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Misceláneas: erudición y retórica

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La edad imperial fue la edad de plata de la oratoria griega 11 . La elaborada preparación de aquellas piezas retóricas, y de toda la restante producción literaria profundamente influida por la disciplina, sólo era posible gracias a un proceso educativo largo y complejo que finalizaba en la madurez del autor. La dificultad no sólo estribaba en el dominio de las técnicas de la retórica y de la oratoria, con la suprema culminación del discurso improvisado, sino que este dominio debía aplicarse a un mundo distinto del presente, a un pasado documentado y recreado como experiencia literaria. La recreación de ese pasado tenía un aspecto lingüístico —la recuperación del dialecto ático del s. v a. C.—, pero iba acompañado de la contextualización histórica que exigía el control de los más mínimos detalles de un mundo que ya no existía 12 . El mayor pecado en que un sofista podía incurrir era el anacronismo, ya fuera lingüístico, utilizando expresiones no documentadas en los autores clásicos, ya fuera simplemente histórico.

La sobrevaloración de la exactitud y del rigor, de la akríbeia para usar el término preciso, era consecuencia directa de un programa educativo 13 que obligaba a los niños a iniciarse en la lectura con Homero, es decir, con unas obras con diez siglos de antigüedad y que ya habían sido compuestas forzando la artificialidad de la lengua. La atención a estos pormenores no hacía sino agudizarse con la labor del gramático, nivel intermedio de la educación obsesionado por la correcta comprensión de aquellas lecturas antiguas y, por lo tanto, por la acumulación de erudición. Cuando el joven accedía a la escuela del sofista se encontraba en condiciones para poner en práctica y darle valor a todo lo aprendido, que le debía servir de contexto y de reserva intelectual para la composición de sus discursos.

Es lógico, por tanto, que en este sofisticado ambiente cultural surgieran multitud de obras destinadas a facilitar la tarea de aprendizaje e investigación anticuaria. La mayoría de ellas fueron obras de gramáticos que así proporcionaron los instrumentos básicos para la actividad sofística. Léxicos, diccionarios y colecciones de expresiones áticas favorecieron la correcta recreación de una lengua artificial 14 . Pero a la vez, se convirtieron en obras de referencia para una erudición que necesitaba del estudio constante. No sólo el estudiante, sino también el orador profesional, e incluso el público de aquellas producciones, necesitaba mantener fresco el recuerdo de aquel lejano mundo. Pero esta pretensión les habría obligado a la lectura permanente de todo el legado literario. Ante la imposibilidad real de afrontar aquella ingente tarea es comprensible que las obras dedicadas a la erudición, si conseguían salvar la dificultad del estilo, encontraran no poco eco entre el público menos exigente 15 . Pero de este público nunca llegaron a formar parte los estratos sociales inferiores, pues la artificiosidad de la lengua literaria era una barrera insalvable, sino entre la base social de los pepaideuménoi , de los «hombres instruidos» 16 .

Es interesante reconocer que dos de los más importantes autores de misceláneas fueron sofistas de origen latino, Favorino 17 y el propio Eliano, y que el género cuenta con una excelente muestra en la lengua del Lacio, las Noches áticas de Aulo Gelio 18 . Quizás su público, tradicionalmente ajeno a las profundidades eruditas del legado literario griego, diera una calurosa bienvenida a estas muletas intelectuales, convertidas ellas mismas en obras menores de la literatura.

En la formación del pepaideuménos convergían diversas disciplinas que se abordaban desde la primacía de la retórica: la filosofía, la gramática, la medicina, la historia, el arte, la mitología e incluso la religión eran áreas de obligado estudio para el aprendiz de sofista 19 . De todas ellas necesitaba conocer múltiples detalles; de todas ellas era posible extraer multitud de anécdotas con las que poblar las misceláneas. La alteración retórica de las disciplinas afectaba, en los siglos del Imperio, especialmente a la filosofía. Los sofistas se creían rivales, y vencedores, de los filósofos, sobre todo de Platón, cuyas doctrinas vulgarizaban hasta la extenuación 20 . En realidad, Platón era, junto con Homero, el autor más leído y citado. Pero esto no se hacía por simpatía por sus ideas sino, fundamentalmente, porque sabían reconocer el valor literario del filósofo 21 . Es manifiesto en el caso de Eliano. Sócrates y Platón, pero también Pitágoras o los Cínicos pueblan su obra, pero nada, o casi nada, se encuentra en ella de sus enseñanzas, sino, en la mayoría de los casos, anécdotas de su vida impúdicamente inventadas por él mismo o, lo que es más probable, por sus fuentes.

