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Ellas, reporteras de guerra

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¿Por qué, después de haberse hecho un lugar en un mundo

que era del todo masculino, las mujeres no han sido capaces

de defender su historia, sus palabras, sus sentimientos?…

Se nos oculta un mundo entero. Su guerra sigue siendo desconocida…

Svetlana Alexiévich, periodista, Nobel de Literatura 2015

Patricia Castro Obando afrontando el peligro talibán enfundada en una «burka»; Vera Lentz legitimando con imágenes masacres inauditas en Ayacucho; María Luisa Martínez cubriendo la desmesurada invasión norteamericana a Panamá y la cruel matanza de Accomarca; Mariana Sánchez Aiscorbe con casco y chaleco antibalas en el centro de la guerra de Kosovo y Serbia; Mónica Seoane reportando y fotografiando en Nicaragua, El Salvador, Ayacucho; Morgana Vargas Llosa describiendo la huida desesperada de miles de albaneses perseguidos por los serbios y, en Irak y la Franja de Gaza, atestiguando con sus fotos las crónicas de su famoso padre…

Conocíamos parcialmente de sus experiencias y de sus comprometidos lances como reporteras de guerra a través de breves entrevistas recogidas por colegas. Pero hacía falta que alguien sintetizara tantos sucesos y acciones en lo que el famoso Pérez Reverte llamó «territorio comanche» de los corresponsales, esto es, aquella zona o tierra de nadie en que los periodistas se juegan la vida para informar mejor lo que está pasando allí y que muchos, incluyendo los editores, consideraban que era territorio exclusivamente masculino.

Christiane Félip Vidal, profesora de literatura, literata de renombre, también se sorprendió al comprobar que esas historias no hubieran sido resaltadas como se merecían, y decidió contarlas premunida de las herramientas literarias que maneja con soltura y talento. Egresados del colegio Franco Peruano la recuerdan como la profe más eficaz y entretenida porque sus talleres literarios los hacía llevando a sus alumnos a los lugares frecuentados por los autores que estudiaban. El resultado es que ninguno ha olvidado nunca al autor… y menos a la profesora. Pero ella además escribía cuentos, avanzando hacia la novela y ha publicado varias, y, vale la pena citarlo, pese a que su idioma natal es el francés prefiere utilizar el castellano para su obra literaria.

Que sepamos, ninguna de las reporteras que investigó y reporteó ha publicado textos testimoniales. Puede ser porque los periodistas, por razón de su oficio, escriben sobre los demás, rara vez sobre ellos mismos y menos sobre los colegas. Cuando me inicié en el periodismo era muy raro encontrar historias de cómo un reportero había logrado, por ejemplo, conseguir una noticia exclusiva, el esfuerzo realizado, la satisfacción del éxito. A lo más conocíamos el nombre, los autores de presuntas hazañas como la del aventurero Henry Morton Stanley buscando al Dr. Livingston en el África lejana y peligrosa, jugándose la vida por la primicia encargada por un editor neoyorkino.

¿Y mujeres reporteras, cazadoras de noticias a la par que sus colegas varones? ¿No existían?

En aquellos nuestros iniciales años 50, la guía máxima era el indispensable texto Manual del periodista. El repórter y las noticias de los norteamericanos Philip Porter y Norval Neil Luxon, traducido y editado en La Habana, en 1943, y que nos guiaba con mano segura por la teoría del periodismo.

La cita viene a cuento porque de sus casi 500 páginas solo dedica una, rara para entonces, a la «Intervención de las mujeres» en el periodismo norteamericano: «El trabajo periodístico tiene tales exigencias físicas que muchas mujeres que pueden aprender o ejecutar ordinariamente otro oficio, no pueden resistir aquel. Su ritmo general —como el factor de ‘lucha contra el cierre’ siempre presente— es tal como para excluir de este trabajo a muchas mujeres a causa de su temperamento nervioso». Y finaliza diciendo que «mejor harían en quedarse en las Escuelas de Arte…».

