de él, un beso tierno; lo tenía a milímetros de sus ojos, él balbuceaba en un susurro cosas ininteligibles. Shamsha analizaba con detenimiento las rubias pestañas que adornaban los ojos cerrados de su doctor, le besaba, más bien le recorría la cara con pequeñas succiones, mientras repetía una y otra vez: «te quiero, gracias, gracias», todo mientras las ondas producidas por los golpes no dejaban de retumbar sobre sus cabezas.

Abrazada a Charles, echó un vistazo alrededor. Era difícil, el techo había cedido hasta casi aplastarlos, no vio ni a Callia ni a Lewis e inclinó el cuello hacia atrás, sabía que estaban dentro, los había visto pasar. Adaptó la vista a la semioscuridad, en un rincón a lo lejos, allí estaba, era Callia, parecía inconsciente. Lewis estaba cerca de ella, con una pierna atrapada.

Pensó en ir primero hacia Callia para ayudarla y que le ayudara con Lewis, puso a Charles encima de ella haciendo de su cuerpo una camilla, lo sujetaba con sus brazos, mientras con las piernas hacía un esfuerzo sobrehumano para empujar y arrastrarse; su espalda le advertía que estaba masacrándola, pero no le hizo caso, llamaba a la griega, aunque no se movía, consiguió llegar hasta donde estaba, pero seguía sin responder. El tráiler había cedido tanto que estaba a punto de hacer un sándwich de carne, no quedaba ya ni medio metro desde donde estaban tumbados al techo que se hundía sobre ellos.

Sacudía a Callia violentamente, casi no podía respirar. Charles le oprimía el pecho, le gritaba, pero nada; giró para arrojar a Charles sobre el suelo, agarró a Callia de los hombros agitándola con todas sus fuerzas, nada, al final consiguió despertarla con otros métodos menos sutiles.

—¡Joder, Sham!, ¿quieres que me dé un infarto?, ¡qué dolor!

—¿Estás bien?

—¡Claro!

—Pensé que…, como tenías los ojos cerrados…

—¿Y me aprietas los pezones?, estás fatal, ¡ha sido un momento! —le recrimina Callia frotándose los pechos.

Shamsha respondió afligida.

—Ehhh, lo siento, yo no quería…

—Perdona, cariño, me he asustado, tranquila, apuntaré tu técnica, hace mucho tiempo que no duermo y bueno, jajaja —Callia le dedica una tierna sonrisa para relajar a Shamsha—, con las vibraciones, la tensión, al cesar los ruidos, cerré los ojos y estaba súper a gusto… Estás llena de mierda, tienes la cara negra, jajajaja, me alegro de que estés bien…

—¿Y los chicos?

—Charles está aquí, aturdido, pero bien, voy a…

—Chicas, ¿os importa?, tenéis que ayudarme.

Lewis tenía la pierna atrapada, esperaban que no fuera demasiado pesado, tenían que buscar algo que hiciera palanca y poder liberarle no había mucho tiempo, el tráiler les daba avisos de que no aguantaría mucho más.

Hicieron acopio de todas sus fuerzas, para, entre los tres, ayudar a Lewis a liberarse. Había mucha sangre y este gritaba de dolor. La situación se volvió angustiosa, tenían un escaso margen de maniobra, el tráiler cedía sobre sus cabezas cada vez más, casi tocaban con la nariz la pared y los palés resistían el peso con ímpetu, si no salían antes de que la estructura cediera del todo, morirían aplastados.

Tumbados en el suelo, boca abajo, mirándose los unos a los otros, Lewis se encontraba boca arriba con la cara pegada a la estructura del tráiler que cada vez cedía más, no paraba de gritar. Se dispusieron todos a un lado, cada uno buscó un punto de apoyo para empujar con todas sus fuerzas; daba resultado, cada vez sacaban un poco más la pierna.

