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Cada cual con su montura

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23 de agosto de 2018. Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Patricia Castro Obando da una charla magistral titulada «Una comunicadora PUCP en China». A modo de introducción, ha proyectado una foto tomada en la provincia china de Yunnan. Se le ve montando un yak cuyo largo pelaje lanoso mojan las aguas del lago Lugu. A lo lejos, cortan la línea de horizonte las manchas oscuras de unos islotes. El color crema del yak y la manta colorida de su lomo destacan sobre el gris del agua, del cielo y de los islotes.

En la foto, Patricia sonríe. También sonríe al comentar que, si tuviera que elegir alguna descripción gráfica sobre su vida, escogería aquella foto donde se le ve muy pequeña sobre un imponente yak, porque el yak representa simbólicamente lo que la sostiene desde hace años, algo que le ha dado estabilidad y le ha permitido avanzar a pesar de las muchas dificultades a las que se tuvo que enfrentar. «Todo ese lago representa las dificultades que uno encuentra —dice—, y los islotes del fondo son las metas por alcanzar». Aclara que, a veces, ni siquiera había islote, o este desaparecía en la neblina, pero había que seguir avanzando.

Y así fue, desde siempre.

Su familia fue su primer yak: un yak sólido, de apoyo incondicional. Hija de una familia emergente, con un padre tajador de muelle que registraba en el Callao la llegada de los barcos y siempre le compraba libros, y una madre ama de casa dedicada a la crianza de los hijos, creció en un hogar que valoraba el esfuerzo y el tesón, dos características que la definen perfectamente. Lo demostró al iniciar al mismo tiempo estudios universitarios que poco tenían que ver entre sí: Letras y Veterinaria. Inicialmente había pensado en estudiar Literatura sin que le importara adonde la llevaría. Le gustaba leer, le gustaba escribir y pensaba que estudiar Letras le proporcionaría los medios para hacerlo. Pero también le gustaban los animales. ¿Entonces? ¿Por qué no ambas especialidades al mismo tiempo?

Ante su determinación, su padre, él mismo buen lector y amante como ella de los animales, dijo: «Bueno, si eso quieres, hazlo, y después de un año de estudiar ambas carreras, vas a saber cuál escoger». Ella fue la primera generación de su familia en acceder a la universidad, luego le siguió su hermana, en Ingeniería.

Patricia dice que el destino muchas veces decidió por ella. El destino había querido que la familia viviera en Residencial Callao, cerca de la Pontificia Universidad Católica del Perú, así que, desde tiempo atrás, ella había declarado que la PUCP sería su casa de estudios. Su segunda casa a partir de 1989. Así la definió en la charla del 23 de agosto de 2018. Y así sigue siendo ahora. Recibió ahí la formación intelectual y profesional con la que forjó su carrera de periodista, aunque en los primeros años estaba lejos de sospechar que el futuro resultaría distinto al de sus sueños adolescentes.

Ingresó primero a Letras y, un año después, a Veterinaria en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Le gustaba estudiar, sacaba buenas notas y, a pesar del cruce de horarios, le fue posible llevar a la par ambas disciplinas. Pasó un año, pasaron dos, luego tres y, no lograba escoger.

Fue el destino el que, una vez más, pero de manera brutal, eligió por ella. La muerte del padre y la necesidad de recurrir a trabajos temporales la llevaron a quedarse con Letras, cuyos estudios estaba a punto de concluir, mientras le faltaba todavía un año para terminar Veterinaria.

Entonces la suerte cambió. Ganó un concurso de ensayos que, además de un premio de mil soles, ofrecía prácticas pagadas en el diario El Comercio. Entró a trabajar en el verano de 1994 para apoyar en la sección cultural, con un horario que le permitía cumplir con los últimos meses de estudios universitarios. Las horas extras eran por voluntad propia: llegaba antes que todos y se quedaba hasta la noche. Quería compensar el hecho de no haber estudiado Comunicaciones, pues sentía que había mucho por aprender. El Comercio se volvió su tercera casa.

Con el tiempo, pasó por todas las secciones: Cultura, Deporte, Política, Economía, Mascotas, Espectáculos, con coberturas tanto en Lima como en provincias.

Tuvo mentores que le enseñaron cómo trabajar, que le aclararon términos que desconocía, como aquella vez en que le pidieron que le pusiera una leyenda a una foto y ella, novata empapada de referencias literarias, preguntó qué tipo de leyenda querían: si una griega, una celta o una amazónica…

Tuvo colegas que compartieron generosamente con ella la información.

Tuvo todo el apoyo de ese yak centenario en el que sigue montada desde aquel entonces. «Yo ingresé a El Comercio en 1994 y nunca me fui del diario —declara—. Ahí me hice periodista. Ahora escribo columnas y sigo colaborando. Mi agradecimiento en esta vida y en todas las que vienen es para El Comercio, porque me enseñó el compromiso con la noticia».

Pero ella quería más. Cuanto más aprendía, más cuenta se daba de lo poco que sabía y, una vez licenciada en Letras, se volvió a inscribir en la PUCP en Comunicación, una decisión que cambió sus perspectivas.

A partir de esa fecha y durante tres años, invirtió su dinero en cursos fuera del Perú. Se trataba de cursos de alta especialización que siguió primero en Washington, luego en Londres, y que la fueron preparando para el análisis e interpretación de los conflictos armados. Pero su sed de conocimientos no se limitaba al periodismo y, cumpliendo con un deseo de años atrás de acercarse a la cultura asiática, consiguió en 2001 una beca para estudiar, en Taiwán, Religiosidad del Oriente. Y como para Patricia no basta con un reto, aprovechó su estadía para ir al gimnasio a entrenarse para la maratón de Nueva York. Tal cual: Mens sana in corpore sano…

El entrenamiento le proporcionó una forma física que le resultaría muy útil en sus corresponsalías, pues, hasta la fecha, los conflictos solo habían sido consigo misma en su afán de abarcar el mayor conocimiento posible: Letras, Veterinaria, Comunicaciones, Religiones asiáticas, maratón… cuanto más extraño, más desconocido y más diverso, mejor.

Solo faltaba la prueba de fuego. Y esta no tardó en llegar.

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