Otros campos del saber tampoco escaparon a esta suerte de depredación intelectual. Eliano, como tantos otros en su género, prestó atención a las curiosidades anticuarias del lenguaje, discutiendo el uso particular que del verbo «inspirar» se hacía en Esparta 22 . La medicina, por su conexión con la filosofía, también provocó su interés 23 ; la historia del arte, con noticias sobre la incapacidad de algunos para disfrutar de la belleza o el recuerdo de obras sorprendentes pero inútiles 24 . Las prácticas y creencias religiosas de la Antigüedad eran campo abonado para la acción del compilador.

Precisamente tres capítulos dedicados a la crítica del ateísmo —II 23 y 31 y IV 28— permiten comprender la perspectiva retórica de toda la obra. Ésta no estaba compuesta por su interés en la remota antigüedad griega, sino por el uso que de aquel pasado podía hacerse en el presente. Los tiempos de Eliano eran de confusión religiosa. Fueron definidos, hace ya muchos años, como una «época de angustia» 25 . El rechazo de aquellos griegos que negaron la existencia de los dioses y el elogio de la religiosidad bárbara que mantenía viva su fe en la providencia divina y en sus señales, estaban de plena actualidad en un mundo que vivía el auge de los cultos orientales en detrimento de la religiosidad cívica tradicional 26 . Esa mirada al presente podría señalarse para muchas otras anécdotas. Baste con algunas: muerte de Hefestión y muerte de Antínoo; conspiración contra Darío y contra Adriano; Gelón devolviendo el poder al pueblo y Augusto 27 , etc. El pasado servía como código para enunciar y comprender el presente.

La potencialidad y el último destino retórico de la erudición que Eliano exhibe es evidente en el mismo texto de sus Historias. Muchos sucesos están narrados como enunciados de los progymnásmata retóricos, de los ejercicios preparatorios que eran el escalón que conducía directamente a la composición del discurso 28 . En IV 8, por ejemplo, se tratan repentinos cambios de fortuna, ejemplificados con el éxito tebano frente a Esparta, con la milagrosa recuperación de Dionisio I frente a Cartago y la no menos sorprendente de Amintas, la venganza terrible de Ocos, al que los egipcios creían indolente, la vuelta de Dion exiliado y la inaudita victoria naval de los siracusanos en inferioridad de condiciones. Con todos y cada uno de estos episodios se hubiera podido construir una melétē , ejercicio complejo en el que el orador asumía la personalidad de algún protagonista del pasado 29 . El destino inesperado de algunas decisiones, la consolación, el elogio, la descripción de lugares y tantos otros temas pueblan la obra. Cada capítulo podría generar un discurso o incorporarse en alguno de ellos 30 .

En ocasiones el propio Eliano no puede resistirse y compone, él mismo, el ejercicio, dando lugar a algunos de los capítulos más extensos de la obra. Es el caso del valle del Tempe, ejemplo de ékphrasis , descripción, cuyo preámbulo no puede ser más instructivo sobre sus intenciones (III 1): «Vamos a describir y modelar con palabras aquella región tesalia llamada Tempe, pues debe admitirse que el verbo, si está dotado de fuerza descriptiva, consigue representar con una eficacia no menor a la de los mejores artistas manuales aquello que se propone». Incluso este tipo de ejercicios se incluye en la narración mitológica, cuyo desarrollo detiene para ofrecer un ejemplo de virtuosismo 31 .

El lector de las Historias encontrará, no obstante, que algunos capítulos están dedicados a asuntos de nula importancia o, sencillamente, absurdos, que podría considerar desperdidos del ingenio. Sería el caso de aquellas anécdotas dedicadas a prostitutas 32 , hombres de extremada delgadez, el lujo desmedido de los generales de Alejandro, la colección de amores ridículos, o calvicies vergonzantes 33 . La clave para entender la importancia que los sofistas concedían a aquellos asuntos que no la tenían o que parecían paradójicos —ádoxa, parádoxa eran las expresiones precisas 34 — se encuentra, de nuevo, en Filóstrato cuando decía: «El elogio del loro y cuanto elaboró Dion con esmero sobre asuntos intrascendentes no hay que estimarlos nadería sino obra sofística, pues es propio de un sofista tratar con seriedad tales cosas» 35 .

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