A la vez que esta salía, la sangre de su amigo teñía el suelo y gritaba de dolor. Cuando sacó la pierna del todo, observaron que tenía numerosos cortes, uno de ellos muy profundo. Cuando se vio la pierna, la cara de horror reflejaba lo asustado que estaba; en ese momento, Charles, dejando a Callia y Shamsha anonadadas, con toda la calma y frialdad de la que pudo hacer acopio, dijo:

—Por allí, hay una abertura en la pared, cuando salgamos, iremos a un centro médico que creo que estaba cerca y te lo coseré… Tranquilo, colega, hemos salido de muchas peores

—¡Ni lo sueñes, no me vas a coser nada!

Charles hizo caso omiso a la réplica de su amigo, su semblante era tan serio que dio a su figura una imagen de líder tal que ninguno pensó en las objeciones que suponía salir por la estrecha abertura con picos metálicos que parecían propensos a cortarlos por todo el cuerpo.

Miraban a su alrededor y a Lewis, oían cómo la estructura se resentía y cada vez bajaba más para poco a poco aplastarlos sin compasión. Lewis miró a Charles a la vez que apretaba los dientes con fuerza, asintió y dijo sin casi abrir la boca.

—¿En qué raja has dicho que entre?

Por unos instantes estuvieron perplejos. Charles le esbozó una media sonrisa, se giró encaminado hacia la supuesta salida y empezó a reptar como un soldado, los demás iban detrás. Shamsha estaba en último lugar, era la primera vez que no sentía nada.

Avanzaron hasta casi llegar a la grieta del vehículo, lo que se veía a través de la abertura era desolador, más aún de lo que era normalmente, reptaban entre palés, las astillas se les clavaban en las piernas; a veces se oía algún gemido causado por el dolor, trozos de escombro les arañaban la piel, estaban por todas partes, veían ya el final del camino, la grieta dejaba ver los rayos del sol, cuando de repente, Charles paró en seco y todos chocaron contra los pies del que tenían delante.

—¿Qué coño pasa ahora? —pregunta Callia.

—Jodidos monos… —contesta Charles entre dientes.

Alzaron la vista, allí estaban. Se asomaban con disimulo, escondidos entre unos escombros que había de frente, vigilaban, sabían que estaban allí, atrapados, solo tenían que esperar a que sus presas cayeran en sus fauces…

—He visto cómo uno se asomaba desde arriba, saben que necesitamos salir, están esperándonos… ¡Call, ¿cuántas armas llevamos?! —pregunta Charles.

—Las que llevemos encima, el fusil lo perdí cuando el techo del camión se vino abajo…

—Lo tengo yo.

—Bien, Sham, ¿puedes pasármelo?

—No es buena idea, podrás cargarte a uno o dos, pero cazan en manada y ponen trampas, no sabemos cuántos hay, solo he visto uno frente a la grieta escondido. —Charles respira con dificultad.

—Joder con los putos monos, no he llegado hasta aquí para ser su comida, mi pierna, ¡DIOSSSSSSS! —se queja Lewis apretando los dientes.

—Podemos salir por la parte delantera, la puerta de la cabina estaba atascada, pero haciendo un poco de palanca se abrirá, la he visto combada. ¡Sham, ve hacia atrás! —Callia repta hacia atrás con cuidado de no pisarle la cara a Shamsha.

—Ok.

«Vaya con el trasero de la griega, hablar con su culo es algo extraño, está… ¡joder, Sham!, una situación extrema y tú pensando en la forma del culo de tu amiga, pero ¡qué culazo!, yo ni en sueños tendría eso, es como… un globo duro, qué pena que podamos morir en breve…». Shamsha se ruboriza y sigue reptando hacia atrás.

Retrocedían reptando de espaldas, ahora Shamsha estaba a la cabeza de la fila (mejor dicho, a los pies de la fila), sus pies chocaron con algo, encorvó su cuerpo haciendo una «U» y ahí estaba la puerta. Callia se había equivocado, estaba totalmente combada, no hacía falta hacer palanca, lo que iba a ser más difícil sería introducirse por la abertura empezando por los pies.

Subió una pierna, la metió y luego la otra, cuando casi había introducido todo el cuerpo, se asustó. Una cara de mono con los ojos enrojecidos, desprendidos de las cuencas y abiertos como platos estaba aplastado contra la luna delantera. Abrió lo que pudo la puerta del piloto, pero era insuficiente para salir, probó con la otra y por suerte, haciendo fuerza cabrían a duras penas, pero era la única escapatoria que les quedaba.

