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Pasado e identidad griega

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La composición de misceláneas no atendía, no podía atender, sólo a necesidades literarias y educativas. El Renacimiento Griego no era, en esencia, un movimiento intelectual, sino una reacción política ante Roma a la búsqueda de una nueva identidad griega para los nuevos tiempos del Imperio 36 . De ahí la importancia de la selección de las anécdotas que contribuían a trazar, si se quiere, una suerte de retrato impresionista —de nuevo con la primacía del color y su variedad— de la esencia griega.

Esto era así, sin duda, en el caso de las Historias curiosas de Eliano. En el abigarrado conjunto, pletórico de aparente caos, se pueden descubrir algunas líneas principales que vertebran la personalidad colectiva griega. Podría, a lo largo de la obra, trazarse un catálogo de actitudes, ideas y principios propios de los griegos por oposición a desviaciones, normalmente por influencia extranjera o por debilidades morales, y a comportamientos bárbaros que ofrecen el antimodelo. Así, los griegos desprecian la riqueza, tienen vocación de servicio público, aman la belleza, son personas piadosas, saben morir con dignidad y sus mujeres saben regirse con modestia. Frente a eso, el amor a la riqueza, el enriquecimiento de los políticos, el abuso tras la victoria, el gusto por la molicie, la desmedida afición por el vino e incluso el analfabetismo serían algunas de las conductas desviadas y bárbaras. Ejemplos de los primeros fueron Efialtes, Epaminondas, Sócrates, Platón, Aristóteles y tantos otros personajes que encarnan la dignidad del helenismo. Contramodelos serían los diversos reyes persas, con Jerjes a la cabeza, pero también muchos de los reyes helenísticos y de los tiranos sicilianos que pululan en la obra, así como también los bizantinos y los sibaritas, ejemplo máximo de la tryphé , la molicie. Mención aparte merecen Alcibíades y Alejandro. El primero se presenta como ejemplo desgraciado del fracaso de la paideía , de la educación griega, de cómo un discípulo del mejor griego, Sócrates, pudo dar muestras de un comportamiento tan degenerado. Alejandro, por su parte, no se libra del juicio ambivalente que compartían la mayoría de los contemporáneos de Eliano 37 . La admiración por su gran obra militar está presente en todos los capítubs en los que se le recuerda. Pero su fama no le libra de ser censurado por sus abusos y torpezas: la pretensión de ser divinizado, su afición al vino, la envidia de sus generales, su insensibilidad artística, lo desmedido de su cólera que lo llevó a obrar, en definitiva, «a la manera bárbara».

Una de las cuestiones que más ha preocupado a la crítica moderna cuando estudia la Segunda Sofística es el silencio de Roma. La ausencia de la dueña del mundo en las obras de los intelectuales griegos se ha querido ver como una muestra de oposición política 38 o, al menos, como la prueba de un cierto descontento griego ante un presente que sólo era sombra de su grandeza pasada. Y así, desde esta perspectiva, el recuerdo permanente del pasado clásico sería una vía de escape frente a las miserias y frustración que la dominación extranjera generaba 39 . Es difícil creer que esto fuera así cuando, si se mira la peripecia vital de los más claros representantes del movimiento, no se vislumbra en ellos ninguna muestra de oposición; más bien, al contrario, satisfacción por la colaboración con el poder imperial. Este sería el caso de Dion, Aristides, Filóstrato y, aunque no se le pueda considerar propiamente un sofista, Plutarco. Por eso también resulta difícil admitir la última propuesta de explicación de este curioso fenómeno, que pretende la existencia de una doble personalidad, política y romana, cultural y griega 40 . Pero nadie —patologías aparte— puede vivir escindido de esta manera.

El caso de Eliano y de su Historias puede arrojar alguna luz en el debate. Eliano, un romano que nunca ha salido de Italia, que participa plenamente del movimiento sofístico, de manera atípica incluye a Roma en su obra. Para Eliano, Roma comparte valores con Grecia: las mujeres son modestas y castas, los hombres se comportan con moderación, valentía, aman la belleza y conocen, como los griegos, las virtudes de la pobreza. Roma tiene también un pasado mítico —Rómulo y Remo, ausonios—; Italia es uno de los mejores lugares del mundo donde vivir conforme a los preceptos del elogio 41 . Eliano se proclama romano y se enorgullece. Y no obstante, debe excusarse por hablar de Roma; debe abreviar sus noticias sobre Roma. Quizás el asunto no sea más que literario: Roma no debería figurar en los discursos de los sofistas puesto que Roma no formaba parte de aquel pasado idílico en el que vivían aquellas obras. Este era el principio que Eliano intentaba romper tímidamente. Pero esta norma, puramente escolástica, no se aplicaría cuando los sofistas escribían obras que no estaban destinadas a la escuela. No hay mejor ejemplo que uno nacido de la pluma de uno de los más grandes sofistas: Elio Aristides y su discurso A Roma.

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