Pero nuestros autores estaban mal informados o su acendrado prejuicio los llevó al error. Porque es imposible que no supieran de las hazañas de la intrépida Nellie Bly (pionera del periodismo gonzo) y Elizabeth Bisland, dando la vuelta al mundo en disputa reporteril para batir el récord que Julio Verne inventó para Phineas Fogg, que datan de 1889.

Tampoco recordaron que cuando el legendario John Reed viajó a la lejana Rusia para la cobertura de la revolución bolchevique encontró que ya estaban en San Petersburgo las reporteras Louise Bryant, la tenaz Rheta Childe Dorr, sufragista, que entrevistó a León Trotsky para el New York Evening Mail, Bessie Beatty que en 1918 publicó en Nueva York el libro El corazón rojo de Rusia sobre su experiencia, y la española Sofia Casanova, enviada especial del diario ABC de Madrid y que también pudo entrevistar a Trotsky.

La lista de todas aquellas ilustres desconocidas es larga y merece recuerdos mayores. Europa exhibe ejemplos extraordinarios. Pero nuestra intención ahora es enfatizar la pregunta: ¿por qué los historiadores del periodismo, salvo mínimas excepciones, ocultaron el rol de las mujeres más allá de las recetas de cocina, los consejos sentimentales, poesías, ensayos amables que no rozaran la política?

La misma interrogante vale para nuestro periodismo que registra, a lo largo de más de doscientos años, centenares de firmas femeninas, resaltando excepciones como Zoila Aurora de Cáceres. Pero siempre nos preguntaremos: ¿por qué no conocemos textos de mujeres sobre la Guerra del Pacífico, de la invasión chilena? Solo tenemos noticia de la jovencita María Nieves que residía en el Cusco cuando se difundió por todo el país la noticia de la muerte de Miguel Grau y la captura del Huáscar. Cuenta su biógrafo, Manuel Zanutelli, que María describió el pesar y la reacción de cusqueños y arequipeños en dramáticas y vívidas cartas a su padre, un abogado arequipeño, quien autorizó su publicación y distribución masiva. Luego ella se dedicó al periodismo y a la literatura con numerosos textos publicados en diarios y revistas de Arequipa y en Lima en el famoso El Perú Ilustrado.

La acción de las mujeres peruanas en la Guerra del Pacífico está centrada en la participación de cocineras, enfermeras y «rabonas», las acompañantes de los soldados. En Chile, a las mujeres de la guerra las llamaban «cantineras» y eran tan apreciadas que les permitieron fundar en 1881, en Valparaíso, el periódico «La Cantinera», donde se publicaron sesgados relatos de batallas. Agregaremos solamente que una rabona huancaína que se tornó guerrillera fue reconocida como heroína. Así, Leonor Ordóñez es la única mujer cuyos restos reposan en la Cripta de los Héroes del viejo cementerio limeño.

Fue la televisión la que finalmente dio rostro masivo a las periodistas, pese a que se reconocía casos notables anteriores como Angela Ramos y una serie más que han resaltado Aída Balta en su Presencia de la mujer en el periodismo escrito peruano.1821-1960 y Sonia Luz Carrillo en varios trabajos. En la década de los años 60 y 70, las mujeres acompañaron con eficacia tal a los colegas masculinos que pronto fueron convocadas para liderar los noticieros. Pionera fue quizá Jenny Vásquez Solís que condujo, sola, «El Pueblo quiere saber» en tiempos revolucionarios.

No es el momento de historiar la presencia femenina en el periodismo, en muchos casos decisiva. Pero valen los ejemplos para demostrar, como lo hace ahora Christiane, que ellas estuvieron siempre en la cruzada de las noticias, codo a codo con los grandes reporteros y en lugares en que, se podría decir, se jugaban la vida. ¿Es posible demostrar esto?

Christiane Félip Vidal nos ha dado la respuesta en las historias que nos cuenta, cronicando y entrevistando con maestría a seis reporteras que visitaron aquel territorio comanche y regresaron para probarnos que ellas suelen superar a colegas que ya no pueden presumir que la cobertura de guerra es exclusivo territorio masculino.

Juan Gargurevich

Lima, marzo del 2020

Mujeres en conflictos

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