Lewis perdía mucha sangre. Les extrañaba que aún permaneciera consciente, fuera del camión los escombros lo cubrían todo. Observaron que realmente no eran escombros como tal, era la estructura del edificio que había caído a plomo sobre el camión, este había aguantado milagrosamente el impacto, pero no resistiría por mucho tiempo.

Formaba una especie de triángulo, tráiler, suelo y edificio. Estaba oscuro, analizaron los escasos dos metros cuadrados que tenían a su alrededor, buscaban una línea de luz que les indicara que era la salida, no había ninguna. Callia miró debajo del camión y en el otro lado lo vio, un halo de luz, que para ellos significaba esperanza.

Se deslizó bajo la estructura de tráiler, estaba complicado, tenía que esquivar partes que ahondaban ya en el suelo; unas habían atravesado el asfalto, otras se encontraban suspendidas y solo rozarlas significaría un profundo corte. Observó que la abertura era apta para poder salir, no había monos a la vista, sabía que estaban ahí, pero como a cada momento caían escombros del edificio lo más lógico es que hubieran huido del lugar, volvió a por ellos.

—Vamos, por allí se puede salir —dice Callia.

—Puede que los monos se hayan asustado y no estén —comenta Shamsha esperanzada.

—Nunca se van, son demasiado ambiciosos para poner su vida a salvo, compartimos código genético, ¿recuerdas? —responde Charles con sarcasmo.

—No tenemos otra opción, ¡vamos! —Callia agarra a Shamsha de la muñeca, tirando de ella.

Entre todos sujetaban a Lewis. Callia hacía de mula de carga; estaba semi tumbado sobre ella, Shamsha y Charles lo sujetaban por los brazos, estaba muy pálido, la sangre le mojaba toda la pierna. Era fuerte, se había hecho un torniquete y ayudado por un trozo de palé caminaba torpemente sujetado por Shamsha y Charles, pero al agacharse bajo el tráiler, cayó al suelo, entre todos lo ayudaron. Tenían que ser cautelosos, les acechaban dos peligros mortales: ser devorados por los monos o aplastados por el edificio. Pasaron bajo el camión, estaba oscuro, tenían que ser cuidadosos al extremo para no salir malheridos.

Charles salió en primer lugar, después Callia sosteniendo a Lewis; cuando le tocó el turno a Shamsha y salió a la luz, no vio a nadie, había soltado a Lewis para que saliera hacía solo unos segundos, su estómago se encogió, hasta que una mano le agarró de la muñeca y tiró hacia debajo de ella.

—Agáchate, iremos a gatas hasta el edificio de enfrente, pasaremos entre los escombros, no por encima —dice Charles en un susurro.

Callia avanzaba. Charles la seguía y la griega sabía muy bien cómo moverse para no ser vista. Miró hacia atrás, con el dedo índice y corazón, se señaló cada uno de los ojos, luego hizo un círculo por encima de su cabeza, señales inequívocas de que estuvieran atentos a todo lo que hubiera a su alrededor. Shamsha asintió, empuñaba el arma mientras avanzaba casi en cuclillas; sabían perfectamente que los monos les acechaban, esperando cualquier oportunidad, los oían impacientarse para que salieran de una vez del estrecho pasillo de roca, se peleaban entre ellos. Los escombros habían aplastado a algunos, parecía que aquellos seres no tenían sentimientos, Shamsha se sorprendió al ver la frialdad de estos. «Charles tenía razón, otra vez».

Dejaban los escombros y uno a uno se erguían y corrían sin parar, controlándose mutuamente para que ninguno se quedara atrás y controlando posibles amenazas. Lewis era arrastrado semiinconsciente sujeto por Callia y Charles.

Llegaron hasta el edificio que había al frente, el ruido era tan intenso y el caos era el rey supremo del lugar.

De repente, Callia miró para cerciorarse del bienestar de su amiga asustándose al ver que un mono se había abalanzado sobre ella. Soltó a Lewis que cayó violentamente sobre sus rodillas, corrió con todas sus fuerzas; al llegar a socorrerla, se percató de que el pesado mono estaba muerto sobre Shamsha, esta le había clavado una vara metálica atravesándole el cráneo a través de la cuenca ocular, pesaba tanto que luchaba por quitárselo de encima, pero las escasas fuerzas con las que ya contaba hacían que la tarea fuera difícil. Perpleja por la brutalidad y la mirada de ira de la doctora, Callia la ayudó a quitárselo, corriendo los escasos metros que les separaban de Lewis y Charles.

Callia la miraba sorprendida, siempre había estado segura de que bajo esa apariencia de dócil muñequita había una guerrera, después hablaría con ella sobre cómo todo lo que estaba viviendo la estaba cambiando a la velocidad del rayo.

Los tímpanos se les resentían de los continuos estruendos, avanzaban a contrarreloj por el edificio, sabían que los monos no cesarían en su intento de cazarlos y esperaban que no los hubieran visto entrar. Subieron un par de plantas, oían cómo el edificio seguía cayendo, los trozos desprendidos impactaban contra todo lo que se interpusiera en su camino.

El ruido se aplacaba cada vez más, el edificio estaba bien aislado, pero aún seguía provocándoles que se les encogieran los músculos del susto que provocaban los impactos más fuertes.

Las vibraciones de las colisiones subían desde sus pies para alojarse en el pecho. Charles cogió un extintor vacío que había en un pasillo, comenzó a golpear una puerta y tras varios intentos desistió, era imposible abrirla. Vieron otro apartamento dos letras más a la derecha en el que la puerta era normal, no de extrema seguridad (Nota del autor: cuando empezaron los altercados, la gente se instalaba puertas de extrema seguridad, imposibles de abrir sin código, pocas personas disfrutaban de este lujo que se encarecía a cada minuto por la alta demanda).

Entre Shamsha y Charles, cogieron un «Offire» (Nota del autor: el Offire era un extintor con un gas que apagaba el fuego intenso ahogando las llamas, era muy efectivo, con un par de centímetros cúbicos era suficiente para extinguir un incendio en una superficie de sesenta metros cuadrados aproximadamente), estos tenían una estructura mucho más resistente a los golpes y eran más pesados; tras muchos intentos, golpeando una y otra vez la puerta, lograron abrirla.

—¡Qué bonito!

Estaban maravillados, era un apartamento precioso, la puerta engañaba mucho sobre lo que había en su interior.

—Fiuuuuuu… —Silba Charles.

—¿Habéis visto esto? —Callia se mete en una piscina vacía que hay en la terraza, de paredes transparentes por los cuatro lados además del fondo—, desde ella se ve casi toda la ciudad.

—Hola…

—Perdón, Doc, por un momento me he dispersado…

—Está muy mal, ya no pierde tanta sangre, pero si no le cierro la herida pronto… —comenta Charles acuclillado junto al sillón donde está Lewis.

—No me vas a cortar la pierna, ni lo pienses…

¡PRMMMMMMMMMMMMM!

Un enorme estruendo hizo que el edificio donde estaban temblara sobre sus cimientos. Desde la ventana observaban cómo el enorme bloque de enfrente caía a plomo, se derrumbaba chocando contra el que había intentado sepultarlos.

Estaban petrificados, sus mentes rememoraban el que hacía unos minutos estaban en el interior de un camión que ahora veían era una plancha de metal, los monos saltaban alrededor, seguían buscándolos. Shamsha se preguntaba cómo habían sobrevivido.

—¡Apartaos de la ventana!, si esos monos suben no creo que pueda correr… —dice Lewis con la voz entrecortada.

—Tío, saldré hasta el hospital, está a dos manzanas, no tardaré… —le responde Charles.

—Voy contigo.

—No, iré más rápido si voy solo.

—No es discutible.

—Call…

Callia miró a Charles convencida de que iría con él, no pensaba ceder.

—C., es mejor que te cubra las espaldas, ¡id ya, por favor! —espeta Shamsha—. Iros, yo cuidaré de él. —Shamsha mira a Charles con complicidad.

—Venga, tortolitos, volveremos antes de que os deis cuenta, ¡aguanta, Lew! —Callia abraza a Lewis, incorporándose rápidamente para salir—. Vamos!

¡POM!

Cerraron con un fuerte golpe, la cerradura había sufrido algunos desperfectos que luego arreglarían.

—Está rota, voy a buscar algo para atrancarla, así no podemos dormir aquí…

—Sham, llevamos durmiendo con un ojo abierto tanto tiempo que una cerradura rota no es ningún problema, pondremos algo que haga mucho ruido y que bloquee la puerta, si algo o alguien intenta entrar…

—Descansa, no hables más.

—No te vayas, por fav…

—Lew, mírame, ¿aguanta, ok?, ¡tienes que hacerlo, has luchado mucho!

—Sham…

—¿Sí?

—Me estás rompiendo la mano…

—Opss, perdón, es que…

—Tranquila, gracias —dice Lewis sonriendo.

Lewis descansaba, Shamsha vio una enorme mesa de algo parecido al cristal, recubierta de hierro entrelazado que había al fondo del salón. Intentó arrastrarla para ponerla cerca de la puerta, pero era imposible, pesaba demasiado y además, estaba atornillada al suelo.

—¡Joder!, ¿quién clava la mesa al suelo?

Vio unos cuchillos pegados en la pared y cogió uno para aflojar los tornillos que le impedían hacer lo que quería.

—¡Es imposible!, se ha roto la punta…

—Déjalo, volverán pronto y entre todos buscaremos una solución o arreglaremos la puerta, no te preocupes, ven, siéntate a mi lado…

—No, descansa, voy a investigar por si hubiera algo que nos pueda servir…

—Como quieras, sé que no vas a parar hasta conseguirlo…

—Exacto…

Le dio un beso en la frente y se asustó. Estaba sudando en abundancia y tenía la tez blanquecina y fría. Cogió una manta que había a los pies del sillón y se la echó por encima, pensó en buscar algo para limpiarle la herida de nuevo, pero le daba miedo lo que pudiera encontrarse, de todas formas mientras él estuviera consciente podría guiarla para lo que fuera necesario, en el peor de los casos él se desmayaría y ella tendría que improvisar, «no puede ser tan difícil coser».

Caminó hacia lo que parecía otra estancia y antes de terminar el salón observó lo que era la cocina, que se enlazaba en armonía con este, pero elevándose paulatinamente hacia un nivel superior. «Qué original».

Llegó a un pequeño pasillo. Estaba abrumada con aquel apartamento, toda una pared era completamente de cristal, el sol iluminaba cada rincón, «igualito que la cueva de anoche» pensó. Llegó hasta lo que parecía un dormitorio, había fotos de dos personas que sonreían. Agarró el marco para ver de cerca la fotografía que contenía… «mmmmmm, qué felices».

Dedujo que aquellas personas podrían ser hermanos, existían unos rasgos muy similares «como dos gotas de agua» y abrió el armario. Había ropa de mujer, «vaya nivel», era alta costura, muy cara, vestidos preciosos, le dio pena rajar cualquiera de ellos, pero los necesitaba para cambiar el vendaje de la herida. No pudo evitar volver a coger uno de esos marcos de fotos, lo observó atentamente; se imaginaba cómo habían sido sus vidas, parecían muy felices, «los dos hermanos, viviendo en un pisito de lujo en el centro de la capital, tan guapos y perfectos, qué pena…», uno parecía piloto y ella podría ser o enfermera o más bien médico.

—¡Médico, sí!

Oyó un gemido, volvía apresuradamente al salón y se dio cuenta de que su amigo estaba bastante mal. Se le encogió el estómago y lo miró dedicándole una gran sonrisa para tranquilizarlo.

—Voy a cambiarte esto, ¿ok?

—Tengo que estar fatal para que tú hagas de enfermera…

—Jajaja, estás muy feo, la verdad…

—Cabrona…

Detrás de la máscara. Vol II

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